DIEZ

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Tazza irguió las orejas. La bestia tensó la correa, tirando de Deryn hacia delante en la oscuridad del abdomen de la aerobestia. Justo frente a ellos emergía entre las penumbras una silueta de dos cabezas.

Señor Sharp —le llegó una voz familiar y Deryn sonrió.

Tan solo era Bovril, montado en el hombro de Alek.

Tazza se alzó sobre sus patas traseras y saltó nervioso mientras los dos se aproximaban. Bovril sonrió un poco al verlos, pero Alek no parecía contento. Miraba fijamente a Deryn con los ojos hundidos.

—¿No has podido dormir? —preguntó ella.

—No mucho —el muchacho se arrodilló para acariciar al tilacino—. He mirado en tu camarote, pero lo ocupaba Newkirk y me ha dicho que estarías aquí.

—Sí, es el lugar preferido de Tazza para dar un paseo —dijo Deryn. En la barriga de la gran aerobestia toda la materia orgánica de la nave se recogía para ser procesada y separada en azúcares para fabricar energía, hidrógeno y residuos—. Creo que le gustan los olores.

—El señor Newkirk parece que se encuentre bastante a gusto allí —dijo Alek.

Deryn suspiró.

—Ahora también es su camarote. Durante los próximos días nos faltarán literas. De todas formas, ahora está mejor que antes, cuando teníamos que estar tres cadetes metidos en un solo camarote.

Alek frunció el ceño, mirándola atentamente. Incluso bajo la débil luz de las luciérnagas de la barriga de la aerobestia, su cara parecía pálida.

—¿Te encuentras bien, Alek? Parece que hayas visto a un fantasma.

—Creo que la cabeza me da vueltas.

—No solo a ti. Desde que los oficiales se reunieron con aquel científico clánker, están más nerviosos que una caja de grillos. ¿Qué demonios les explicaría Tesla en aquella reunión?

Alek se detuvo un momento, todavía mirándola de aquella forma extraña.

—Tesla afirma que fue él quien destruyó el bosque. Tiene un arma muy extraña en América llamada Goliath. Por lo visto es mucho más grande que la que nosotros destruimos en Estambul y pretende acabar la guerra con ella. O al menos eso dice…

—¿Con qu-qué? —Deryn tartamudeó.

—Es como un cañón Tesla, con el que dice que puede incendiar el aire en cualquier parte del mundo. Y ahora que ha visto de primera mano lo que puede hacer, quiere usarla para obligar a los clánkers a rendirse.

Deryn parpadeó. El chico había dicho las palabras como si tal cosa, como si repitiese una lista de tareas, pero aquello apenas tenía sentido.

—Rendirse. Señor Sharp —dijo Bovril.

¿Una maldita arma hizo todo eso? Recordaba a la perfección la noche en que se había producido la batalla contra el Goeben, cuando el rayo del cañón Tesla se había extendido por la piel del Leviathan, amenazando con incendiar toda la aeronave. Había sido una vista sorprendente, pero no era más que una ventosidad de mosca comparado con la destrucción que habían presenciado allí en Siberia.

Deryn se sentía confundida. La noticia era sorprendente y, además, tampoco ayudaba demasiado el hecho de que no les hubiesen servido cena aquella noche. Tazza acarició la mano de Deryn con el hocico, lloriqueando de hambre.

—No me extraña que no puedas dormir —dijo Deryn.

—Es por culpa de esto, aunque solo en parte —el muchacho se la quedó mirando fijamente a los ojos otra vez—. Aunque puede que todo sea mentira, claro, nunca se sabe cuando las personas mienten.

—Tienes razón, nunca se sabe si mienten o si están locas. No me extraña que la científica quiera que hagamos vigilancia esta noche.

Deryn se puso de pie y tiró de la correa del tilacino.

—Vamos, bestezuela. Ya es hora de que vuelvas a tu camarote.

—Deberíamos llevar al loris con nosotros —dijo Alek mientras se incorporaba—. Últimamente está bastante perspicaz.

Señor Sharp —añadió Bovril y Deryn lo miró con dureza.

—Bueno, de acuerdo —repuso ella—. Pero espero que sepa cuándo debe callarse.

Callaaarse —repitió el loris.

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Las cubiertas inferiores estaban llenas de hombres roncando.

Desde luego el Leviathan no contaba con suficientes literas para sus huéspedes, pero en las bodegas vacías de la nave había un montón de espacio. Excepto su capitán, los rusos estaban todos allí abajo, amontonados como en una caja de cigarrillos. Aun así, Deryn pudo percibir que estaban bastante contentos puesto que era la primera noche que podían dormir en semanas sin el arrullo de los osos de guerra hambrientos.

