TRECE

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Los sinuosos dedos de las ensenadas se extendían desde el mar hasta la ciudad de Vladivostok, dividiendo la zona en serpenteantes penínsulas separadas con muelles formando una especie de dientes. Ya desde el borde del agua se alzaban unas colinas, entrecruzadas con avenidas por donde los mamutinos caminaban pesadamente, transportando el cargamento de los barcos repartidos por todo el puerto.

Cuando la sombra del Leviathan se cernió sobre los tejados, el tráfico aminoró su velocidad y la gente miró hacia arriba señalándolo. Estaba claro que nunca habían visto una aeronave tan inmensa. El aeródromo le pareció pobre a Alek, puesto que apenas tenía ni medio kilómetro a través.

—Estamos en medio de ninguna parte, exiliado —dijo él.

—Vladivostok —apuntó Bovril desde el alféizar de la ventana y Alek se preguntó dónde habría escuchado el nombre de la ciudad aquella bestia.

Bovril frotó con su patita el cristal de la ventana de los servicios de los oficiales, que estaba siempre empañado. La fontanería estaba integrada en el sistema circulatorio de la aerobestia y el aire estaba tan cálido y húmedo como un baño de vapor en Estambul, un desagradable recordatorio de que la nave era una cosa viva. Pero al menos la cámara estaba vacía durante el día. Los oficiales estaban de servicio y la tripulación no tenía permiso para entrar.

Desde que había descubierto el secreto de Deryn, Alek había procurado evitar a la muchacha y a Newkirk. El resto de la tripulación tenía poco tiempo para él, de modo que se había dedicado a pasear por el navío solo. No obstante, habían sido unos paseos ilustrativos puesto que aprovechó para visitar lugares de la nave adonde las tareas de los cadetes raramente los llevaban: los motores eléctricos de la nave, los rincones más oscuros del abdomen. Pero al cabo de dos días de magras raciones, a Alek ya no le quedaban energías para explorar. La soledad y el hambre eran sus aliados naturales, ambos abriendo un vacío en su interior.

—Estamos en medio de ninguna parte —repitió el loris perspicaz.

Alek frunció el ceño. La bestia casi le había parecido triste.

—¿La hechas de menos? —preguntó.

Bovril se quedó en silencio un momento mirando hacia abajo, a la sombra de la nave que se deslizaba por el suelo. Finalmente dijo:

—Exiliado.

Alek no pudo discutírselo. Ahora estaba realmente aislado, evitando a la tripulación, a sus propios hombres y especialmente a Deryn. Tan solo tenía a Bovril como única compañía.

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«UNA DUCHA PARA ACLARAR LAS IDEAS»

Pero una bestia fabricada era mejor que nada, o al menos eso suponía. Y su compañía era mucho más sencilla que intentar descifrar los sentimientos de Deryn hacia él. Ella, más que cualquier otra persona, comprendía que él nunca jamás podría enamorarse de una plebeya.

El Leviathan se movía girando contra el viento, descendiendo lentamente. Pronto empezaron a distinguirse unas minúsculas siluetas en el aeródromo. Media docena de osos de carga esperaban con provisiones y dos omnibuses arrastrados por mamutinos también esperaban prestos para llevarse a los rusos. Tan solo un tigresco siberiano permanecía alerta como centinela, con sus colmillos largos y curvos como cimitarras.

A Alek le pareció recordar que los colmillos de un tigresco provenían de las cadenas genéticas de alguna criatura extinguida. Aunque, seguramente, ningún dinosaurio estuvo armado con tales dientes. ¿Serían de algún gran felino? Por enésima vez desde que estaba vagando por el barco solo, Alek deseó que Deryn estuviese allí para que le diese la respuesta.

La puerta se abrió tras él y, cuando se dio la vuelta, casi esperaba encontrársela allí, lista para darle una lección de biología. Pero era el conde Volger.

—Siento molestaros, Su Alteza, pero os necesito.

Alek se alejó de la ventana. El hombre le había traicionado mucho más de lo que lo hubiese podido hacer Deryn; ella, al menos, tenía sus razones para mentir.

—No tengo nada que deciros.

—Lo dudo mucho, pero de todos modos no tenemos tiempo. Debemos hacer un trato con el señor Tesla antes de que aterricemos.

—¿Hacer un trato con ese hombre? —Alek hizo una mueca intrigado—. ¿A qué os referís?

—Es un hombre peligroso. ¿Es que habéis olvidado nuestra conversación?

