VEINTE

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—¿Listo? —preguntó Deryn.

—Supongo que sí —Alek miró la cuerda atada al arnés de su traje de vuelo.

Pensó en qué diría el conde Volger de él si lo viera atado a una plebeya. Probablemente algo desagradable.

Pero sin duda aquello era mejor que permitir que una amiga saliera allí afuera sola.

Deryn abrió la escotilla, y una ráfaga de aire helado provocó que Alek sintiera un escalofrío a través de su traje de vuelo empapado. A medida que seguía a la muchacha bajo la lluvia, los cinco metros de cuerda que los separaban cada vez resultaban más pesados por culpa del agua.

—Si los motores se ponen en marcha, déjate caer boca abajo en el suelo, y sujétate con fuerza a los flechastes —aconsejó Deryn.

Alek no discutió. Los momentos de chaparrón soportados a toda velocidad ya habían sido lo suficientemente convincentes.

Siguió a Deryn hacia la proa, manteniéndose en el centro de la columna, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Más abajo, la superficie del océano se agitaba furiosamente y el viento desgarraba las crestas de las olas como si fuesen columnas de vapor.

—Pacífico significa tranquilo. Hasta ahora, este océano no está haciendo honor a su nombre —dijo él.

—Desde luego, y créeme, es mucho peor ahí abajo de lo que parece ya que hemos igualado la velocidad del viento, así que todo lo que sentimos es esta extraña ráfaga.

Alek asintió con la cabeza. El cielo estaba oscuro, la lluvia seguía cayendo y podía oler el destello mortal de los relámpagos, pero el aire estaba extrañamente tranquilo. Era como estar plácidamente en el ojo de una tormenta, con sus energías bullendo a su alrededor, a la espera de ser liberadas.

—Entonces, ¿por qué el cable suelto se mueve de esta manera?

La mano de Deryn describió un arco en el aire.

—La joroba siempre provoca un poco de flujo de aire incontrolado tras ella cuando la nave navega en vuelo libre como un globo, desde que las primeras aerobestias fueron fabricadas. Los cerebritos nunca han sido capaces de arreglar este efecto.

—¿Quieres decir que el darwinismo tiene sus defectos?

—También los tiene la naturaleza. ¿Alguna vez has visto a un alcatraz patirrojo intentando aterrizar?

Alek la miró con gesto malhumorado.

—Me temo que no tengo conocimientos sobre los alcatraces patirrojos.

—Bueno, yo nunca he visto uno tampoco. ¡Pero todo el mundo dice que son rematadamente graciosos!

Se estaban acercando a la joroba de la aerobestia y Alek sentía que la resistencia del aire era cada vez más fuerte. La sección suelta de la antena parecía un destello plateado bailando entre los flechastes.

—¡Cuidado por dónde pisas por aquí! —gritó Deryn.

Cada metro que avanzaban, el flujo de aire crecía en intensidad, convirtiendo la lluvia en una mancha borrosa al chocar contra los anteojos de Alek, pero no se atrevió a quitárselos. El cable suelto se agitaba como el tentáculo de una criatura moribunda y no le apetecía dejar sus ojos sin protección.

Deryn se detuvo.

—¿Lo oyes?

Alek escuchó. Por encima del fragor de la lluvia, oyó un repiqueteo distante.

—¿Los motores impulsores traseros?

—Sí, a baja velocidad —repuso Deryn preocupada—. Esperemos que solo sea que están rectificando la dirección de la nave. ¡Vamos!

Se acercó corriendo al cable que revoloteaba arrastrando tras de sí a Alek con su arnés. El viento cambiaba de rumbo cada pocos segundos ahora, enviándoles la lluvia que caía en una docena de pequeños remolinos. El cable se agitó alejándose justo cuando Deryn saltó para atraparlo, pero Alek consiguió plantar una bota sobre él aplastándolo, para que dejase de moverse.

Deryn buscó en su bolsa de herramientas.

—Voy a empalmar otras diez yardas a la antena. Eso debería aflojarlo lo suficiente y así evitaremos que se suelte de nuevo. Ve a buscar el otro extremo por donde se ha roto.

—No puedo ir a ninguna parte, Deryn, estamos atados juntos, ¿recuerdas?

Ella bajó la vista hacia la cuerda.

—Ah, es cierto. ¿Sabes qué? Es mejor que sigamos así.

Alek no discutió.

—Si el señor Rigby no ha podido avisar a los oficiales, los motores podrían volver a ponerse en marcha en cualquier momento.

