TREINTA Y UNO

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Durante todo el día, la costa este de los Estados Unidos había estado a la vista, con sus blancas playas y árboles no muy frondosos a causa del salitre. En las últimas mil millas no se habían producido demoras y el Leviathan ya se estaba acercando a su objetivo. Deryn podía oír cómo la tripulación empezaba a ir de un lado a otro por los pasadizos. Aquel sonido hacía que el corazón le diese un vuelco.

A última hora de la noche, Eddie Malone ya estaría en las oficinas del New York World, entregando su historia sobre Deryn Sharp, la valiente aviadora que había engañado a todo el Ejército del Aire británico. Mañana su secreto se publicaría en el World y, al día siguiente, estaría en todos los periódicos de América.

Deryn estaba ejercitando su rodilla, sin hacer caso del zumbido de las abejas y preparándose para caminar con el bastón que el encantador viejo Klopp le había hecho especialmente para ella. Estaba torneado con madera fabricada, pero adornado en la parte superior con un fuerte mango de latón muy al estilo clánker. No tenía ni idea de si el capitán querría darle la patada como a un polizón o meterla en el calabozo, pero tanto si era una cosa u otra no quería estar indefensa.

Se escuchó un golpe de alguien llamando a la puerta.

Se abrió antes de que Deryn pudiese responder y entraron tan tranquilos la científica con el loris en su hombro y Tazza a remolque. El tilacino se acercó de un salto y enterró su hocico en la palma de la mano de Deryn.

—Buenas tardes, señor Sharp.

—Buenas tardes, señora —Deryn alzó su bastón—. Tendrá que disculpar que no me levante.

—No se preocupe. Me parece que Tazza la echa de menos.

—¿Y usted no me echa de menos, señora?

La doctora Barlow hizo un mohín con la nariz.

—Lo que echo de menos es que saquen a pasear a Tazza a intervalos regulares. El señor Newkirk ha resultado ser bastante poco de fiar.

—Siento oír eso, señora, pero está haciendo mis tareas además de las suyas —dijo Deryn y puso mala cara. Ya no tenía demasiado sentido hacer tantas reverencias e intentar no meterse en líos ahora que su carrera había terminado.

—¿Nunca ha pensado en sacar a pasear a Tazza usted misma?

La doctora Barlow abrió un poco más los ojos, sorprendida.

—Que sugerencia tan extraña.

—Tremendamente desagradable —dijo su loris.

—Pobre bestezuela —Deryn acarició la cabeza del tilacino—. Bien, envíeme al señor Newkirk enseguida y le diré que es un caraculo.

—Caraculo —Bovril se echó a reír.

—¡Cuide su lenguaje, señor Sharp! —exclamó la doctora Barlow—. ¿Está usted completamente seguro de que se encuentra bien?

Deryn se quedó mirando su pierna. Su uniforme ocultaba las compresas, pero aún se le notaba un bulto.

—El corte del brazo está bien, pero el doctor Busk no está seguro de mi rodilla.

—Eso me ha dicho —la científica se sentó en el escritorio de Deryn, e hizo chasquear los dedos para que Tazza volviera junto a ella—. Si se ha dañado los ligamentos detrás de la rótula, sus días de escalar por los flechastes es posible que hayan terminado.

Deryn apartó la vista, puesto que de pronto notó que los ojos le ardían. No era tan solo eso sino que debería alejarse de cualquier cordel de la nave una vez que los oficiales supiesen que era una chica. Y, además, aún le dolía pensar que su madre y sus tías pudiesen tener razón, después de todo. ¿Y si jamás pudiese volver a ser aviador?

—El doctor Busk aún no está seguro de eso, señora.

—No, desde luego. Pero de la desgracia puede surgir una oportunidad.

—¿Disculpe, señora?

La doctora Barlow se puso de pie de nuevo y empezó a inspeccionar el camarote, pasando la yema de su dedo enguantado por la madera.

—Durante los pasados dos meses, ha demostrado ser muy útil, señor Sharp. Usted es bastante resuelto en las situaciones peliagudas y muy dado a la improvisación e incluso posee, cuando no está compadeciéndose en su lecho de enfermo, un cierto don para la diplomacia.

—Sí, supongo.

—Deje que le haga una pregunta, ¿ha pensado alguna vez en servir al Imperio británico de una forma más ilustre que correteando por una aerobestia atando nudos?

Deryn puso los ojos en blanco.