En las cubiertas inferiores se filtraba corriente de aire y los hombres estaban envueltos en sus pieles. Deryn no vio ningún brillo de ojos mirándolos mientras pasaban sigilosamente junto a ellos. Sentado en el hombro de Alek, Bovril imitó suavemente los sonidos de los ronquidos, las respiraciones y el viento que entraba por los resquicios de la aeronave.

Ella y Alek llegaron al fondo de la parte posterior de la nave, donde había una puerta cerrada, con su marco de madera reforzado con metal. Deryn sacó el manojo de llaves que la doctora Barlow le había entregado aquella misma tarde.

La puerta se abrió completamente sin hacer ningún ruido sobre sus goznes y Deryn y Alek se deslizaron dentro de la estancia.

—¿Y si encendéis un poco de luz, príncipe? —susurró.

Mientras Alek buscaba a tientas su silbato de mando, ella volvió a cerrar la puerta tras él. Su silbido tembloroso atravesó la oscuridad y luego Bovril se unió a él. La luz verdosa de las luciérnagas se encendió a su alrededor.

Estaban en la despensa más pequeña de la aeronave, la única que tenía una puerta lo bastante sólida. En ella se guardaban el vino y los licores de los oficiales, junto con otra carga de valor especial. En aquel momento estaba vacía, a excepción de la caja fuerte del capitán y aquel extraño artilugio magnético.

—¿La tripulación salvó esta máquina y estuvo de acuerdo en tirar toda nuestra comida? —preguntó Alek.

—Sí. La científica tuvo que gritar un poco para que lo hiciesen. Esta mujer es un cerebrín, si cayó en la cuenta de que la maquina nos sería útil más adelante.

—Cerebrín —dijo Bovril con una risita.

Alek abrió mucho los ojos.

—Por supuesto. Este aparato estaba destinado a encontrar lo que fuese que Tesla estuviese buscando.

—Sí. ¡Pero él ya lo ha encontrado! El capitán Yegorov dijo que los hombres de Tesla cavaron para extraer algo del suelo hace unos pocos días. ¡De modo que lo que descubrieron tiene que estar en el Leviathan justo ahora! —bajó la vista y miró el aparato—. Y además este trasto nos proporcionará la forma de encontrar exactamente dónde está.

Alek sonrió aún más cuando sus manos cogieron los controles de la máquina.

«Típico», pensó Deryn, que un plan inteligente y un aparato clánker alegrasen el ánimo de Alek. Pero estaba bien ver al chico feliz por fin, en lugar de verle andar alicaído como si el mundo se hubiese terminado.

—Estas paredes son sólidas —dijo ella—. Si lo pones en marcha los rusos no lo oirán.

Alek dio unos golpecitos con los dedos en las esferas y luego apretó un botón.

El grave chirrido de la máquina fue creciendo en intensidad, llenando la minúscula habitación. Las tres esferas de cristal empezaron a brillar y un débil destello de luz se encendió en cada una de ellas. La electricidad parpadeó intermitentemente unos instantes y a continuación se quedó fija.

Deryn soltó una palabrota y se inclinó un poco más hacia la máquina.

—Ha hecho exactamente lo mismo que esta mañana: dos de ellas señalaban hacia arriba y la otra a popa. Está detectando de nuevo los motores.

—Espera un momento —dijo Alek.

Deryn observó al muchacho mientras manipulaba los elegantes controles. Las partes de la máquina parecían hechas a mano, más parecidas al equipo del Leviathan que a un aparato clánker. Recordó cómo protestaba Klopp por sus filigranas cuando la estaban ensamblando.

—Casi parece que pertenezca a la aeronave —murmuró.

Alek hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—El señor Tesla ha vivido en América durante algún tiempo. Allí debe de ser difícil escapar de la influencia darwinista.

—Sí. Pobre hombre. Estoy seguro que él quería haberla hecho rematadamente fea.

—¡Ya está! ¡Ha captado algo! —exclamó Alek.

Las astillas de luz habían desaparecido un momento pero ahora estaban parpadeando otra vez encendidas. Las tres apuntaban en la misma dirección: hacia arriba y hacia la proa.

Deryn frunció el ceño.

—Señala hacia los camarotes de los oficiales o tal vez al puente. ¿Puede que esté detectando los instrumentos metálicos de la nave?

—Tal vez. Tendremos que triangularlo para estar seguros.

—¿Qué? ¿Pretendes trasladarla?

Alek se encogió de hombros.

—Al fin y al cabo está diseñada para ser transportada.

—Sí, y nosotros se supone que estamos de vigilancia y no entrando y saliendo con un artilugio que echa chispas en la oscuridad.

—¡Chispas! —anunció Bovril, y después empezó a imitar los sonidos de la máquina.

—Bueno, por el momento puedo apagar la corriente —dijo Alek y manipuló algo los controles.