Deryn trabajó rápidamente con los alicates, sus manos se movían tan seguras como siempre cuando se trataba de nudos y cables. Alek se fijó en lo bastas que eran. Por supuesto, las manos de cualquier marinero estaban llenas de callos y cicatrices pero, ahora que sabía que ella era una chica…

Intentó sacudirse aquel pensamiento de su cabeza. En momentos como aquel lo mejor era que pensase solamente en que ella era un chico, cualquier otra cosa resultaría demasiado confusa.

—Hecho —dijo ella—. Vayamos a buscar el otro extremo suelto.

Cuando Alek se incorporó, un escalofrío recorrió su cuerpo por debajo de su traje de vuelo mojado.

—¿Es que el viento es ahora más fuerte?

Deryn ladeó la cabeza para escuchar mejor.

—Sí, parece que los motores traseros funcionan un poco más rápido.

—Y además estamos perdiendo altura.

Bajo ellos, las gigantescas olas ya eran claramente visibles, con sus crestas destacando brillantes contra el agua oscura.

—Maldita sea, me parece que tenemos problemas —Deryn se arrodilló de nuevo y puso un dedo en el agua que se estaba amontonando en la superficie de la aeronave—. ¡Ya casi media pulgada!

Por supuesto, está lloviendo.

Cerró los ojos.

—Deja que recuerde mis cálculos: cada pulgada de agua repartida por la membrana suma… ocho toneladas de peso a la nave.

Alek abrió la boca, pero tardó un momento en hablar.

—¿Ocho toneladas?

—Así es. El agua es condenadamente pesada —Deryn empezó a bajar por la espina hacia la cola, soltando tiras de cable tras ella—. ¡Vamos! ¡Encontremos el otro extremo y terminemos de una vez este trabajo!

Alek la siguió sin mediar palabra, con la mirada repasando la interminable longitud de la nave. La parte superior del Leviathan era enorme, por supuesto, por lo que una fina capa de agua sobre ella sumaría en total miles de litros. Y aunque el agua se escurría por los costados inclinados y caía fuera de la nave, la lluvia añadía constantemente más agua que la reemplazaba.

—Ya habrán soltado todo el lastre, pero creo que aún estamos ganando peso. Por esta razón perdemos altura —explicó Deryn.

Alek abrió mucho los ojos.

—¿Me estás diciendo que esta nave no puede volar bajo la lluvia sin estrellarse?

—No seas tonto, todavía podemos utilizar la elevación aerodinámica, pero eso es lo que me preocupa. ¡Mira, ahí está!

Se arrodilló y recogió un cabo suelto del cable enredado en los flechastes. Era el otro extremo del cable roto. Sus dedos trabajaron con rapidez, empalmándolo con el trozo de cable que llevaba para alargar la longitud total del cable.

Alek se quedó junto a ella, protegiéndola de la lluvia.

—¿Elevación aerodinámica? ¿Igual que cuando despegamos en los Alpes y tuvimos que volar un poco para conseguir despegar del suelo?

—Eso es. El Leviathan es como una gran ala. Cuanto más rápido vaya, más elevación generaremos. ¡Ya está! —tiró del cable entre sus manos una vez más, tensándolo fuertemente: el muevo empalme resistía.

—Así que cuando llueve, tu nave tiene que mantenerse en movimiento para poder permanecer en el aire —Alek miró hacia el océano. Las olas estaban aumentando su potencia, las más altas de ellas casi llegaban a la parte inferior de la nave—. ¿No crees que nos estamos acercando demasiado al agua?

—Sí —dijo Deryn—. El capitán está esperando todo lo que puede. Pero dudo mucho de que tengamos…

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire cuando los motores clánker volvieron a la vida. Deryn soltó una palabrota y después se quedó quieta un momento, escuchando.

—¿Tú qué opinas, Alek? ¿A un cuarto de velocidad?

El muchacho se arrodilló para presionar su mano contra la membrana.

—Yo diría que a media.

—¡Maldita sea! Jamás conseguiremos regresar al puente de mando si el viento vuelve a ser demasiado fuerte para caminar —miró a su alrededor—. Tal vez será mejor que nos quedemos aquí, donde la nave es más ancha. Será más difícil que caigamos.

Alek bajó la mirada hacia el oscuro mar rugiente.

—Buena idea.

—Pero tenemos que salir del canal de inundación.

—¿Del qué?

—Ya lo verás.

Deryn empezó a correr hacia popa. Alek se apresuró a alcanzarla. La nave aumentaba cada vez más su velocidad y el viento soplando a su espalda la empujaba cada vez más y más. Ahora la lluvia caía sobre ellos como frías agujas, y la vista, a través de sus anteojos, no era más que un borrón.

