TREINTA Y CUATRO

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La pesadilla había regresado otra vez.

Era la misma de siempre: calor, olor a propano, el horrible crujido de las cuerdas al partirse. Luego la caída al suelo, arrastrada en la barquilla de su padre y ver cómo él se alejaba a la deriva quemándose en el aire.

Deryn sabía que aquel sueño aparecería de nuevo tan pronto como cerrase los ojos. Después de todo, había estado viendo cómo el misil despegaba desde el agua oscura e impactaba en la nave, incendiando uno de sus endebles globos. Aquella terrible imagen no había abandonado su mente ni siquiera cuando el águila mensajera había llegado hacía media hora, con las noticias de que todos los pasajeros habían sobrevivido.

De modo que se quedó allí tumbada toda la noche, soñando con deflagraciones cada vez que cerraba los ojos.

Cuando finalmente salió el sol, Deryn apartó el cubrecama. No tenía sentido simular dormir. Hoy iba a ser el día en que viviría su propia pesadilla.

«Todos los pasajeros», significaba que Eddie Malone aún estaba vivo. Sin duda ya habría comunicado a todas las oficinas del World la historia de la chica aviadora. El Leviathan estaba amarrado solamente a cuarenta millas de la ciudad de Nueva York. Cuando el consulado británico leyese la historia, las noticias llegarían a la nave a través del águila mensajera más rápida que pudiesen encontrar.

Por lo menos el capitán no estaba en la nave. Deryn dudaba de que el primer oficial tuviese el coraje suficiente de meterla en el calabozo sin órdenes.

Aun así, las miradas de sus compañeros de navegación ya serían lo bastante desagradables.

Con la rodilla torcida o no, Deryn decidió vestir un uniforme decente para cuando los oficiales la reclamasen. Acababa de vestirse cuando llamaron a su puerta.

Ella permaneció allí, mirando por la ventana. ¿Así que aquello era todo? ¿El fin de todo por lo que había trabajado?

—Pasen —dijo en voz baja. Pero solo era la científica, su loris y Tazza.

—Buenos días, señor Sharp.

Deryn no respondió, solo extendió la mano para que Tazza la acariciase con el hocico.

La doctora Barlow frunció el ceño.

—¿Se encuentra mal, señor Sharp? Parece un poco cansado.

—Es solo… que no he dormido bien.

—Pobrecillo. Nuestra bienvenida a Nueva York ha sido inquietante, ¿verdad? Pero por lo menos hemos tenido un poco de suerte.

—Sí, señora —suspiró Deryn—. Por supuesto, si ese caraculo de Eddie Malone hubiese sido un poco menos afortunado, yo tal vez estaría más contenta.

—Ah, ya veo —la doctora Barlow arrastró la silla del escritorio de Deryn y se sentó en ella—. Quedará consternada por las noticias de esta mañana.

Deryn tragó saliva:

—¿Noticias?

—Pues claro. La historia está en boca de toda la nave —sonriendo, la científica sacó de su bolso un periódico pulcramente doblado.

—De modo que… ya lo ha… —Deryn balbuceó—. ¿Y los oficiales se lo han enviado a usted?

—Nadie me ha enviado nada, jovencito —la doctora Barlow le entregó el periódico.

Deryn lo extendió con el corazón latiéndole con fuerza en su pecho; las abejas de su cataplasma se despertaron furiosas. En el centro de la primera página había una fotografía de Alek con aspecto empapado después del ataque y el naufragio de la nave y bajo ella un gran titular decía:

EL HEREDERO SECRETO AL TRONO DE AUSTRIA SOBREVIVE AL ATAQUE DE UN MISIL

No era de extrañar que el atentado a la vida de Alek fuese la historia principal. Y cuando sus ojos recorrieron la página, Deryn encontró artículos preguntándose si agentes alemanes estaban implicados, preguntando si también pretendían matar a Nikola Tesla y además artículos sobre las elecciones para alcalde de la ciudad.

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«TITULAR»

¡Y, sin embargo, no se mencionaba ni una palabra sobre el tema de Deryn Sharp!

Pasó rápidamente a las siguientes páginas, en las que encontró fotografías del Leviathan sobre Tokio, el encuentro de la aeronave con Pancho Villa y al embajador alemán denunciando las amenazas del gran inventor contra las potencias clánker. Incluso había una ilustración en cierto modo alocadamente alegórica de Tesla dominando a las potencias darwinistas y clánker con la electricidad.

