VEINTIUNO

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—Confío en que esta será la última de vuestras hazañas.

El conde Volger procuró hacer este comentario en voz muy baja para que no le doliese la cabeza a Alek, pero las palabras sonaron crispadas y precisas.

—No se trataba de ninguna heroicidad. Tan solo estaba allí como intérprete.

—Y sin embargo aquí estáis con vendas alrededor de vuestra cabeza. Pues vaya traducciones tan complicadas.

—Tan complicadas —dijo Bovril con una sonrisa.

Alek bebió un sorbo de agua del vaso que había en la mesilla junto a su cama. Tenía las ideas bastante confusas sobre lo que había sucedido la noche anterior. Recordó que la aeronave iba en vuelo libre a través de la extraña calma de la tormenta, luego el fragor de los motores al ponerse en marcha y el azote de la lluvia convirtiéndose en una tormenta. Las cosas se habían complicado después de eso. Se había caído y golpeado la cabeza, y después casi se ahoga en una oleada de agua de lluvia.

Y Deryn Sharp le había besado.

—Debían hacerse importantes reparaciones y una antena estaba suelta —explicó Alek.

—Ah, sí, claro. ¿Qué podría ser más importante que la gigantesca radio volante de Tesla?

—¿Funciona? —le preguntó Alek, con la intención de cambiar de tema.

Al pensar en la pasada noche la cabeza le empezó a dar vueltas, aunque le agradaba ocultarle un secreto al conde Volger.

—Eso parece. Tesla se sienta en su laboratorio y no deja de teclear mensajes —el conde hizo tamborilear los dedos—. Al parecer son instrucciones a sus asistentes de Nueva York, para que preparen el Goliath para nuestra llegada.

Bovril comenzó a teclear el código Morse en el marco de la cama.

Alek hizo callar a la bestezuela.

—Entonces tal vez hayamos hecho algún bien al llevarle a casa tan rápido. Si él consigue detener la guerra…

Cientos de personas estaban muriendo cada día. El hecho de rescatar a Tesla de aquellos páramos y llevarlo a América rápidamente podría salvar miles de vidas. ¿Y si el destino de Alek consistía solamente en haber hecho aquello tan simple?

—Un «si» condicional es una palabra que nunca se puede decir en voz muy alta —Volger se puso de pie, mirando hacia el cielo, que aún seguía nublado—. Por ejemplo, si vos hubieseis muerto la noche pasada, la última década de mi vida habría sido totalmente en vano.

—Tenga un poco un poco de fe en mí, Volger.

—Tengo muchísima fe en vos, aunque empañada por un gran fastidio.

Alek sonrió débilmente y descansó la cabeza en las almohadas. Los motores de la nave funcionaban aún a toda máquina, y rugían a través de las paredes del camarote a su alrededor. El mundo era inestable.

No era justo que Deryn le hubiese besado. Ella sabía la historia de cómo su padre se había casado con una mujer de menor posición y todos los desastres que había provocado aquella decisión. La familia de Alek había quedado destrozada y, a su vez, habían roto el equilibrio de Europa. El egoísta acto de su padre en favor del amor verdadero había costado más de lo que nadie jamás habría podido suponer.

La carta del Papa podría hacer que Alek fuese el heredero al trono de su tío abuelo, pero no cambiaba el hecho de que el muchacho había sido rechazado por su propia familia. La más ligera mancha contra él pondría su legitimidad en tela de juicio. Alek no podía permitirse pensar en una plebeya de aquella manera puesto que él tenía como misión detener una guerra.

Su mano se cerró formando un puño y se limpió los labios con el dorso de la mano.

—Gran fe, gran fastidio —repitió Bovril.

Volger fulminó a la bestia con la mirada y dijo:

—El capitán me pidió que os mencionase que vendrá a veros.

—El capitán seguramente también estará molesto conmigo. Tuvo que arriesgar a cuatro hombres solo para rescatarme —Alek cerró los ojos y empezó a frotarse las sienes—. Espero que no grite.

—Yo no me preocuparía por ello —Volger comenzó a pasear de un lado a otro y sus pasos resonaban en la cabeza de Alek—. A diferencia de mí, se guardará mucho de mostrar su fastidio.

—¿A qué se refiere?

—Los darwinistas os ven como un enlace con Tesla. Ambos sois clánkers, y ambos habéis cambiado de bando en esta guerra.

—Tesla no piensa demasiado en mis contactos políticos.

—Por lo que respecta al gobierno austriaco no, pero os ve como un medio para difundir la noticia de su arma —por fortuna el conde dejó de pasear—. Gracias a aquellos ridículos artículos vos ya erais famoso y pronto llegaréis a América en el mayor dirigible del mundo.

Alek se sentó de nuevo y se quedó mirando a Volger, tratando de averiguar si aquel hombre hablaba en serio.

—Tesla siempre ha sido un showman. La doctora Barlow me contó su espectáculo en Tokio —Volger se encogió de hombros—. Tiene sentido, supongo. La mejor manera de evitar que se use Goliath es contar a todo el mundo lo que puede hacer, y eso significa crear un espectáculo que cause sensación. ¿Y por qué no promover su arma para poner fin a la guerra con vos, el muchacho cuya tragedia familiar empezó la guerra?

Alek se frotó las sienes de nuevo. Las pulsaciones que sentía en la cabeza aumentaban su dolor con cada palabra. Primero Deryn, ahora esto.

—Todo esto parece muy poco digno.

—Vos queríais un destino.

—¿Me está diciendo que debería dejar que Tesla me ponga en el escaparate?

—Os estoy sugiriendo, Su Serena Majestad, que durmáis tanto como os sea posible durante los próximos días —Volger sonrió—, puesto que vuestros dolores de cabeza no han hecho más que empezar.

