CUARENTA Y TRES

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El Leviathan permanecía apostado sobre el East River, montando un auténtico espectáculo al patrullar en busca de más caminantes anfibios alemanes que pudieran atacar Manhattan, por improbable que ello pudiera parecer. La brisa del océano soplaba desde el sur, manteniendo clara la vista de lo alto de las torres que remataban los edificios de la ciudad. Deryn se preguntó qué pensaría la aerobestia de los enormes y extraños rascacielos, casi tan grandes como ella, pero plantados a ambas riberas en el suelo y apuntando directamente hacia el cielo.

A medida que ambos subían por el flechaste sentía dolor en la rodilla, pero aquella quemazón era ya para ella como un viejo conocido. El tacto de la cuerda en sus manos y el temblor de la aerobestia bajo su peso compensaba cualquier otra cosa. Y para cuando alcanzaron la espina, los músculos de los brazos le dolían más que su herida.

—¡Arañas chaladas! ¡Me he ablandado!

—¡Qué va! —la animó Alek, desabrochándose los botones de su chaqué.

Los vigías que buscaban submarinos U-boat trabajaban en la barquilla, y la mitad de la tripulación había estado presente en la ceremonia de Alek, así que apenas había nadie en lo alto de la aeronave. Deryn condujo a Alek hacia la parte delantera, lejos de unos pocos aparejadores que trabajaban en el centro de la nave. Cuando pasaron junto a una colonia de murciélagos fléchette, Bovril se agitó nervioso sobre su hombro y comenzó a imitar los leves chasquidos de aquellas bestias.

La parte delantera de la aeronave estaba vacía, sin embargo Deryn dudó unos instantes antes de hablar. A ella le bastaba con el simple hecho de estar allí con Alek, rodeados por la brisa marina. Y sospechaba que el secreto que Alek guardaba sobre Tesla tendría algo que ver con cierto fragmento de meteorito, por lo que hablar de ello no haría más que estropear el momento.

Pero no podrían quedarse allí por siempre, por más que lo deseara.

—Muy bien, príncipe. ¿Cuál es ese secreto?

Alek se volvió para mirar el cielo del ocaso, en dirección a las ruinas de la máquina de Tesla, que se encontraban a cincuenta millas de allí.

—No fueron los alemanes quienes le mataron —se limitó a decir—. Fui yo.

A Deryn le llevó unos instantes comprender aquellas palabras.

—Eso no es lo que yo… —empezó ella—. ¡Oh!

—No había otra forma de detenerle —Alek observó fijamente sus manos—. Lo maté con su propio bastón.

Deryn se acercó y cogió a Alek por el brazo. Parecía tan triste como cuando embarcó en el Leviathan por primera vez, cuando la muerte de sus padres aún lo perseguía.

—Lo siento, Alek.

—Mientras ayudaba a Tesla, nunca me planteé lo que el Goliath era en realidad —el muchacho la miró fijamente a los ojos—. Pero con los alemanes asaltando la playa, enseguida comprendí esa realidad. De pronto él estaba allí, preparado para destruir una ciudad entera, y no podía permitírselo.

—Hiciste lo correcto, Alek.

—¡Maté a un hombre desarmado! —gritó, negando con la cabeza—. Pero Volger sigue diciendo que Tesla no estaba exactamente desarmado. Puesto que el Goliath era un arma, después de todo.

—Grande —dijo Bovril.

Deryn tragó saliva al caer en la cuenta de que la doctora Barlow tenía razón. No podían contarle a Alek la historia del meteorito. Nunca debería saber que había matado a un hombre para detener un arma que no funcionaba.

Pero ella le había prometido que jamás le ocultaría ningún secreto…

—Fue idea de Volger que mintiéramos —continuó Alek—. Dijimos la verdad al decir que desconectamos el Goliath, ya que salvar Berlín me convertirá en un héroe para las naciones clánker. Pero nunca podremos explicar cómo lo hice exactamente.

—¡Sí, y tiene razón! —dijo Deryn, tomando las manos del muchacho y recordando las sospechas que Adela Rogers había expresado en voz alta—. No le digas a nadie que lo mataste tú, Alek. ¡Pensarán que estabas compinchado con los alemanes y te echarán la culpa durante el resto de la guerra!

