TREINTA Y SIETE

Images TREINTA Y SIETE Images

Deryn siguió en posición de firme apoyada contra la pared del camarote, atenta, respirando pausada y profundamente. Finalmente flexionó las rodillas, deslizando la espalda por la pared hasta que quedó sentada sobre sus talones. Le temblaban los músculos y su herida le ardía. Pero ahora venía la parte más dura puesto que levantarse sería todo un reto.

Fue un proceso lento y agonizante pero Deryn consiguió hacerlo sin gritar ni perder el equilibrio. Se quedó allí apoyada, jadeando, con los ojos cerrados por el dolor.

—¿Haciendo ejercicio, señor Sharp?

Abrió los ojos y vio a la doctora Barlow bajo el marco de la puerta, con Tazza a su lado. El loris de la científica estaba sentado en su lugar habitual, mirando imperiosamente por el pequeño camarote del cadete.

Sin embargo esta vez Deryn no estaba de humor para aguantarles.

—Lo tradicional es llamar a la puerta, señora, aunque la puerta esté abierta.

—Tiene razón —la doctora Barlow golpeó dos veces en el marco de madera de la puerta—, aunque no me parece que usted sea muy fiel a las tradiciones, señor Sharp.

El loris rio entre dientes pero no repitió las palabras. Las dos últimas semanas se había mostrado más silencioso e incluso pensativo. Tal vez echaba de menos a Bovril.

—Me alegra ver que está poniendo en forma esa rodilla, señor Sharp.

—Tengo que conseguir subir por los flechastes de nuevo —dijo Deryn—. Me estoy volviendo loca aquí atrapada en la barquilla.

—Ya veo —dijo la doctora Barlow y luego frunció el ceño—. Debe de estar impaciente por hacer el payaso por la parte superior de todas las naves en las que viajaremos, ¿verdad?

—Sí, señora —Deryn inspiró y dobló de nuevo las rodillas—. Ya sabe que quiero atar nudos.

—Le quiere —dijo el loris en voz baja.

Deryn se quedó paralizada a medio camino de sentarse sobre sus talones y se lo quedó mirando.

La doctora Barlow sonrió.

—¡Ajá! Está enamorado, ¿verdad, señor Sharp?

—¿Señora?

—De volar. Está enamorada del aire.

Deryn terminó de agacharse y volvió más tarde a levantarse sin hacer una pausa, dejando que el dolor ocultara su expresión. ¡Científicos entrometidos y sus listos loris!

Por supuesto, poco importaba lo que la doctora Barlow pensara realmente ahora que Alek se había ido, arrastrado por un mundo distante de poder, influencia y pacificación, tal vez para siempre. ¿Cómo podría alguien que salía todos los días en los periódicos tener algo más que ver con Deryn Sharp?

—No se preocupe, jovencito. Mis obligaciones con la Sociedad Zoológica implican muchos viajes. Verá un montón de aeronaves.

—Estoy segura de ello, señora —Deryn recordó hoscamente lo afortunada que se había sentido cuando la científica le había hecho la oferta de trabajo.

El hecho de salvarse por un pelo de Malone le había enseñado una cosa: que si la descubrían, sus oficiales y compañeros se sentirían muy humillados. Deryn no podía arriesgarse a que eso pasara y estaba claro que la misteriosa y secreta sociedad de la científica era un lugar más seguro para guardar secretos que las Fuerzas Aéreas. Al parecer, en esa sociedad, el hecho de tener más de una identidad no suponía un problema en absoluto. La doctora Barlow había incluso bromeado diciendo que Deryn posiblemente tendría que disfrazarse de chica de vez en cuando.

Pero eso significaba que Deryn no solo acababa de perder a Alek sino que también había perdido su hogar.

Se deslizó por la pared una vez más, pasando por alto el dolor creciente de la rodilla. Estaba ansiosa por escalar una última vez por los flechastes antes de que se dirigieran de vuelta a Londres; el doctor Busk y su tímido consejo de que no lo hiciera podían irse a la porra. No había nada más en el cielo que pudiese equipararse con el Leviathan.

—Desconsolado —dijo el loris en voz baja.

La doctora Barlow le hizo callar.

—Debe unirse a nosotros en el puente de mando, señor Sharp. La vista puede ser interesante esta noche.

—Es cierto. Van a probar el Goliath, ¿verdad? —en la última carta, Alek se mostraba muy emocionado al respecto—, pero creía que usted había dicho que no funcionaría, señora.

La científica se encogió de hombros.

—Yo simplemente dije que el Goliath no puede hacer caer fuego del cielo. Nunca sugerí que el señor Tesla sea incapaz de montar un espectáculo.

Cuando estaban a medio camino del puente de mando la sirena comenzó a sonar.

—¿Eso es zafarrancho de combate? —preguntó la doctora Barlow—. Qué interesante.