La mente de Alek procesó las palabras y una fría corriente de aire atravesó el aire cálido de la sala de baños de los oficiales. Los últimos dos días había olvidado preocuparse de Tesla y su arma destructora de ciudades o del plan de Volger para detenerle. La posibilidad de asesinar al inventor nunca le había parecido lo suficiente real, pero la mirada en el rostro del conde era totalmente seria.

Bovril se movió nerviosamente por el alféizar.

—De modo que sigue planeando matar a un hombre y se le ha ocurrido pasar por aquí y pedir ayuda.

—No quiero implicaros en esto, Alek. Pero tenemos que averiguar si Tesla va a abandonar la nave hoy. No ha querido reunirse conmigo, pero seguramente él hablará con vos —el rostro de Volger mostró una leve sonrisa—. Vos salís en los periódicos.

Alek tan solo se lo quedó mirando, aunque el conde tenía razón. En la sala de navegación Tesla se había mostrado impaciente por reunirse con él, «el famoso príncipe», y le habían pasado una invitación para cenar bajo la puerta del camarote de Alek el día anterior por la mañana. Por supuesto, la había ignorado.

—Quiere que averigüe si se va a quedar a bordo.

—Si hacéis el favor, príncipe.

—¿Y qué sucederá si tiene previsto dejar la nave? ¿Usted y Klopp van a abrirle en canal en la pasarela?

—Ni Klopp ni yo estaremos cerca del lugar donde ocurra. Ni tampoco vos.

—Abrirle en canal en la pasarela —dijo Bovril gravemente.

Alek soltó un juramento.

—¿Es que os habéis vuelto loco? ¡Si Bauer y Hoffman asesinan a alguien en esta nave, los darwinistas sabrán quién se lo ha ordenado!

—No será preciso que ordene nada —el conde hizo un gesto hacia la puerta—. Pero os corresponde a vos averiguarlo.

—¿Y habéis esperado hasta ahora para decírmelo? —espetó Alek, pero Volger no borró su fría sonrisa de su rostro. El conde había elegido aquel momento a propósito, para que Alek no tuviese tiempo de discutir.

—¿Y qué sucede si no me muevo de aquí?

—Entonces Hoffman y Bauer seguirán las órdenes que se les ha dado. Ya están preparados en sus puestos.

Alek alzó a Bovril del alféizar de la ventana y colocó a la bestezuela en su hombro. Dio un paso hacia la puerta, preparado para ir en busca de sus hombres y decirles que abandonasen la misión. Pero ¿dónde estaban ocultos esperando? Y, lo que era peor, ¿y si no hacían caso a sus órdenes? Ahora que habían regresado todos al Leviathan, Volger estaba al mando otra vez.

Los dos días que Alek había estado enfurruñado se lo habían demostrado.

—¡Maldito Volger! No debería tramar planes sin mí. ¡Y tampoco debería ocultarme secretos!

—¡Ah! —por un momento el hombre pareció genuinamente compungido—. Eso fue lamentable, pero yo ya os advertí que no os hicierais amigo de un plebeyo.

—Sí, pero usted se olvidó de un detalle bastante importante. ¿De veras pensaba que yo era demasiado frágil para enterarme de lo que era Deryn en realidad?

—¿Frágil? —Volger miró a su alrededor—. No había pensado en ello, pero ahora os encuentro meditando melancólicamente en unos baños. La verdad, eso no dice mucho de vuestra fortaleza.

—¡No he estado meditando! He estado explorando la nave.

—¿Explorando? ¿Y qué habéis descubierto, Su Serena Majestad?

Alek volvió a mirar por la ventana, sintiendo una nueva oleada de vacío en sus entrañas.

—Que no puedo confiar en nadie y que nadie tiene fe en mí. Que mi mejor amigo es… una ficción.

—Meditando —dijo Bovril.

El conde Volger permaneció en silencio. Alek estuvo a punto de añadir que sospechaba que Deryn Sharp estaba enamorada de él, pero no quería ver el desdén reflejado en la cara de Volger.

—He sido un estúpido —dijo finalmente.

—Desde luego un estúpido muy singular —dijo el conde moviendo la cabeza—. Esta chica ha engañado a sus oficiales y compañeros tripulantes durante meses y ha sido condecorada con la medalla al valor. Incluso me engañó a mí durante algún tiempo. A su manera, es una muchacha bastante admirable.

