TREINTA Y CINCO

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Lilit era la hija de Zaven, el revolucionario que había trabado amistad con Alek y Deryn en Estambul. El Kizlar Agha, por otra parte, había sido el consejero personal del sultán. Zaven había muerto luchando por la revolución y el gobierno del sultán había sido derrocado.

Entonces, ¿qué hacían estos dos enemigos en Nueva York… y juntos?

—¡Señor Sharp!

Lilit rodeó con sus brazos el cuello de Deryn, abrazándola con fuerza.

Por un momento Deryn temió que la chica fuera a besarla, como hizo la última vez que se habían visto. Pero cuando Lilit se separó de ella, solamente le dedicó una sonrisa de complicidad.

—Ah, el aviador mareado —recordó el Kizlar Agha, acercándose para estrechar la mano de Deryn. El hombre iba vestido con chaqué, de forma completamente distinta a su uniforme otomano. Pero el búho grabador mecánico aún estaba posado en su hombro con su mecanismo de cuerda dando vueltas—. Es un placer verle de nuevo.

—¡Lo mismo le digo! ¡A ambos! Aunque un poco inesperado —mostró su sorpresa Deryn.

—Creo que un poco inesperado para todos nosotros —dijo Lilit, observando a Alek, que regresaba al grupo de Tesla.

Deryn se obligó a no hacer lo mismo.

Tal vez la guerra terminaría pronto y podrían volverse a ver en breve. Pero, por ahora, pensar en Alek no haría más que hacer que su vida fuese más complicada, dolorosa y probablemente fracasada.

—Pensaba que estarías ocupada gobernando la República otomana —dijo Deryn a Lilit.

—Eso hice —la muchacha maldijo de una forma muy poco elegante para una dama—. Pero el Comité opina que estoy más preparada para rebelarme que para gobernar. De modo que me han enviado lo más lejos posible.

—Aunque no puede decirse que sea un castigo —dijo el Kizlar Agha con una sonrisa—. Por lo menos eso espero, puesto que yo estoy aquí también.

—¿Alek ha dicho que usted era el embajador, señor? —preguntó Deryn.

El hombre se irguió.

—El embajador de la República otomana en los Estados Unidos de América. Un título bastante largo en recompensa por un pequeño favor.

—No tan pequeño, señor —dijo Deryn con una reverencia. La noche de la revolución otomana, el Kizlar Agha hizo que el sultán se esfumase en su aeroyate, secuestrando a su propio soberano. Gracias a ello, la rebelión terminó en una sola noche—. Calculo que usted ha salvado unos cuantos miles de vidas.

Sencillamente hice mi trabajo y protegí al sultán. Ahora vive feliz en Persia.

Lilit soltó un bufido.

—Querrá decir que trama complots felizmente contra la República. ¡Sus espías están por todas partes!

—Él no es el único, como descubrimos anoche —dijo Deryn.

—Por supuesto —el Kizlar Agha alargó la mano para apagar el búho grabador mecánico y las minúsculas ruedecillas que había en su interior se detuvieron. Su voz se convirtió en un susurro—. Como usted recordará, señor Sharp, el Káiser era muy buen amigo de mi anterior sultán. Yo aún tengo muchos contactos entre los alemanes.

Lilit se acercó más al embajador.

—A través de ellos, recientemente nos hemos enterado de algunos secretos. Secretos que el gobierno de la República no puede transmitir a los británicos, no al menos oficialmente.

—¿Y extraoficialmente? —preguntó Deryn.

—Mientras nadie averigüe la fuente… —el Kizlar Agha paseó la mirada por la sala—. Tal vez ustedes dos deberían salir a pasear y hablar de los viejos tiempos. ¡Revivid el esplendor de la revolución!

—Una idea excelente —Lilit cogió a Deryn por el hombro.

—No debería irme sin decírselo a la doctora Barlow.

—No es buena idea armar alboroto —dijo Lilit en voz baja—. Volveremos dentro de una hora. Y te lo prometo, lo que voy a contarte bien merece un poco de mala educación.

