TREINTA

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Al final, el corte en el brazo de Deryn no tenía demasiada importancia, tan solo le habían dado once puntos que apenas le dolían. Pero iba a resentirse de la herida de su rodilla durante mucho tiempo.

A menudo el dolor era simple y directo, como si se hubiese dado un golpe con la esquina de una cama de hierro. Otras veces, le dolía toda la pierna como los dolores de crecimiento de cuando solo tenía doce años y ya era más alta que la mitad de los chicos de Glasgow. Pero la peor agonía le sobrevenía por la noche, cuando su rótula zumbaba y latía como una botella llena de abejas.

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El zumbido probablemente era debido a las compresas del doctor Busk. No eran de semillas de mostaza y avena como las que les gustaba poner a sustías, sino de una bestia fabricada de algún tipo. La llevaba unida a su piel como un percebe, con sus zarcillos reptando en su interior para curar los ligamentos destrozados en el choque. El cirujano no le había dicho de qué cadenas de vida estaba fabricada la compresa, pero vivían en agua azucarada y necesitaban un poco de luz solar cada día: mitad planta, mitad animal, lo más probablemente.

Fuera la bestia que fuese, se enojaba cuando Deryn se movía. Incluso un poco de peso más en la pierna era castigado con una hora de abejas furiosas. Caminar era una pesadilla y vestirse bastante complicado y, por supuesto, no se atrevía a pedir ayuda para hacerlo.

Si no hubiese sido por Alek, toda la tripulación se habría enterado de su secreto el primer día mismo. Había sido Alek quien había convencido al general Villa de que guardase silencio y había convencido a los oficiales de que Deryn podía quedarse en su propio camarote y no en la enfermería, aunque aquello significase que Alek tuviese que llevarle las comidas de la cocina él mismo. Había sido Alek quien la había medio arrastrado hacia los servicios del oscuro canal gástrico varias veces al día, montando guardia a una caballerosa distancia mientras ella los utilizaba. Y también fue Alek quien le hizo compañía para que no empezase a volverse loca de remate.

El príncipe había hecho muchísimo por ella, tan solo para asegurarse de que sus últimos días a bordo del Leviathan los pasaba como un verdadero aviador y no como una chica loca avergonzada por los oficiales y la tripulación.

Aquel caraculo de Eddie Malone no se lo había contado a nadie, al menos no aún. Después del sabotaje del señor Hearst, no se les permitía a los reporteros acercarse a la radio de Tesla ni a las aves mensajeras y Malone estaba demasiado preocupado por si Adela Rogers le robaba su historia. Pero Nueva York estaba solo a dos días de distancia. Dos días más de uniforme y luego su secreto sería revelado al mundo. No había escapatoria al hecho de que aquel era el último viaje de Deryn Sharp a bordo del Leviathan.

Era como estar esperando una ejecución, cada segundo transcurría lento y afilado, pero algunas veces por la noche agradecía a las abejas que la mantuviesen despierta. Por fin podría pasar algunas horas más sintiendo las vibraciones de la aeronave y escuchando los susurros de las corrientes de aire alrededor de la barquilla.

No obstante, la mayor parte del tiempo, Deryn se preguntaba qué haría después. Tendría que inventar nuevas mentiras, por supuesto, para que su hermano Jaspert no se viera en problemas por haberla metido en el Ejército. Aunque finalmente su notoriedad se difuminaría y tendría que encontrar un trabajo.

Deryn aún poseería conocimientos de aeronáutica, aunque el Ejército le quitase su uniforme. Y tanto si su rodilla se curaba del todo o no, se había convertido en lo suficientemente fuerte para trabajar junto a muchos hombres. Alek decía que ella debería quedarse en América, donde, según él, todas las mujeres que podían manejar globos de hidrógeno hacían furor.

El muchacho le había explicado lo de la película de Pauline y sus peligros. La chica no era más que un personaje de una película, un parpadeo de sombras en una pantalla, pero de alguna forma se le había metido a Alek en su tonta azotea.

—Ella espera heredar un montón de dinero —le explicó el segundo día de despegar del campo de aterrizaje del general Villa—. Millones de dólares americanos, eso creo. Pero aquí está el problema: no verá ni un penique hasta que se case.

Deryn se recostó en sus almohadas y alzó la vista: el golfo de México se extendía brillante bajo el Leviathan, proyectando reflejos en el techo. Alek estaba sentado a los pies de la cama de Deryn mientras que Bovril estaba colgado en la cabecera, agitando sus bracitos como si practicase señales semáforo.