Pero no había nada sobre una aviadora demente.

Deryn soltó un gemido.

—Malone está solo esperando, ¿verdad?

—Creo que no lo entiende, jovencito. El primer titular ya lo dice todo.

Deryn volvió a la primera página y se quedó mirando.

—El heredero secreto al trono de Austria —murmuró y finalmente comprendió lo que aquello significaba—. Pero ¿cómo descubrió Eddie Malone la carta del Papa?

La doctora Barlow chasqueó la lengua.

—¿La carta del Papa? ¡Ah! ¡Sospechaba que usted sabía todo esto!

—Sí, señora. Alek me lo contó en Estambul.

—Por supuesto. Uno se podría preguntar si todo el mundo en esta nave tiene una identidad secreta.

—Espero que no, señora. Como sabrá, es bastante molesto —Deryn hizo un gesto con la cabeza—. Pero ¿por qué él se lo contaría a…?

—Aquel caraculo —ayudó el loris de la científica educadamente.

Entonces, en un instante, Deryn lo comprendió todo. Alek había hecho otro trato. Igual que en Estambul, cuando Malone iba a revelar los planes de la revolución y Alek acordó contarle la historia de su vida a cambio de que el hombre guardase silencio.

Pero esta vez había confesado su secreto por ella.

—¡Oh! —exclamó Deryn en voz baja.

—Oh, por supuesto —dijo la científica—. Es usted un poco lento, señor Sharp. ¿Está usted seguro de que no se golpeó la cabeza junto con su rodilla?

Deryn alzó la vista del periódico.

—¿Por qué sigue llamándome señor Sharp?

—Porque usted parece ser el cadete que se corresponde con ese nombre. Y dado esto —la doctora Barlow dio unos golpecitos en el periódico—, es probable que nadie crea otra cosa. Y ahora por favor prepárese, vamos a viajar dentro de una hora.

—Viajar, ¿señora?

—A la ciudad de Nueva York. El consulado serbio va a dar una fiesta para el señor Tesla y el príncipe Aleksandar esta tarde. Deberá vestir uniforme de gala, por supuesto. Ya veo que ha conseguido vestirse usted solo.

—Bueno, sí. Pero ¿por qué me arrastra con usted?

—Señor Sharp, al parecer usted tiene la confianza, tal vez incluso el cariño, aunque tiemblo solo con pensarlo, del heredero legal al trono del Imperio austrohúngaro —la doctora Barlow hizo chasquear los dedos llamando a Tazza—. Mientras su pequeño esqueleto siga en el armario, la Sociedad Zoológica de Londres tendrá muchos trabajos para usted. Y ahora por favor prepárese, señor Sharp.

Señor Sharp —dijo su loris.

El viaje por el río Hudson fue espléndido: la Estatua de la Libertad irguiéndose alta hacia el sur, con los enormes rascacielos de Manhattan enfrente. Incluso el humo del motor del ferry esparciéndose por el cielo azul parecía en cierto modo magnífico. Deryn se había acostumbrado a los motores clánker durante los últimos tres meses, o al menos eso suponía, igual que Alek se había vuelto un poco darwinista. El rumor de los motores a través de su cuerpo ya le parecía casi natural y parecía aliviar su rodilla herida.

Ella y la doctora Barlow, y su escolta de marines, fueron recogidos por un caminante armado en los muelles del ferry. Era más pequeño que una máquina de guerra propiamente dicha y lo suficientemente ligera para transitar por las abarrotadas calles de Nueva York, pero definitivamente a prueba de balas. Después del ataque de la noche anterior, nadie del Leviathan quería aventurarse a salir sin protección. La navaja marinera de Deryn esperaba en un bolsillo interior de su chaqueta y el bastón de paseo que Klopp le había hecho estaba coronado con una bola de latón de la medida de una ciruela grande.

A pesar de que aún cojeaba de una pierna, Deryn conservaba su espíritu de lucha.

El caminante atravesó las multitudes y pasó por debajo de trenes elevados. A medida que viajaban al norte, los edificios se hacían más bajos y era más común ver casas dispuestas en hileras al estilo de Londres que rascacielos. El aire estaba más limpio que en Estambul, puesto que la ciudad utilizaba más electricidad que vapor, gracias a la influencia de Tesla y del otro gran inventor americano: Thomas Edison.

Por fin el caminante llegó al consulado serbio, un gran y solemne edificio de piedra con una hilera de policías en el exterior a lo largo de la acera.

