Avión de papel
Y Francis dijo que hay cuarenta y dos mil cajones con plantas disecadas y me enseñó el pico de un calamar gigante y un plesiosaurio…
La grava cruje bajo sus pies y Jutta tiene que apoyarse en un árbol.
—¿Mutti?
Las luces dan vueltas y luego se alejan.
—Estoy cansada, Max, no es nada.
Abre el mapa turístico e intenta vislumbrar el camino de vuelta al hotel. Hay pocos coches y casi todas las ventanas junto a las que pasan brillan con la luz azul de la televisión. Es la ausencia de todos los cuerpos, piensa, la que nos permite olvidar. Es la tierra la que los cubre.
En el ascensor Max presiona el 6 y suben. El alfombrado pasillo hasta su habitación es como un río granate atravesado por geometrías doradas. Ella le da la llave a Max, él la mete en el cerrojo y abre la puerta.
—¿Le enseñaste a la señora cómo se abría la casa, Mutti?
—Creo que ella ya lo sabía.
Jutta enciende la televisión y se quita los zapatos. Max abre las puertas del balcón y hace un avión con el papel del hotel. La media manzana de París que puede ver le recuerda a las ciudades que dibujó cuando era niña: cien casas, un millar de ventanas, una bandada de pájaros que pasan volando. En la televisión unos jugadores con camisetas azules corren por un campo a dos mil kilómetros de distancia. El resultado es tres a dos, pero el portero ha caído y uno de los laterales ha golpeado el balón lo suficiente como para que se deslice lentamente hasta el otro lado de la línea de gol. No hay nadie allí para sacarlo fuera. Jutta coge el teléfono que hay junto a la cama, marca nueve números y Max lanza el avión a la calle. Vuela unos metros y queda suspendido durante un instante, y entonces la voz de su marido dice hola.