27

PLACER Y DOLOR…

Cuando hablamos de encontrar placer en el dolor, siempre nos referimos a unos juegos consensuados en los que existe acuerdo por ambas partes. A esta práctica se la denomina «algolagnia» del griego algos, «dolor», y lagneia, «placer».

Carmela. Treinta y siete años. Ama de casa

Soy ama de casa. Tengo dos niños de tres y cuatro años y un marido adorable que trabaja como ingeniero en una gran empresa. Me encanta la decoración del hogar, jugar con mis hijos, acudir a clases de hípica… Y mi vida sexual no puedo decir que vaya mal. Pero siempre me ha faltado algo. Algo que me resulta imposible compartir con mi marido y que se ha convertido en mi secreto.

Desde bien niña, me excitaba con el dolor. Comencé mordiéndome los labios. Sentía un placer infinito, llegaba incluso a provocarme heridas. Después pasé a comerme las uñas, a devorarme los dedos… Eran toques sutiles que para los mayores obedecían a mi carácter nervioso, pero que a mí me provocaban una poderosa excitación sexual. Con el tiempo, terminé por no dar importancia a aquellas «manías» hasta que llegaron a desaparecer. Sin embargo, llegaron otras.

Tras las relaciones sexuales con mi pareja, necesitaba pellizcarme la vagina, era la única forma de llegar al orgasmo que tenía, así que, harta de gozar sola, le hice partícipe a mi marido. Por lo general, mientras mantenemos sexo, yo me pellizco para facilitar mi clímax, algo que en la relación ya es cotidiano. Pero con la edad, quizá con la experiencia, necesito más. Mucho más.

Me imagino que es mi marido el que me pellizca hasta hacerme gritar, en ocasiones con herramientas de nuestro garaje. Pensar en el placentero dolor que me pueden producir me excita enormemente. Al principio, intentaba dotarlo de cierta estética y, para decorar nuestros juegos y hacerle partícipe a él, integré a la vida sexual fustas de diseño y preciosos corsés de látex. Pero aquello era un grotesco disfraz que poco me satisfacía.

No, mi fantasía va más allá. Cuando estoy con él fornicando, pienso en que otro hombre, un hombre fornido al que no puedo ver el rostro, llega por detrás y va introduciendo su mano por mi ano. Poco a poco… Hasta que logra introducirla por completo… Me imagino la mano de ese hombre dentro de mí, el placer que podría darme, y me excito enormemente. Siento que ese ser desconocido me posee de lleno, me domina… Y esa imagen me empuja al orgasmo.

No me siento con libertad para proponer a mi marido esta fantasía, ni quiero que sea él el que me lo haga. En mi mente, está la imagen de ese cuerpo colosal, al que no puedo ver el rostro y que me da un placer infinito. Y no es el padre de mis hijos.

Probablemente, si a Carmela le pellizcaran cualquier parte del cuerpo fuera del acto sexual, ella respondería con una sonora bofetada. Esta excitación se suele relacionar en la mayoría de los casos con el momento del apasionamiento y fuera de esos límites no tiene objeto. No es algo infrecuente encontrar mujeres que duplican su excitación con arañazos, pellizcos, mordiscos en los pezones… En esos actos buscan la intensidad, y la unión de placer y dolor aumenta la libido. El relato también habla de la puesta en escena. Como en toda la industria del erotismo, han proliferado los ingenios para provocar dolor: fustas, látigos, complementos incitadores, máquinas de tortura… Todos ellos aparatos creados para el menester de procurar placer a quien gusta de estas prácticas.

Pero ¿a qué responde esta fantasía? Quizá simplemente se trata de una búsqueda distinta del placer, aunque existen muchas teorías. Si para la protagonista el dolor que le excita es símbolo de castigo, esto podría significar una especie de «liberación» de un posible sentimiento de culpa. El dolor en sí también sería traducido por algunas personas como placer. Otra teoría apunta al efecto que causan las endorfinas que genera nuestro cerebro como respuesta al dolor y que puede resultar una forma de goce sexual. Cada persona posee un resorte distinto como generador de su placer, pero cuando el masoquismo adquiere tintes autodestructivos y supone una limitación importante en la vida de quien lo practica, habría que contemplar la posibilidad de que se trate de una patología y debe ser tratada por un experto.