—¡Caramba! Parece que estén realmente preparados para enfrentarse a problemas —Deryn se apartó de las ventanillas—. Pero los alemanes no serán tan idiotas como para iniciar una pelea en medio de Manhattan, ¿verdad?

—Estoy segura de que los alemanes pondrán a prueba la paciencia del presidente Wilson —repuso la doctora—. Pero el país está dividido. Se han escrito duras palabras para Alemania en el New York World esta mañana, aunque los periódicos del señor Hearst han dicho que el ataque ha sido obra de anarquistas y no de clánkers.

—Mmm… —musitó Deryn—. Tal vez aquel cretino sea realmente un agente alemán.

—Al señor Hearst ciertamente le desagrada lo británico —el caminante se detuvo lentamente y la doctora Barlow empezó a alisarse la ropa—. Y, además, los alemanes saben que un proyectil desviado no arrastrará a América a la guerra.

Deryn frunció el ceño.

—Señora, ¿ya tiene en cuenta que los alemanes van tras Alek? ¿O están más preocupados por el señor Tesla?

—Ayer noche sospechaba que querían a Tesla —la doctora Barlow suspiró—. Pero después de leer los periódicos de esta mañana tal vez sus prioridades cambien.

Dentro de las paredes del consulado era fácil olvidar que había policías armados afuera. Mayordomos con guantes blancos y fracs de terciopelo recogieron el sombrero y el abrigo de viaje de la doctora mientras algunas notas de música de baile resonaban por las paredes de mármol. Después de la entrada había unos escalones y la doctora Barlow cogió el brazo de Deryn, aliviando un poco de peso de su rodilla herida.

Las bestias de la rodilla de Deryn habían hecho su trabajo rápidamente y, de hecho, podía andar sin cojear, pero aún estaba contenta de poder apoyarse en su bastón. Los sonidos de las voces y la música crecieron a medida que un mayordomo las guiaba por el consulado hasta una sala de baile grande y llena de gente.

La fiesta estaba en pleno auge. La mitad de los caballeros vestían uniformes militares y la otra mitad trajes de chaqué, pantalones de rayas y frac. Las señoras vestían con suaves colores pastel, y algunos dobladillos elevados hasta la atrevida altura de media pantorrilla. Las tías de Deryn se habrían escandalizado, pero aquello tal vez era solamente otra señal de que las mujeres americanas estaban cambiando rápidamente.

Por supuesto, todo aquello importaba menos a Deryn, ahora que su secreto estaba de nuevo a salvo. Ella no se quedaría en América, sino que partiría con la doctora Barlow para trabajar para su misteriosa sociedad. Deryn se había sentido tan aliviada aquella mañana, que había tardado todo el día simplemente en asumirlo. Sin embargo, cuando el Leviathan partiese hacia Londres aquella noche, dejaría a Alek atrás.

Justo cuando aquella idea la impactó, allí estaba él al otro lado de la sala de baile, con Bovril sobre su hombro, junto a Tesla, entre un grupo de civiles aduladores.

—Disculpe, señora.

La doctora Barlow siguió la mirada de Deryn.

—Ah, sí, claro, por supuesto. Pero por favor…, sea diplomático, señor Sharp.

—Le ruego que me disculpe, señora —dijo Deryn—. Pero he sido lo bastante diplomático, para engañarla estos últimos tres meses.

—Regodearse no es de caballeros, jovencito.

Deryn solamente soltó un bufido y cruzó la sala. Pronto estuvo lo suficientemente cerca para oír a Tesla, que estaba exponiendo el potencial comercial de Goliath, cómo podría usarse no solamente para destruir ciudades, sino para emitir películas y electricidad gratis a todo el mundo.

Se inclinó hacia el borde del círculo de oyentes embelesados hasta que captó la mirada de Bovril. La bestezuela murmuró algo al oído de Alek y pronto el muchacho se estaba librando del señor Tesla, quien apenas se dio cuenta.

Un momento después, ya estaban solos los dos en un rincón.

—Deryn Sharp —dijo Bovril suavemente.

—Sí, bichito —miró a Alek a los ojos mientras acariciaba la cabeza del loris—. Gracias.

Alek lucía la misma leve sonrisa que aparecía en su rostro cuando estaba bastante orgulloso de algo.

—Prometí proteger tu secreto, ¿no?

—Sí, mintiendo. ¡Y no diciendo la condenada verdad!