Aflojó el paso para limpiárselos, olvidando que había una cuerda tendida entre él y Deryn. La cuerda dio un fuerte tirón y las botas de Alek resbalaron por la superficie húmeda de la espina. Cayó mal, se quedó sin aire en los pulmones, y además se dio un fuerte golpe en la cabeza. Con el ruido del golpe resonando aún en sus oídos, Alek reparó en que incluso estando en el suelo se movía, deslizándose a lo largo del flujo del agua de lluvia. Se agarró con fuerza a los flechastes, pero sus dedos helados no querían cerrarse. Durante un terrible momento vio la pendiente del flanco de la aerobestia cayendo a lo lejos, por debajo de él.

Luego, la cuerda alrededor de su cintura se tensó de nuevo, deteniendo a Alek con un tirón. Finalmente, se quedó allí, sin saber si estaba bajando o subiendo y con el corazón latiéndole con fuerza.

Una voz resonó en su oído.

—¡Esto no sirve de nada! ¡Sujétate con un mosquetón!

Alek asintió con la cabeza, palpando a ciegas su mosquetón de seguridad. Lo colgó bruscamente en la red de cuerdas que tenía bajo él y más tarde se sentó, con la cabeza dándole vueltas. Cada segundo, los motores rugían con más fuerza y a medida que su potencia aumentaba, también aumentaba la fuerza motriz de la lluvia. Sus gafas estaban emborronadas y la cabeza todavía le daba vueltas por el impacto de la caída.

—Siento haberme caído —al hablar le dolía la cabeza.

—¡No te preocupes! Estamos lo suficientemente lejos, en la parte de popa. Solo quería alejarme de eso.

Alek se quitó los anteojos y siguió la mirada de Dylan. Arrastrado por todo el ímpetu de la aeronave, un canal de agua se estaba derramando por la parte trasera de la joroba, como una cascada formada después de un aguacero.

—¿Eso es el canal de inundación?

Deryn se echó a reír como una loca.

—Sí, yo nunca lo había visto así. ¡Y esto es solamente a tres cuartos de velocidad!

Alek cerró los ojos con fuerza, de repente no se acordaba de por qué estaba allí fuera en medio de aquella tormenta. Se sentía como si acabara de despertar y se encontrarse por arte de magia transportado desde su cama a la parte superior de la aerobestia.

—¡Cielos! ¡Alek, estás sangrando!

—¿Que estoy qué? —el muchacho parpadeó.

Deryn le estaba mirando la frente. Alek se tocó el lugar donde le dolía y después se miró los dedos. Estaban manchados de una fina y acuosa película de sangre.

—No es nada.

—¿Estás mareado?

—¿Por qué iba a estar mareado?

Alek iba a quitarse los anteojos, pero vio que ya los tenía en la mano. Aún tenía la visión borrosa, como si un grueso cristal se alzase entre él y el mundo.

—¡Porque te has dado un golpe en la cabeza, idiota!

—¿Que he hecho qué? —era difícil pensar con los motores rugiendo de aquella manera.

—¡Arañas chaladas, Alek! —Deryn le cogió ambas manos, mirándole fijamente a los ojos—. ¿Estás bien?

—Tengo frío.

Todo el calor de su cuerpo se le escurría con el frío de la tormenta y la fuerza de sus miembros era arrastrada por el agua helada que caía con fuerza. Alek quería ponerse de pie, pero el viento era demasiado fuerte. De pronto se escuchó un fuerte ruido y toda la nave tembló bajo ellos.

—¡Demonios! —soltó Deryn—. ¡Una ola acaba de impactarnos por debajo! Los oficiales han hecho que los motores elevasen la nave demasiado tarde.

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Alek miró a Deryn, con el ruido del choque de la ola aún resonando en su cabeza. Quería preguntarle algo acerca de los motores y la tormenta, pero de pronto la capa borrosa a través de su visión pareció disiparse.

—Eres una chica, ¿verdad?

—Pero ¿qué demonios? —Deryn abrió los ojos como platos—. ¿Tanto daño te ha echo el golpe en el cerebro? ¡Hace una semana que lo sabes!

—Sí, ya, pero ahora puedo… ¡verlo!

Incluso después de que se hubiese enterado de la verdad, la mentira había quedado atrapada en su mente, como una máscara sobre el rostro de Deryn. Pero de pronto la máscara había desaparecido. Se tocó la frente.

—¿Siempre has tenido este aspecto?

La respuesta de Deryn quedó ahogada por los motores.

Alek reconocía el sonido tras pasar largas horas en las cápsulas, el rugido distintivo de toda velocidad. El viento las empujó aún con más fuerza y la lluvia de repente se hizo tan fuerte como el granizo, de modo que se puso los anteojos otra vez.

—¡Has caído y te has dado en la cabeza! —gritó Deryn—. La nave pesa más con la lluvia, ¿te acuerdas? Así que han puesto los motores a toda velocidad —ella se volvió hacia la tormenta, con el brazo echado sobre el rostro protegiéndose, y observó la joroba que se alzaba sobre ellos—. ¡Y eso no es todo!

Alek entrecerró los ojos e intentó ver contra el viento y la vio: era una sábana blanca ondeando hacia ellos que descendía por la pendiente de la espina.

—Pero ¿qué diablos es eso?

—¡Es el agua de la curva que forma la cabeza de la aerobestia y que está cayendo toda de golpe! —la muchacha le rodeó con fuerza entre sus brazos—. ¡Sujétate a los flechastes antes de que nos golpee, no vaya a ser que tu cabo de seguridad se rompa!

Cuando Alek hundió los dedos en las cuerdas que había entre ellos, otro estruendoso boom sacudió la aeronave. Una ola inmensa pasó recorriendo la membrana, levantando a Alek y Deryn medio metro en el aire, pero los brazos de la muchacha le sujetaron fuertemente. Su cuerpo era una leve sombra de calidez entre el viento helado.

—¡Aún volamos demasiado bajos! ¡Una ola lo suficientemente alta podría golpear la…! —exclamó ella.

Una ráfaga de lluvia les azotó en aquel instante, a la altura de la rodilla, a toda velocidad. Pasó barriendo por donde estaban echados, llenando de agua la nariz y la boca de Alek. Se agarró a los flechastes con todas sus fuerzas, y sintió que Deryn le rodeaba con sus brazos también con todas sus fuerzas. Su cabo de seguridad se tensó al máximo cuando el torrente de agua intentó arrastrarlos a ambos por el inclinado flanco de la aerobestia.

Al cabo de unos pocos segundos la inundación cesó y el agua se derramó en ambas direcciones, hacia los costados de la espina dorsal. Deryn le soltó y Alek se sentó, escupiendo y tosiendo.

—Ganamos altura —dijo ella, mirando por el flanco—. La velocidad que hemos alcanzado ha expulsado un poco de agua.

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«OLEADAS DE AGUA EN LA ESPINA»

Alek se acurrucó en su traje de vuelo empapado, preguntándose si el mundo se había vuelto loco. El viento rugía con la furia de un centenar de motores, una lluvia como fría grava caía del cielo, y unos ríos congelados vaciaban sus heladas aguas por toda la extensión del Leviathan

Y su amigo Dylan era una chica.

—¿Es que el mundo se ha vuelto del revés? —dijo, acurrucándose para protegerse del frío y cerrando los ojos.

Su mundo se había resquebrajado la noche en que sus padres habían muerto y parecía que todo seguía resquebrajándose a su alrededor.

Deryn le sacudió.

—Tienes una herida en la cabeza, Alek. ¡No te duermas!

Él abrió un ojo.

—Hace un poco de frío para echar una siesta.

—¡Vale, de acuerdo, pero no te desmayes! —se acercó más; sus cabezas casi se tocaban—. Sigue hablándome.

Alek estaba echado temblando, intentando pensar qué decir. El estruendo de los motores parecía estar dentro de su cabeza, enredando sus pensamientos.

—Olvidé que eras una chica, solo por un momento.

—Sí. La caída te ha revuelto la azotea, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza; la extraña manera que tenía Deryn de expresarse le despertó un viejo recuerdo.

—Sí, se me ha revuelto la azotea. Dijiste algo así la primera vez que nos conocimos. Después de que te estrellaste en los Alpes.

—Sí, aquella noche yo estaba un poco chiflada. Pero tú también parecías un poco loco, haciéndote pasar por un contrabandista suizo.

—Lo que sucedía era que no sabía por lo que estaba intentando hacerme pasar. Ese era el problema.

Deryn sonrió.

—Como mentiroso eres un inútil, su principesca alteza. Te lo aseguro.

—Es la falta de práctica.

Alek se estremeció, y se acurrucó aún más junto a ella; el rostro de la muchacha estaba solo a unos pocos centímetros del suyo. Deryn llevaba puesta la capucha del traje de vuelo y su pelo mojado estaba pegado a su frente, lo que resaltaba aún más los ángulos de su cara.

Ella frunció el ceño.

—¿Te estás atontando otra vez?

Alek negó con la cabeza, pero sentía que los párpados le pesaban. Notó que su cuerpo dejaba de temblar, renunciando a luchar contra el frío. Sus pensamientos comenzaron a desvanecerse entre el fragor del mundo que le rodeaba.

—¡Mantente despierto! ¡Háblame! —gritó Deryn.

Alek buscó las palabras, pero la lluvia parecía diluir sus pensamientos antes de que pudieran formarse. Al mirar a Deryn, Alek sintió que su mente iba y venía, viéndola como una chica y luego como un chico.

Y entonces se dio cuenta de lo que tenía que decir.

—Prométeme que nunca más me mentirás.

Ella puso los ojos en blanco.

—¡Te lo digo en serio! —gritó por encima del viento—. ¡Tienes que jurármelo o no podremos ser amigos!

Deryn le miró fijamente de nuevo y entonces asintió con la cabeza.

—Aleksandar de Hohenberg, prometo no volver a mentirte jamás.

—¿Y no tener secretos para mí tampoco?

¿Estás seguro de que deseas eso?

—¡Sí!

—Está bien. No voy a ocultarte nada más otra vez, mientras viva.

Alek sonrió y dejó que sus ojos finalmente se cerrasen. En realidad era lo único que quería, que sus aliados confiasen en él y le contasen la verdad. ¿Era mucho pedir?

Seguidamente, sintió una cálida presión en su boca, unos labios tocando los suyos. Suave al principio, luego con más fuerza, temblando con una intensidad que se elevó por encima de la tormenta. Un escalofrío recorrió su cuerpo, que se estremeció como si acabase de despertar de pronto de un sueño. Abrió los ojos y se quedó mirando el rostro de Deryn.

Ella se apartó un poco.

—Despierta, príncipe bobo.

Él parpadeó.

—Acabas de…

—Así es, lo acabo de hacer. No tenemos secretos, ¿recuerdas?

—Sí, claro —dijo Alek y otro escalofrío recorrió su cuerpo, esta vez no a causa del frío. En aquel momento ya tenía la cabeza completamente despejada y solamente se escuchaba el chapoteo de la lluvia en el silencio que se acababa de erigir entre ellos—. Pero tú ya sabes que yo no puedo…

—Lo sé, eres un príncipe y yo, una plebeya —ella se encogió de hombros—, pero esto es lo que significa no tener secretos entre nosotros.

Él asintió con la cabeza lentamente, saboreando la calidez de su secreto aún en sus labios.

—Bueno, lo cierto es que ya estoy completamente despierto.

—¿De modo que también funciona con príncipes dormidos? —preguntó Deryn y, a continuación, su sonrisa se desvaneció—. Yo también necesito que me hagas una promesa, Alek.

Él asintió.

—Por supuesto, no voy a tener secretos para ti.

—Lo sé, pero no es eso —Deryn se apartó, con la mirada perdida en la oscuridad, aún rodeándole con sus brazos—, prométeme que mentirás por mí.

—¿Mentir por ti?

—Ahora que sabes lo que soy, no hay forma de escapar de ello.

Alek vaciló, pensando en lo extraño que era hacer un juramento para mentir.

Sin embargo, el juramento era a Deryn, y las mentiras serían a… cualquier otra persona.

—Está bien. Te juro que mentiré por ti, Deryn Sharp, lo que sea necesario para proteger tu secreto.

Decirlo en voz alta hizo que a Alek se le acelerase la respiración, y aquella sensación provocó que estallase en una carcajada.

—Probablemente lo harás fatal. Pero estamos metidos en este lío.

Él asintió, aunque por el momento no estaba seguro exactamente de qué tipo de lío era aquel. Ella le había besado, al fin y al cabo, y sin querer pensó en si ella iba a besarle otra vez.

Pero Deryn tenía la mirada perdida en la tormenta. Su expresión se tornó seria.

Alek tan solo podía ver oscuridad y lluvia.

—¿Qué ocurre?

—Ahí llega el rescate, su principesca majestad. Es decir, los cuatro aparejadores más corpulentos de la tripulación, arrastrándose a gatas contra un viento de frente de sesenta millas por hora. Arriesgando sus malditas vidas para asegurarse de que estás bien.

Ella se volvió con el ceño fruncido.

—Debe de ser agradable ser un príncipe.

—A veces, sí —dijo, y por fin dejó que sus ojos se cerrasen.

Otro escalofrío recorrió su cuerpo, sacudiendo todos sus músculos.

Deryn le sostuvo con más fuerza, prestándole algo de su calor hasta que las fuertes manos de los aparejadores lo alzaron y lo llevaron a un lugar cálido y tranquilo.