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Marchar de la recepción sin que nadie se diese cuenta no fue difícil. La doctora Barlow había encontrado a un grupo de científicos tocados con bombín con quien hablar y Lilit parecía conocer muy bien los alrededores del consulado. Condujo a Deryn por las cocinas y salieron por una puerta trasera, donde un par de policías parecieron un tanto sorprendidos de verlos, pero, al parecer, entre sus órdenes no estaba impedir que nadie saliese.

Mientras paseaban por las calles asfaltadas de Manhattan, Deryn empezó a resentirse de su rodilla. No le había dolido en todo el día, pero el frío aire otoñal y el rápido paso de Lilit habían provocado que empezase de nuevo el zumbido. Cuando Deryn apoyó más peso en su bastón, Lilit alzó una ceja.

—¿No era solo un complemento de adorno?

—Aterricé de mala manera con unas alas planeadoras. Tal vez deberíamos aflojar el paso.

—Desde luego —Lilit aminoró el paso un poco—. Pero ¿todavía puedes volar?

Deryn soltó un bufido.

—¿No has cambiado nada, verdad?

—El mundo no ha cambiado —Lilit alzó su encantador vestido para enseñarle una pequeña pistola Mauser sujeta a la liga de su pierna—. Ojalá no fueras vestido con ese uniforme de las Fuerzas Aéreas. Llama un poco la atención.

Deryn miró a su alrededor. Las calles estaban llenas de gente que iba de un lado a otro, tranvías de vapor y hombres empujando carretillas. Había escuchado fragmentos en varios idiomas mientras ellas hablaban e incluso había visto algunas tiendas con rótulos en alemán.

Ella se encogió de hombros.

—Soy aviador y este es mi uniforme.

—Me gustabas más vestido con ropas turcas —dijo Lilit—. Tal vez deberíamos salir de la calle y meternos en algún lugar oscuro. ¿Te apetece ver una película?

—Sí, me encantaría —dijo Deryn. Después de que Alek se embelesara tanto con todo aquel asunto de las películas, Deryn había sentido curiosidad—. ¿Hay algún cine por aquí?

Lilit sonrió.

—¿En la ciudad de Nueva York? Sí, unos cuantos.

Dieron la vuelta a la siguiente esquina y a una manzana Deryn ya estaba mirando un gigantesco cartel. Estaba cubierto de pequeñas luces eléctricas que parpadeaban intermitentemente como si minúsculas bestezuelas lo estuviesen recorriendo. En el centro, unas letras gigantes rezaban:

«EMBASSY CINE—NOTICIARIOS TODO EL DÍA»

Cuando se acercaron a la taquilla, Deryn se llevó las manos a los bolsillos pero, por supuesto, no tenía ni una sola moneda.

—Lo siento, Lilit, pero no tengo dinero americano.

—Bueno, arriesgaste tu vida luchando por la revolución —dijo la chica, sacando un billete doblado de un bolsillo oculto—. Creo que la República otomana bien puede comprarte una entrada de cine.

En muchos aspectos el cine era muy parecido a un teatro normal y corriente, con unos cientos de asientos repartidos ante un amplio arco proscenio. Pero en lugar de un escenario, se extendía frente al público un rectángulo de un blanco plateado. Solo era última hora de la tarde y por eso únicamente había un puñado de personas entre el público. Cuando Deryn y Lilit llegaron a sus asientos cerca del fondo de la sala, las luces de gas empezaron a apagarse.

—¿Y por qué exactamente nos estamos escondiendo? —preguntó Deryn una vez estuvieron instaladas—. ¿Tienes miedo de enfurecer a los alemanes?

—El pueblo otomano ha gozado de la generosidad del Káiser durante mucho tiempo. Aún necesitamos que sus ingenieros hagan funcionar nuestras máquinas.

—Sí, claro, por supuesto.

Cada zona de Estambul que Deryn había visto estaba repleta de tuberías de vapor y otros aparatos mecánicos.

—Los alemanes están desesperados para encontrar nuevos aliados —Lilit se acercó más—. El Imperio austrohúngaro se está rompiendo en pedazos. Hace pocas semanas repelieron un ataque ruso, pero los osos de guerra se dispersaron por los bosques y las criaturas aún tienen que comer.