Las esferas de cristal atenuaron su brillo.

—¿Cómo lo has hecho? Aunque sigue siendo rematadamente ruidoso —murmuró Deryn, pero donde estaban ellos no había ningún otro lugar por donde ir.

Con solo una dirección de salida, tendrían que buscar en una cuarta parte de la nave.

—¡Calla de una vez, bicho!

Chist —susurró Bovril y, un momento después, el sonido en la habitación empezó a cambiar.

El chirrido se hizo más regular y más tenue, como si la máquina estuviese siendo transportada por un largo pasadizo. Pero aún estaba allí, justo delante de Deryn.

—¿Has hecho tú esto? —preguntó a Alek.

El chico sacudió la cabeza, alzando una mano para pedir silencio. Se dio la vuelta para mirar al loris perspicaz que estaba posado en su hombro.

Deryn intentó vislumbrar algo entre aquella penumbra teñida de verde y pronto vio de qué se trataba. Cada vez que Bovril hacía una pausa para respirar, el chirrido del aparato aumentaba de volumen un momento y más tarde se desvanecía de nuevo.

—¿Es Bovril quién está haciendo esto?

Alek se puso una mano sobre su oreja en un lado, cerrando sus ojos.

—No sé cómo lo hace pero el aullido de la criatura provoca que la máquina haga menos ruido, como si los dos sonidos se compenetrasen entre sí.

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«UNA CUIDADOSA EXTRACCIÓN»

—Pero ¿cómo?

Alek abrió los ojos.

—No tengo la menor idea.

—Bueno, supongo que es una pregunta que deberemos hacerle a la científica —Deryn sujetó los mangos de la máquina—. Vamos, tenemos que husmear por ahí.

El aparato era lo suficientemente ligero para poder ser transportado entre los dos, pero cuando llegaron a la bodega de carga, Deryn se dio cuenta de lo complicado que iba a ser aquello. Solo quedaba visible entre los cuerpos dormidos una estrecha franja de suelo, como un sendero pavimentado a través de una alfombra de zarzas.

Alek abría el camino, avanzando expresamente muy despacio. Deryn le seguía, con las palmas de las manos cada vez más sudadas agarradas a los mangos de metal. Estaba segura de una cosa: si el aparato le resbalaba de las manos, aterrizase donde aterrizase, iba a causar un gran estrépito.

El chirrido de la máquina parecía incluso mas suave allí fuera, amortiguado por los cuerpos amontonados y el misterioso truco vocal de Bovril. El poco sonido que se escuchaba se perdía entre la corriente de aire que se deslizaba por la barquilla de la aeronave.

Mientras ella y Alek se abrían paso hacia la proa, los pequeños rayos que brillaban en las esferas de cristal cambiaban gradualmente, hasta que apuntaron directamente hacia arriba. Deryn miró al techo, intentando recordar los planos de la cubierta que había copiado cientos de veces del Manual de Aerología

Una cubierta más arriba se encontraban los baños de los oficiales y encima de ellos…

—Por supuesto… —susurró ella.

Encima de los baños estaba el laboratorio del doctor Busk, que el jefe científico había permitido que el señor Tesla usase como camarote.

Al reparar en ello, detuvo su avance sin avisar justo cuando Alek daba un largo paso por encima de un ruso dormido. Demasiado tarde, Deryn sintió que el frío metal resbalaba por sus dedos de la mano derecha…

Metió una bota debajo justo a tiempo y la esquina derecha trasera del aparato aterrizó sobre ella, enviándole un ramalazo de dolor por todo el pie. Contuvo un aullido, intentando agarrar las barras para estabilizar el dispositivo antes de que cayera sobre un ruso dormido.

Alek se dio la vuelta para lanzarle una mirada interrogativa.

Deryn hizo un gesto con la barbilla señalando la despensa, temiendo que si abría la boca le saliese un incontrolable grito de dolor. Alek miró las esferas de cristal y luego alzó la vista al techo y asintió. El muchacho estabilizó la máquina y alargó la mano y la apagó.

El camino de vuelta a la habitación fue incluso más complicado. Deryn iba delante esta vez, con el pie dolorido y sus pasos lentos, pasando con cuidado entre los cuerpos dormidos. Pero, finalmente, consiguieron meter la máquina de nuevo en la despensa. Ella y Alek salieron sin hacer ruido a la bodega de carga y cerraron la puerta tras ellos.

Mientras se dirigían hacia las escaleras centrales, Deryn miró atentamente a los hombres dormidos. Ni uno de ellos se había movido y un poco de alivio compitió con el pulso de dolor de su pie.

Sin embargo, cuando estaban subiendo las escaleras, Bovril se removió inquieto en el hombro de Alek e hizo un suave sonido, parecido a unos susurros en la oscuridad.