—Es algo más que solo atar nudos, señora.

—Después de haber visto sus talentos de primera mano, no puedo llevarle la contraria —la científica se volvió hacia Deryn y sonrió—. Pero si acepta mi oferta, aprenderá a desatar nudos, los figurados, por supuesto, que desde luego pueden ser incluso más gratificantes.

—¿Su oferta, señora?

—¿Me explico tan mal? —preguntó la científica—. Le estoy ofreciendo un cargo, señor Sharp. Uno fuera de los confines de las Fuerzas Aéreas. Aunque le aseguro que deberá viajar en aeronave bastante a menudo.

—Un cargo, señor Sharp —dijo su loris, y Bovril soltó un silbido grave.

Deryn se recostó en sus almohadas. De repente el zumbido en su cataplasma se había redoblado.

—Pero ¿qué tipo de cargo? Usted es… la directora del Zoo de Londres, ¿no?

—Directora del zoo, ¡bah! —exclamó la bestezuela de la doctora Barlow.

—Ese es mi título, señor Sharp. Pero ¿acaso a usted le dio la impresión de que nuestra misión en Estambul era de naturaleza zoológica?

—Hum, creo que no, señora.

Entonces a Deryn se le ocurrió que no tenía ni idea de cuál era el cargo real de la doctora Barlow, excepto que implicaba dar órdenes a la gente y actuar como un superior. Ella era la nieta del gran fabricante, desde luego, y había podido requisar el Leviathan en medio de una condenada guerra.

—¿Trabaja usted para alguien en particular, señora? ¿Como el Almirantazgo?

—¿Para aquellos imbéciles? Me parece que no. La Sociedad Zoológica de Londres no es una agencia gubernamental, señor Sharp. Para ser exactos, es una organización científica benéfica. La doctora Barlow se sentó de nuevo y empezó a acariciar la cabeza de Tazza. No obstante, la zoología es la espina dorsal de nuestro Imperio y por esta razón la sociedad tiene muchos miembros de alto rango. Colectivamente, somos una fuerza que se debe tener muy en cuenta.

—Desde luego, ya me he percatado de ello —la científica prácticamente había dirigido la nave hasta que el señor Tesla había subido a bordo hablando de superarmas—. Pero ¿qué tipo de cargo tendría la sociedad para mí? Yo no soy científica.

—Por supuesto, pero parece bastante rápido estudiando. Y a veces mi trabajo científico me conduce hasta situaciones que son, como al señor Rigby le gusta decir, bastante animadas —la doctora Barlow sonrió—. En estas circunstancias un ayudante personal como usted podría serme muy útil.

—¿Eh? ¿En qué medida ayudante personal, señora? —dijo Deryn entornando los ojos.

—Podría decirse que usted sería mi ayuda de cámara, señor Sharp —la doctora repasó con la mirada el camarote—. Aunque veo que ahora mismo quien necesita ayuda es usted.

Deryn puso los ojos en blanco.

Era rematadamente difícil mantener las cosas ordenadas cuando uno no se puede poner de pie. Pero aquel trabajo parecía una oportunidad de escapar de prisión o, lo que era peor, de que la enviasen a Glasgow y la obligasen a llevar faldas.

—Me parece muy bien, señora. Pero…

La doctora Barlow alzó una ceja.

—¿Tiene dudas?

—No, señora. Pero tal vez, después… Verá, hay algo que usted no sabe sobre mí.

—Dígame, señor Sharp.

—Dígame, señor Sharp —repitió su loris.

Deryn cerró los ojos, y decidió terminar en un santiamén con todo aquello.

—Soy una chica.

Cuando Deryn abrió los ojos, la científica seguía mirándola sin ningún cambio de expresión.

—Por supuesto —dijo ella.

Deryn se quedó con la boca abierta.

—¿Me está diciendo que… ya lo sabía?

—No tenía ni idea en absoluto. Pero tengo por norma no parecer jamás sorprendida —la doctora Barlow suspiró, mirando por la ventana—. Aunque en esta ocasión me está resultando bastante más difícil de lo habitual. ¿Dices que eres una chica? ¿Y estás del todo seguro de ello?

—Sí —Deryn se encogió de hombros—, de cabeza a los pies.

—Bueno, debo decir que esto es extraordinario. Y ciertamente inesperado.

Señor Sharp —repitió el loris en su hombro de nuevo, con una pose bastante engreída.