—Sí, señora, así es —cuando se puso a andar más rápido, Deryn hizo una mueca de dolor, ahora deseaba no haber forzado tanto la rodilla con los ejercicios de recuperación—. Probablemente sea un simulacro, puesto que estar parados dos semanas no ha contribuido precisamente a subir la moral.

—Puede que tenga razón, señor Sharp —ambas se hicieron a un lado para dejar pasar al ruidoso escuadrón de aparejadores—. Aunque ¿y si los alemanes han decidido que es la noche adecuada para atacar?

—¿Qué quiere decir, señora?

Reanudaron la marcha y la científica dijo:

—El señor Tesla ha advertido al mundo que hoy verían cosas alarmantes y erupciones en el cielo. Si su máquina funciona mal, cualquier posible accidente de entrada debe ser descartado, sobre todo si no hay supervivientes para contarlo.

—No hay supervivientes —repitió el loris de la científica y Deryn redobló su paso.

Cuando llegaron al puente de mando el sonido de la sirena se apagó. Los oficiales se habían reunido en las ventanas de estribor y miraban a través de los prismáticos. Una docena de lagartos mensajeros correteaban por el techo.

No se trataba de un simulacro.

El doctor Busk se apartó de la ventana y asintió con la cabeza a Deryn.

—Debo admitirlo, señor Sharp, estaba empezando a dudar de su historia. Sin embargo, esto es bastante extraordinario.

Deryn fue junto a él y siguió las miradas de los oficiales. Por debajo del Leviathan se extendían tres hileras de burbujas en el agua.

Deryn pensó un momento, tratando de imaginar máquinas gigantes debajo de la superficie con sus patas arrastrándose por las frías y oscuras aguas.

—Yo también estoy un poco sorprendido, señor.

—Los dos escoltas no son más grandes que una corbeta terrestre, capitán —comentaba el primer oficial—, sin embargo el que está en el centro debe de tener el tamaño de una fragata.

Deryn se asomó por la barandilla preguntándose cómo aquel hombre podía sacar tantas conclusiones de unas simples burbujas. El agua era tan negra como la boca del lobo y los tres rastros parecían diamantes dispersos bajo la luz de la media luna que estaba empezando a salir, demasiado delicados para ser los gases de los tubos de escape de enormes motores clánker.

El fragor del zafarrancho de combate llenaba el aire, se oían gritos y graznidos así como el rugir de los motores. Deryn agarró más fuerte la barandilla, cambiando su peso de un pie al otro. Estaba muy disgustada por tener que estar en el puente de mando en lugar de en la parte superior de la aeronave.

—Nuestra fe en usted ha sido recompensada, señor Sharp —dijo la científica, que estaba justo detrás de ella—. Pero deje de moverse.

—Como un maldito mono —añadió su loris.

—Lo siento, señora —Deryn se tranquilizó—. Si la enviaban de vuelta a su camarote, explotaría.

—En este lugar hay menos de un centenar de metros de profundidad —dijo el oficial de navegación, con los mapas desplegados ante él en la mesa de descodificación—. Esta es la parte menos profunda del agua en millas, señor.

El capitán asintió con la cabeza.

—Entonces, iniciemos nuestro ataque. Reduzca la velocidad un cuarto, piloto. Dejemos que el viento nos arrastre.

El rugido de los motores se mitigó un poco y la aeronave comenzó a desviarse hacia estribor. Los rastros de burbujas estaban llegando a un estrecho canal que había entre las islas, a la entrada de Long Island Sound.

Esas burbujas se desvían a la deriva a medida que suben —dijo el capitán—. ¿Qué velocidad alcanza esta corriente?

El piloto bajó los prismáticos.

—Unos cinco nudos, señor.

—¿Y cuánto tiempo tardan las burbujas en subir unos cien pies?

No se escuchó ninguna respuesta, por lo tanto todo el mundo miró a la científica.

—Dependerá de su tamaño —explicó—. Las burbujas de champagne, como todos hemos visto alguna vez, pueden tardar varios segundos en recorrer una pulgada.

Al cabo de unos momentos de silencio lleno de perplejidad, Deryn habló.

—Eso no son burbujas de champagne, señora; son burbujas de gases desprendidos por los malditos y enormes motores diésel. ¡Por lo menos tienen el tamaño de pelotas de críquet!

—Ah, claro —dijo la doctora Barlow mirando las oscuras aguas—. Entonces quizás tarden unos tres metros por segundo.

—Gracias, doctora —dijo el capitán—. Bombas fuera a mi señal. Tres…, dos…

Se produjo una leve sacudida en la cubierta tras el lanzamiento de la bomba aérea y el movimiento le provocó a Deryn una punzada en la rodilla. Se asomó por las ventanas inclinadas intentando ver por debajo de la nave.

