VEINTISIETE

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Los cilios se despertaron más rápidamente de lo que Deryn esperaba; tal vez las mantas le habían dado a la aerobestia un buen susto. Los motores de impulsión funcionaban con baterías orgánicas, por supuesto, y no habían sufrido daños a causa del combustible contaminado de Hearst. De modo que el Leviathan pronto estaría en marcha impulsado solamente por su propia potencia, siguiendo a las aeronaves mexicanas a una distancia prudencial.

Deryn envió un lagarto mensajero al puente, comunicando la noticia de que Hearst y el general Villa tenían una relación amistosa. El lagarto regresó y habló con la propia voz del capitán Hobbes, diciéndole que se ocupase de la maniobra de atraque. Aquel era un trabajo que solían hacer los aparejadores, pero el capitán quería a un oficial en la cabeza de la aerobestia. Si los anfitriones del Leviathan hacían algún movimiento hostil, la nave soltaría todo el lastre y saldría disparada hacia el aire. Los cables de amarre deberían cortarse con precisión y rápidamente.

—A sus órdenes, señor. Fin del mensaje —repuso Deryn.

—Esto no hace más que demostrar mi primer argumento —dijo la señorita Rogers cuando la criatura marchó corriendo—. Si desea que algo se haga bien, siempre pídaselo al supervisor.

—Deje de llamarme eso de una puñetera vez.

—Le garantizo, jovencito, que es el mayor cumplido que una chica criada en un hotel puede dedicarle.

Deryn puso los ojos en blanco. Y ella que pensaba que Eddie Malone era un pesado.

Quienquiera que hubiese adulterado el combustible del Leviathan había hecho un trabajo de precisión. El motor de estribor había fallado solo a una hora de distancia del aeródromo de Villa. La punta de una torre de amarre se alzaba desde un empinado cañón, lo suficientemente profundo para que incluso el Leviathan pudiese ocultarse. El cañón solamente tenía una estrecha entrada, pero contaba con un centenar de recovecos y rincones rocosos repartidos a lo largo de ambos lados.

—Es una fortaleza natural. Ahora entiendo que este general Villa sea uno de los revolucionarios —dijo Deryn.

—Es un rebelde total —la señorita Rogers se encogió de hombros—. Aunque estos días es complicado afirmarlo puesto que es más una guerra civil que una revolución.

—No obstante usa motores clánkers. ¿Es que los alemanes también tienen que ver algo en todo esto?

—Todas las potencias están suministrando a una facción o a otra. La Gran Guerra lo único que ha hecho ha sido elevar las apuestas.

Deryn suspiró. Alek tenía razón en algo: de una forma o de otra, la guerra había clavado sus garras en todas las naciones de la Tierra. Incluso este distante conflicto mexicano había sido influenciado por máquinas de guerra y bestias de batalla de Europa.

Otra razón para que Alek se sintiese mal, para que pensase que todos los problemas del mundo eran culpa suya. Algunas veces Deryn deseaba poder destruir la culpabilidad de su corazón o protegerle de los horrores de la guerra. O por lo menos hacer que se olvidase de ella de alguna forma.

Cuando el Leviathan redujo la velocidad para detenerse, el fondo del cañón quedó a la vista. Aparte de algunos motores clánkers, aquellos rebeldes eran definitivamente darwinistas. Parcelas de maíz fabricado cubrían el suelo destacando con colores intensos, y una alta pared de piedra cercaba una manada de toros fabricados del tamaño de tranvías. Burros de seis patas transportaban bultos por empinados senderos que bajaban hasta el cañón y un par de aerobestias calamarescas pastaban por las cimas de los barrancos, con sus lánguidos tentáculos despejando la maleza y los cactus.

Pero en lo alto de un peñasco rocoso, a una milla de distancia había otra pequeña muestra de tecnología clánker: una torre inalámbrica.

—De modo que así es como Hearst ha organizado todo esto —la señorita Rogers chasqueó la lengua—. ¿Verdad que alguien dijo que su señor Tesla era un genio de la radio?

—Sí, pero cuesta imaginárselo subiendo material para armamento de contrabando. No deja de hacer discursos sobre la paz.

—Pero su Goliath es un arma, ¿cierto?

Deryn no se molestó en negárselo.

El Leviathan se inclinó a merced del viento ondulando sus cilios para impulsarse hacia abajo. Las naves manta planeaban a una distancia prudencial, pero Deryn pensó en que tal vez tendrían algún armamento oculto. Si los mexicanos estaban importando motores clánker, tal vez en el trato también estaban incluidos algunos proyectiles. Los halcones bombarderos del Leviathan aún estaban en el aire, por supuesto, prestos para disparar en todas direcciones.

Pronto, las laderas del cañón se alzaron alrededor de Deryn, haciéndole sentir como si estuviese en una trampa. Era extraño estar arriba, en la espina, y aun así verse rodeada de muros de piedra por todas partes. Si se producía algún acto de traición, la única vía de escape sería subir directamente.

La nariz de la aerobestia se acercó con cuidado a la torre, y un equipo de aparejadores ya estaba preparado en la ballesta de amarre, donde habían colocado un arpeo.