—Bueno, no podía permitir que fueras desgraciada. Eres el mejor soldado que conozco.

Deryn se volvió. Había tantas cosas que quería decirle a Alek, pero era todo demasiado complicado y poco marcial decírselas allí.

Ella empezó diciendo:

—Volger debe de estar un poco furioso contigo.

—Pues está extrañamente tranquilo sobre ello —Alek miró por encima del hombro de Deryn, pero ella no se dio la vuelta para mirar—. De hecho, ahora está manos a la obra convenciendo al embajador francés mientras nosotros hablamos. Necesitaremos su reconocimiento si alguna vez subo al trono.

—Olvida el condenado trono. ¡Yo me alegro sencillamente de que no estés muerto!

Alek volvió a mirarla.

—Yo también.

—Siento haber sido brusca —murmuró ella—. Esta noche no he podido dormir.

—Fue casi como el accidente de tu padre, ¿cierto? —él extendió las manos mostrándoselas—. Pero he salido de esta sin un rasguño. Tal vez la maldición se ha roto. Ha sido la providencia.

—Sí, no se puede negar que eres un ruinoso caso de buena suerte —ella apartó la vista—. Pero ahora que soy el cadete Dylan Sharp de nuevo tengo que partir con el Leviathan. Nuestras veinticuatro horas se terminan esta noche.

—Ah, había olvidado que este aún es un puerto neutral —la mirada de Alek vaciló, como si en aquel instante se diese cuenta de que al proteger su secreto la había alejado de él—. Ahora no hay muchas probabilidades de que te expulsen, ¿verdad?

—No —ella miró por la sala a toda la gente vestida con elegantes ropas. Nadie los estaba observando pero aún le parecía mal decirse adiós entre tanta gente.

—Aún podrías… —él carraspeó—. ¿Y si de todos modos te quedaras?

—¿Qué? ¿Te refieres a abandonar la nave?

—¿Por qué no? Tarde o temprano averiguarán qué eres, Deryn. Y ahora que tu secreto está a salvo, puedes unirte a nosotros sin escándalo.

—La deserción es peor que un escándalo, Alek, no puedo abandonar a mis camaradas de a bordo.

—Pero si ellos averiguan lo que eres, ellos te abandonarán a ti.

Ella se le quedó mirando fijamente un buen rato y se encogió de hombros. Él tenía mucha razón, pero aquello no importaba.

—Mi país está en guerra y yo no soy un desertor.

—Tú puedes ayudar a tu país terminando la guerra. Quédate conmigo, Deryn.

Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar. Por supuesto quería quedarse, pero no por alguna noble razón. Por muy terrible que fuera aquella guerra, ella no se guiaba por algo tan grande como conseguir la paz. Ser guiado por la providencia era para los condenados príncipes, no para soldados comunes.

Y lo que Deryn quería estaba fuera de su alcance tanto si ella se quedaba como si se iba a mil millas de distancia.

Alek no podía leer sus pensamientos, por supuesto. Él se irguió y dijo en voz baja:

—Lo siento. No sé en lo que estaría pensando. Ambos tenemos que cumplir con nuestro deber. De hecho, el señor Tesla está hablando con aquellos hombres muy ricos de allí. Necesitamos su dinero para hacer mejoras en el Goliath.

—Deberías regresar e impresionarles con tu latín, entonces.

—Cuanto más rápido termine la guerra, más rápido podremos… —no pudo seguir hablando.

—Sí, nos veremos de nuevo.

Alek hizo chocar sus talones.

—Adiós, Deryn Sharp.

—Adiós, Aleksandar de Hohenberg —Deryn sintió que se le hacía un fuerte nudo en la garganta. Aquello estaba realmente sucediendo. Estarían separados durante años y lo único que se le ocurrió decir fue—: ¿No vas a ponerte sensiblero y besar mi mano, no?

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«ANTIGUOS ALIADOS»

—Ni se me ocurriría —la inclinación de Alek se convirtió en un lento paso hacia atrás, como si intentase irse pero no pudiese. Entonces desvió la mirada y sonrió aliviado—. En cualquier caso, hay alguien más que quiere verte.

Deryn cerró los ojos.

—Por favor no me digas que es el caraculo de Malone.

—En absoluto —dijo Alek—. Es el embajador de la República otomana y su bella joven ayudante.

—¿Quién y qué? —preguntó Deryn dándose la vuelta.

Ante ella estaban Lilit y el Kizlar Agha.