—Pobre chica —dijo Deryn—. Excepto por lo de los millones de dólares.

Alek se echó a reír.

—Es un melodrama, no una tragedia.

—Melodrama —dijo Bovril de forma lenta y clara tal como hacían los loris cuando aprendían nuevas palabras.

—Pero en lugar de casarse —prosiguió Alek—, ella se va a vivir aventuras. ¡Y nada la detiene, aunque sea una chica!

Deryn frunció el ceño. No parecía probable, aunque si tienes algunos millones en el banco, tal vez la gente te trata un poco más como a un hombre.

—Además de aquel jaleo con el globo de hidrógeno, ¿qué más aventuras corre?

—Bueno, yo solo vi el primer episodio, y tampoco tenía un final como es debido, solo lo que ellos llaman una situación de suspense —Alek pensó un momento—. Aunque creo recordar que el señor Hearst mencionó algo sobre escapar de caminantes y ser atada a las vías del tren.

—¿Atada a las vías del tren? Parece una brillante carrera para mí.

—Escucha, Deryn, no importa si Los peligros de Pauline es una basura. El hecho es que es terriblemente popular. De modo que si las mujeres americanas aún no pilotan globos, por lo menos querrán hacerlo. Y tú podrías enseñarles cómo se hace.

—Algunas veces con querer no basta, Alek. Tú lo sabes muy bien.

—Eso creo —se apoyó contra la pared del camarote—. Por ejemplo, tú no quieres que se te anime, ¿verdad?

Deryn se encogió de hombros. En aquel momento ella sabía exactamente lo que quería: que Eddie Malone no hubiese escuchado su conversación con el general Villa; o que ella no se hubiese estrellado con las alas planeadoras; ¡o mejor aún, que en primer lugar el maldito Hearst no hubiese atascado los motores del Leviathan!

Si algo de aquello hubiese sucedido de distinta forma, nadie nunca habría descubierto que era una chica. Excepto Alek y aquel cretino de Volger, por supuesto.

—Y tú, ¿te quedarás en América cuando el Leviathan se vaya? —preguntó ella.

Alek la miró ceñudo.

—¿Tú crees que el capitán me lo permitirá?

—Estás haciendo lo que el Almirantazgo quiere, ayudando al señor Tesla a ensalzar su arma. ¿Por qué querrían arrastrarte de nuevo a Inglaterra?

—Supongo que tienes razón.

Se levantó y se acercó a la ventana; sus verdes ojos brillaron cuando miró al cielo. Era obvio que no había pensado mucho en su vida después del Leviathan. En lo más profundo de su ser, probablemente Alek aún tenía la esperanza de poder quedarse a bordo. Pero, aunque no desembarcase en Nueva York, tanto él como sus hombres serían pasajeros solamente hasta llegar a Londres.

—Me parece que te has enamorado del Leviathan, Alek, pero el navío no te corresponde.

Una triste sonrisa bailó en sus labios.

—Era una relación condenada al fracaso desde el principio. Igual que tú y yo, supongo.

Deryn fijó la mirada en el techo. Un príncipe clánker y una chica disfrazada de chico, ninguno de los dos tenía futuro en aquella aeronave. Simplemente, la suerte los había mantenido unidos durante tanto tiempo.

—¿Te he contado cómo supe tu verdadero nombre? —preguntó Alek.

—Tenías un montón de pistas —dijo ella y luego arrugó la frente—. Pero me tendiste una trampa llamándome Deryn, ¿verdad? ¿Dónde oíste el nombre?

—Todo fue por culpa de Eddie Malone —dijo Alek.

—¡Aquel caraculo! —exclamó Bovril.

—Ese tipo ya terminó con todos mis secretos —prosiguió Alek—, de modo que escribió un artículo sobre ti salvando al Dauntless. Yo solamente quería enseñarte la fotografía del periódico. Parecías bastante valiente en ella.

—Espera, ¿me estás diciendo que Malone ya sabía entonces mi nombre?

—Por supuesto que no. Pero seguramente él investigó a tu familia, el accidente de tu padre. Escribió cómo tú, es decir, su hija llamada Deryn, había sobrevivido.

—Oh, ya veo —ella suspiró—. Por eso nunca conté esa historia a nadie excepto a ti. ¿Y eso fue suficiente para que sospechases que Deryn era yo?

Alek miró de soslayo al loris perspicaz.

