VEINTINUEVE

Images VEINTINUEVE Images

Cuando Alek pasó entre las lonas que oscilaban mecidas por el viento, vio que en el interior solo se encontraban Deryn y el doctor Azuela. El personal de tierra había extendido un catre para Deryn y había dejado una caja para los instrumentos del médico. El rugir de los cabrestantes había comenzado a oírse de nuevo porque habían vuelto a sus cuerdas para hacer descender la nave. Bovril estaba abrazado alrededor del cuello de Deryn, ronroneando suavemente.

—¿Estás bien?

—He estado peor —dijo Deryn sin dejar de mirar los dedos del médico que comprobaban el estado de su brazo.

—No se lo ha roto —dijo el hombre—. Pero este corte es grave, tengo que coserlo. Quítese la camisa.

—No puedo. Mi brazo no se mueve —susurró Deryn.

El médico frunció el ceño mientras comprobaba de nuevo su antebrazo, palpándolo cuidadosamente con los dedos.

—Sin embargo hace un momento ha podido cerrar el puño.

—Corte la manga —dijo Alek, arrodillándose junto a ellos—. Yo le ayudaré.

El doctor Azuela miró fija y recelosamente a Deryn y Alek respectivamente mientras metía la mano en su maletín. Sacó un par de tijeras y empezó a cortar a partir del puño del uniforme de cadete y luego fue subiendo por su manga. La pálida piel de Deryn estaba resbaladiza por la sangre.

Deryn contuvo el aliento de golpe pues la mano libre del médico acababa de rozar su pecho. Azuela frunció el ceño, dudando un momento. Después, en un visto y no visto, las tijeras dieron la vuelta en su mano y las puntas afiladas temblaron apuntando a su garganta.

—¿Qué esconde debajo de la camisa? —quiso saber el doctor.

—¡Nada! —dijo Deryn.

—Lleva algo atado. ¡Lleva una bomba! ¡Asesino!

—Se equivoca —dijo Bovril con toda claridad.

Azuela se quedó mirando a la bestia, atónito y sorprendido a la vez.

—Está bien doctor —Alek levantó las manos en señal de rendición—. Deryn, quítate la camisa.

Ella le miró sin mediar palabra, sacudiendo la cabeza.

El doctor Azuela apartó los ojos del loris.

—¡Habéis venido para matar a Pancho! ¡Tenéis la intención de hacerle volar con una bomba!

—Ella no es una asesina —dijo Alek.

El doctor le miró.

Images
«LAS SOSPECHAS DEL MÉDICO»

—Ella —repitió Bovril.

—Deryn es una chica. Por eso lleva estas vendas atadas —Alek no hizo caso de la mirada de desesperación del rostro de la muchacha—. Compruébelo usted mismo.

Con las tijeras todavía apuntando a la garganta de Deryn, el doctor Azuela la palpó de nuevo. La muchacha se encogió y le miró con los ojos muy abiertos cuando él apartó rápidamente la mano.

¡Lo siento, señorita!

Deryn abrió la boca pero no salió ningún sonido de ella. Apretó los puños y empezó a temblar. Alek se arrodilló junto a ella y dulcemente abrió una de sus manos para tomársela.

—Por favor no se lo diga a nadie, señor —dijo Alek.

El médico negó con la cabeza.

—Pero ¿por qué no?

—Porque ella quiere seguir en el ejército, volar.

Alek rebuscó en su bolsillo interior donde siempre guardaba la carta del Papa. Aparte del rollo del pergamino, sus dedos hallaron una pequeña bolsa de tela y la sacó.

—Aquí tiene —Alek le entregó la bolsita al hombre—. A cambio de su silencio.

El doctor Azuela abrió la bolsa y encontró una moneda de oro. Todo lo que quedaba del cuarto de tonelada que el padre de Alek le había dejado. La miró un momento y negó con la cabeza.

—Debo contárselo a Pancho.

—Por favor —susurró Deryn.

—Él es nuestro comandante —se volvió hacia Deryn—. Pero solo se lo diré a él, os lo prometo.

El doctor Azuela hizo entrar a uno de los rebeldes que esperaba fuera y rápidamente le dio una orden en un fluido español. Seguidamente, volvió a su trabajo, limpió la herida con un trapo empapado en un líquido de un frasquito plateado, esterilizó una aguja hipodérmica e hilo, y a continuación le dio el frasco a Deryn. Mientras ella bebía, el doctor clavó la aguja a través de la piel de su brazo cerrando la herida puntada tras puntada.

Alek observaba aquello sin soltar la mano de Deryn, que esta apretó con fuerza clavándole las uñas y dejándole cortes con forma de media luna en su carne.

—Todo va a salir bien, no te preocupes —le dijo.

Después de todo, ¿por qué un gran dirigente rebelde debía preocuparse por una chica que había escondido su identidad al Servicio Aéreo británico?

Antes de que Azuela hubiera terminado, una ráfaga de aire entró del exterior e hizo oscilar las lonas de su alrededor. Se trataba del bramido de uno de los grandes toros, aunque más bien parecía la columna de vapor de un tren de mercancías.

Las lonas se separaron y el general Villa entró.

—¿Está muriendo?

—No; se curará —el doctor no apartó la vista de su trabajo—. Pero tiene que contaros un interesante secreto. Será mejor que se siente.

Villa suspiró y se acomodó junto a Alek con las piernas cruzadas. A caballo le había parecido grácil pero ahora se veía más bien rechoncho. Se movía pausadamente, tal vez sufría un poco de reumatismo.

—Cuénteselo —dijo el doctor Azuela.

