TREINTA Y NUEVE

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El caminante se encontraba aún a media milla de la costa, pero su parte superior ya asomaba por la superficie. El agua se escurría por sus cubiertas y formaba remolinos negros de agua salada y algas. Pero bajo los desechos del océano había un brillo metálico. Con el rugido de sus motores, las garras de combate kraken de la máquina emergieron de entre las olas.

Deryn observó al caminante a través de sus prismáticos, examinando su cubierta para ver si estaba armada con torretas.

—No parece haber sufrido daños —dijo el doctor Busk al capitán—. Debe de estar diseñado para soportar presiones enormes.

El primer oficial soltó un bufido.

Un impacto directo lo hará menos impermeable.

—Será mejor que primero destruyamos sus patas —dijo el capitán Hobbes, bajando sus prismáticos—. Dejemos algo con aspecto amenazador para los periódicos americanos de mañana, ¿no les parece?

Por todo el puente se oyeron algunas risas, pero Deryn tenía la boca seca. La torre de Tesla ya era visible a lo lejos, con luces encendidas en cada una de sus ventanas. El condenado inventor chiflado no había ordenado una evacuación, después de todo.

—Alek aún está allí, ¿verdad?

—Nuestro joven príncipe jamás dejaría un aliado atrás —dijo la doctora Barlow. Observó fijamente al Goliath y suspiró—. Esperaba que el señor Tesla no optara por hacerse el valiente.

—Todo irá bien, señora —dijo Deryn, intentando que el tono de su voz sonara firme—. Al menos ese caminante no tiene armas pesadas.

La parte superior de la máquina había salido por completo a la superficie y Deryn avistó tan solo un cañón de tres pulgadas y media, como el que llevaban en cubierta algunos submarinos U-boat. Los primeros tripulantes ya habían salido de las escotillas para retirar los sellos que servían para impermeabilizar el cañón.

—Es tal como esperábamos —dijo la científica—. Los alemanes pretenden derribar la torre usando los brazos de combate kraken del caminante. Una táctica un tanto brutal por su parte.

—Sí, pero a nosotros nos funcionó en Estambul —dijo Deryn.

El capitán también había visto el arma de cubierta.

—Un poco más de altura, piloto. Que los hombres del compartimento de bombas estén preparados.

El Leviathan estaba casi encima del enemigo. Deryn pudo sentir los enormes motores clánker del caminante vibrando bajo sus botas. Los marineros ya habían retirado los sellos acuáticos de las chimeneas y la máquina funcionaba a plena potencia.

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«ENFRENTÁNDOSE A DISTANCIA A UNA AMENAZA EMERGENTE»

Sin embargo había algo extraño que brillaba en la superficie, a medio camino entre la costa y el caminante. Deryn miró por sus prismáticos otra vez.

Parecía una flota de pequeños botes metálicos. Cada uno mediría unos pocos pies. Sobre sus cubiertas llevaban unas antenas que oscilaban cuando chocaban contra el oleaje que levantaba a su paso el caminante. Los botes se dirigían directamente hacia la máquina alemana.

—¿Ve eso de ahí, señora?

La doctora Barlow forzó la vista para ver mejor en medio de la oscuridad y asintió.

—Ah, sí. Son los botes dirigidos por control remoto del señor Tesla. Durante años ha intentado vendérselos a la Marina de Su Majestad. Debe de estar muy satisfecho de poderlos usar finalmente.

Después de que el primero de los barcos desapareciera bajo el caminante, una luz surgió bajo el agua y una enorme lengua de fuego trepó por el fuselaje. Algunos de los tripulantes se encogieron del susto, en la cubierta superior, pero la máquina apenas detuvo su marcha hacia la orilla.

—Un poco decepcionante —dijo la científica.

—Unos cuantos cartuchos de dinamita y algo de queroseno, me imagino —dijo Deryn, frunciendo el ceño—. ¿El señor Tesla pensaba que iba a combatir contra barcos de madera?

La doctora Barlow se encogió de hombros.

—La química nunca ha sido su fuerte.

—No hay de qué preocuparse —dijo el capitán—. Le mostraremos cómo se hace. Motor de estribor a media máquina. ¡Compartimento de bombas, descarguen en cuanto estén listos!

Deryn se acercó a la ventana, inclinándose para mirar bajo la nave. La pata izquierda delantera del caminante anfibio ya estaba pisando la playa justo en el momento en que la sacudida se notó en el puente. Deryn sintió un dolor punzante en la rodilla y contuvo el aliento hasta que la bomba alcanzó su objetivo.

Cayó entre las dos patas del costado derecho del caminante, impactando a unas pocas yardas del agua. Una columna oscura de arena bordeada por agua con reflejos plateados por la luna se levantó por los aires. Los botes de Tesla salieron despedidos hacia los lados y explotaron con una llamarada que se extendió por la superficie del estrecho. La máquina clánker se inclinó violentamente hacia un lado a causa de la explosión, hasta casi volcar. Pero finalmente acabó por caer chocando contra el suelo, con las patas derechas retorciéndose y partiéndose.

