TREINTA Y TRES

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Alek miró a su alrededor pero nadie más estaba mirando. Incluso Malone estaba con la vista puesta en su libreta.

—Un proyectil —dijo él, aunque no lo suficientemente alto.

Entonces recuperó la voz y gritó:

—¡Nos atacan!

Todas las cabezas se volvieron hacia él, tan lentamente como si fuesen tortugas, pero finalmente un tripulante vio el proyectil subiendo hacia ellos. Se escucharon gritos por la plataforma y uno de los motores elevadores rugió al ponerse en marcha. El vehículo dio un brusco giro hacia un lado y las botas de Alek resbalaron por el suelo.

El proyectil ya casi estaba sobre ellos, siseando como un tren de vapor. Alek se echó sobre la cubierta de la plataforma, protegiendo a Bovril bajo su cuerpo cuando el misil pasó rugiendo junto a ellos.

A continuación se escuchó una fuerte detonación en el aire sobre su cabeza y un montón de llamas encendidas cayeron violentamente encima del minibús. Una brasa del tamaño de una calabaza rebotó por la cubierta, siseando y vertiendo humo. Esta derribó a un tripulante y luego rodó por la plataforma y al caer chocó con uno de los globos de aire caliente. El fino envoltorio lleno de aire extremadamente caliente estalló en llamas.

Alek se vio obligado a cerrar los ojos a causa del calor que subió desde debajo. Se cubrió el rostro e intentó ver algo entre sus enguantados dedos. Cuando la tripulación y los pasajeros intentaron huir de las llamas, el minibús rodó con su peso, inclinándose hacia un lado. Pero, un momento después, el envoltorio ya se había consumido y el fuego también se había apagado en cuestión de segundos.

Con los globos que le quedaban, el minibús empezó a inclinarse de nuevo, pero ahora hacia la dirección opuesta, hacia el rincón que no tenía elevador. Los pasajeros retrocedieron tambaleándose hacia allí, después uno de ellos cayó y resbaló. Alek vio en un destello cuál sería su final. A causa del peso reunido en la esquina dañada del minibús, la inclinación aumentaría y haría que el vehículo volcase y diese la vuelta.

Tesla también se dio cuenta de ello.

—¡Agárrense a algo! —exclamó el hombre, sujetándose en el raíl de la plataforma—. ¡Quédense en este lado!

Echado junto a Alek, Eddie Malone empezó a resbalar, pero Alek cogió la mano del hombre. A su alrededor otros pasajeros también resbalaban; algunos consiguieron agarrarse al raíl, otros se echaron boca abajo sobre la cubierta para repartir el peso. Bovril lloriqueó dentro del abrigo de Alek y la mano de Malone apretaba la suya con fuerza. El capitán Hobbes gritaba órdenes a la tripulación del minibús.

La embarcación empezó a girar como una hoja meciéndose en el viento. Los edificios pasaban girando, alternando con el vacío cielo. ¿Caerían en las heladas aguas o chocarían contra las torres de acero y mármol de Manhattan?

La caída parecía durar una eternidad: los tres globos que quedaban aún estaban llenos y funcionaban y el minibús no era mucho más pesado que el aire que había a su alrededor. Alek vio al capitán Hobbes en uno de los motores elevadores, intentando controlar el descenso de la nave.

Pronto chocarían contra el sólido suelo. Los edificios pasaban girando por todas partes con sus ventanas iluminadas moviéndose rápidamente ante la mirada de Alek.

Entonces el minibús chocó contra algo sólido y la cubierta de madera se partió, enviando un montón de astillas al aire. La parte inferior de la embarcación chirrió arrastrándose hacia un lado y otro. Luego se escuchó un estallido como un trueno y una chimenea de ladrillo quedó hecha trizas cuando la embarcación impactó como un bólido contra ella. El capitán les había hecho aterrizar en una gran azotea.

Fragmentos de ladrillo de la chimenea estaban esparcidos por la cubierta, pero el minibús aún seguía deslizándose. Enfrente, Alek vio una antena inalámbrica corriendo hacia él. Se cubrió la cabeza, pero la antena se dobló bajo la masa del minibús. El crujido del vehículo resbalando por el tejado duró unos segundos más y terminó con otro choque. La embarcación destrozada finalmente había chocado con algo lo suficientemente grande como para detenerla.

Alek alzó la vista. Una pequeña torre de madera sobresalía por encima de la cubierta del minibús. La parte inferior de los puntales de la torre estaban astillados y se inclinaban precariamente sobre él pero sin llegar a caer.

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—¡Fuego! —gritó alguien.

Otro de los globos se había incendiado. El combustible de su quemador se estaba derramando por la cubierta, arrastrando el fuego hacia el techo. Los marines y el capitán Hobbes estaban intentando apagar las llamas, pero el incendio sencillamente saltó a sus chaquetas, alimentado por el combustible.

—¡Eso es una torre de agua! —Malone señaló a la estructura que el minibús había casi derribado al chocar.

