DOCE

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Era una chica. Y se llamaba Deryn Sharp. Era una chica disfrazada de chico.

Alek se dirigió a su camarote con paso firme y determinado, pero le daba la impresión de que el suelo se movía bajo sus pies. La cálida luz verdosa de las luciérnagas que iluminaba los pasadizos de la nave hacía que todo pareciese confuso, y le parecía tan horrible como la primera vez que había subido a bordo del Leviathan.

Alzó una mano para guiarse, deslizando los dedos por la pared como un ciego. La madera fabricada vibraba bajo su tacto, sentía toda la espantosa nave latiendo llena de vida. Estaba atrapado dentro de una abominación.

Su mejor amigo le había estado mintiendo desde el momento en que se habían conocido.

—¡Alek! —le llegó un susurro desesperado desde detrás.

En parte estaba satisfecho de que Deryn le hubiese seguido. No porque él quisiera hablar con ella, sino porque así podría dejarla atrás de nuevo.

Siguió andando.

—¡Alek! —repitió la muchacha, esta vez gritando, lo suficientemente fuerte para despertar a los hombres dormidos que había a su alrededor.

Alek ya casi había llegado a los camarotes de los oficiales. Dejó que la chica siguiera gritando allí donde ellos pudiesen oírla.

¿Acaso no era cierto que había mentido a todos? A su capitán, a sus oficiales y a sus camaradas de la aerobestia. Había jurado solemnemente lealtad al rey Jorge; todo mentiras.

La mano de Deryn sujetó su hombro.

—¡Eh, tú, príncipe idiota! ¡Alto!

Alek dio media vuelta y se quedaron mirando el uno al otro en silencio. Finalmente, el muchacho se sorprendió al ver sus rasgos suaves y angulosos tal como lo que eran en realidad. Ver cómo le habían confundido completamente.

—Me has estado mintiendo —finalmente le susurró.

—Bueno, me parece que eso es rematadamente obvio. ¿Tienes alguna obviedad más que añadir?

Alek mostró su sorpresa con la mirada. ¿Esta… chica tenía la desfachatez de ser impertinente?

—Toda tu charla sobre el deber, cuando ni siquiera eres un soldado.

Yo soy un maldito soldado —gruñó ella.

—Tú no eres más que una chica vestida de soldado —Alek se dio cuenta de que las palabras la habían herido profundamente y se alejó de nuevo, con un ramalazo de satisfacción mezclado con su rabia.

Hasta aquel momento no se lo había terminado de creer. El artículo del periódico, las mentiras a la tripulación sobre su padre, e incluso las palabras susurradas del loris perspicaz no le habían convencido. Pero, sin embargo, Deryn había respondido a su nombre real sin inmutarse.

—Repíteme lo que acabas de decir otra vez —espetó ella detrás de él.

Alek siguió andando. No quería mantener aquella absurda discusión. Solo quería entrar en su camarote y cerrar la puerta.

Pero de pronto se encontró cayendo hacia delante. Se le enredaron los pies y aterrizó de bruces sobre sus manos y rodillas de cara al suelo.

Se dio la vuelta para mirarla.

—Acabas de… ¿empujarme?

—Sí —Deryn tenía una mirada salvaje en sus ojos—. Repítelo otra vez.

Alek se puso en pie.

—¿Que lo repita?

—Que no soy un verdadero soldado.

—Muy bien. Tú no eres un verdadero… ¡aupf!

Alek se tambaleó hacia atrás, sin aire en sus pulmones. Su espalda resonó al chocar contra la puerta de un camarote: Deryn le había asestado un puñetazo en el estómago. Y fuerte.

El muchacho apretó los puños, con la rabia corriendo por sus venas. En un instante vio un espacio desprotegido, puesto que los puños de Deryn estaban demasiado bajos y procuraba no apoyarse sobre su pie herido…

Pero antes de que pudiera coger impulso, se dio cuenta de que no podía devolverle el golpe. No porque fuese una chica, sino porque ella quería con todas sus fuerzas luchar. Porque aquello la haría sentirse como un chico de verdad.

