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—Desde luego está bastante loco —dijo Alek.

El conde Volger tamborileó los dedos en su escritorio, con la mirada aún fija en Bovril. Al terminar la reunión, la doctora Barlow le había entregado la criatura a Alek y el muchacho no se había entretenido a dejarla en su propio camarote. La noticia era sencillamente demasiado extraordinaria y no podía esperar. Pero ahora Volger y la bestia se estaban mirando fijamente, un desafío que Bovril parecía estar disfrutando.

Alek se quitó la criatura del hombro y la dejó en el suelo. Se acercó un poco más a la ventanilla del camarote. El señor Tesla dice que hizo todo esto desde América, con algún tipo de máquina. Hace seis años.

—¿En 1908? —preguntó Volger, con los ojos aún fijos en la bestia—. ¿Y ha esperado hasta ahora para decírselo al mundo?

—Los rusos no permitieron que un científico clánker entrara en su territorio, no hasta que cambió de bando. De modo que no pudo estudiar los efectos de primera mano. Pero ahora que ha visto lo que su arma puede hacer, dice que va a hacer público su invento —dijo Alek.

Volger finalmente apartó la mirada de Bovril.

—¿Y por qué probó su arma en un lugar que no podía visitar?

—Dice que fue un accidente, un error de tiro, que solo quería «crear fuegos artificiales», y no se dio cuenta de lo poderosa que era Goliath —Alek mostró su escepticismo en su rostro—. Pero seguramente usted no cree nada de esto en absoluto.

Volger se dio la vuelta para mirar por la ventana. El Leviathan se estaba acercando al borde de la devastación, donde solamente los árboles jóvenes habían caído. No obstante, la masiva extensión de la explosión aún era muy visible.

—¿Tiene otra explicación para lo que sucedió aquí?

Alek suspiró lentamente, luego tomó una silla y se sentó en ella.

—Por supuesto que no.

—Goliath —dijo Bovril con su vocecita.

El conde Volger miró a la bestia con cara de pocos amigos.

—¿Y qué opinan los darwinistas?

—De entrada, no cuestionan las explicaciones del señor Tesla —Alek se encogió de hombros—. Por lo menos no delante de él. Parecen bastante satisfechos de que se haya unido a su bando.

—Por supuesto que lo están. Aunque este hombre se haya vuelto loco, aún puede enseñarles un par de trucos. Y, si está diciendo la verdad, podría finalizar la guerra tan solo apretando un interruptor.

Alek miró otra vez por la ventana. La magnitud del bosque caído y el hecho de que Volger no se estuviese riendo directamente de la absurda afirmación de Tesla le hacían sentir intranquilo.

—Creo que tiene razón. Imagine Berlín después de una explosión como esta.

—Precisamente Berlín no —dijo Volger.

—¿A qué se refiere?

—Tesla es serbio. Nuestro país atacó su patria, no Alemania —explicó Volger pensando bien lo que decía.

Alek sintió cómo el peso de la guerra se posaba sobre sus hombros de nuevo.

—Me está diciendo que mi familia es la culpable.

—Es posible que Tesla también piense lo mismo. Si esta arma realmente funciona y la usa de nuevo, lo más seguro es que Viena salte en mil pedazos.

Alek sintió que algo espantoso brotaba en su interior, como el sentimiento de vacío que había sentido desde el asesinato de sus padres, pero aún mayor si cabe.

—Seguramente nadie querría usar jamás un arma como esta contra una ciudad.

—En la guerra no existen límites —dijo Volger, todavía mirando por la ventana.

Luego Alek recordó la aerobestia muerta, sacrificada para dar de comer a los osos de guerra para que Tesla pudiera completar su misión. Parecía que aquel hombre estaba muy decidido.

Bovril saltó al suelo diciendo: «mil pedazos».

Volger dedicó otra mirada fulminante a la bestia y después habló a Alek.

