Mirlos

Pasan lista. Luego el desayuno. Frenología, tiro con rifle, entrenamientos. El tal Ernst de pelo oscuro deja la escuela cinco días después de haber sido elegido el más débil en el ejercicio de Bastian. Otros dos le acompañan la semana siguiente. Los sesenta se convierten en cincuenta y siete. Todas las tardes Werner trabaja en el laboratorio del doctor Hauptmann cargando números en las fórmulas de triángulos o en ejercicios de ingeniería: Hauptmann quiere que mejore la eficiencia y la capacidad de un transceptor que está diseñando. Hace falta afinarlo para que transmita en múltiples frecuencias, dice el doctor, y tiene que ser capaz también de medir el ángulo de las transmisiones que recibe. ¿Lo puede conseguir Werner?

Reconfigura prácticamente todo el diseño. Algunas noches Hauptmann está más hablador y le explica la función de un solenoide o de una resistencia con todo detalle, o cómo clasificar una araña que cuelga de una viga; a veces se entusiasma relatándole las reuniones de científicos en Berlín donde prácticamente todas las conversaciones, dice, revelan nuevas posibilidades. La teoría de la relatividad, la mecánica cuántica… Ese tipo de noches parece feliz de responder a todo lo que Werner le pregunta.

Pero de repente la noche siguiente los modales de Hauptmann son de nuevo temiblemente introvertidos, no invita a las preguntas y supervisa el trabajo de Werner en silencio. El hecho de que el doctor Hauptmann tenga conexiones en tan altas esferas, que el teléfono de su mesa pueda conectarle con hombres que están a cientos de kilómetros de distancia, a quienes basta con levantar un dedo para enviar una docena de Messerschmitts de un aeropuerto a bombardear cualquier ciudad, es algo que embriaga a Werner.

Vivimos tiempos extraordinarios.

Se pregunta si Jutta le ha perdonado. La mayoría de sus cartas o bien consisten solo en banalidades («Estamos muy ocupadas, frau Elena te manda saludos») o llegan al dormitorio tan tachadas por los censores que su significado se desintegra por completo. ¿Le duele que esté lejos o ha endurecido sus sentimientos para protegerse a sí misma, tal y como hace él?

Volkheimer, al igual que Hauptmann, parece lleno de contradicciones. Para el resto de los chicos el Gigante no es más que un bruto, un instrumento de fuerza, y aun así a veces, cuando Hauptmann está en Berlín, Volkheimer desaparece en el interior del despacho del doctor y regresa con una radio Grundig, orienta la antena de onda corta y hace que el laboratorio se llene de música clásica. Mozart, Bach, incluso el italiano Vivaldi. Cuanto más sentimental, mejor. El gigantesco muchacho se echa atrás en la silla hasta que suelta crujidos de protesta bajo su peso, y entrecierra los párpados.

¿Por qué siempre triángulos? ¿Para qué sirve el transceptor que están construyendo? ¿Cuáles son los dos puntos que conoce Hauptmann y por qué necesita conocer el tercero?

—No son más que números, cadete —dice Hauptmann, es su máxima favorita—, pura matemática. Tienes que acostumbrarte a pensar de esa forma.

Werner intenta elaborar algunas teorías sobre Frederick pero ya ha empezado a entender que Frederick se mueve como si estuviera en el interior de un sueño, con los pantalones demasiado grandes para su cintura y los dobladillos ya descosidos. Su mirada es a la vez intensa y vaga y apenas parece darse cuenta cuando no da a la diana en la clase de tiro. Casi todas las noches, antes de quedarse dormido, Frederick murmura cosas para sí: fragmentos de poemas, las costumbres de los gansos, los murciélagos que ha escuchado pasar junto a la ventana.

Pájaros. Siempre pájaros.

—… y los charranes árticos, Werner, viajan desde el polo sur al polo norte, son los navegantes del planeta, seguramente las criaturas más migratorias que han existido jamás, recorren setenta mil kilómetros al año…

Una metálica luz invernal cae sobre los establos, los viñedos y el campo de tiro, y los cantos de los pájaros recorren las colinas, los nidos desperdigados aquí y allá en su camino hacia el sur, una autopista migratoria que pasa sobre el tejado de agujas de la escuela. De cuando en cuando una bandada desciende hasta alguno de los enormes tilos en el campo y bulle entre sus hojas.

Algunos de los chicos mayores, de dieciséis o diecisiete años, cadetes que tienen acceso libre a la munición, adoptan la orgullosa costumbre de disparar salvas contra los árboles para ver a cuántos pueden matar. El árbol parece deshabitado y tranquilo, alguien dispara y la copa estalla en todas direcciones, cientos de pájaros alzan el vuelo en medio segundo entre graznidos, como si hubiese estallado el árbol entero.

