Números
Las bombas aliadas destruyen la estación de tren. Los alemanes inutilizan las instalaciones del puerto. Los aviones entran y salen de las nubes. Etienne oye que los alemanes se retiran heridos a Saint-Servan y que los americanos han tomado el monte Saint-Michel, que está a solo treinta kilómetros de distancia. La liberación es cuestión de días. Consigue llegar hasta la panadería y madame Ruelle le abre la puerta. Le acompaña al interior.
—Quieren las posiciones de las unidades antiaéreas. Coordenadas. ¿Puede usted hacerlo?
Etienne gruñe.
—Tengo a Marie-Laure. ¿Por qué no lo hace usted, madame?
—Yo no entiendo los mapas, Etienne. ¿Coordenadas en minutos, segundos, latitudes? Usted sabe cómo hacer esas cosas. Lo único que tiene que hacer es encontrarlas, situarlas y transmitir las coordenadas.
—Tendré que caminar por ahí con una brújula y un cuaderno de notas, no hay otra forma. Me acabarán matando.
—Es vital que reciban las localizaciones precisas de las armas. Piense en la cantidad de vidas que salvará. Y tendrá que hacerlo esta noche. Se dice que mañana los alemanes cogerán a todos los hombres de entre dieciséis y sesenta años; van a revisar los papeles y todo hombre en edad de luchar, todos los que puedan tomar parte en la resistencia, serán encarcelados en el Fuerte Nacional.
La panadería comienza a dar vueltas, se siente atrapado en una tela de araña que le aprisiona los tobillos y las muñecas, crujen como papel ardiente cuando se mueve. Cada segundo que pasa se siente más enredado. La campanilla junto a la puerta de la panadería suena y alguien entra. La expresión de madame Ruelle se vela como si fuera un caballero que cierra el visor de su casco. Él asiente.
—Muy bien —responde ella poniéndole una barra de pan bajo el brazo.