Deryn tragó saliva al recordar a los osos hambrientos de Siberia. En una campiña poblada, los ursinos serían mucho peores; sería como vivir en un horrible cuento de hadas, con todos los bosques llenos de monstruos.

Lilit se encogió de hombros.

—De modo que simulamos considerar unirnos a los clánkers. Una treta provechosa, de momento.

De pronto se escucharon unos chasquidos tras ellas y Deryn miró hacia atrás. Detrás del público, una gran máquina con un solo ojo petardeaba y daba vueltas. De él salió un chorro de luz que se derramó por toda la pantalla.

Al principio, todo eran sombras y se veía borroso tal como había dicho Alek. Pero enseguida los ojos de Deryn se ajustaron a las imágenes y apareció un auditorio lleno de humo con dos boxeadores fantasmagóricamente pálidos en el ring animados por una silenciosa multitud.

Lilit estaba recostada en su asiento con los ojos muy abiertos y brillantes.

—Y no solo es la debilidad de Austria lo que preocupa a los alemanes, sino que están convencidos de que Goliath funcionará.

—Sí. Deberías haber visto lo que hizo en Siberia. No quedó ni un árbol en pie en millas a la redonda.

—Lo he visto; todo el mundo lo ha visto —Lilit hizo un gesto hacia la pantalla—. El señor Tesla estuvo filmando en Siberia, ¿sabes? El primero de sus noticiarios apareció hace dos semanas. Tal vez veamos uno hoy.

—¡Sí, por poco consigue que nuestra nave se estrelle! —exclamó Deryn—. Subió a bordo todas sus cámaras y equipos científicos.

Pero tal vez ahora todo aquello cobrase sentido. Tal como Alek seguía diciendo, toda aquella argumentación sobre un arma como Goliath serviría para asustar a todo el mundo, tanto que nunca tendrían que usarla.

Lilit ahora estaba mirando el boxeo, moviendo un poco los hombros como si fuese ella misma quien estuviese asestando los puñetazos. Pero siguió hablando.

—La semana pasada el embajador preguntó a sus amigos alemanes: «¿Como queréis que nos unamos a vosotros ahora?». No queremos que Estambul desaparezca bajo una bola de fuego. Entonces le explicaron que no debía preocuparse, porque tenían planes para el señor Tesla.

—Sí, aquel ataque con misil.

—Aquello no fue más que una advertencia —Lilit paseó su mirada por el público. A unas pocas filas de distancia había unas niñas en edad escolar, pero no había nadie más lo suficientemente cerca para poder oírlas—. Y si Tesla no hace caso, intentarán destruir Goliath de una vez por todas, con una invasión si es necesario.

—¡Una invasión! ¿Aquí, en este país? ¿Y no arrastrará a los americanos a la guerra?

—Un enemigo al otro lado del océano es preferible a que sus ciudades sean arrasadas —Lilit bajó la voz hasta no ser más que un susurro—. Un Wasserwanderer está de camino, eso es todo lo que sabemos.

—¿Un caminante acuático? —dijo Deryn.

—El embajador cree que es un tipo de U-boat pero anfibio.

Deryn frunció el ceño. Ella nunca había escuchado la palabra «anfibio» aplicada a una máquina antes, pero tenía cierta lógica. Goliath estaba en una isla cerca de la ciudad de Nueva York, a un corto paseo por mar, siempre solía decir Tesla.

El señor Tesla pensaba protegerse él mismo de los saboteadores, pero ¿y de un caminante armado surgido del agua?

—Cualquier noche atacará sin avisar —dijo Lilit—. Y luego se escabullirá en el océano de nuevo, dejando solo destrucción y misterio. Los americanos nunca sabrán lo que ha sucedido.

—¿Habéis prevenido a Tesla?

Lilit negó con la cabeza.

—Lo único que haría sería descubrir todo el pastel a la prensa. Después de todo no puede permitirse un ejército privado. Y contárselo a los americanos no tiene sentido. No enviarán un buque de guerra para proteger la propiedad de un hombre a causa solo de un rumor. ¡Especialmente cuando este hombre quiere hacer la guerra como si fuese una especie de semidiós!