Alek se irguió.

—¿Me estás proponiendo que resolvamos el asunto a puñetazos?

—Te estoy proponiendo que digas que soy un verdadero soldado.

Él vio un brillo en la oscuridad y sus labios se curvaron en una fina sonrisa.

—¿Es que los verdaderos soldados lloran?

Deryn soltó una extravagante maldición y aplastó con el pulgar la única lágrima que rodaba por su mejilla izquierda, con los puños aún apretados.

—Eso no es llorar, es solo…

Su voz quedó ahogada cuando la puerta que estaba detrás de Alek se abrió. El muchacho perdió el equilibrio un momento y luego se dio la vuelta y retrocedió un paso apresurado. Un doctor Busk con aspecto dormido apareció en la puerta, vistiendo pijama y con una expresión de enfado en su rostro.

Su mirada iba del uno al otro.

—¿Qué está sucediendo aquí, señor Sharp?

Deryn bajó los puños.

—Nada, señor. Pensamos que habíamos oído a uno de los rusos rondando por aquí. Pero es posible que tan solo sea un rastreador suelto.

El científico miró a un lado y a otro por el corredor vacío.

—¿Un rastreador, eh? Bueno, sea lo que sea haz que guarde silencio, muchacho.

—Disculpe, señor —dijo Alek, con una leve inclinación.

El doctor Busk le devolvió el saludo.

—No importa, Su Alteza. Buenas noches.

La puerta se cerró y Alek tropezó con los ojos de Deryn un instante. El miedo manifiesto que vio en ellos le hizo sentir una punzada en su interior. Ella pensó que él iba a contarle al científico todo. ¿Acaso era aquello lo que pensaba de él?

Alek se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a su camarote.

Los silenciosos pasos de ella le siguieron, como si hubiese sido invitada a acompañarle. Él suspiró y el ramalazo de rabia se fue desvaneciendo entre el dolor sordo del puñetazo que le había asestado en su estómago. No le quedaba más remedio que resolver esta cuestión con ella.

Cuando Alek llegó a la puerta de su camarote, la abrió e hizo un gesto extendiendo la mano. Las damas primero.

—Que te den —dijo ella, pero entró primero.

Él la siguió, cerró la puerta tras de sí sin hacer ruido y se sentó en su escritorio. Al otro lado de la ventana, en el exterior, la tierra nevada brillaba en algunas parcelas como si se tratasen de islas de luz de luna en un negro mar. Deryn se quedó de pie en el centro de la habitación, trasladando el peso de un pie a otro como si todavía estuviese preparándose para luchar. Ninguno de los dos sopló el silbato para que se encendiesen las luciérnagas y entonces Alek se dio cuenta de que se habían dejado al loris en la mesa de la cantina de los cadetes.

Por un momento jugó con la idea de que una simple bestia se había transformado en Deryn ante él.

—No ha estado mal el puñetazo —dijo finalmente.

—¿Te refieres para ser una chica?

—Para cualquiera —lo cierto es que le había dolido y todavía le seguía doliendo. Se dio la vuelta para mirarla—. No debería haber dicho aquello. Eres un verdadero soldado, y de hecho uno muy bueno. Pero no eres un buen amigo.

—¿Cómo puedes decirme eso? —otra lágrima brilló en su mejilla.

—Te lo he contado todo —dijo Alek en voz baja y cauta—. Todos mis secretos.

—Sí. Y los he guardado todos también.

Él pasó por alto esta observación e hizo una lista con los dedos.

—Fuiste el primer miembro de esta tripulación en saber quién era mi padre. Eres la única persona que sabe lo de la carta del Papa. Lo sabes todo sobre mí —apartó la mirada—. ¿Y tú no has sido capaz de contarme esto? Eres mi mejor amigo y, en algunos aspectos, mi único amigo, y tú no confías en mí.

—Alek, no se trata de eso.