—Bueno, conté con un poco de ayuda.

—Maldito traidor —dijo Deryn y dio un golpe a la cabecera de la cama.

Bovril se tambaleó un momento, con sus manitas abiertas como un caminante en la cuerda floja. Luego cayó en su regazo.

—¡Uups! —exclamaron ambos a la vez.

Alek le quitó la bestia de encima.

—Nunca me lo has contado, pero ¿cómo lo averiguó Volger?

—Por las lecciones de esgrima. Con todos aquellos toques y movimientos —Deryn torció el gesto—. Y porque le grité demasiado.

—¿Le gritaste?

—Cuando escapaste a Estambul y Volger quedó atrás empezó a comportarse de una forma un poco engreída. ¡Como si se alegrase de librarse de ti!

—Me lo imagino —dijo Alek—. Pero eso ¿qué tiene que ver con que seas una chica?

—Yo estaba… —miró a la pared, todo aquello era embarazoso—. Tal vez me volví un poco chillona por ti.

Deryn se obligó a mirar a Alek. Él estaba sonriendo.

—¿No querías que me hiriesen?

—Por supuesto que no, príncipe bobo.

Sin darse cuenta se encontró devolviéndole la sonrisa. A pesar de toda la tristeza que sentía por tener que abandonar el Leviathan, era un alivio poder hablarle de aquella manera. ¿Qué sucedería cuando todo el mundo se enterase de su secreto?

—Podríamos quedarnos los dos en Nueva York, creo —ofreció ella en voz baja.

—Me parece perfecto.

Las sencillas palabras hicieron que a Deryn se le acelerase el pulso solo un poco, lo suficiente para que se revolviesen la abejas que había en su cataplasma.

—¿De veras? ¿Quieres que los dos nos convirtamos en inmigrantes?

Alek se echó a reír y colocó a Bovril en el alféizar de la ventana.

—Inmigrantes no, precisamente. A los americanos no se les permite ser emperadores, me parece recordar.

—¡Pero con el arma del señor Tesla tú no necesitas ser emperador para detener la guerra!

El muchacho frunció el ceño.

—Alguien tiene que liderar a mi pueblo después de que todo esto haya terminado.

—Sí, claro, por supuesto —dijo Deryn sintiéndose estúpida.

Alek podía pretender ser un aviador de vez en cuando, pero la carta del Papa siempre estaba en su bolsillo y toda su vida había querido ser el heredero de su padre. Cualquier cosa que fuera más allá de su amistad destruiría sus oportunidades de ascender al trono.

Pero cada vez que uno de ellos había caído, en las cumbres nevadas de los Alpes, en Estambul, en la tormenta en la espina de la nave, en aquel cañón polvoriento, el otro había estado a su lado para ayudarle. No podía imaginar a Alek dejándola por una estúpida corona y un cetro.

—Tienes razón, Deryn. Los dos quedaríamos atrapados en Nueva York durante el resto de la guerra —se apartó de la ventana, con su sonrisa creciente—. ¡Deberías venir con Volger y conmigo!

—¡Sí, seguro que a su señoría el conde le encantará!

—Volger no decide quiénes son mis aliados —Alek acarició la cabeza del loris—. Si fuera por él, ya habríamos estrangulado a Bovril la noche que nació.

—¡Aquel cretino! —dijo la bestezuela.

Deryn frunció el ceño. ¿Acaso Alek acababa de compararla con Bovril?

—No sabemos aún siquiera dónde viviremos —prosiguió el muchacho—. Apenas me queda oro y el señor Tesla gasta todo el dinero que tiene en construir Goliath. Pero será fácil recaudar dinero ahora que ha demostrado lo que puede hacer.

—Sin duda. Pero ¿es que quieres depender de la caridad de aquel científico loco?

—¿Caridad? Tonterías. ¡Será como en Estambul, todos trabajando juntos para arreglar las cosas!

Deryn asintió, aunque estaba claro que Alek apenas sabía lo que era la caridad. Había pasado toda su vida en una burbuja de riqueza.

Aunque una idea mucho peor había entrado en su mente.

—Puede que no me expulsen de la nave, Alek, puede que me devuelvan a Londres para enjuiciarme.

—¿Es que has infringido alguna ley?

Deryn le miró y puso los ojos en blanco.

—Más o menos una docena, príncipe estúpido. Tal vez el Almirantazgo no querrá montar un escándalo, pero existe la posibilidad de que me metan en el calabozo. Y, si lo hacen, jamás nos volveremos a ver.