—¿Usted la admira, conde?

—Como alguien puede admirar a un oso montando en bicicleta. Se puede ver muy raras veces.

—Y aparte de admirarla, decidió chantajearla —acusó Alek.

—Necesitaba su ayuda para salir de esta aeronave. Pensé que podía evitar que os unieseis a aquella revolución sin sentido y hacer que os mataran —el fastidio en la voz de Volger se diluyó un poco—. Desde luego, ¿quién sabe? Tal vez necesitemos su ayuda de nuevo.

—¿Me está diciendo que debería volver a hacerme amigo de ella?

—Por supuesto que no. Estoy diciendo que aún podemos chantajearla.

—¡Váyase al diablo! —dijo Alek y de pronto sintió la imperiosa necesidad de salir de aquel ambiente lleno de vapor y calor. El príncipe se encaminó hacia la puerta y se detuvo con una mano sujetando con fuerza el pomo—. Voy al camarote de Tesla. Si ese hombre tiene la intención de desembarcar hoy, llamaré a los marines de la nave para que lo escolten y pueda desembarcar de forma segura.

—Por supuesto, estáis en vuestro derecho de traicionarnos —Volger hizo una reverencia—. Estamos a vuestra disposición.

—Yo no voy a traicionarle ni voy a contárselo a nadie, Volger, pero el capitán sacará desafortunadas conclusiones. A menos que me prometa aquí y ahora que…

—No puedo, Alek. Puede que las afirmaciones de Tesla sean una locura, pero no podemos correr el riesgo. Dos millones de vuestros súbditos viven en Viena y esta será probablemente la única ciudad de su lista. Ya visteis lo que su máquina puede hacer.

Alek abrió la puerta. No tenía tiempo para seguir discutiendo y tampoco podía permitir que un hombre fuese asesinado basándose en una amenaza ficticia. Tenía que detener aquello ya. Pero, por el contrario, se detuvo un momento para añadir algo más.

—Si amenaza a Deryn Sharp otra vez, Volger, sea de la manera que sea, usted y yo habremos acabado.

El conde solo hizo una leve reverencia de nuevo y Alek salió, cerrando la puerta con un portazo tras él.

El señor Tesla aún estaba en su camarote, pero una maleta de piel descansaba sobre su cama. Uno de los rusos estaba haciendo el equipaje mientras Tesla trabajaba en la mesa del laboratorio. El bastón de paseo eléctrico estaba ante él, parcialmente desmontado.

Alek llamó a la puerta, que se encontraba abierta.

—Disculpe, ¿señor Tesla?

El hombre alzó la vista con el rostro irritado y luego se iluminó.

—Príncipe Aleksandar. ¡Por fin ha aparecido!

Alek le devolvió el saludo.

—Siento no haber respondido a su nota. He estado indispuesto.

—No es preciso que os disculpéis, príncipe —dijo Tesla y entonces sus ojos se entornaron mirando mal a Bovril—. De modo que os habéis vuelto darwinista.

—Oh, ¿lo decís por esta bestia? Es un… loris perspicaz. Perspicaz significa «inteligente o astuto».

—Que te den —dijo Bovril y soltó una risita.

—E insulta a la gente —dijo Tesla—. ¡Qué peculiar!

Alek miró severamente a la criatura.

—Normalmente Bovril es más educado, como yo. Fue una descortesía no unirme a su invitación la pasada noche. Tenemos mucho de que hablar.

El hombre se volvió hacia su bastón y sus largos dedos empezaron a enroscar un rollo de cable a su alrededor.

—De todos modos, en esta nave las comidas son pésimas.

—La comida no es tan mala cuando la cocina tiene provisiones —Alek se preguntó por qué estaba defendiendo al Leviathan, pero prosiguió—. Los vegetales se cultivan frescos en el interior y algunas veces los halcones bombarderos nos traen las presas.

—Ah, eso explicaría la liebre a la brasa. El plato destacado de la noche.

Alek alzó una ceja. ¿Aquel hombre había comido carne fresca mientras Alek había estado masticando galletas rancias? Por supuesto, si los darwinistas creían que el Goliath funcionaba, alimentarían alegremente a Tesla con caviar tres veces al día.

—Siento no haber estado aquí para compartirla con usted. Pero ahora que la nave se ha aprovisionado, ¿tal vez quiera cenar conmigo esta noche?

El rostro del señor Tesla se oscureció.