Deryn parecía exhausta pero su voz sonó firme.

—Me llamo Deryn Sharp, oficial condecorado del Servicio Aéreo de Su Majestad. Pero no soy un hombre.

—Ah… —Villa alzó las cejas un poco, mirándola de arriba abajo—. Perdóneme, señorita Sharp. No sabía que los británicos usaran mujeres en las patrullas de planeadores. ¿Es porque ustedes son más menudas? ¿No?

—Eso no es todo, señor. Esto es un secreto —confesó Deryn.

—El padre de Deryn era aviador, su hermano también lo es y ella se viste de hombre porque es la única forma de que la dejen volar —explicó Alek.

El general Villa se quedó mirando a Deryn un instante y luego una carcajada sacudió su cuerpo.

¡Qué engaño!

—Por favor no se lo diga a nadie, por lo menos durante unas horas, hasta que nos hayamos ido. A usted no le afecta en nada entregarla o no, pero para ella lo es todo —le rogó Alek.

El hombre movió la cabeza asombrado y miró a Alek alzando una ceja.

—¿Y qué relación tiene usted con todo este engaño, pequeño príncipe?

Él es mi amigo —dijo Deryn—. Su rostro todavía estaba pálido pero su voz sonó ahora más fuerte. Luego ofreció el frasco a Villa.

Él lo rechazó.

—¿Solo amigo?

Deryn no respondió, miraba atentamente los puntos que acababan de coserle en su brazo. Alek abrió la boca, pero Bovril se le adelantó:

—Aliado.

El general Villa miró al loris con curiosidad.

—¿Qué es esta bestia?

—Un loris perspicaz —Deryn le acarició la cabeza—. Repite las cosas que oye, algo parecido a un lagarto mensajero.

—No solo repite lo que oye —intervino el doctor Azuela—. A mí me dijo que estaba equivocado.

Alek frunció el ceño, él también se había percatado de este detalle. A medida que las semanas pasaban, los recuerdos de los loris iban creciendo cada vez más. A veces repetían cosas que habían oído en días anteriores o que se habían contado el uno al otro. Ahora, en muchas ocasiones, ya no quedaba claro de dónde provenía una palabra o frase.

—Eso se debe a que es un animal muy perspicaz. En otras palabras, es inteligente —dijo Deryn.

—Completamente inteligente —dijo Bovril, provocando que los ojos castaños de Villa se lo quedara mirando de nuevo maravillado…

Tienen oro —dijo el doctor Azuela en español cortando el silencio.

El italiano de Alek fue suficiente para entender la palabra «oro». Sacó de nuevo la bolsita.

—No tenemos mucho, pero podemos pagar por su silencio.

El general Villa tomó la bolsa y la abrió, entonces se echó a reír.

—¡El hombre más rico de California me envía armas! ¿Y vosotros pretendéis convencerme con este mondadientes de oro?

—Entonces, ¿qué es lo que quiere?

Villa miró a Alek con los ojos entornados.

—El señor Hearst dice que usted es sobrino del viejo emperador Maximiliano.

—Un sobrino nieto, sí.

—Los emperadores son vanidosos e inútiles. Nosotros no necesitábamos ninguno, así que le disparamos.

—Lo sé, conozco la historia —Alek tragó saliva—. Tal vez fue un poco presuntuoso poner a un austriaco en el trono de México.

—Fue un insulto para nuestra gente. Sin embargo, su tío fue muy valiente al final. Frente al pelotón de fusilamiento deseó que su sangre fuera la última que se vertiese en pro de la libertad —el general Villa miró el trapo manchado de rojo que el doctor Azuela sostenía en la mano—. Lamentablemente, no fue así.

—Desde luego. Eso fue hace cincuenta años, ¿no? —dijo Alek.

—Sí. Desde entonces se ha derramado demasiada sangre —Villa devolvió la bolsa a Alek y se volvió hacia Deryn.

—Mantén tu secreto, hermanita. Pero ten más cuidado la próxima vez que decidas saltar de la nave.

—Sí, gracias, lo intentaré.

—Y ten cuidado con los jóvenes príncipes. El primer hombre al que disparé era tan rico como un príncipe y fue por el honor de mi hermana —el general Villa se echó a reír otra vez—. Pero tú eres un soldado, señorita Sharp, de modo que puedes disparar a los hombres por ti misma, ¿no?

Deryn encogió un hombro.

—Se me ha pasado por la mente, una o dos veces. Pero discúlpeme, señor, si no le gustan los emperadores, ¿de dónde ha sacado esos caminantes alemanes?

—El Káiser nos vende armas —el general Villa dio un golpecito a la pistola Mauser que guardaba en su cinturón—. A veces nos regala armas, por lo que seremos sus amigos cuando los yanquis se unan a la guerra, creo. Pero nunca nos someteremos a él.

—Claro, los emperadores son un poco inútiles, ¿no? —Deryn se irguió y tendió su mano derecha—. Gracias por guardar mi secreto.

—Tu secreto está a salvo, hermanita —el general Villa le dio la mano y se levantó de la silla.

De repente entornó los ojos y cogió su arma. Una sombra se cernía sobre la lona.

Villa se acercó y separó las lonas de golpe apuntando con su pistola al rostro radiante y sin afeitar de Eddie Malone.

—¡Dylan Sharp, Deryn Sharp… por supuesto! Bueno, no puedo decir que ya tuviera una pista, pero esto explica muchas cosas.

El hombre se frotó las manos y luego extendió una a Pancho Villa.

—Eddie Malone, periodista del New York World.