Deryn sonrió un poco sin querer al ver la incomodidad de la científica. Era bastante agradable revelar un secreto a una sabelotodo como ella. Al fin y al cabo, tal vez no sería tan terrible ver las caras de sorpresa de toda la tripulación. ¿Y qué podrían hacerle los oficiales, ahora que ella tenía la protección de la científica?

—¿Y por qué exactamente perpetraste este engaño?

—Para poder volar, señora. Y por los nudos.

—Hummmmm… —murmuró la científica mientras pensaba.

—Bueno, esto da una vuelta de tuerca más, señor Sharp, o señorita Sharp, pero tal vez nos sea útil. Los esfuerzos de la sociedad a veces emplean el arte del disfraz. De veras es realmente sorprendente que nadie jamás se haya percatado de su engaño.

—Bueno, me temo que este no es el caso —Deryn carraspeó—. El conde Volger fue el primero, y luego una chica en Estambul llamada Lilit… Y más recientemente Alek. Oh, y Pancho Villa y su doctor y, finalmente, aquel reportero caraculo, Eddie Malone.

Ahora sí que la científica abrió mucho los ojos mostrando su sorpresa.

—¿Está usted segura del todo de que no lo sabe nadie más, jovencita? ¿O es que soy la última persona en enterarme de toda esta nave?

—Bueno, ese es precisamente el problema señora. Muy pronto, el World, es decir, el periódico del señor Malone, lo publicará, puesto que Malone planea contárselo a todos cuando lleguemos esta noche a Nueva York.

—Bien, pues entonces esto hace que todo se vaya al garete —la doctora Barlow negó con la cabeza lentamente—. Me temo que voy a tener que retirar mi oferta.

Deryn se incorporó en su asiento.

—¿A qué se refiere?

—Me refiero, señorita Sharp, a que usted ha alcanzado cierta notoriedad en algunos círculos. Ayudó a fomentar una revolución en el Imperio otomano. ¡Un ambicioso esfuerzo, incluso para los estándares de la Sociedad Zoológica de Londres! —la científica suspiró—. Pero cuando se haga pública la noticia de lo que es usted en realidad, su celebridad no hará más que aumentar el escándalo.

—Sí, claro —dijo Deryn—. Durante una semana más o menos.

—Durante algún tiempo más, me temo. Jovencita, ha puesto en ridículo a esta nave y a sus oficiales. Y ha elegido justo el momento en que todas las miradas del mundo están sobre nosotros. ¡Piense en lo que la gente dirá del capitán Hobbes, por no haberse dado cuenta de que uno de sus oficiales era una chica!

—¡Oh! —Deryn parpadeó—. Sí, claro.

—Y la vergüenza no terminará aquí, señorita Sharp. El Servicio Aéreo es ya casi una nueva rama del Ejército y el Almirantazgo… Bueno, ¡le han concedido incluso una medalla!

—¡Pero usted acaba de decir que son imbéciles!

—Unos imbéciles muy poderosos, señorita Sharp, con los que la sociedad no puede permitirse el lujo de enemistarse —la doctora hizo un gesto preocupado—. Pero estoy segura de que alguien sí que estará contento con esta revelación.

—Se refiere a las sufragistas, ¿señora?

—No, me refiero a los alemanes. ¡Vaya regalo para sus esfuerzos propagandísticos! —la doctora se puso de pie—. Lo siento, señorita Sharp, pero me temo que esto no puede terminar así.

Deryn tragó saliva intentado encontrar algún tipo de argumento, pero la aplastante verdad era que la doctora Barlow tenía razón. Al estar postrada en la cama aquellos dos últimos días, Deryn solo había pensado en lo que la revelación de Malone significaría para ella y no para el capitán y sus compañeros en la nave y mucho menos en las Fuerzas Aéreas y el Imperio británico.

Y, lo que era peor, Alek no había pensado en ello tampoco. ¿Aún la querría en su vida cuando fuese famosa por haber humillado a su Ejército y a su nave?

—No me malinterprete, señorita Sharp. Lo que ha hecho es muy valiente. Es usted un ejemplo para nuestro género y cuenta con mi total admiración.

—¿De veras?

—Por supuesto —la científica chasqueó los dedos llamando a Tazza y abrió la puerta—. Y si no la hubiesen descubierto, habría sido un placer trabajar con usted. Tal vez cuando esta guerra termine podamos hablar de este cargo de nuevo.

—Tal vez —repitió el loris en su hombro—. Señorita Sharp.

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