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BONDAGE

Pato. Treinta y dos años. Podóloga

Me excito al imaginarme atada con una cuerda fuertemente. La sensación de inmovilidad, de que el otro es el que maneja la situación, es algo que me resulta muy placentero.

Hace años tuve un lío con un tío al que conocí en un congreso: unas copas, un «sube a mi habitación» y un «te voy a atar las manos» convirtieron lo que era un polvo de una noche en una de las experiencias más importantes de mi vida. Simplemente me ató las manos a la espalda con un fular, no se trató de una puesta en escena espectacular con correajes de cuero ni nada por el estilo. Pero aquel sencillo juego cambió la forma de excitarme. A partir de entonces, cuando tengo una relación más o menos estable, acostumbro a proponer este juego, que por lo general es recibido con éxito: mi placer al ser inmovilizada suele aumentar la excitación del otro en la mayoría de los casos.

Por supuesto, la forma de llevarlo a cabo ha ido evolucionando y de un fular pasé a una correa y de una correa a unas esposas… Pero no me atrevo a más. Eso no significa que mi mente no continúe fabricando escenas absolutamente salvajes: en mi interior, pienso en lo placentero que sería que me ataran todo el cuerpo, que mis manos estuvieran atadas a los tobillos, que una cuerda tensara mis pechos hasta casi hacerlos estallar, que me ataran a un poste y me dejaran allí horas… Y eso me provoca una gran excitación.

Aunque en mis relaciones intento ir cada vez un poco más allá, soy consciente de que proponer a mis parejas algo tan inusual como el bondage extremo es arriesgado, temo que no lo acepten de buen grado y me tomen por loca, por eso no he contado mi fantasía. A veces pienso en buscar a través de Internet a personas que tengan las mismas apetencias, pero, a pesar de pertenecer yo a ese grupo, tengo mis prejuicios contra quien lo puede practicar y me da reparo lo que me pueda encontrar… Y si yo misma, que me excito con esas prácticas, me censuro, ¿cómo no lo van a hacer mis parejas? ¿Qué tipo de persona practica esos juegos?…

Efectivamente, si hasta ella misma tiene prejuicios sobre lo que le gusta, es muy probable que jamás cumpla su deseo. La pregunta es: de llevarlo a cabo, ¿obtendrá la satisfacción que imagina? En la duda, en el no ejecutarlo también reside la intensidad de su placer. Ya hemos hablado de la seducción que encierran las fantasías no cumplidas: son algo íntimo, propio e intransferible. Pero, si lo que Pato desea es ejecutarla, entonces deberá guardar precaución y hacerlo con alguien con quien tenga un alto grado de intimidad y conocimiento.

Por otro lado, resulta evidente que a la protagonista de esta historia le atrae el sometimiento, en este caso a través de la práctica del bondage. El bondage trata de las prácticas eróticas que privan al individuo del movimiento a través de ataduras con cuerdas, cinta, cadenas, correajes… Pero el placer no solo reside en el hecho de estar dominado, atado, desprotegido, ni de las descargas de adrenalina que provoca en algunas personas, sino también en el contacto de dichas ataduras con la piel.

En Japón existe una práctica erótica realizada con cuerdas llamada shibari, pero que, a diferencia del bondage, no exige que la persona atada esté totalmente inmovilizada. En el shibari, la estética es muy importante y los nudos que se efectúan son verdaderas obras de arte cuyo proceso puede durar horas.

Actualmente, el bondage está muy de moda entre los juegos eróticos, pero, como ya hemos comprobado por el relato de Pato, existen muchas intensidades diferentes: que tu novio te ate con un pañuelo de seda negro no es lo mismo que amarrar a alguien a una silla y dejarle plantado durante doce horas en Despeñaperros. Estos son algunos de sus sofisticados estilos:

  • Spead eagle: en el bondage, este término habla de la postura en la que la persona sometida está atada a una estructura en la que permanece con las extremidades totalmente extendidas y muy abiertas.
  • Autobondage (Selfbondage): las ataduras que se hace uno mismo para experimentar placer. En este caso hay que tomar muchas precauciones y saber realizar correctamente las ataduras, si se hacen de forma inconveniente, la persona no podrá desatarse.
  • Hogtied: atadura en la que los brazos van atados a la espalda y a su vez a los tobillos. La movilidad al practicar este ejercicio es prácticamente nula.

Si se desea practicar el bondage, es recomendable ir despacio y, como en todas estas prácticas, elegir bien con quién jugamos. Para la iniciación, es preferible comenzar con un nivel suave de intensidad, nunca olvidemos que tratamos de técnicas que podrían resultar peligrosas. Antes de comenzar a jugar, no está de más aplicarse una crema hidratante por el cuerpo, puesto que lo que se utiliza como elemento inmovilizador (cuerdas, correas, panties…) hará presión sobre nuestra piel; de este modo evitaremos posibles rozaduras. En los preparativos del escenario también es apropiado colocar a mano unas tijeras, como precaución. En caso de complicaciones, serán las encargadas de salvar la situación.

Con respecto a las zonas atadas, es conveniente no presionar cuello ni articulaciones: la asfixia es uno de los mayores riesgos de esta práctica, así como la alteración de la circulación sanguínea debido a la presión de las ataduras. Otra pauta que conviene tener en cuenta es el control de la duración de la praxis: extralimitarse podría resultar un problema, así como dejar sola a la persona atada; cualquier imprevisto puede convertir una velada de placer en un desagradable episodio.

Aunque no tenga nada que ver en la forma, existe otra variedad del sometimiento que también se acerca al fetiche y que sí podría asimilarse con el concepto de la inmovilidad. Hablamos del «fetichismo de la escayola». A pesar de su nombre, se acercaría más al BDSM dado el carácter que implica: la visión de una persona escayolada genera respuesta sexual, y esto nace del placer que se siente al sentirse inmovilizado o inmovilizar al otro y someterlo a su dominio, algo muy parecido al bondage.

Por supuesto, en estas prácticas existen posturas para todos los gustos, depende de la imaginación y las ganas de hacer nudos o colocar escayolas que tengan los jugadores. No podemos olvidar que la mayoría de las mujeres preferimos ir de rebajas a que nos aten como a un redondo de ternera.