Alek miró a su alrededor. El minibús no transportaba herramientas, al menos que él pudiese ver, pero uno de los propulsores de elevación se había roto en pedazos, de modo que levantó con esfuerzo una de sus palas. Era de un metro de larga y no tenía punta, pero era pesada. Usándola a modo de hacha, Alek empezó a destrozar un lado de la torre de agua. El calor de las llamas cada vez se intensificaba más tras él.

Finalmente, la torre empezó a astillarse con sus golpes. La madera era vieja y estaba podrida, los clavos estaban oxidados y pronto las planchas de madera se abrieron.

No obstante, no salió agua del agujero.

Malone detuvo la mano de Alek, luego escaló y miró dentro.

—¡Está vacío, maldita sea!

Alek soltó un gruñido y miró el fuego. Ya había llegado a la cubierta de madera del minibús y la tripulación del Leviathan estaba alejándose de las llamas.

—¡Su Alteza! —gritó el capitán—. ¡Por aquí! ¡Por aquí podéis escapar del fuego!

Alek parpadeó. No podían dejar que se quemase el edificio, ¿no?

—¡Vamos, Su Majestad! —dijo Malone, agarrando su brazo.

En aquel instante, Alek sintió que una gota de agua golpeaba su rostro, alargó la mano y la tocó con el dedo. Cayeron más gotas y, por un momento, pensó que era una perfecta e improbable lluvia que caía de un cielo despejado.

Pero entonces la nariz de Alek captó aquel olor que ya le era familiar…

—Caca —dijo Bovril desde el interior de su abrigo.

—Por supuesto.

Alek inspiró los efluvios de un centenar de especies interconectadas, todas ellas mezcladas en la tripa de una aeronave viva. Se protegió los ojos, alzó la vista y vio la parte inferior del Leviathan, cien metros por encima de ellos con los tubos de lastre hinchados. El chaparrón creció a su alrededor y su rugido se unió a los quejumbrosos siseos de las llamas al extinguirse.

Alguien a bordo debía de estar mirando hacia atrás, observando cómo el minibús desaparecía y se convertía en un minúsculo destello destacado contra las luces de la ciudad. Alguien que había visto el ataque y que había ordenado a la tripulación del puente que regresasen a socorrerlos.

Señor Sharp —dijo Bovril y luego se echó a reír.

El calor del fuego ya había desaparecido y Alek ahora estaba empapado en una ventosa y fría noche de otoño. Se quitó el abrigo echado a perder y el sable y Bovril se subió a su hombro. Ahora la lluvia ya era menos intensa y el Leviathan se hacía más pequeño sobre sus cabezas. Con su lastre derramado, se estaba elevando rápidamente, para ponerse a salvo de cualquier otro ataque de misiles.

—Dos pájaros de un solo tiro —murmuró Alek, y más tarde miró por el tejado.

El doctor Busk estaba atendiendo al señor Tesla y a uno de los tripulantes del minibús, pero nadie parecía herido de gravedad. Pronto escuchó la sirena de una brigada de bomberos que venía de las calles de abajo.

—¡Mire hacia aquí, Su Majestad! —Eddie Malone estaba retrocediendo, y con la mano que tenía libre estaba protegiendo la cámara de los últimos restos de lastre que aún caía. Estaba tomando una fotografía de la nave derribada, con Alek como estrella.

Ya no tenía sentido poner mala cara, suponía Alek, y diligentemente alzó la barbilla. La cámara destelló y él tuvo que parpadear varias veces para librarse de los puntos negros de su visión. Cuando pudo ver bien de nuevo, se dio cuenta de lo cerca que estaba Malone del borde de la azotea.

A Alek le vino a la cabeza una extraña idea. Cuando el minibús se estrelló, él salvó a Malone de caer. Si Alek no le hubiese visto o si le hubiesen resbalado los dedos, tal vez el hombre habría caído hacia su condenación. Y, de nuevo, el secreto de Deryn volvería a estar a salvo.

Pero Alek también tenía uno, puesto que él no había logrado decir ni una sola palabra en su defensa. Era como si no pudiera dejar de traicionarla.

Entonces, de pronto, una sencilla y perfecta idea se formó en su mente. Sin permitirse pensárselo dos veces, Alek cruzó la resbaladiza y rota cubierta hasta que estuvo lo suficientemente cerca del reportero para hablarle en voz baja. La cámara destelló otra vez.

—Le he salvado la vida en el ataque —dijo Alek—. ¿No es cierto, señor Malone?

El hombre se lo pensó un segundo y luego asintió.

—Eso creo. ¡Pues gracias!

—De nada. ¿Querrá considerarlo como pago por, digamos, no publicar lo que sabe sobre Deryn?

Malone se echó a reír.

—No es probable, Su Majestad.

—Yo no opino igual —Alek sonrió, poniendo la mano en el hombro del reportero—. Por fortuna, tengo un plan alternativo.