Una noche Frederick apoya la frente contra el cristal de la ventana del dormitorio.

—Les odio, odio cuando hacen eso.

Suena la campana de la cena y todos salen desperdigados. Frederick va el último con su cabello color caramelo y su mirada herida, los cordones desatados. Werner lava la bandeja de Frederick por él, comparte las respuestas de los ejercicios, le limpia los zapatos, le da dulces del doctor Hauptmann y corren el uno junto al otro en los ejercicios de campo. Una espiga de latón pesa ligeramente en la solapa de ambos. Ciento catorce botas con clavos resuenan contra las piedras del camino. El castillo, con sus torres y sus almenas, se cierne sobre todos como la vaga visión de una gloria inevitable. La sangre de Werner galopa en sus ventrículos, piensa en el transceptor de Hauptmann, en soldaduras, fusibles, baterías y antenas mientras sus botas y las de Frederick golpean el suelo exactamente al unísono.

La luz que no puedes ver
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
citas.xhtml
partecero.xhtml
1.xhtml
2.xhtml
3.xhtml
4.xhtml
5.xhtml
6.xhtml
7.xhtml
8.xhtml
parteuno.xhtml
9.xhtml
10.xhtml
11.xhtml
12.xhtml
13.xhtml
14.xhtml
15.xhtml
16.xhtml
17.xhtml
18.xhtml
19.xhtml
20.xhtml
21.xhtml
22.xhtml
23.xhtml
24.xhtml
25.xhtml
26.xhtml
27.xhtml
28.xhtml
29.xhtml
30.xhtml
31.xhtml
32.xhtml
partedos.xhtml
33.xhtml
34.xhtml
35.xhtml
36.xhtml
37.xhtml
partetres.xhtml
38.xhtml
39.xhtml
40.xhtml
41.xhtml
42.xhtml
43.xhtml
44.xhtml
45.xhtml
46.xhtml
47.xhtml
48.xhtml
49.xhtml
50.xhtml
51.xhtml
52.xhtml
53.xhtml
54.xhtml
55.xhtml
56.xhtml
57.xhtml
58.xhtml
59.xhtml
60.xhtml
61.xhtml
62.xhtml
63.xhtml
64.xhtml
partecuatro.xhtml
65.xhtml
66.xhtml
67.xhtml
68.xhtml
69.xhtml
70.xhtml
partecinco.xhtml
71.xhtml
72.xhtml
73.xhtml
74.xhtml
75.xhtml
76.xhtml
77.xhtml
78.xhtml
79.xhtml
80.xhtml
81.xhtml
82.xhtml
83.xhtml
84.xhtml
85.xhtml
86.xhtml
87.xhtml
88.xhtml
89.xhtml
90.xhtml
91.xhtml
92.xhtml
93.xhtml
94.xhtml
95.xhtml
96.xhtml
97.xhtml
98.xhtml
99.xhtml
100.xhtml
101.xhtml
102.xhtml
103.xhtml
parteseis.xhtml
104.xhtml
105.xhtml
106.xhtml
107.xhtml
108.xhtml
partesiete.xhtml
109.xhtml
110.xhtml
111.xhtml
112.xhtml
113.xhtml
114.xhtml
115.xhtml
116.xhtml
117.xhtml
118.xhtml
119.xhtml
120.xhtml
121.xhtml
122.xhtml
123.xhtml
124.xhtml
125.xhtml
126.xhtml
127.xhtml
128.xhtml
parteocho.xhtml
129.xhtml
130.xhtml
131.xhtml
132.xhtml
133.xhtml
134.xhtml
135.xhtml
136.xhtml
partenueve.xhtml
137.xhtml
138.xhtml
139.xhtml
140.xhtml
141.xhtml
142.xhtml
143.xhtml
144.xhtml
145.xhtml
146.xhtml
147.xhtml
148.xhtml
149.xhtml
150.xhtml
151.xhtml
152.xhtml
153.xhtml
154.xhtml
155.xhtml
156.xhtml
partediez.xhtml
157.xhtml
158.xhtml
159.xhtml
160.xhtml
161.xhtml
162.xhtml
163.xhtml
164.xhtml
165.xhtml
166.xhtml
167.xhtml
168.xhtml
169.xhtml
170.xhtml
171.xhtml
172.xhtml
173.xhtml
174.xhtml
parteonce.xhtml
175.xhtml
176.xhtml
partedoce.xhtml
177.xhtml
178.xhtml
179.xhtml
180.xhtml
181.xhtml
182.xhtml
183.xhtml
184.xhtml
185.xhtml
186.xhtml
partetrece.xhtml
187.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml