VEINTIOCHO

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—Los hombres que se ocupan de las cuerdas parecen bastante competentes y además este desfiladero mantiene constantemente el viento —comentó el capitán Hobbes.

Ninguno de los oficiales respondió. Estaban todos repartidos en distintos lugares del puente de mando, cada uno en una ventana distinta, buscando algún indicio de traición. Bovril se movió nerviosamente en el hombro de Alek, olfateando el aire inquieto.

En el exterior, los rebeldes trabajaban intensamente, tirando con fuerza de las cuerdas hacia el duro suelo y luego atándolas en postes metálicos clavados directamente en la roca. Las cuerdas temblaban a medida que los cabrestantes hacían descender al Leviathan y su enorme sombra se proyectaba extendiéndose metro a metro a lo largo del suelo del cañón. El capitán no había soltado hidrógeno, por si fuera preciso despegar rápidamente. Alek sentía como si la aerobestia estuviera luchando contra las cuerdas, igual que Gulliver entre los liliputienses.

—¿Realmente cree que estos rebeldes nos van a ayudar? —preguntó a la doctora Barlow.

—Eso espero, después de meternos en todo este lío —la doctora hizo un mohín con la nariz—. Estoy segura de que el señor Hearst solo quería introducir un poco de dramatismo en su noticiario.

—Noticiario —dijo su loris en voz baja pensativo.

—Y pensar que yo confiaba en aquel hombre —dijo el señor Tesla.

Desde que se había producido la avería, el científico había estado de mal humor, especialmente después de que los ingenieros de la cápsula del motor informasen de que el combustible de Hearst era el culpable.

—Tal vez el magnate quiera la paz —dijo la doctora Barlow—. Pero los conflictos venden periódicos.

—Me parece que ya he oído hablar de este hombre, Pancho Villa, ¿no es cierto? —preguntó Alek.

—Actualmente aparece en todos los periódicos —el señor Tesla contempló a través de la ventana al personal de tierra—. Se llama Francisco Villa, pero se hace llamar por su apodo, Pancho, porque es amigo de los pobres. Se apodera de las plantaciones de los ricos para dárselas a los campesinos.

—Un hábito bastante común entre los rebeldes —dijo la doctora Barlow, y su loris soltó un bufido—. Esperemos que no se le ocurra pensar en capturar aeronaves.

Alek negó con la cabeza. Por muy caótico que pudiera parecer el mundo, él sabía que la providencia le guiaba hacia la paz. Su búsqueda no podía terminar aquí, en este polvoriento cañón.

—¡Puente, al habla el cadete Sharp! —se oyó la voz de Deryn que surgía de la nada.

Todas las miradas se volvieron hacia el lagarto mensajero, que colgaba del techo.

—Caminantes en los barrancos sobre nosotros: por lo menos dos —dijo el lagarto—. ¡Podría ser una emboscada!

Se produjo un gran revuelo en el puente de mando y Bovril se estremeció en el hombro de Alek. Los oficiales se reunieron alrededor del capitán.

—¿Caminantes? Pero si son darwinistas —se extrañó Alek.

—Las aeronaves que nos han rodeado tenían motores clánker —observó Tesla.

La doctora Barlow miró por la ventana.

—Esta situación es inquietante, puesto que el Leviathan es muy vulnerable si le atacan desde arriba.

Alek trató de mirar hacia arriba por los barrancos que los rodeaban, pero la bolsa de gas de la aeronave bloqueaba el cielo. Se sentía atrapado debajo de la vasta extensión de la aeronave.

—¡Condenado Hearst y sus jugarretas para conseguir noticias!

—Prepárense para soltar todo el lastre —anunció el capitán.

—¿Cortamos las cuerdas de amarre, señor? —preguntó un oficial.

—No se moleste. Con el impulso que alcanzará la nave se romperán.

—Creo que va a ser un poco desagradable —murmuró la doctora Barlow—. Cuando se parten esas cuerdas pueden decapitar a un hombre.

Afuera, el personal de tierra seguía trabajando pacientemente para asegurar los cabos, sin sospechar de ninguna manera el caos que estaba a punto de desatarse.

Ante ellos surgió una figura de vuelo perfecta, un par de alas planeaban plegadas sobre su espalda.

Alek se volvió hacia la doctora Barlow.

—¡Pero Newkirk está ahí fuera! ¡No podemos dejarlo atrás!

—Me temo que sí. Si esto es una emboscada, no podemos permitirnos avisarles —repuso la científica con un gesto apesadumbrado.

—¿Quiere decir que simplemente…? —comenzó Alek, pero una forma oscura cruzó oscilante por encima del suelo, se podía distinguir una sombra pequeña y alada un poco más allá del extremo de estribor de la aeronave.

—Estén atentos a mi señal —el capitán Hobbes levantó la mano.

Alek entrecerró los ojos, observando cómo la sombra rodaba en círculos cada vez más precisos. Su forma le recordó las alas que planeaban sobre la espalda de Newkirk.

—Deryn Sharp —susurró Bovril.

—¡Esperen! —gritó Alek, corriendo hacia el capitán. Tan solo se había acercado dos pasos cuando un guardia marina le bloqueó el paso—. ¡Es Dylan!

El capitán se volvió con la mano aún levantada.

—¡El cadete Sharp baja en picado! ¡Debe de haber un motivo! —gritó Alek.

Los oficiales se mantuvieron preparados en sus puestos con la mirada fija en el capitán. El hombre vaciló un instante y después miró al primer oficial.

—Eche un vistazo.

Alek volvió a las ventanas señalando la sombra que seguía revoloteando. Ahora los hombres que se encontraban junto a las cuerdas de amarre la habían visto. Miraban hacia arriba y se llamaban unos a otros.

—¿Cómo sabe que es Sharp? —preguntó el primer oficial.

—Porque está… está… —balbuceó Alek.

—¡Es el señor Sharp! —declaró Bovril.

La forma alada de Deryn pasó como una centella ante ellos por debajo del borde de la bolsa de gas, descendiendo a toda velocidad en un ángulo absurdo, ondeando dos banderas de señales. Apareció fugazmente junto a las ventanas del puente de mando agitando los brazos y seguidamente desapareció.

—¿Alguien ha leído la señal? —preguntó el capitán.

—«A-M», señor —dijo uno de los navegantes—. Es todo lo que he captado.

—Es una emboscada, señores. Manténganse preparados en sus posiciones, muchachos —dijo el capitán.

—Discúlpeme, señor —dijo el primer oficial—. Pero había una «C» al principio.

El capitán Hobbes vaciló, sacudiendo la cabeza.

Alek corrió hacia el otro extremo del puente. La sombra de Deryn revoloteó y, un momento después, volvió a quedar de nuevo a la vista. Atravesó por delante de las ventanas frontales volando bajo, dispersando al personal de tierra que tenía ante ella.

En sus manos seguían ondeando las banderas de señales cuando de repente sus botas patinaron al tocar el duro suelo. Enseguida Deryn consiguió recuperar el control pero se le cayeron las banderas.

Las alas la levantaron una vez más, la estrujaron y retorcieron, dejándola caer seguidamente con un fuerte golpe. El personal de tierra se acercó corriendo desde todas direcciones haciendo desaparecer a Deryn entre una nube de polvo.

—¿Alguien captó la señal? —gritó el capitán.

—¿«A-R-A»? —sugirió dudoso el primer oficial.

—«C-A-M» —murmuró Bovril, y de repente todo encajó.

—¡Los caminantes de los barrancos! ¡Son plataformas de cámaras! —dijo Alek.

—¿Caminantes cámaras? —el capitán hizo un gesto dubitativo con la cabeza—. ¿Por qué iban a tener los rebeldes ese tipo de equipo?

—Con Sharp volando cerca, deben de saber que los hemos visto —afirmó el primer oficial—. Señor, deberíamos soltar…

—¡La película! —gritó la doctora Barlow—. Esos cañones contienen rollos de película sin exponer. Los rebeldes deben de tener cámaras de cine. ¡Esto no es un ataque!

El puente de mando permaneció en silencio unos instantes. Todos los ojos estaban puestos en el capitán, que permaneció con los brazos cruzados firmemente haciendo repiquetear los dedos.

—Todavía no nos han disparado, aun así, manténganse en sus posiciones y a punto para soltar todo el lastre en caso de que se escuche algún ruido parecido a un arma de fuego —ordenó finalmente.

Alek exhaló un lento suspiro y las garras de Bovril se sujetaron con fuerza sobre su hombro.

Entonces habló el doctor Busk:

—Sharp parece herido.

Alek corrió hacia la parte delantera del puente abriéndose paso entre los marines. Desde las ventanas frontales, la vio acurrucada en el suelo a unos cien metros de distancia.

—¡Voy hacia allí!

El capitán carraspeó.

—No puedo permitirlo, Su Alteza.

—¿Acaso hay alguien más en esta nave que hable español? —preguntó Alek, confiando en que entre el italiano y el latín podría hacerse entender.

El capitán miró a sus oficiales y luego negó con la cabeza.

—No es probable que ocurra, pero si la situación empeora, nos veremos obligados a soltar el lastre.

—Exactamente. ¡Cualquier equivocación podría ser un desastre, así que deme la oportunidad de resolver esto!

El capitán lo pensó un momento, a continuación suspiró y se volvió hacia el doctor Busk.

—Vaya usted con él y llévese a cinco marines.

Newkirk ya estaba junto a Deryn. Una multitud formada por los hombres de Villa los rodeaba, uno hacía señales con la mano y pedía un «médico» (en español), que sin duda quería decir «doctor», por lo menos en italiano. Algunas cuerdas de amarre se habían soltado y un oficial estaba tratando de volver a atar los cabos.

—¡Dylan! —gritó Alek, abriéndose paso a través de la multitud.

Los rebeldes se apartaron mirando con gran curiosidad a Bovril.

Newkirk alzó la mirada, con el rostro manchado de polvo.

—Está consciente, pero se ha dado en la pierna.

—¡Por supuesto que estoy consciente, maldita sea! ¡Me arde como si fuesen llamaradas! —gritó Deryn.

Alek se arrodilló junto a ella. Tenía el brazo izquierdo de su uniforme desgarrado y ensangrentado y oprimía una rodilla contra su pecho. Tenía los ojos fuertemente cerrados luchando contra el dolor que sentía.

Bovril hizo un ruido suave y triste, y Alek tomó la mano de Deryn.

—He traído al doctor Busk —le dijo.

Deryn abrió los ojos de golpe y le susurró:

—¡Bobo!

Alek se quedó petrificado. Herida o no, Deryn no podía permitirse el lujo de tener un cirujano husmeando junto a ella.

—¡Newkirk, mande a estos hombres de vuelta a sus posiciones! —ordenó Alek. Luego le susurró a Deryn—: cógete de mi brazo; si puedes ponerte en pie, no creo que se acerque.

—Quédate a mi derecha —dijo ella, agarrando su hombro.

Alek empezó a contar a la de tres en voz baja, luego se puso de pie tirando de ella, ayudándola a sostenerse sobre una sola pierna. Juntos se prepararon para enfrentarse al doctor Busk, que se estaba abriendo paso entre la multitud con los marines.

Deryn se apoyó en su pierna buena para alzarse junto a Alek, amenazando con hacerle caer otra vez. Él se dio cuenta de que era bastante más alta que él, y más fuerte de lo que parecía; supuso que tenía los músculos trabajados de escalar. Bovril saltó al suelo amablemente.

Alek apretó los dientes y asintió con la cabeza al doctor Busk:

—El señor Sharp parece estar bastante bien.

El cirujano miró a Deryn de arriba abajo.

—¿Cree usted que puede mantenerse en pie, señor Sharp? Ha sufrido un gran impacto.

—Estoy bien, señor. Solo ha sido un golpe en la rodilla —se arrastró un poco hacia delante y Alek le ayudó a dar un paso—. Puedo moverme.

—Maldita sea, Sharp. Siéntese —el doctor Busk cogió su bolsa de cuero negro y sacó un par de tijeras largas—. Déjeme ver esa pierna.

Deryn miró a Alek y asintió levemente con la cabeza. Juntos avanzaron con dificultad hacia una roca plana que estaba cerca de allí. Deryn se dejó caer y Bovril se arrastró hacia su regazo. Ella hizo una mueca al sentir el peso de la bestia pero no emitió ningún grito de dolor.

Junto a la roca habían clavado una estaca de metal y la cuerda de amarre que estaba atada allí tembló enérgicamente. Alek imaginó que podía romperse con la suficiente fuerza como para cortarle la cabeza y miró hacia las ventanas del puente de mando. Solo pudo distinguir al capitán mirando hacia abajo y a sus oficiales rodeándole.

—Hemos recibido tu mensaje justo a tiempo —dijo Alek.

—«C-A-M-A-R-A» —dijo Bovril con orgullo.

—Ojalá no hubiera enviado el primero —dijo Deryn compungida mientras acariciaba la piel de Bovril—. Según dice la señorita Rogers, ¡el general Villa está trabajando en la maldita película! Por esta razón Hearst le está pasando armas y material de grabación. Quiere escenas de batallas para sus noticiarios.

—Noticiarios, ¡bah! —dijo Bovril.

—Quédese ahí, muchacho —el doctor Busk estaba cortando la pernera del pantalón de Deryn por encima de la rodilla.

Su carne se veía pálida alrededor de una contusión de color púrpura.

Se quedó mirando preocupada a Alek. Si resultase que la pierna estuviera rota, le sería imposible seguir con su engaño.

—¡Señor! —gritó uno de los marines—. Alguien viene.

El doctor Busk no levantó la vista.

—Necesitamos un poco de diplomacia, Alteza, por favor.

—Por supuesto.

Alek hizo a Deryn lo que se suponía que era un gesto tranquilizador, luego se puso de pie y se volvió. Dos criaturas enormes se acercaban a ellos y el personal de tierra se apartó a su paso.

La multitud se separó, dejando ver a un par de gigantescos toros fabricados. Medían por lo menos tres metros de altura, sus cuernos tenían puntas de metal y la envergadura de sus hombros era tan amplia como una locomotora. Montados en sus espaldas, los pilotos que conducían los toros sujetaban unas cadenas de acero que llegaban hasta los aros plateados de las narices de las bestias. Detrás de cada piloto estaba instalada una plataforma con otro soldado; un toro transportaba una ametralladora Gatling y el otro, una cámara de filmar.

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«PANCHO VILLA»

Casi oculto entre las dos enormes bestias había un jinete sobre un caballo. Llevaba botas de montar y pantalones claros, un sombrero de ala corta, y una cazadora marrón, cruzada con dos bandoleras de balas. Su ropa estaba tan arrugada como si se acabase de levantar de la cama y sobre un desaliñado e hirsuto bigote se dejaban entrever dos vivaces ojos castaños.

Alek conocía pocas palabras en español, pero se inclinó e intentó decir algo.

Sono Aleksandar, príncipe de Hohenberg.

El hombre se echó a reír y dijo en un inglés lento pero claro:

—Creo que quieres decir «soy». Yo soy el general Francisco Villa, gobernador revolucionario de Chihuahua, a su servicio.

—Es un honor, general —dijo Alek, inclinándose de nuevo.

Así que este era el famoso líder rebelde, el Robin Hood de los campesinos mexicanos. Alek se preguntó qué pensaría aquel hombre acerca del joven y rico príncipe que tenía ante él, y si el general habría escogido bando en la Gran Guerra europea.

La pistola que llevaba en su cinturón era un Mauser de fabricación alemana.

—¿Su hombre está herido? —le preguntó Villa.

Alek se volvió. Deryn se estremecía de dolor mientras el doctor Busk le aplicaba algunos apósitos en la rodilla.

—Esperemos que no, señor.

—Mi médico personal está a punto de llegar. Pero, por favor, ¿puede decirme por qué saltó de su nave? Por un instante nos puso muy nerviosos.

—Fue culpa de los caminantes cámara —Alek miró hacia arriba—. Hubo algo de confusión acerca de sus intenciones.

El hombre chasqueó la lengua.

—Ah, tendría que haberlo sabido. El pasado invierno uno de estos caminantes capturó a todo un pelotón de federales… ¡Pensaron que iba a dispararles!

Alek comparó la ametralladora y la cámara que llevaban los dos monstruosos toros.

—Un error comprensible. Parece extraño que un ejército viaje con una cámara de filmar como esta.

El hombre señaló la barquilla del Leviathan.

—¿Y no le parece raro que pueda viajar en su aeronave?

Alek levantó la vista y vio al señor Francis y a sus hombres filmando el encuentro a través de las ventanas abiertas de la cantina de los cadetes. Allí estaba él, delante de las cámaras actuando de nuevo.

—Parece que no hay forma de escapar de ellas —dijo Alek—. ¿Puede ayudarnos a reparar nuestros motores?

El hombre hizo una leve reverencia en su silla de montar.

—Por supuesto, todo formaba parte de mi trato con el señor Hearst, quien les envía sus disculpas por las molestias.

Alek estaba a punto de decir algo desagradable pero oyó un grito de Deryn y se dio la vuelta. El doctor Busk le estaba quitando ahora la chaqueta dejando ver una mancha roja que recorría su brazo izquierdo. En un momento le habría quitado también la camisa.

Alek se volvió hacia el general Villa.

—Por favor, señor. Si su médico pudiera darse prisa. Me temo que el cirujano de nuestra nave es… un poco incompetente.

—Está de suerte, entonces. El doctor Azuela tiene mucha experiencia con heridas de batalla. Villa señaló a un hombre que se acercaba a través de la multitud.

—Llévele a su amigo.

Alek hizo una rápida inclinación de cortesía y corrió de vuelta hacia donde estaba Deryn sentada. Luego posó con firmeza una mano sobre el hombro del doctor Busk.

—El general Villa preferiría que su propio médico viera al señor Sharp.

—Por el amor de Dios, ¿por qué?

—Insiste, puesto que es nuestro anfitrión —murmuró en voz baja Alek—. No deberíamos insultarle.

—Me parece de lo más irregular —se quejó el doctor Busk, pero se incorporó y se apartó un paso.

El doctor Azuela se aproximaba a través de la multitud. Era un hombre que no llegaba a los cuarenta años, vestido con un traje tweed y una pajarita, y que miraba a través de unas gafas pequeñas y redondas. Alek se acercó a él, intentando encontrar la forma de ocultar a Deryn. Levantó la vista hacia el sol radiante, buscando en su cerebro algunas palabras en español.

—El sol. Malo.

El médico mexicano echó un vistazo a Deryn, y después a la sombra del Leviathan a tan solo una docena de metros de distancia.

—¿Puede caminar? —dijo en un inglés excelente.

—No podemos moverle. ¿Hay alguna forma de protegerle del sol? —dijo Alek.

—Por supuesto —dijo el hombre, y empezó a gritar órdenes.

Pronto el personal de tierra empezó a extender velas de lona a través de las cuerdas de amarre, poniendo a Deryn a la sombra, fuera de la vista del Leviathan, bajo una tienda improvisada.

Mientras trabajaban, Alek llevó al doctor Busk a un lado.

—El general Villa quiere enviar un mensaje al capitán. Dice que hará todo lo posible para ayudarnos a reparar la nave.

—Bueno, al capitán le gustará escuchar eso, supongo. Voy a enviar a uno de los marines.

Alek negó con la cabeza.

—Quiere que sea entregado por un oficial.

El doctor Busk frunció el ceño mientras miraba las lonas.

—Ya… ¿Cuidará de Sharp, verdad?

—Por supuesto, doctor —dijo Alek dándose la vuelta, suspirando de alivio.

La única artimaña que quedaba por conseguir era que el médico rebelde no descubriera el secreto de Deryn o, por lo menos, evitar un escándalo al respecto.

A mitad del camino de vuelta a la tienda de campaña improvisada, Alek se dio cuenta de que había mentido a tres hombres en solo unos pocos minutos. Y, peor aún, que lo había hecho con mucha habilidad.

Hizo un gesto, ignorando el retortijón en su estómago. Después de todo, Deryn ya le había advertido acerca de aquel tipo de situación y él había dado su palabra. Esta era la batalla que ella luchaba todos los días y ahora él también formaba parte de su engaño.