—Debo regresar a Nueva York lo más rápidamente posible. Por lo menos ahora tengo los datos suficientes para completar mi trabajo.

—Entiendo —Alek inspiró lentamente y a continuación miró al ruso, que estaba doblando un par de pantalones—. ¿Puedo hablarle a solas un momento, señor Tesla?

Tesla hizo un gesto despectivo con la mano.

—Yo no tengo secretos para el teniente Gareev.

Alek frunció el ceño. ¿Tesla tenía a un oficial ruso como ayuda de cámara? Sin duda debía de ser uno de los confidentes del zar, enviado para espiar al inventor.

Entonces Alek reconoció al teniente Gareev. Era el hombre que había interrumpido la irrupción de Deryn en el camarote de Tesla hacía un par de noches. Y era posible que los hubiese visto a los dos, transportando el detector de metales en la bodega de carga aquella noche. Alek cambió del inglés al alemán.

—Señor Tesla, ¿es cierto que esta arma suya puede realmente detener la guerra?

—Desde luego que sí. Siempre he podido ver con absoluta claridad cómo funcionarán mis inventos, cómo cada pieza encaja en la otra, incluso antes de que traslade mis diseños al papel. Desde que esta guerra empezó he trabajado para ampliar esta capacidad al reino de la política. Estoy seguro de que las potencias clánker cederán ante mí, aunque solo sea porque no tendrán elección.

Alek asintió en silencio, impactado de nuevo por el efecto peculiar de escuchar a Tesla. La mitad de Alek se rebelaba ante estas disparatadas afirmaciones y la otra mitad se sentía atraída por la seguridad que destilaba aquel hombre. ¿Y si el conde Volger estuviese en lo cierto pero respecto a lo contrario? Si el Goliath realmente funcionaba, entonces Tesla podría finalizar la guerra en pocas semanas y sería una locura tramar algo contra él.

Pero entonces Alek recordó el bosque de árboles caídos y huesos esparcidos por doquier, una pesadilla de paisaje extendiéndose en todas direcciones. ¿Qué sucedería si se le ocurría destruir a toda una ciudad para convencer a las potencias clánker de que se rindiesen?

Lo único que Alek sabía a ciencia cierta era que no podía ver el futuro y que hoy no quería que sus hombres se manchasen las manos de sangre.

—Parar la guerra —dijo Bovril en voz baja.

Tesla se inclinó hacia delante para inspeccionar al loris.

—¡Qué bestia tan extraña!

—Señor, si hay alguna forma de que usted pudiese seguir a bordo, es posible que yo pueda ayudarle. Yo también quiero la paz.

El hombre negó con la cabeza.

—Mi barco de vapor sale hacia Tokio esta tarde y tengo que subir a una aerobestia japonesa hacia San Francisco dentro de dos días y luego partir directamente a Nueva York en tren. Perder esta combinación me costaría una semana y cada día esta guerra continúa y cientos de personas mueren.

—¡Pero aún no puede marcharse! —Alek apretó los puños—. Usted necesita mi ayuda, señor. Esto es política y no ciencia. Y mi tío abuelo es el emperador del Imperio austrohúngaro.

—¿El mismo tío abuelo que habéis acusado de asesinato en los periódicos? Mi querido príncipe, las relaciones entre vos y vuestra familia no puede decirse que estén en su mejor momento —Tesla sonrió amablemente al decir aquello, pero Alek apenas pudo argumentarle nada.

Entonces no le quedaba otra alternativa. Cogió su silbato de mando y sopló las notas pertinentes para llamar a un lagarto. Uno de ellos sacó la cabeza por un tubo de mensajes al instante, pero cuando Alek iba a hablar, se le cerró el estómago. No podía traicionar a sus propios hombres y por otra parte tampoco podía pedir una escolta armada sin dar explicaciones.

El señor Tesla alzó la vista hacia el lagarto, levantando una ceja.

—Directo a Nueva York —dijo Bovril.

Alek finalmente encontró las palabras adecuadas.

—Capitán Hobbes, el señor Tesla y yo tenemos que verle inmediatamente. Debemos hacerle una importante solicitud. Fin del mensaje.

La criatura se alejó corriendo.

—¿Una solicitud? —preguntó Tesla.

El plan se fraguó en la mente de Alek mientras hablaba.

—Su misión es demasiado importante para perder el tiempo con barcos de vapor y trenes. Debemos salir hacia Nueva York inmediatamente y el Leviathan es la forma más rápida para llegar allí.