ONCE

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—Deja que lo haga yo —susurró Alek de nuevo.

Deryn puso los ojos en blanco.

—No seas ridículo. Me conozco cada palmo de esta nave. Tú ni siquiera has estado nunca en el laboratorio.

—Pero ¿no te das cuenta de que no puedes colarte en la habitación de un hombre mientras está durmiendo? —dijo Alek, con la voz rota al hablar en susurros.

—¿Y tú sí puedes? ¡Eres un maldito príncipe! No creo que eso te cualifique para entrar a robar en un sitio.

Alek iba a soltar algo más, pero Deryn no le hizo caso y miró por el corredor a un lado y a otro. Después de un día en el que había tenido lugar un aterrizaje con cuerda y cabrestante y veintiocho nuevos e inesperados pasajeros, la tripulación, exhausta, estaba en su mayoría dormida, y los pasillos de la aeronave, vacíos y oscuros.

—Quédate aquí y mantente en silencio.

—El señor Tesla está bastante desequilibrado. ¿Quién sabe lo que hará si se despierta? Volger dijo que su bastón de paseo es bastante peligroso —susurró Alek.

—Sí, sí que lo está —murmuró Deryn. Tesla había prometido al capitán que no dispararía el bastón dentro de la aeronave. Pero ¿qué sucedería si sorprendía al inventor y al asustarse olvidaba que estaba en el interior de una bolsa de hidrógeno gigante?—. Creo que tendré que asegurarme de no despertarle.

—¿Y por qué no le dices sencillamente a la doctora Barlow que el señor Tesla tiene algo en su camarote? Los soldados pueden ir a buscarlo por la mañana —susurró Alek.

Deryn hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ya sabes lo astuta que es la doctora. Quiere que todo se haga sin que nadie se entere, para que Tesla no sepa que ella le está vigilando.

—Por supuesto. Esta mujer está a años luz de tomar el camino más sencillo.

—Escucha, si quieres ayudarme, espera aquí y rasca un poco la puerta tres veces si alguien viene —ella señaló a la bestia—. Y no le quites ojo a Bovril. Él oirá cualquier paso antes que tú lo hagas.

—No te preocupes. No me voy a mover de aquí, excepto para ocultarme si oigo algo extraño.

Deryn recordó el sonido susurrante que Bovril había hecho cuando abandonaron las cubiertas inferiores.

—Si alguno de los rusos de Tesla nos vio ahí abajo, es probable que vaya corriendo a contárselo.

Alek abrió la boca para protestar de nuevo, pero Deryn le silenció con una severa mirada y sacó las llaves de la doctora Barlow de su bolsillo. La más grande estaba etiquetada con la palabra «LABORATORIO» y encajaba perfectamente en la cerradura.

Chist —dijo Bovril respirando agitada y silenciosamente.

Cuando se abrió la puerta, una cuña de luz verdosa se derramó por la habitación y Deryn contuvo el aliento. Por supuesto, lo más fácil era que los descubriesen enseguida. Aunque ella era sencillamente un cadete de servicio comprobando si un importante pasajero se encontraba bien.

No obstante, el señor Tesla estaba dormido en su litera y su respiración era profunda y lenta. La luna casi llena relucía a través de la ventana y los instrumentos de cristal que el doctor Busk había dejado allí brillaban con su luz perlada.

Deryn entró y se apoyó en la puerta, sintiendo los latidos de su corazón en su magullado pie. La puerta se cerró tras ella con un suave clic, pero aun así el señor Tesla no se movió.

En el suelo había una maleta de piel abierta en la que se veía una camisa pulcramente doblada que resplandecía bajo la luz de la luna. El bastón eléctrico de paseo estaba apoyado en la mesa del laboratorio sin el mango dejando al descubierto un par de cables. Cuando los ojos de Deryn se acostumbraron a la oscuridad, la muchacha vio que los cables estaban conectados a la corriente de la aeronave. De modo que aquel caraculo estaba recargando su bastón a pesar de la promesa que le había hecho al capitán.

Deryn dio unos pocos pasos más en el interior de la habitación y notó que el pie aún le dolía en el lugar donde el aparato le había golpeado. Se arrodilló junto a la maleta y pasó una mano por la camisa que había encima de todo, palpando capa a capa. Solo había ropa.

Frunció el ceño buscando con la mirada por la habitación. El doctor Busk había quitado la mayor parte de sus aparatos de científico, de modo que el laboratorio no estaba tan abarrotado como solía estar habitualmente. No había demasiado espacio para ocultar nada, al menos nada lo suficientemente grande para crear una explosión a cuarenta millas de distancia. No obstante, los pequeños relámpagos habían señalado directamente hacia aquel camarote, de modo que fuera lo que fuese que había encontrado Tesla tenía que estar allí.

Soltó un juramento por debajo de la nariz. Era propio de la científica enviar a Deryn a buscar algo sin decirle lo que era.