—Esta puede ser una oportunidad para que sirváis a vuestro pueblo, Su Alteza, de la forma en que pocos soberanos pueden.

—Por supuesto —Alek se irguió en su asiento—. Le convenceremos de que Austria no es el enemigo. Ha leído algo sobre mí en aquellos periódicos y comprende que yo también quiero la paz.

—Esa sería la mejor solución, pero debemos asegurarnos de cuáles son sus intenciones antes de permitir que abandone esta nave —dijo Volger.

—¿Permitir que abandone la nave? Ni siquiera creo que podamos convencer al capitán de que le arreste.

—Yo no estaba pensando en un arresto —el conde Volger se inclinó más hacia Alek apoyando las manos sobre el mapa de Siberia que había sobre su escritorio—. ¿Habéis estado muy cerca de él en aquella reunión? ¿Hasta qué punto alguno de nosotros estará más cerca de este hombre durante los siguientes días?

Alek parpadeó.

—No estará sugiriendo violencia, conde.

—Estoy sugiriendo, joven señor, que este hombre es un peligro para vuestro pueblo. ¿Y si lo que desea es venganza por lo que Austria le ha hecho a su patria?

—Ah, venganza de nuevo —murmuró Alek.

—Dos millones de vuestros súbditos viven en Viena. ¿Es que no pensáis mover ni un dedo para salvarlos?

Alek se sentó, sin saber muy bien qué decir. Era cierto: hacía menos de una hora que había estado sentado junto al famoso inventor, lo suficientemente cerca para clavarle un cuchillo. Pero la idea en sí era una barbaridad.

—Tesla opina que el Goliath puede finalizar la guerra —consiguió decir al fin Alek—. ¡Este hombre quiere la paz!

—Igual que nosotros. Pero hay varias maneras de terminar la guerra y algunas son más pacíficas que otras —dijo el conde Volger.

En aquel instante llamaron a la puerta.

—El señor Sharp —dijo Bovril soltando una risita.

—Entra, Dylan —gritó Alek.

Los loris tenían muy buen oído y podían distinguir a la gente por sus pisadas o llamadas a la puerta, e incluso por el roce particular de cómo desenvainaban una espada.

La puerta se abrió de golpe y Deryn entró en el camarote, aunque solo un paso. Ella y Volger intercambiaron una fría mirada.

—Pensé que te encontraría aquí, Alek. ¿Cómo ha ido la reunión?

—Bastante ilustrativa —Alek miró primero a Dylan y más tarde de nuevo a Volger—. Pero ya te contaré después…

—Primero tengo que dormir, he estado en pie toda la noche y después ahí afuera con los osos mientras tú estabas durmiendo —dijo Dylan.

Alek hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Entonces me quedaré con Bovril.

—Sí, pero más vale que duermas un poco más, la científica quiere que esta noche hagamos vigilancia, porque desea averiguar lo que está tramando el señor Tesla —dijo Dylan.

—Vigilancia —dijo Bovril, al parecer feliz con la palabra.

—Una idea excelente —añadió Alek.

—No nos ha dicho qué es lo que ha subido a bordo.

—Pues entonces, nos vemos al anochecer —Dylan hizo una imperceptible reverencia a Volger—: Conde.

Volger asintió con la cabeza para devolverle el saludo. Cuando la puerta se cerró de nuevo, un leve escalofrío recorrió la espina dorsal de Bovril.

—¿Es que han tenido alguna diferencia ustedes dos? —preguntó Alek.

—¿Diferencias? —Volger soltó un bufido—. Para empezar, ni siquiera somos amigos.

—¿Para empezar? De modo que ustedes dos están enfrentados por algo, ¿son enemigos?

El hombre soltó una seca carcajada.

—¿Qué sucedió? ¿Acaso Dylan se atrevió a llevarle la contraria durante sus lecciones de esgrima?