Deryn asintió. Algunos periódicos ya se estaban cuestionando si se le debería permitir a Tesla ostentar tal poder. Después de todo, si Goliath funcionaba de la forma que él afirmaba, podría convertirse en el amo del mundo tan solo moviendo un interruptor.

—¿De modo que queréis ayudarnos?

—Te ayudarás a ti mismo —Lilit apartó la mirada de la pantalla. El combate de boxeo se había terminado de pronto y mientras cargaban de nuevo el proyector, las dos chicas que se encontraban más cerca empezaron a charlar de chicos—. El Leviathan es lo suficientemente potente para detener a un caminante y lo bastante sigiloso para permanecer en espera mientras Tesla completa sus pruebas. Y permítame que le recuerde, señor Sharp, que este éxito es totalmente conveniente para los intereses británicos.

—Sí, eso es cierto.

—¿Puedes entregar este mensaje sin revelar que yo te lo he dado?

Deryn asintió. Solo tenía que saberlo la científica. Ahora que Tesla ya no estaba en la nave, ella volvería a tener vía libre para dar órdenes a todo el mundo otra vez.

—Sabía que podía contar contigo —Lilit sonrió—. Aún estás enamorada de Alek, ¿verdad?

Deryn se quedó con la boca abierta, pero tras ella el proyector empezó a petardear de nuevo, iluminando la sala de cine con su parpadeante luz. Ella carraspeó, con la boca demasiado seca para hablar.

—Parece que Alek ha crecido un poco. Ahora que tiene un propósito en la vida —dijo Lilit.

Deryn recuperó la voz.

—Sí. Está convencido de que está destinado a terminar la guerra; de que todo forma parte de un plan.

—¡Ah! De modo que ha olvidado la regla de guerra más importante.

—Que es…

—Que nada sale jamás según lo planeado. Pero finalmente sabe tu secreto, ¿verdad?

Deryn inspiró profundamente. Había olvidado lo irritantemente perspicaz que podía ser Lilit.

—Sí. Está haciendo que las cosas sean un poco más complicadas entre nosotros.

—No debería ser así, ahora podrás contarle lo que quieras.

—Sí, pero para hacerlo primero tendría que saber lo que yo quiero —repuso Deryn.

Una parte de ella deseaba más que cualquier otra cosa quedarse en América con Alek, pero aquello significaba abandonar su carrera. Y por otra parte, podía aceptar la oferta de la científica de trabajar para la Sociedad Zoológica de Londres o incluso quedarse en el Servicio Aéreo, aunque siempre existiría el peligro de ser descubierta y perderlo todo. Todo aquello era un condenado lío.

Apartó la mirada de Lilit y miró la pantalla cuando el noticiario empezaba…

Y allí estaba ante ella, el Leviathan flotando sobre una vasta extensión de colinas desérticas, con la imagen confusa y descolorida de la pantalla, pero vibrante en su memoria. El enfoque cambió, dio un giro y Deryn se dio cuenta de que había cámaras a bordo de las naves manta del general Villa.

Entonces vio al Leviathan desde arriba, con la cámara asomando por encima de un empinado barranco mientras la aeronave descendía al cañón de Pancho Villa. Tripulantes y bestias corrían a toda prisa por la parte superior como gusanos, y las garras de acero del anillo de halcones bombarderos de la nave brillaban al sol.

De pronto una figura alada se elevó quedando a la vista, un aviador mirando con los ojos muy abiertos a la cámara. Deryn parpadeó, sin creer lo que estaba viendo: era su propio rostro allí, mirándola desde la pantalla.

La imagen fue reemplazada por un cartel… ¡El valiente aviador prueba sus alas!

—¿Prueba sus alas? —exclamó en voz alta.

¡Como si ella estuviese divirtiéndose en lugar de evitar el desastre! Se escucharon risitas del par de chicas del cine cuando el cartel desapareció. Estaban señalándola en la pantalla.

—Parece que creen que eres un chico apuesto. Tienen bastante razón. ¿Cuándo partís? —preguntó Lilit.

Nuestras veinticuatro horas se terminan esta noche.