—¿De modo que me has mentido solo para divertirte? «Lo siento, doctor Busk, pero es posible que tan solo sea un rastreador suelto» —Alek sacudió la cabeza—. Mentir es tan natural para ti como respirar, ¿no?

—¿Crees que estoy aquí solo para divertirme? —Deryn se acercó más a la ventana, con los puños de nuevo apretados—. Es un poco extraño, porque cuando pensabas que era un chico decías que yo era rematadamente valiente por el hecho de servir en esta nave.

Alek miró a lo lejos, recordando la noche en que Deryn le había contado lo del accidente de su padre. Ella se había cuestionado si era una locura servir en una nave llena de hidrógeno y parecía como que, secretamente, quería morir del mismo modo que su padre. Tal vez era valiente y estuviese loca al mismo tiempo. Después de todo era una chica.

—Está bien. Eres aviador porque tu padre lo era —Alek suspiró—. Es decir, si realmente era tu padre.

Ella se le quedó mirando.

—¡Por supuesto que lo era, estúpido! Los compañeros de Jaspert saben que tiene una hermana, por eso inventamos otra rama de la familia. Tan solo es eso.

—Creo que todas tus mentiras tendrán una cierta lógica para ellos.

Cuanto más pensaba en ello, Alek sentía que su rabia crecía de nuevo.

—¡De modo que en mi caso pensaste que yo era un príncipe arrogante y mal criado que te podría delatar!

—No seas bobo.

—Vi la cara que pusiste cuando el doctor Busk nos pilló en el corredor. Pensaste que estabas acabada. ¡Tú no confías en mí!

—Te estás comportando como un idiota —afirmó ella—. Solo pensé que tal vez nos habría oído discutir. Hemos dicho lo suficiente para que él se lo imagine.

Alek se preguntó qué es lo que habría oído el doctor Busk y reparó en que esperaba que no hubiese sido mucho.

Deryn cogió una silla y se sentó frente a él.

—Sé que guardarás mi secreto, Alek.

—Como tú has guardado el mío —dijo él fríamente.

—Siempre.

—Entonces, ¿por qué no me lo contaste?

Ella inspiró profundamente y luego extendió sus manos sobre el escritorio, mirándolas fijamente mientras hablaba.

—Estuve a punto de contártelo la primera vez que subiste a bordo, cuando pensaste que podía meterme en un lío por ocultarte. Nunca colgarían a una chica, ¿sabes?

Alek asintió, aunque dudó de que aquello fuese cierto. La traición era traición.

Aquel pensamiento le obligó a hacer un gesto con la cabeza: aquella chica había cometido traición por él. Había luchado a su lado, le había enseñado a maldecir correctamente en inglés y cómo lanzar un cuchillo. Ella le había salvado la vida y todo aquello mintiéndole sobre quién era.

—Cuando estábamos en Estambul —prosiguió Deryn—, y pensé que nunca volveríamos a subir a bordo del Leviathan, intenté decírtelo una docena de veces. Y tan solo hace una semana en la halconera, después de que Newkirk mencionase a mi tío casi también estuve a punto de contártelo, pero no quería… arruinar todo lo que había entre nosotros.

—¿Arruinar todo? ¿A qué te refieres?

Ella hizo un gesto con la cabeza.

—Nada.

—Es obvio que nada.

Tragó saliva y retiró las manos de la superficie del escritorio, casi como si su seco tono la hubiese asustado. Pero nada asustaba a Dylan Sharp, nada excepto el fuego.

—Dímelo, Deryn —el nombre tenía un sabor extraño en su boca.

—Pensaba que no podrías soportar saberlo.

—¿Te refieres a que creías que yo era demasiado delicado? ¿Creías que mi frágil orgullo se derrumbaría solo porque una chica puede hacer mejores nudos que yo?

—¡No! Puede que Volger sí lo pensase, pero no yo.

Alek cerró los ojos con fuerza y luego los entornó sintiendo que de nuevo le inundaba la rabia. Aquella tarde, agitado y sin dejar de dar vueltas preguntándose si la pista que le daba el loris era cierta, había olvidado la enemistad entre Deryn y Volger. Pero ahora todo se le hacía tan obvio…

—¿Y por qué el conde no me lo dijo?