Él asintió.

—Pero necesitaba contártelo a ti, Deryn. Porque prometimos no tener secretos entre nosotros.

Ella cerró los ojos.

—Oh, príncipe bobo.

No había forma de evitarlo. Tenía que decírselo.

—Tienes razón en eso —dijo Alek, mirando sus botas de gala, que presentaban rozaduras tras la escalada—. Pensaba que mi destino era acabar con esta guerra, y al final todo lo que tendría que haber hecho es quitarme de en medio y así todo habría terminado. Pero en lugar de eso seguí insistiendo en ello. Así que lo que suceda de ahora en adelante es culpa mía.

—¡No, no lo es! —gritó Deryn—. Nunca lo ha sido. ¡Y de todas formas no podrías haberla detenido porque la máquina de Tesla no funcionaba!

El muchacho parpadeó, sorprendido. Retrocedió un paso, pero Deryn le detuvo, estrechándole las manos con más fuerza.

Bovril soltó una risita y dijo:

—Meteórico.

—¿Recuerdas mi fragmento de la roca de Tesla? —dijo Deryn—. La doctora Barlow lo envió a un científico de Londres y resultó que era parte de un meteorito. Sabes lo que es eso, ¿verdad?

—¿Una estrella fugaz? —dijo Alek, encogiéndose de hombros—. Entonces era lo que yo pensaba, tan solo una muestra científica.

—¡No era simplemente una estrella fugaz! —Deryn trató de recordar todo lo que había dicho la doctora Barlow—. Lo que Tesla encontró fue tan solo un pequeño fragmento de roca, pero el meteorito debía de ser enorme, quizá tendría millas y millas de extensión. Y viajaba tan condenadamente rápido que explotó al entrar en contacto con la atmósfera. ¡Eso fue lo que derribó aquellos árboles, y no ninguna máquina clánker! ¡Lo que ocurrió en Tunguska no fue más que un accidente y, por lo tanto, Tesla era como un gallo que piensa que hace salir el sol!

Alek la miró fijamente, con los ojos brillantes.

—Entonces ¿por qué intentó disparar el Goliath?

—¡Porque estaba loco, Alek, obsesionado con poner fin a esta guerra! —«Igual que tú», pensó Deryn.

—Y la doctora Barlow está segura de eso.

—Completamente segura. ¡Así que no es culpa tuya que la guerra continúe! Habría continuado, un sangriento año tras otro, sin importar lo que tú hicieras —Deryn le rodeó con sus brazos y le estrechó con fuerza—. ¡Pero tú no lo sabías!

Alek se quedó inmóvil entre los brazos de ella, con todos los músculos tensos. Finalmente, la apartó con delicadeza y su voz apenas era un susurro:

—Lo habría hecho de todas formas.

Ella tragó saliva.

—¿Qué quieres decir?

—Le habría matado para salvar al Leviathan. Para salvarte a ti —dijo, posando las manos sobre los hombros de Deryn—. Era lo único que tenía en mente cuando tuve que elegir: no podía perderte. Fue entonces cuando lo supe.

—¿Supiste el qué?

Alek se acercó a Deryn y la besó. Sus labios se posaron suavemente sobre los de la muchacha, pero encendieron algo intenso y fuerte en su interior, algo que había esperado impacientemente todos aquellos meses desde que aquel muchacho había subido a bordo.

—Ah —dijo ella cuando terminaron—. Eso.

—¡Arañas chaladas! —susurró Bovril.

—Cuando estábamos en la parte superior de la nave durante la tormenta, ¿es esto lo que…? —empezó Alek—. ¿Me refiero a que me he vuelto loco?

—Todavía no —dijo ella.

Lo atrajo hacia sí aún más y se besaron de nuevo.

Finalmente, Deryn dio un paso atrás y miró a su alrededor, preocupada por si los habían visto. Pero los aparejadores que estaban más cerca de ellos estaban a quinientos pies de distancia, reunidos alrededor de un rastreador de hidrógeno que había encontrado una fuga en la membrana.