Los oficiales de la nave fueron a su camarote unas pocas horas después, justo cuando Alek había logrado volver a dormirse.

Un sargento de la marina lo sacudió para despertarlo, y luego se cuadró con un fuerte golpe con los tacones de las botas contra el suelo, que resonó en su cabeza. El doctor Busk tomó el pulso a Alek, mirando su reloj, y asintió con la cabeza pensativamente.

—Parece que os estáis recuperando muy bien, príncipe.

—Pues alguien debería decírselo a mi cabeza —Alek saludó con la cabeza a los visitantes reunidos en su camarote—. Capitán, primer oficial, doctora Barlow.

—Buenas tardes, príncipe Aleksandar —saludó el capitán, y los cuatro se inclinaron a la vez.

Alek frunció el ceño. Todo aquello parecía extrañamente formal, dado que él estaba echado allí, en su cama y en pijama. Él solo quería que se fueran y le dejasen dormir.

El loris de la doctora Barlow descendió de su hombro al suelo y se arrastró bajo la cama, donde Bovril se le unió. Las dos bestias comenzaron a murmurar fragmentos de conversaciones entre sí.

—¿Qué puedo hacer por ustedes? —preguntó Alek.

—Ya lo habéis hecho, por decirlo de alguna manera —el capitán estaba radiante, con un tono de voz demasiado alto—. El cadete Sharp nos ha contado con qué valentía le ayudasteis ayer noche.

—¿Ayudarle? Dylan hizo las reparaciones, yo solo me caí y me golpeé la cabeza, por lo que puedo recordar.

Los oficiales se rieron al escuchar aquello, lo bastante fuerte para que Alek hiciera una mueca de dolor, pero la expresión de la doctora Barlow seguía seria.

—Sin vos, Alek, el señor Sharp habría sido arrancado de la espina —Deryn miró por la ventana en aquel momento—. En condiciones de temporal no hay nada más peligroso que trabajar solo en la parte superior.

—Sí, de hecho hago de peso muerto de forma excelente.

—Muy divertido, Su Majestad —dijo el capitán Hobbes—. Pero mucho me temo que vuestra modestia cae en saco roto.

—Yo solo hice lo que cualquier miembro de la tripulación habría hecho.

—Exactamente. El capitán asintió con la cabeza vigorosamente.

—Pero vos no sois un miembro de esta tripulación, y sin embargo habéis actuado de forma heroica. Una copia del informe del señor Sharp ya ha sido enviada al Almirantazgo.

—¿Al Ministerio de la Marina? —Alek se enderezó—. Eso me parece un poco… excesivo.

—No, no lo es en absoluto. Los informes de heroísmo son enviados a Londres de forma rutinaria —hizo chocar los talones y una leve reverencia—, pero decidan lo que decidan, contáis con mi gratitud.

Seguidamente, los oficiales se despidieron pero la científica se quedó atrás haciendo chasquear sus dedos llamando a su loris. La bestia parecía reacia a salir de debajo de la cama, donde Bovril estaba balbuceando nombres de los fragmentos de los partes de radio alemanes.

—Disculpe, doctora Barlow —preguntó Alek—. Pero ¿a qué viene todo esto?

—¿Realmente no lo sabes? ¡Qué encantador! —ella dejó de llamar a su loris y se sentó a los pies de la cama—. Creo que el capitán pretende que te concedan una medalla.

Alek se quedó con la boca abierta. Hace una semana le habría encantado ser uno de los tripulantes y, todavía más, ser condecorado como un aviador. Pero las advertencias de Volger estaban todavía frescas en su dolorida cabeza.

—¿Y con qué propósito? —preguntó—. Y no me diga que es en reconocimiento a mi heroísmo. ¿Qué quiere de mí el capitán?

La científica suspiró.

—Demasiado cansado para alguien tan joven.

—Cansado, je, je —se escuchó una vocecita desde debajo de la cama.

—No sea pesada, doctora Barlow. El capitán ya sabe que voy a ayudar a la causa del señor Tesla. ¿Por qué me quieren sobornar con medallas?

Ella miró por la ventana observando las nubes en movimiento.

—Tal vez el capitán tema que cambies de opinión.

—¿Por qué iba a hacer yo eso?

—Porque alguien podría convencerte de que el señor Tesla es un fraude.

—¡Ah…! —Alek recordó las palabras de Deryn en Tokio—. ¿Y este alguien puede que sea usted?

—Ya veremos.

La doctora Barlow se agachó, chasqueó los dedos otra vez y finalmente su bestia salió de debajo de la cama. Ella cogió el loris y lo colocó sobre su hombro.

—Yo soy científica, Alek, y no trabajo con conjeturas, pero cuando tenga pruebas, no te preocupes que te lo haré saber.

—Fue horrible estar peleado contigo —dijo el loris sobre su hombro.

Alek lo miró, recordando que él había dicho estas palabras a Deryn en Japón. ¿Es que Bovril había relatado toda la conversación al otro loris? La idea de que todos sus secretos pasaban de una criatura a otra era de lo más inquietante.

La doctora Barlow hizo un gesto de disgusto con la cabeza.

—No le prestes atención. Claramente, los huevos de estos animales resultaron dañados. Años perdidos, todo por culpa de un aterrizaje brusco en los Alpes —extendió la mano y arregló los vendajes de Alek—. Y hablando de golpes, es mejor que duermas un poco o terminarás siendo tan simple como ellos.

Cuando se fue, Bovril salió de debajo de la cama y se arrastró hasta la barriga de Alek, riéndose para sí.

—¿Qué es lo que te divierte tanto? —le preguntó él.

La criatura se volvió a Alek, de repente con una expresión seria.

—Cae del cielo —dijo.