El conde no respondió, pero se alzó de su escritorio y empezó a pasear por la habitación y su sonrisa se fue desvaneciendo al recordar por qué habían discutido.

Sin embargo, cuando el conde finalmente habló, dijo:

—¿Es muy importante este muchacho para vos?

—Hace un momento, conde, usted estaba sugiriendo un asesinato a sangre fría. ¿Y ahora me está preguntando por Dylan?

—¿Estáis intentando evitar el tema?

—No, en absoluto —Alek se encogió de hombros—. Creo que Dylan es un excelente soldado y un buen amigo. Y debo añadir que un buen aliado. Hoy me ayudó a introducirme en la reunión. Sin él habría estado sentado aquí, sin tener ni la menor idea de lo que sucede en esta nave.

—Un aliado —Volger se sentó de nuevo, y posó la mirada en el mapa que tenía extendido en el escritorio—. Me parece bien. ¿Tesla dice que puede disparar esta arma a cualquier lugar sobre la Tierra?

—Hoy tengo problemas para seguirle en la conversación, Volger. Pero sí, dice que ahora puede apuntar a cualquier parte.

—Pero ¿cómo puede estar seguro, si su primera prueba fue un accidente?

Alek suspiró, intentando recordar lo que se dijo en la reunión. Tesla había explicado con detalle todo el asunto. A pesar de afirmar que estaba guardando secretos, ciertamente el inventor tenía un don para la divulgación.

—Ha estado trabajando en este problema durante seis años, desde que sucedió el disparo accidental. Sabía, por lo que relataron los periódicos, que en Siberia había sucedido algo extraordinario. Y ahora que ha calculado el centro exacto de la explosión, puede ajustar su arma según le convenga.

Volger asintió.

—¿De modo que este aparato que Klopp y vos montasteis estaba diseñado para encontrar el centro de la explosión?

—Bueno…, no me lo parece, puesto que no tiene sentido. Klopp dice que es un detector de metales.

—Cuando un proyectil aterriza, ¿acaso no quedan rastros de metal?

—Pero no es ese tipo de arma —Alek intentó recordar, pensando en cómo el gran inventor lo había descrito—. Si se le puede llamar así, el Goliath es un cañón Tesla, un cañón que utiliza el campo magnético de la Tierra. Proyecta la energía del planeta hacia la atmósfera y alrededor del mundo, como las luces del norte, la aurora boreal, pero un millón de veces más poderosa. ¡Por la forma en que él lo describió, podría hacer que el aire se incendiase aquí mismo!

—Ya veo —Volger soltó un lento suspiro—. O, más bien, no veo nada en absoluto. Por supuesto, puede tratarse de un caso de locura.

—Por supuesto —dijo Alek, sintiéndose relajado—. La idea de asesinar a Tesla para detener cualquier suceso imaginario era demasiado absurda para ser contemplada.

—Le preguntaré a Klopp a ver qué opina. Y la doctora Barlow sin duda también querrá dar su opinión.

—Sin duda —dijo Bovril pensativamente.

El conde Volger hizo un gesto despectivo con la mano hacia la bestia.

—¿Eso es todo lo que hace esta abominación? ¿Repetir palabras al azar?

—Azar —dijo Bovril y soltó una risita.

Alek alargó la mano para acariciar la piel de la criatura.

—Eso es lo que yo pensaba al principio. Pero la doctora Barlow afirma que esta bestia es bastante —el muchacho usó la palabra en inglés— «perspicacious», o sea perspicaz, y de vez en cuando hace alguna buena sugerencia.

—Incluso un reloj sin cuerda acierta dos veces al día —murmuró Volger—. Claramente, estas criaturas no han sido más que una excusa para poder husmear por Estambul; hacer que el Behemoth atravesara el estrecho siempre fue el plan de los darwinistas.

Alek se colocó de nuevo la bestezuela al hombro. Él había pensado lo mismo cuando se encontraba en Estambul. Pero precisamente aquella mañana, en la bodega de carga, la criatura había tomado prestado el collar de la doctora para mostrarles cómo funcionaba aquel misterioso aparato.