Justo cuando estaba allí arrodillada reflexionando, oyó que rascaban la puerta suavemente. Era Alek alertándola de que alguien se acercaba…

Allí no había nada donde ocultarse, de modo que Deryn se dejó caer de manos y rodillas y se coló rodando debajo de la cama.

Esperó allí escondida en la oscuridad, con el corazón desbocado. No se escuchaba ningún sonido proveniente del pasillo, nada excepto el sonido del viento y la respiración regular del señor Tesla.

Tal vez solo se trataba de un miembro de la tripulación que pasaba por allí…

Pero entonces se escucharon unos suaves golpecitos llamando a la puerta. Deryn procuró ocultarse aún más si cabe bajo la cama cuando los golpes insistieron con más fuerza. Finalmente la puerta se abrió, derramando la luz de las luciérnagas en la habitación.

Deryn maldijo en silencio: había olvidado cerrar la puerta.

Un par de botas forradas de piel entraron y se acercaron a la cama, y la muchacha escuchó el nombre de Tesla entre un chorro de palabras susurradas en ruso. La voz de Tesla repuso, dormida y confusa al principio; luego un par de pies desnudos que bajaron de la cama quedaron ante sus ojos y se inició una conversación en voz baja en ruso.

Allí echada, Deryn se dio cuenta de que algo se le estaba clavando en la espalda. Alargó la mano y palpó un objeto envuelto en un saco de lona. Era duro como una piedra.

Deryn tragó saliva. Tenía que ser lo que estaba buscando, pero no era más grande que una pelota de fútbol. ¿Acaso Tesla había recorrido seiscientas millas para encontrar algo tan pequeño?

Si se daba la vuelta para observarlo mejor haría demasiado ruido, de modo que intentó respirar más despacio y esperó, mirando las botas de piel e intentando no hacer caso a su dolorido pie.

Finalmente, aquella conversación susurrada terminó. Las botas se alejaron hacia la puerta y el par de pies desnudos se movieron cuando Tesla se puso de pie. Deryn apretó los puños. ¿Iba a comprobar su preciosa carga oculta bajo la cama?

Sin embargo, los pies se dirigieron silenciosamente hacia la puerta y Deryn escuchó cómo el científico sacudía el pomo. Seguramente Tesla se estaba preguntando cómo era posible que su amigo ruso hubiese podido entrar sin poblemas. Pero después de aquel largo y frenético día, ¿estaba seguro de haber cerrado la puerta antes de irse a la cama?

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«UN MERODEO INTERRUMPIDO»

El roce de una llave llegó a sus oídos y luego el clic de un cerrojo al cerrarse. Los pies desnudos volvieron a la cama, que crujió sobre la muchacha cuando el hombre se metió de nuevo en ella.

Deryn se quedó allí echada, escuchando su respiración, consciente de que tendría que esperar una eternidad para asegurarse de que aquel hombre estaba dormido de nuevo. Por lo menos su dolorido pie impediría que se durmiese.

Aquel misterioso objeto aún se le clavaba en la espalda y su tamaño todavía le preocupaba. ¿Cómo era posible que aquel aparato detectase algo tan pequeño desde el otro extremo del navío?

«Campos magnéticos», había dicho Klopp.

Deryn se puso la mano en el bolsillo y sacó su brújula. La arrastró por debajo de la cama colocándola a la altura de su rostro y captó un fragmento de luz de luna…

Se reflejó la sorpresa en su mirada. La aguja señalaba directamente al objeto, hacia la proa de la nave y sin embargo su rumbo era sur-sureste y no directo al norte.

Aquel misterioso objeto estaba magnetizado. A la fuerza tenía que ser lo que Tesla había estado buscando.

Deryn contó hasta mil latidos lentos antes de atreverse a darse la vuelta. Palpó la bolsa de lona en la oscuridad y, cuando metió los dedos dentro, estos tocaron una fría superficie de metal. No era suave, como metal fundido, sino tan nudoso y áspero como un trozo de queso viejo.

Intentó comprobar el peso del objeto, pero este no se movió del suelo. Era de metal sólido y rematadamente pesado, por supuesto. Incluso las bombas aéreas huecas requerían dos hombres para levantarlas.

¿Qué demonios era aquello?

La doctora Barlow tal vez lo sabría, si Deryn pudiese llevarse una muestra de algún modo.

Recordó el capítulo que hablaba de las brújulas del Manual de Aerología El hierro era el único elemento magnético y una gran masa de este material en el núcleo terrestre era lo que hacía que las brújulas funcionasen. Frotó el metal, olió sus dedos y captó un olor casi parecido a la sangre fresca. También la sangre contenía hierro…

Y el hierro era mucho más blando que el acero.

