La cuchilla y la caracola
El comedor del Hôtel-Dieu es grande y sombrío y está lleno de gente que conversa sobre los submarinos de Gibraltar, los desajustes del cambio de moneda y los motores diesel marítimos de cuatro tiempos. Madame Manec encarga dos cuencos de sopa de pescado que tanto ella como Marie-Laure toman al instante. Le dice que no sabe qué hacer a continuación —¿deberían esperar?— y decide pedir otros dos cuencos más.
Al final se sienta junto a ellas un hombre que lleva una ropa que cruje.
—¿Seguro que su nombre es madame Walter?
—¿Y usted está seguro de que su nombre es René?
Una pausa.
—¿Y ella?
—Es mi cómplice. Sabe si alguien miente con solo escuchar su voz.
El hombre se ríe. Hablan del tiempo. La ropa del hombre huele a mar como si hubiese llegado hasta aquí arrastrado por un temporal. Hace movimientos torpes al hablar y golpea la mesa de tal forma que las cucharas tintinean en los cuencos. Por fin dice:
—Admiramos sus esfuerzos, madame.
El hombre que se hace llamar René baja extraordinariamente el volumen de la voz. Marie-Laure capta solo algunas frases.
—Fíjense en las insignias especiales de las matrículas. WH significa infantería, WL ejército del aire y WM es la marina. Podría anotar, o encontrar a alguien que lo haga, todas las embarcaciones que entren y salgan del puerto. Esa información es muy importante.
Madame Manec permanece en silencio. Tal vez se dicen algo más, pero Marie-Laure no consigue oírlos. Tampoco podría decir si se intercambian gestos, si se pasan notas o utilizan otras estrategias. Llegan a cierto acuerdo y enseguida ella y madame Manec están de vuelta en la cocina del número 4 de la rue Vauborel. Madame Manec revuelve cosas en el sótano y regresa con lo necesario para preparar conservas. Esa misma mañana, comenta, ha logrado conseguir las que podrían ser las últimas dos cajas de melocotones de Francia. Y mientras ayuda a Marie-Laure a pelarlos, tararea una canción.
—¿Madame?
—¿Sí, Marie?
—¿Qué es un seudónimo?
—Un nombre falso, un nombre alternativo.
—Si yo tuviera que elegir uno, ¿qué tipo de nombre podría ser?
—Podrías elegir cualquiera —dice madame Manec mientras termina de pelar otro melocotón—. Si quisieras podrías ser La Sirena o Margarita o Violeta.
—¿Y qué tal Caracola? Me gustaría llamarme Caracola.
—Caracola. Es un seudónimo excelente.
—¿Y a usted, madame? ¿Cuál le gustaría tener?
—¿A mí? —Por un instante el cuchillo de madame Manec se detiene, los grillos comienzan a cantar en el sótano—. Creo que me gustaría ser Cuchilla.
—¿Cuchilla?
—Sí.
El perfume de los melocotones crea una brillante nube rojiza alrededor.
—¿Cuchilla? —repite Marie-Laure. Y las dos se echan a reír.