Alek se quedó un momento en silencio, con sus ojos clavados en los de Deryn. Era como si fuese a lanzarle un estúpido hechizo, excepto que su expresión permanecía completamente seria.

Ella tuvo que apartar la mirada.

—Deberías llevarte a Bovril. Estabas allí cuando rompió el cascarón y ellos no me permitirán tener una bestezuela en prisión.

—Puedes escapar —dijo Alek—. ¡Si yo conseguí escapar de la nave, desde luego que tú también podrás!

—Alek —la muchacha señaló su rodilla—. Pasarán días antes de que pueda andar bien y semanas antes de que pueda escalar.

—¡Oh! —el muchacho se sentó en la cama otra vez con cuidado, mirando su pierna herida—. Soy un idiota por olvidarlo.

—No —ella sonrió—. Bueno, sí. Pero no en un sentido malo. Solo eres…

—Un príncipe inútil.

Deryn negó con la cabeza. Alek era un montón de cosas pero ninguna de ellas inútil.

—Ya lo tengo —dijo él—. Le diré al capitán que el señor Tesla necesita tu ayuda. ¡Tendrá que dejar que te unas a mí!

—Solicitará órdenes a Londres. Si es que no hay en el Manual de Aeronáutica algún capítulo que hable de chicas vestidas con pantalones.

—Pero y si yo… —empezó a decir y luego suspiró.

Ella esbozó una fría sonrisa.

—Maldito príncipe Alek, siempre pensando que puedes arreglarlo todo.

—¿Y qué hay de malo con intentar arreglar las cosas?

—Tú siempre… —ella hizo un gesto con la cabeza. No tenía sentido sacar a relucir todo aquello, solo haría que el chico se pusiese furioso o lo que era peor, triste—: nada.

—Señor Sharp —dijo Alek con una ceja alzada—. ¿Está usted ocultándome algún secreto?

—Secretos no —dijo Bovril con una risita.

—Malditas estúpidas promesas —refunfuñó Deryn.

Al estar allí echada en su camarote los últimos dos días, le habían pasado por la cabeza un montón de ideas alocadas. ¿Tenía que contárselas todas a Alek?

—¿Señor Sharp? —la provocó Bovril.

Deryn hizo callar a la bestezuela con la mirada y más tarde miró a Alek.

—La cuestión es esta, Su Alteza. El mundo se derrumba después del asesinato de tus padres y aún sigue derrumbándose. Debe de ser horrible para ti pensar en ello cada día. Pero creo que te has hecho un lío con las dos cosas.

—¿Qué dos cosas?

—Tu mundo y el mundo de los demás —Deryn alargó la mano y cogió la del muchacho—. Aquella noche lo perdiste todo: tu hogar, tu familia. Ni siquiera eres ya un verdadero clánker. Pero terminar la guerra no va a solucionar todo esto, Alek. Aunque tú y ese científico salvéis a todo el condenado planeta, aún necesitarás… algo más.

—Te tengo a ti —dijo él.

Ella tragó saliva esperando que realmente lo dijese en serio.

—¿Aunque me metan entre barrotes?

—Desde luego —él la miró de arriba abajo—. Aunque no puedo imaginármelo.

—Pues no lo intentes, entonces.

Ambos miraron a Bovril, esperando que la bestezuela interviniese. Pero el animal solamente les devolvió la mirada, con sus grandes ojos brillantes.

Al cabo de un momento Alek dijo:

—Debo detener esta guerra, Deryn. Es lo que me hace seguir adelante. ¿Lo comprendes?

Ella asintió.

—Desde luego.

—Pero haré todo lo que esté en mi mano para evitar que se te lleven.

Ella inspiró profundamente estremeciéndose y dejó que sus ojos se cerrasen.

—¿Me lo prometes?

—Cualquier cosa, como dijiste en Tokio, estamos hechos para estar juntos.

Deryn quería darle la razón, pero le había prometido que nunca le mentiría y ella no estaba segura de que aquello fuese verdad. Si en realidad estaban predestinados a estar juntos, ¿por qué habían nacido uno príncipe y la otra plebleya? Y, si no era así, ¿por qué se sentía de aquella manera?

Sin embargo finalmente ella asintió. Tal vez la suerte de aquel príncipe bobo se le pegaría y después de todo no la encarcelarían en Londres. Y quizás le bastaría con permanecer a su lado, como aliada y amiga.