Sacó su navaja y la deslizó dentro de la bolsa. Sus dedos buscaron hasta que encontró una pequeña astilla que sobresalía de la rugosa superficie del objeto. Tesla ya estaba roncando, de modo que Deryn empezó a arrancar la astilla, con la lona de la bolsa apagando el sonido del cuchillo al raspar el metal.

Mientras lo manipulaba, su mente no dejaba de dar vueltas planteándose preguntas. ¿Tal vez el arma de Tesla usó un proyectil de algún tipo y eso era todo lo que quedaba de él? ¿O es que la explosión aérea de alguna forma había fundido el hierro en la congelada tierra siberiana?

Una cosa sí era cierta: la afirmación del señor Tesla de que había causado toda aquella destrucción ahora parecía más creíble.

Finalmente, la astilla se desprendió y Deryn se la guardó en un bolsillo. Estiró sus músculos cuidadosamente uno a uno. No quería que sus piernas se acalambrasen mientras salía subrepticiamente de la habitación.

Se arrastró por debajo de la cama y lentamente se puso de pie, observando cómo el pecho de Tesla subía y bajaba mientras sacaba las llaves del bolsillo. La puerta se abrió con un suave clic, y un momento después Deryn ya estaba en el pasillo.

Alek estaba allí pálido y con un cuchillo en la mano. Bovril aún continuaba posado en su hombro, tenso y con los ojos muy abiertos.

Deryn se puso un dedo sobre los labios y se dio la vuelta y cerró la puerta con llave de nuevo. Haciéndole señas con la mano, condujo a Alek a la cantina de los cadetes. Él la siguió, con su expresión aún ansiosa y mirando nervioso por los pasillos.

—Ya puedes guardar eso —dijo Deryn cuando cerró la puerta de la cantina.

Alek se quedó mirando su cuchillo un momento y luego lo deslizó de nuevo en su bota.

—Ha sido una locura, quedarse ahí dentro esperando. Cuando aquel otro tipo se quedó tanto rato estuve a punto de entrar para asegurarme de que estabas bien —dijo.

—Por suerte no lo hiciste —dijo ella, pensando en por qué Alek estaría tan nervioso aquella noche—. Habrías provocado un lío sin motivos. ¡Y fíjate, mientras me ocultaba de aquel ruso bajo la cama, encontré algo!

Sacó la esquirla de metal de su bolsillo y la colocó en la mesa del comedor. No parecía gran cosa allí bajo la luz, tan solo un pequeño trozo negro brillante de la medida del dedo meñique de Bovril.

—Eso no puede ser lo que ha venido a buscar Tesla. Es demasiado pequeño —dijo Alek.

—Eso es solo un minúsculo trozo, bobo. El resto es tan grande como tu tonta cabeza.

Alek arrastró una silla y se sentó a la mesa de la cantina, con aspecto exhausto. Me parece extrañamente pequeño. ¿Cómo es posible que aquel aparato lo detectase?

—Observa esto —la muchacha sacó su brújula y la acercó a la esquirla de metal, lo cual hizo que la aguja empezase a temblar—. ¡Es hierro magnetizado!

Bovril bajó arrastrándose del hombro de Alek y se acercó lo suficiente para olisquearlo.

—Magnetizado —dijo la bestia.

—No lo comprendo —dijo Alek—. ¿Qué tiene que ver el magnetismo con una explosión?

—Creo que es algo que tendrán que averiguar los científicos.

—También le preguntaré a Klopp a ver qué opina. Tenemos que averiguar si Tesla dice la verdad antes de que salga de esta aeronave.

Deryn frunció el ceño.

—¿Y cuándo sucederá eso exactamente?

Alek hizo repiquetear los dedos sobre la mesa un momento y después sacudió la cabeza.

—No sabría decírtelo.

Deryn perdió un poco los nervios. Había algo extraño en la forma en que Alek la miraba, no era solo el cansancio y los nervios. El muchacho había estado tenso toda la noche, pero sus ojos encerraban algo más tormentoso.

—¿Qué significa eso de que no sabrías decírmelo? ¿Qué sucede, Alek? —preguntó ella.

—Tengo que hacerte una sencilla pregunta —dijo despacio—. ¿Escucharás todo lo que te diga? ¿Y me responderás sinceramente?

Ella asintió con la cabeza.

—Pregunta.

—Está bien, entonces —inspiró profundamente. ¿Puedo confiar en ti, Deryn? ¿Confiar realmente en ti?

—Sí. Claro que puedes.

Alek suspiró y se levantó. El muchacho se dio la vuelta sin mediar otra palabra y salió de la habitación.

Deryn frunció el ceño.

—Pero ¿qué demonios te…?

—¿Puedo confiar en ti, Deryn? —repitió Bovril y a continuación se repanchingó por la mesa, riendo.

Algo se enroscó con fuerza y duramente en su pecho. Alek la había llamado Deryn.

Él lo sabía.