Por unos momentos no se vio nada más que el océano llano y oscuro pero luego la bomba estalló y una columna de agua salió disparada al aire. Le siguió la detonación, con segundos de retraso, como una flor plateada abriéndose bajo la luz de la luna. Finalmente, los gases liberados por la explosión llegaron a la superficie alzándose como una cúpula blanca y espumosa. Un montón de ondas rodaron por el agua y las olas explotaron alzándose y cayendo, por las aguas poco profundas.

—Den la vuelta a la nave —ordenó el capitán.

El Leviathan giró lentamente sobre sí mismo hasta que las ventanas del puente estuvieron de nuevo frente al canal. La superficie del agua se había calmado, y Deryn miraba hacia abajo detenidamente buscando rastros de tubos de escape.

Una de las máquinas tenía problemas, puesto que su flujo de burbujas aumentó y se llenó de chasquidos y salpicaduras. Después surgió del agua otra cúpula gigante, blanca e hirviendo.

—Explosión secundaria —anunció el primer oficial—. Es uno de los escoltas aplastado por la ola expansiva.

—Ha sido pan comido —dijo el capitán.

Deryn trató de imaginar a los hombres que viajaban dentro del caminante anfibio, luchando inútilmente para evitar que el océano se los tragase. Ahora el otro escolta también estaba fallando, puesto que los humos de su tubo de escape petardeaban a trancas y barrancas. Por fin dejó de funcionar con un quejido y sus burbujas se dispersaron desvaneciéndose hasta que no quedó ninguna.

—Esos eran los más pequeños, señor —dijo el primer oficial.

Images
«BOMBARDEO»

Deryn se estremeció, al pensar en la oscuridad de las profundidades del océano cuando las luces y los motores fallasen; además el agua estaría helada.

Nunca antes había visto un combate desde la serena posición ventajosa del puente de mando del Leviathan. Cuando corría por la parte superior de la nave, el horror de la batalla se perdía en una vorágine de excitación y peligro. Sin embargo, le pareció inhumano estar allí viendo hombres muriéndose mientras ella ni tan si quiera tenía miedo.

Pero el hecho de que ella sintiese aquella aprensión no significaba ninguna diferencia para los marinos que estaban bajo las aguas.

—La fragata está fabricada con un material más resistente, capitán —el primer oficial se apartó de las ventanas—. ¿Vamos a iniciar otro ataque?

El capitán Hobbes negó con la cabeza.

—Nos mantendremos a la espera pero permanezcan todos en sus puestos de combate.

Deryn se volvió hacia la doctora Barlow y le preguntó en voz baja:

—¿Por qué no acabamos con ellos, señora?

—Porque están bajo el agua, señor Sharp. Un buque de guerra alemán que no puede ser visto no es de ninguna utilidad para nosotros.

—¿ No es útil, señora?

—Este es un ataque clánker en territorio soberano de los Estados Unidos. No podemos dejar que pase desapercibido.

Deryn bajó la mirada hacia el estrecho de Long Island con los ojos bien abiertos. El rastro de los gases del tubo de escape del caminante superviviente todavía se movía, siguiendo la línea de la costa dirigiéndose hacia la máquina de Tesla.

—Pero no podemos… —el grito de Deryn se desvaneció cuando vio que los oficiales la miraban. Bajó la vista y dijo en voz baja—: Alek está ahí abajo.

—Claro —la doctora Barlow carraspeó—. Capitán, tal vez deberíamos advertir a Su Alteza.

El capitán Hobbes lo pensó un momento y asintió con la cabeza.

—Si hace el favor, señor Sharp.

Deryn cogió un trozo de papel de la tabla de descodificación y comenzó a garabatear.

—¡Un águila tardará una hora en llegar hasta allí!

—Tranquilícese, señor Sharp —dijo la científica—. Ese caminante apenas va a quince kilómetros por hora, que es la mitad de la velocidad que recorre un águila por la noche.

—Pero Alek piensa que le estamos protegiendo, señora. ¡No sabe que vamos a esperar hasta que la máquina esté casi ante su puerta!

La mujer suspiró.

—Es lamentable, pero son órdenes del mismo Lord Churchill.

Deryn se quedó inmóvil, cerrando el puño alrededor de la pluma con la que estaba escribiendo. Así que este había sido el plan desde el principio, destruir el último caminante pero solamente después de que emergiera a tierra. El Almirantazgo, por supuesto, quería una máquina de guerra alemana en suelo americano para que lo viera todo el mundo, no los restos de un naufragio yaciendo bajo el agua a unos cien pies de profundidad.

De eso se trataba, de arrastrar a los Estados Unidos a la guerra.

No obstante, el Goliath se alzaba solo a media milla de la orilla. El Leviathan apenas tendría tiempo de lanzar otra bomba. Si fallaban, el caminante anfibio destruiría el arma de Tesla y a todos los que se encontraban en el interior del recinto.

Alek estaba allí abajo, entre las luces dispersas de Long Island, sin que Deryn Sharp pudiera protegerle.