—No quería disgustarte.

—¡Eso es otra mentira! —Alek se puso de pie—. Ahora sí que lo veo todo claro. Por esa razón nos ayudaste a escapar, la razón de por qué guardabas mis secretos. No porque fueses mi amigo, sino porque durante todo este tiempo Volger te ha estado chantajeando.

—¡No, Alek! ¡Lo hice todo porque soy tu amigo y tu aliado!

Alek negó con la cabeza.

—Pero ¿cómo puedo saberlo? Lo único que has hecho hasta ahora es mentirme.

Durante un buen rato Deryn no repuso, mirándole desde el otro lado del escritorio. De nuevo rodaron lágrimas por sus mejillas, pero parecía haber quedado paralizada allí.

Alek, empezó a pasear por el camarote.

—Por eso Volger nunca me lo contó, para poder controlarte. ¡Todo lo que has hecho ha sido para protegerte!

—Alek, estás siendo un estúpido —dijo en voz baja—. Es cierto que Volger ha intentado chantajearme, pero yo he sido tu amigo mucho antes de que él lo supiera.

—¿Y cómo puedo creerte?

—Volger no estaba con nosotros en Estambul, ¿verdad que no? ¿Es que acaso crees que salté de un barco y me uní a tu maldita revolución por él?

Alek apretó los puños, aún dando vueltas por la habitación.

—No lo sé.

—Yo no fui a Estambul por Volger ni por ninguna otra misión. Mi misión consistía en llegar solo hasta el Estrecho y no en ir a la ciudad. ¿Tú lo sabes, verdad?

Alek hizo un gesto con la cabeza, intentando ordenar sus pensamientos.

—Tus hombres fueron capturados y quedaste desconectada del Leviathan. De modo que no tenías otra alternativa que unirte a mí.

—¡No, estúpido príncipe! Eso es lo que les conté a los oficiales. Había un centenar de barcos británicos en el puerto en Estambul. Podía haber subido en cualquiera que fuese al Mediterráneo en cuanto hubiese querido. Pero Volger dijo que estabas en peligro, que permanecerías en la ciudad y lucharías en lugar de ocultarte. Y no podía permitir que hicieras todo eso solo. ¡Tenía que salvarte! —su voz se quebró al pronunciar la última palabra y se recompuso con un suspiro entrecortado—. Tú eres mi mejor amigo, Alek, y no podía perderte. Haría cualquier cosa para no perderte…

Él dejó de moverse de un lado a otro y se quedó mirando a la muchacha. Su voz sonaba tan distinta ahora, completamente, como si fuese de otra persona. Se preguntaba si es que, antes disimulaba la voz, o si de alguna forma ahora él escuchaba sus palabras de distinta forma, ahora que sabía que era una chica.

—¿Qué quieres decir con perderme? Ya me había escapado.

Ella soltó una maldición, luego se puso de pie y se dirigió a la puerta.

—Lo único que necesitas saber, príncipe idiota, es que yo soy tu amiga. Tengo que ir a buscar a la bestezuela antes de que empiece a buscarnos. Podría despertar a alguien.

Deryn se fue sin mediar una palabra más.

Alek observó cómo se cerraba la puerta. ¿Por qué era tan importante que ella se hubiese unido a él en Estambul? Había contribuido a combatir al enemigo, ayudado a la Revolución y salvado al Leviathan en el proceso. Aquello era sencillamente propio del tipo de soldado que ella era.

Pero después le vino a la mente aquel primer instante, cuando él la vio en el hotel en Estambul. La forma en que Deryn había mirado a Lilit con sospecha, e incluso con celos.

Y más tarde, sin contar con la ayuda de un loris perspicaz susurrándole al oído, finalmente, él comprendió. Ella no había ido a Estambul como soldado, y jamás habría revelado su secreto a Alek por la razón más sencilla del mundo: Deryn Sharp estaba enamorada de él.