Recaída
A fines de junio de 1942, por primera vez desde que tuvo fiebre, madame Manec no está en la cocina cuando Marie-Laure despierta. ¿Puede que haya ido al mercado? Marie-Laure llama a su puerta y cuenta cien latidos. Después abre la puerta trasera y llama hacia la calle. Hace un calor glorioso de amanecer de junio. Se oyen las palomas y los gatos. Una risa que sale de las ventanas de un vecino.
—¿Madame?
Se le acelera el corazón. Vuelve a llamar a la puerta de madame Manec.
—¿Madame?
Lo primero que escucha cuando se decide a entrar es el tamborileo, como si en el interior de los pulmones de la anciana hubiera una marea de piedras en movimiento. Desde la cama le llega un agrio olor a transpiración y orina. Sus manos encuentran la cara de madame y la mejilla de la mujer está tan caliente que los dedos de Marie-Laure retroceden como si se hubiesen escaldado. Sube a toda prisa por las escaleras tropezando y gritando:
—¡Tío! ¡Tío!
En su mente toda la casa se vuelve de color rojo. El tejado se llena de humo y las llamas suben por las paredes. Cuando Etienne se inclina junto a madame le crujen las rodillas. Después va hasta el teléfono y dice unas cuantas palabras. Regresa junto a la cama de madame Manec al trote. Durante la siguiente hora la cocina se llena de mujeres: madame Ruelle, madame Fontineau, madame Hébrard. La primera planta está abarrotada. Marie-Laure recorre la escalera arriba y abajo, arriba y abajo, como si se abriera camino dentro de la espiral de una enorme caracola. El doctor viene y va, de vez en cuando las mujeres que pasan por ahí ponen una mano huesuda sobre el hombro de Marie-Laure y exactamente a las dos en punto, con el sonido de las campanadas de la catedral, el doctor regresa acompañado de un hombre que no dice nada excepto «buenas tardes» y que huele a tierra y tréboles, que levanta a madame Manec en brazos, la saca a la calle y la pone en un carro de caballos como si fuera un saco de avena. El sonido de los cascos de los caballos se aleja, el doctor retira las sábanas de la cama y Marie-Laure descubre a Etienne en una esquina de la cocina murmurando:
—Madame ha muerto, madame ha muerto.