—¡Qué mal! Y Alex se queda, ¿verdad?

—Sí. Ahora trabaja para Tesla.

—Oh, pobre Dylan —la pantalla parpadeante ahora mostraba a Alek, frente a frente con los enormes toros de pelea de Pancho Villa—, aunque Dylan no es tu verdadero nombre, ¿verdad?

Deryn negó con la cabeza pero no le dio más información. Lilit parecía haber adivinado todo lo demás sobre ella, así que también podría averiguar el resto sin ayuda.

—¿Quieres seguir siendo un hombre toda la vida?

—No parece posible, ya lo sabe demasiada gente —Deryn miró a las escolares, que no llevaban escolta y no parecían avergonzadas por ello—. Aunque tal vez no tendré que hacerlo. En este país las mujeres pueden subir en globo y pueden pilotar caminantes. La doctora Barlow dice que las mujeres británicas obtendrán el derecho al voto en cuanto termine la guerra.

—¡Bah! El Comité prometió lo mismo cuando éramos rebeldes —Lilit sacudió la cabeza—. Pero ahora que están en el poder, parece que no tienen ninguna prisa. Y cuando yo me quejé, me enviaron a cinco mil kilómetros.

—Sí, pero yo me alegro de que estés aquí —añadió Deryn suavemente.

Ella nunca había hablado con nadie antes sobre Alek, con nadie. Aquel era el problema de revelar un secreto. Todo aquel asunto extramilitar de quererle había ocupado todo el lugar que tenía entre sus orejas, excepto aquel breve momento en la parte superior de la nave.

—Le besé una vez —susurró Deryn.

—Bien hecho. ¿Y él, qué hizo?

—Humm… —Deryn suspiró—. Él se despertó.

—¿Se despertó? ¿Te colaste en su camarote, señor Sharp?

—¡No! Él cayó y se dio un golpe en su estúpida cabeza. ¡Era una emergencia médica!

Lilit reprimió una carcajada y Deryn volvió a mirar abatida a la pantalla. Tal vez debería confesar al mundo que era una chica. Entonces podría dejar de tener secretos para siempre.

Pero la razón por la que no podía estaba delante de ella, escrito en aquella parpadeante luz. El aire era el aire y cada minuto pasado a bordo del Leviathan merecía una vida de mentiras.

—¿Le quieres?

Deryn tragó saliva, y luego señaló a la pantalla.

—Me hace sentir así. Como si volase.

—Entonces tienes que decírselo.

—¡Ya te lo he dicho, le besé!

—No es lo mismo. Yo también te besé, al fin y al cabo. Y aquello no era amor, señor Sharp.

—Vale y ¿qué era exactamente?

—Curiosidad —Lilit sonrió—. Y como he dicho, eres un chico bastante guapo.

—¡Pero estoy casi segura de que Alek no quiere un chico guapo!

—¡No puedes estar segura hasta que se lo preguntes!

Deryn negó con la cabeza.

—A ti te educaron para lanzar bombas. A mí no.

—¿A ti te educaron para llevar pantalones y ser soldado?

—Creo que no. ¡Pero esas dos cosas son totalmente fáciles comparado con esto! —una de las niñas se volvió para mirarlos y Deryn bajó la voz—. En cualquier caso, no importa lo que él quiera. Él es el heredero del trono austriaco y yo soy una plebeya.

—Ese trono tal vez ya no exista cuando la guerra termine.

—Bueno, eso es un consuelo.

—Eso es la guerra —Lilit sacó un reloj de bolsillo y lo consultó bajo la temblorosa luz de la pantalla—. Deberíamos regresar.

Deryn asintió, pero mientras seguía a Lilit por el pasillo, miró por última vez la pantalla por encima del hombro. El Leviathan estaba volando de nuevo por el desierto con los motores reparados.

Entonces se prometió a sí misma aclarar las cosas sin falta la próxima vez que estuviese a solas con Alek. Al fin y al cabo, ella le había jurado solemnemente no tener ningún secreto para él.

Por supuesto, este momento podría muy bien no ocurrir hasta que hubiese terminado la guerra, al cabo de varios años, cuando el mundo fuese un lugar muy distinto.