Estaba seguro de que aquello no podía haber sido obra del azar.

Sin embargo, Alek no lo mencionó. No tenía ningún sentido que el conde aún se mostrase más incómodo respecto a la bestia.

—Tal vez no comprenda cómo funciona el Goliath pero aún entiendo menos a los fabricados darwinistas —dijo sencillamente.

—Y mejor que siga siendo así —afirmó Volger—. Sois el heredero del trono austriaco, no un cuidador del zoo. Le comentaré a Klopp todo esto. Mientras, deberíais seguir el consejo de Dylan y procurar dormir algo antes de que anochezca.

Alek alzó una ceja.

—¿No le importa que vaya a merodear por ahí con un plebeyo?

—Si lo que Tesla dice es cierto, vuestro Imperio se enfrenta a un grave peligro. Es vuestro deber enteraros de todo lo que podáis.

El conde Volger se quedó mirando al muchacho un momento con una mirada de resignación apareciendo en su rostro.

—Además, Su Serena Majestad, algunas veces, merodear en la oscuridad puede resultar ser de lo más esclarecedor.

De vuelta a su camarote, de nuevo Alek echó de menos no haber dormido aquella noche. El loris perspicaz seguía repantigado en su hombro y un montón de pensamientos bullían en la mente del muchacho: imágenes del bosque destrozado bajo la aeronave, la idea de que un loco pudiese destruir el Imperio austrohúngaro y la terrible posibilidad de que el propio Alek tuviera que evitarlo con la hoja de un cuchillo.

Pero, cuando se dejó caer en la cama, Alek encontró el periódico de Volger aún allí, abierto por la página del artículo que relataba la historia de Dylan.

Volger se había mostrado muy extraño aquel día, con sus preguntas zigzagueando entre el arma de Tesla y Dylan. Ambos tenían que haber discutido, pero ¿sobre qué?

Alek recogió el periódico, mirando la fotografía en que Dylan se balanceaba desde la trompa del Dauntless. Seguro que el conde también había visto la historia. El noble leía de cabo a rabo todos los periódicos que la doctora Barlow le entregaba.

—¿Sabe algo que no debería saber, verdad, Volger? —Alek dijo en voz baja—. Por esa razón usted y Dylan están enemistados.

—Enemistados —repitió Bovril pensativamente y después se arrastró del hombro de Alek hasta la cama.

Alek miró a la bestia, recordando lo que había sucedido en la bodega de carga. La criatura había estado sentada en el hombro de Klopp toda la noche, escuchando todo, repitiendo palabras poco a poco como «magnetismo», «eléctrikos», saboreándolas en la boca. Y luego había cogido el collar de la doctora Barlow y demostró cuál era el propósito de aquel extraño aparato. Así era como funcionaba la cualidad de perspicacia de la bestia. Escuchaba y, a continuación, de alguna forma, extraía el contenido y lo volvía a unir todo formando un significado claro.

Alek pasó las hojas del periódico, volvió a la primera página y empezó a leer en voz alta. Bovril hablaba de vez en cuando, repitiendo feliz las nuevas palabras, digiriéndolas todas.

«…Seguramente la valentía corría por sus venas al ser sobrino del intrépido aviador Artemis Sharp que pereció en un desgraciado incendio de un globo aerostático hace unos pocos años. Sharp fue condecorado póstumamente con la Cruz al Valor Aéreo por haber salvado a su hija Deryn de las terribles llamas de la deflagración».

—Alek volvió a sentarse. Parpadeó para quitarse el sueño de encima, aún mirando las palabras. «¿Su hija Deryn?».

Periodistas. Alek inspiró profundamente. Era sorprendente cómo podían tergiversar incluso los hechos más simples. Le había explicado mil veces a Malone que «Ferdinand» era el segundo nombre de su padre. Y aun así, el hombre se había referido a Alek como «Aleksandar Ferdinand», en varios momentos, ¡como si fuese su apellido!

