El arresto de Etienne LeBlanc
Etienne se siente extrañamente bien cuando sale al exterior, se siente fuerte. Le alegra que madame Ruelle le haya asignado este encargo final. Ya ha retransmitido la ubicación de una de las baterías antiaéreas: un cañón que está sobre la muralla junto al hotel de Las Abejas. Lo único que necesita es localizar los otros dos. Encontrar dos puntos conocidos (elegirá la aguja de la catedral y la isla exterior de Le Petit Bé) y luego calcular la ubicación de un tercero desconocido. Un triángulo sencillo, algo en lo que concentrar su mente que no sean los fantasmas.
Va hasta la rue d’Estrées, rodea la universidad y toma el callejón que hay tras el Hôtel-Dieu. Siente las piernas jóvenes, los pies ligeros. No hay nadie alrededor. En algún lugar el sol descansa tras la niebla. Antes del amanecer la ciudad está caliente, somnolienta y llena de olores. Las casas a ambos lados parecen casi inmateriales. Por un instante tiene la sensación de estar caminando por el pasillo de un largo tren de vagones en el que todos los pasajeros van dormidos, un tren que se dirige en medio de la oscuridad hacia una ciudad pululante de luz: arcadas iluminadas, torres relucientes, fuegos artificiales.
Cuando se acerca a la oscura masa de las murallas un hombre con uniforme sale de entre las sombras y se acerca cojeando a él.