—Preparados… —Deryn gritó cuando se acercaron a la torre—. ¡Fuego!

La ballesta se disparó, y el arpeo salió volando. Con un restallido de metal y cadenas, sus dientes se engancharon en las riostras de la torre.

—¡Acérquenla! —ordenó Deryn, y los aparejadores ataron el cable rápidamente, tensando el agarre del gancho—. ¡Ahora átenla bien!

Pronto el navío estuvo asegurado y por las paredes del cañón resonó el eco del roce de los cables cayendo desde la barquilla al suelo. Seguramente el capitán estaba haciendo descender la nave con los cabrestantes en lugar de soltar hidrógeno. Aquello haría que el Leviathan siguiese flotando, posado en el cañón como un corcho en el fondo de una bañera, listo para elevarse rápidamente en caso de peligro.

Deryn barrió con la mirada el suelo rocoso que tenían debajo. Los hombres que recogieron las cuerdas del Leviathan llevaban rifles colgados a la espalda pero no había ni rastro de armas pesadas, a excepción de media docena de cañones que guardaban la boca del desfiladero. Apuntaban a lo lejos, apartados de la aeronave, y tenían el aspecto de ser restos de serie de alguna guerra lejana.

—No me extraña que su jefe quiera echarle una mano al general Villa —dijo Deryn, bajando sus prismáticos—. El general tiene un montón de bestias, pero no armamento como es debido.

—Precisamente escuché al jefe decir exactamente lo mismo —la señorita Rogers suspiró—. Ojalá me hubiese contado lo que tenía planeado.

—¡Sí, también nos lo podría haber contado a nosotros!

Los hombres de tierra tiraban de las cuerdas debajo de ellos en todas direcciones. Deryn vio que Newkirk descendía en alas planeadoras para ayudarles. El muchacho pronto ya estaba en tierra agitando los brazos mientras intentaba organizar a los hombres de Villa.

—¿Sabe algo de español, señorita Rogers?

—Lo mismo que cualquier chica del sur de California. Lo que significa algo más que un poco, pero menos de lo que me gustaría.

Deryn hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Tal vez sea la única persona de la nave que lo hable: prepárese.

—Aunque me gustaría poner en práctica los verbos reflexivos, señor Sharp, creo que no será necesario. Estoy segura de que todos los contratos cinematográficos del general Villa están en inglés.

—¿Sus qué?

—¿No se lo he contado? Así es cómo el señor Hearst lo conoció. ¡Ambos están en el negocio de las películas! —la señorita Rogers hizo un gesto con la mano abarcando todo el campamento—. Así es cómo Villa financia todo esto: filma películas de sus batallas y las envía a Los Ángeles. ¡Él mismo es prácticamente una estrella de cine!

—¿De modo que Hearst tiene un contrato cinematográfico con él?

La reportera negó con la cabeza.

—El contrato de Villa es con Mutual Films. Pero supongo que el jefe quiere entrometerse entre ellos. Astuto, ¿verdad?

—Un poco demasiado astuto para mi gusto —murmuró Deryn—. Si es cierto que Hearst es tan amante de la paz como dice ser, ¿por qué está enviando armas a México? ¿O es que a él solo le interesa hacer noticiarios?

—Tenemos algo encima de nosotros, señor —gritó uno de los aparejadores—. ¡Arriba, en los barrancos!

Deryn alzó la vista. Por el borde del desfiladero se alzaba una columna de humo. Deryn cerró los ojos para intentar escuchar algo por encima de los gritos de los hombres de abajo y lo oyó: era el zumbido de un motor clánker.

¿Acaso los rebeldes tenían un caminante apostado allí arriba? No había visto nada desde el aire, aunque en aquel terreno rocoso bien podrían ocultarse numerosos caminantes.

—¡Y por aquella dirección, señor! —gritó otro hombre.

Deryn se volvió y vio una segunda nube de motor alzándose desde el extremo más alejado del cañón. También se alzaba polvo, señal inequívoca de patas en movimiento. Las minúsculas aeronaves manta tal vez solo poseían ametralladoras Gatling, pero los caminantes podían transportar cañones pesados.

Deryn sacó su silbato de mando y sopló para llamar a un lagarto mensajero.

—¡Estamos rodeados y los oficiales abajo en el puente de mando no pueden verlo!

—Pero ¿por qué motivo el general Villa iba a traicionarnos? —preguntó la señorita Rogers—. Quiere las metralletas que le traemos.

—¡Puede que tal vez también quiera al Leviathan! —exclamó Deryn—. Es una de las mayores aeronaves de toda Europa. Piense en el poder que significaría para él si se quedase esta nave en México.

La señorita Rogers hizo un gesto con la mano descartando la idea.

—Pero el señor Hearst lo único que desea es una historia dramática. ¡Si los rebeldes nos destruyen, se va a quedar sin historia!

—Sí, de acuerdo, pero ¿alguien se ha tomado la molestia de explicárselo a estos condenados rebeldes?

—Querrá decir a estos rebeldes civilizados, jovencito. ¡Tienen contratos cinematográficos!