—Su hija Deryn —repitió Bovril.

—Pero ¿por qué alguien se equivocaría y cambiaría a un chico por una chica? ¿Y de dónde había salido aquel improbable nombre de Deryn? Tal vez algún miembro de la familia de Dylan había engañado a Malone para ocultar el hecho de que los dos hermanos habían entrado en el Ejército del Aire juntos.

Pero Dylan había dicho que todo aquello era mentira, ¿verdad?

De modo que Deryn tenía algo que ver con el verdadero secreto de la familia, del que Dylan no quería hablar.

Por un momento, Alek se sintió confundido y pensó en dejar ya el periódico, olvidar todo aquello y respetar los deseos de Dylan. Necesitaba dormir.

Pero en lugar de hacerlo, leyó un poco más…

«En el momento del trágico accidente —escribía el Daily Telegraph de Londres—: las llamas explotaron por encima de ellos, el padre lanzó a su hija fuera de la minúscula barquilla y al salvar la vida de la pequeña selló su propio destino. Seguramente nuestros compatriotas en todo el Atlántico tienen suerte de contar entre sus aviadores con hombres valientes como los Sharp en esta terrible guerra».

—Sellar su propio destino —dijo Bovril gravemente.

Alek asintió con la cabeza lentamente. De modo que el error se había cometido hacía dos años, en un periódico británico, y lo único que había hecho Malone era copiarlo. Tenía que ser aquello. Pero ¿cómo era posible que el Telegraph cometiera un error tan extraño?

Entonces un escalofrío recorrió la espina dorsal de Alek. ¿Y si realmente había una Deryn y Dylan estuviese mintiendo sobre todo aquello? ¿Y si el muchacho solamente viese el accidente y se hubiese incluido en la historia en lugar de su hermana?

Alek sacudió la cabeza ante aquella absurda idea. Nadie se atrevería a exagerar la historia de la muerte de su propio padre. Tenía que ser un sencillo error.

Entonces, ¿por qué Dylan mentía al Ejército del Aire sobre quién era su padre?

Un extraño sentimiento, parecido al pánico estaba invadiendo a Alek. Tenía que ser el cansancio, agravado por el extraño error de aquel periodista. ¿Cómo se suponía que tenía que creer todo lo que leía, cuando los periódicos podían hacer que la realidad se mostrase completamente alterada? Algunas veces se sentía como si el mundo entero estuviese construido sobre mentiras.

Se echó de espaldas, obligándose a cerrar los ojos y deseando que su corazón desbocado empezase a ir más despacio. Los detalles de la tragedia sucedida hacía años ya no importaban. Dylan había visto cómo su padre moría y su corazón aún estaba destrozado por aquello, de eso Alek estaba seguro. Tal vez el chico no supiera lo que había pasado aquel terrible día.

Alek permaneció echado durante un buen rato, pero no tenía sueño. Finalmente abrió los ojos y miró a Bovril.

—Bueno, ahora ya sabes todos los hechos.

La criatura solo se le quedó mirando fijamente.

Alek esperó otro instante y más tarde suspiró.

—¿Verdad que no vas a ayudarme con este misterio? Por supuesto que no.

El muchacho se quitó las botas y cerró los ojos de nuevo, pero todavía le daba vueltas a la cabeza. Lo único que deseaba en aquel instante sobre todas las cosas era descansar un poco teniendo por delante la idea de pasarse la noche de vigilancia. Sin embargo, Alek estaba totalmente desvelado, como si el insomnio fuese un visitante no deseado en su cama.

Entonces Bovril se arrastró hasta quedar junto a su cabeza, buscando calor para protegerse del frío que penetraba por las ventanas de la nave.

Señor Deryn Sharp —susurró la criatura en su oído.

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