—Es un tanto complicado, ¿verdad? —dijo Alek, siguiendo su mirada.

Ella asintió en silencio, temiendo que una palabra inadecuada pudiera arruinar aquel momento.

Alek extrajo algo de su bolsillo y, cuando Deryn lo vio, sintió que su corazón daba un vuelco. Era un estuche para guardar documentos hecho de piel: el que contenía la carta del Papa. Durante un único y absurdo instante, Deryn había olvidado que Alek era el pretendiente al trono de emperador de su país y que ella era más común que un grano de arena.

—Complicado —dijo Bovril.

—Claro —dijo Deryn, bajando la vista, dando un paso atrás y deshaciendo el abrazo—. Nadie me va a escribir una carta para que me convierta en parte de la realeza, ¿verdad? Y difícilmente podría ser una buena princesa, incluso si el Papa en persona me hiciera un vestido. Todo esto es ridículo.

Alek contempló el estuche.

—No, la respuesta es bien sencilla.

Deryn apretó los puños, puesto que no quería permitirse albergar demasiadas esperanzas.

—¿Crees que podríamos mantenerlo en secreto? Deberíamos ocultarnos por un tiempo, en cualquier caso, dado que yo solo visto pantalones. Y a ti ahora ya se te da mejor eso de mentir…

—No es eso a lo que me refiero.

Ella le miró fijamente. En su rostro había de nuevo aquella mirada bobalicona.

—¿Entonces qué?

—Guardaremos algunos secretos, por ahora. Y puede que tú necesites seguir usando tu disfraz hasta que el mundo se ponga a tu mismo nivel —Alek inspiró lentamente—. Pero yo ya no necesito esto.

Y con estas palabras, el príncipe Aleksandar de Hohenberg lanzó el estuche con la carta por estribor. El estuche salió girando hacia la línea del horizonte de Manhattan y su brillante superficie de piel destelló bajo la luz del sol. La brisa del océano lo arrastró hacia popa, pero aun así el estuche recorrió un buen trecho por la parte más ancha del cuerpo de la aerobestia. Desde delante, Deryn pudo ver claramente cómo caía al agua con una pequeña y perfecta salpicadura.

—¡Meteórico! —dijo Bovril de forma algo alocada.

—Sí, bichito —dijo.

El mundo de pronto se había vuelto hostil y ruidoso como si los relámpagos estuviesen astillando el cielo sobre Manhattan. Pero Deryn no podía levantar la mirada de las oscuras aguas del río.

—Esa carta significaba todo tu futuro, príncipe bobo.

—No, era mi pasado. Perdí ese mundo la noche que mis padres murieron —se acercó a ella de nuevo—. Pero te encontré a ti, Deryn. Quizás no estaba destinado a terminar esta guerra, pero estaba destinado a encontrarte. Estoy seguro. Me salvaste de no tener ninguna razón por la que seguir luchando.

—Nos salvamos el uno al otro —le susurró Deryn—. Así es como funciona.

Echó un vistazo rápido al grupo de aparejadores que trabajaba a lo lejos y volvió a besar a Alek. Esta vez fue un beso más largo, un beso mejor, enlazándose por la cintura y el viento constante, que les venía de frente, hacía que pareciera que la aeronave estuviera en movimiento, dirigiéndose a un lugar nuevo y maravilloso con tan solo ellos tres a bordo.

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«FIN Y BESO»

Ese pensamiento hizo que Deryn se apartara de nuevo.

—Pero ¿qué diablos piensas hacer, Alek?

—Espero encontrar un buen trabajo —dijo con un suspiro mirando al río—. Se me ha terminado el oro y no es probable que me dejen unir a la tripulación de esta aeronave.

—Emperadores son algo vano e inútil —dijo Bovril.

Alek miró con dureza al pequeño animal, pero Deryn vio que en su rostro se dibujaba una sonrisa.

—No te preocupes —dijo—. Yo misma estaba pensando en marcharme.

—¿Qué? ¿Tú, dejar el Leviathan? Eso es absurdo.

—No del todo. Parece ser que la científica ha encontrado el trabajo perfecto para mí. Para ambos, diría yo.