—¡Eso no es garantía alguna de cordura! —Deryn notó que un lagarto mensajero tiraba de la pernera de su pantalón. La muchacha se arrodilló y dijo—: Puente de mando, al habla el cadete Sharp. Caminantes en los barrancos encima de nosotros, por lo menos dos. ¡Puede ser una emboscada! Fin del mensaje.

La bestia se fue corriendo, pero al menos tardaría un minuto en llegar al puente. Para entonces la vasta parte superior del Leviathan estaría al alcance de las armas de los caminantes y sería una diana tan fácil como un campo de críquet.

La muchacha dio media vuelta, comprobando las naves manta. No parecía que estuviesen acercándose. Por lo menos no aún.

—Si pudiera enviar a un explorador de reconocimiento —murmuró Deryn—. Pero todos los Huxley estaban estibados en la tripa de la nave para protegerlos de las ráfagas de viento a alta velocidad.

—Señor —dijo el aparejador junto a ella—. El señor Rigby acaba de enviar un par de alas planeadoras por si el capitán le reclama en tierra. Puede usar aquellas.

—De acuerdo, pero lo que necesito es subir… —empezó a decir Deryn, pero entonces vio el polvo que se alzaba provocado por los pies de la tripulación de tierra.

Subía por las laderas del cañón, arrastrado por las corrientes ascendentes…

—¡Tráigame esas alas! —gritó—. ¡Ya!

Mientras el hombre marchaba a toda prisa, la muchacha observó el movimiento de los remolinos del flujo de aire en el cañón. El viento entraba con fuerza por la boca del desfiladero, directamente hacia la nariz del Leviathan. Si Deryn despegaba justo delante, posiblemente podría ganar la suficiente altitud para elevarse por encima de las paredes del desfiladero.

—Sigo creyendo que usted es francamente demasiado sospechoso —dijo la señorita Rogers.

Deryn no le hizo caso y se dirigió a la tripulación que operaba la ballesta.

—Si nos disparan, aunque sea un poco de lastre, corten este cable. ¡No esperen órdenes!

—Sí, señor.

—Llegaron dos hombres con las alas planeadoras en la mano y Deryn se colocó con dificultad el atuendo. Cogió un par de banderas de señales y luego retrocedió unas diez yardas de la proa, preparándose para tomar carrerilla para coger impulso. Solo había un problema.

La torre de amarre se interponía en su camino.

—Oh, mierda —extendió los brazos y corrió hacia el borde—. ¡Cuidado!

Los aparejadores y la señorita Rogers se agacharon por debajo de las alas; Deryn pasó junto a ellos a toda velocidad y saltó por el borde de la proa, directamente a buscar la corriente de aire. La torre se alzó ante ella, pero se impulsó hacia estribor, casi rozando los puntales de metal.

Al virar a la derecha había salido de la corriente de aire y ahora bajaba en picado haciendo círculos. Pero con otro fuerte tirón, el aire llenó las alas planeadoras de nuevo. Se elevó un poco, escalando justo por encima de las paredes del cañón.

Uno de los caminantes ya estaba a la vista: era una máquina de dos patas del tamaño del viejo Caminante de Asalto Cíklope de Alek. Tenía el aspecto de caja cuadrada de los aparatos alemanes y rugía avanzando directamente hacia el borde del barranco.

Deryn impulsó con fuerza sus alas hacia él, pero cayó por debajo de las cimas de los barrancos otra vez. Estaba volando directamente hacia una pared de piedra…

Pero, en el último momento, inclinó todo su peso hacia atrás y las alas ascendieron con fuerza, casi deteniéndose en el aire. Aquel impulso la arrastró y alcanzó las últimas yardas que le faltaban. Deryn se posó en el borde rocoso del precipicio. Sus botas resbalaron sobre las piedras sueltas, pero finalmente consiguió hacer pie.

El caminante se alzaba imponente ante ella, doblando la cabeza como si quisiera verla más de cerca. Las enormes fauces de un arma la apuntaban directamente.

—¡Arañas chaladas! —exclamó.

Aquello no era en absoluto un arma: ¡era una cámara de filmar! Escuchó su zumbido y el chasquido que hacía al captar su imagen una docena de veces por segundo.

El viento cambió, impulsándola de nuevo hacia el borde del precipicio. Deryn dio la vuelta en redondo y pudo ver todo el desfiladero. El otro caminante era lo mismo, una plataforma para una cámara de filmar de dos patas.

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«EL CAMINANTE APUNTA A DERYN»

Los rebeldes querían filmar al Leviathan, no destruirlo.

Su lagarto mensajero llegaría al puente en cualquier momento y, si el capitán se alarmaba y soltaba lastre, las cuerdas de aterrizaje destrozarían las manos del centenar de hombres poco entrenados que estaban en tierra. Y, lo que era peor, algunos quedarían colgando y serían arrastrados hacia arriba y a continuación caerían sobre sus compañeros desde mil pies de altura. Si el general Villa no quería destruir al Leviathan en aquel momento, lo más seguro es que después de aquello sí que querría hacerlo.

Deryn hizo girar las alas planeadoras y se lanzó por el precipicio de nuevo.