Entonces, la onda expansiva llegó hasta el Leviathan, sacudiendo toda la nave y haciendo que las ventanas del puente temblaran como tazas de té. Deryn mantenía la vista fija en los movimientos del caminante, que seguía intentando avanzar. Pero las únicas dos patas que aún le funcionaban tan solo podían arrastrarlo unas pocas yardas a cada paso.

—Por favor, feliciten de mi parte a los hombres del compartimento de bombas —dijo el capitán Hobbes—. Casi han acabado con él de un solo golpe.

—¿Qué hay de su cañón de cubierta, señor? —preguntó el primer oficial.

—No lo pierdan de vista. Si más tripulantes deciden asomar la cabeza, les presentaremos a nuestros murciélagos fléchette.

Se gritaron más órdenes y la luz de los focos penetró la oscuridad. El fuselaje del caminante, abollado y quemado, brilló de pronto intensamente. Deryn alcanzó a ver unas chispas a lo lejos. La torre central del Goliath estaba aún a oscuras, pero las cuatro estructuras más pequeñas que había a su alrededor estaban comenzando a iluminarse.

—¿Doctora Barlow? —dijo—. Creo que el artefacto del señor Tesla se está cargando.

—¿Pretende completar la prueba? —dijo la científica, chasqueando la lengua en señal de desaprobación—. Capitán Hobbes, quizás debiéramos conceder al señor Tesla un poco más de espacio. Incluso un disparo de prueba pudiera resultar de lo más desagradable aquí arriba.

—Desde luego, doctora. Motores a media máquina hacia atrás.

El Leviathan pareció vacilar por unos instantes en el aire, y a continuación, Deryn pudo sentir el suave tirón que dio la nave al deslizarse hacia atrás. Las oscuras aguas del estrecho de Long Island aparecieron ante ellos, así como el impresionante cuadro que formaban el caminante dañado y las torres brillantes de la máquina de Tesla.

—¡Señor! —gritó el piloto—. ¡Veo el rastro de otra chimenea! Los oficiales se agolparon ante las ventanas, y Deryn dio un paso hacia adelante. Algo metálico estaba saliendo a la superficie cerca de la orilla. Un caminante más pequeño que el anterior avanzaba hacia la playa, arrastrando pesadamente sus cuatro patas por las oscuras aguas del estrecho.

—¿Uno de los escoltas? —dijo el capitán, moviendo la cabeza, incrédulo—. Pero ¿dónde estaba escondido?

—Debe de haberse desconectado tras nuestro ataque —dijo la doctora Barlow—. Durante el tiempo suficiente para que nosotros nos concentráramos en alejarnos para perseguir al grande. O quizás estaba subido al caminante más grande y el humo de los tubos de escape se mezclaba.

—¡Y a quién le importa ahora eso! —gritó Deryn—. ¡Hemos de detener a esa maldita cosa!

—Bien dicho, señor Sharp —dijo el capitán—. Avante toda máquina.

Unos instantes después, el rugido de los motores hizo vibrar todo el puente y el Leviathan comenzó a moverse hacia adelante de nuevo.

Pero el caminante más pequeño ya había conseguido llegar a tierra. Se movía deprisa entre los árboles, dirigiéndose directamente hacia las torres, que se encontraban a tan solo media milla de distancia. La máquina no parecía lo suficientemente grande como para destruir el Goliath, pero desde luego sí podría dañarlo bastante. De pronto, por la parte posterior del caminante estalló una ráfaga de chispas y llamas que describió un gran arco en la oscuridad. Una explosión resonó a lo lejos.

—¡Tiene un cañón en cubierta! —anunció el primer oficial—. ¿Capitán?

—Murciélagos fléchette —fue la respuesta—. ¡Los barreremos de la cubierta!

La muchacha apretó los puños. La aeronave estaba alcanzando al caminante, y los focos se proyectaron oscilando para encontrar su objetivo en la oscuridad. Deryn oyó la detonación de una pistola de aire comprimido sobre su cabeza y vio cómo la primera nube de murciélagos salía disparada como un rayo.

Pero cuando apartó la mirada del caminante alemán y miró un poco más lejos, lo que vio le hizo contener el aliento.

Las torres exteriores del arma del señor Tesla brillaban ahora con más fuerza, cubiertas por rayos y lenguas de fuego que serpenteaban nerviosamente por su estructura. La torre más alta situada en el centro, Goliath propiamente dicho, había empezado a brillar con luz tenue en la oscuridad, como la envoltura de un globo aerostático cuando se enciende el quemador a máxima potencia.

Deryn sintió un regusto ácido en la garganta y la invadió el horrible y paralizante temor que le causaban sus pesadillas. Recordó cómo el cañón Tesla del Goeben había estado a punto de reducirlos a cenizas. Pero el Goliath era un arma mucho más poderosa, tanto como para incendiar el cielo a miles de kilómetros de distancia.

Y el Leviathan se dirigía directamente hacia él.