13

RINCONES CON ENCANTO

Desde un probador de Zara hasta el Museo del Prado, cualquier lugar insólito resulta ideal para las más ardientes fantasías de algunas mujeres, siempre que la rescaten de su realidad. Y es que, de nuevo, abandonar los hábitos y dar una nueva perspectiva a la vida sexual suele ayudar a encontrar el punto. En estos casos, este tipo de fantasías son más fáciles de verbalizar: a no ser que la pareja sea tímida, muchos varones —sobre todo adolescentes— suelen estar dispuestos a experimentar este tipo de propuestas con bastante entusiasmo.

Y cuando hablamos de «lugares insólitos» nos referimos a esas localizaciones que poseen un aliciente especial que las hace atractivas. En el siguiente relato se unen varios factores que hacen del lugar elegido un rincón interesante para los protagonistas. Intentemos descifrar cuáles son.

Mónica. Veinticuatro años. Guionista

Yo no soy una chica muy agraciada. Trabajo como guionista en una pequeña empresa de publicidad y todas las mujeres que pasan por aquí suelen ser espectaculares. No solo las modelos y actrices. Mis compañeras, en su mayoría comerciales, han sido seleccionadas genéticamente por mi jefe para vender su «producto». Y no, no tengo nada que ver con ellas, aunque lo intente.

La verdad es que yo no suelo fijarme en los jefes por muy atractivos que sean, más que nada porque así me ahorro falsas esperanzas, pero cuando llegó a la oficina el nuevo socio, me quedé atónita. Tanto que mi imaginación comenzó a volar… Esta es una de las fantasías que escribí tras su llegada a la empresa:

Richard había llegado desde Londres pocas semanas antes y en la oficina se respiraba una evidente excitación. Era un hombre corpulento y fibroso, podría decirse que físicamente rudo, pero sus movimientos resultaban demasiado elegantes para definirle así. Envuelto en un impecable traje gris, Richard se movía por su gran despacho acristalado de un lado al otro como un bello animal enjaulado al que, desde las mesas, observaban las mujeres con deseo. Yo no era como el resto de mis compañeras. Atractivas mujeres de empresa que endurecían sus cuerpos en el gym. Yo lo más duro que tenía era la tapa del portátil. Por eso, cuando Richard me invitó a salir me quedé sin habla durante dos días. Yo era un ser insignificante en la empresa, ni siquiera me preocupaba en seguir las últimas tendencias o darme rímel. No, no era la chica más popular de la oficina… Pero, de entre todas aquellas mujeres, me había elegido a mí.

Nos citamos secretamente en un par de ocasiones en las que no sucedió nada. A pesar de sus miradas y alguna que otra insinuación, yo terminé en ambas citas sola en mi casa, imaginando que aquel pedazo de hombre me susurraba al oído «Te quiero follar». Pero no. Yo debía de ser un experimento científico para él, una apuesta con los colegas. O quizá una promesa para hacer el bien entre los callos malayos de la empresa. Mientras yo me debatía entre esos pensamientos, sus tórridas miradas desde el despacho acristalado me desconcertaban, y los comentarios de mis compañeras sobre él me provocaban el irrefrenable deseo de gritar «¡Pues ha salido conmigo dos veces!»… Aunque nadie me creería.

Pasaron varias semanas en las que nuestra comunicación se instaló en las miradas, cada vez más sugerentes y directas. Yo esperaba ansiosa un sms, como en las anteriores ocasiones. Pasaban los días, las semanas… Y, al final, llegó. Pero fue un mensaje inaudito: «Quiero que ahora mismo vayas al aseo de señoras. Espérame dentro del último baño. Richard».

Mis piernas comenzaron a temblar. Al baño. Que le espere allí. En el último… Asombrada, me levanté de la mesa y fui hacia los servicios. Estaban vacíos e hice lo que Richard me había indicado. Esperé. Pasaron unos dos minutos y alguien entró, era él, que inmediatamente tocó en la puerta con los nudillos para que le abriera. Antes de que yo dijera nada, me tapó la boca con la mano y me dio la vuelta contra la pared. Sentía sus caderas clavándose en mi trasero y su aliento calentando mi nuca.

Había llegado la hora del desayuno y en ese momento, el movimiento en los baños de señoras proliferaba. Él lo sabía. En pocos minutos comenzaron a entrar mis compañeras. La comercial divorciada de grandes tetas, Lola y sus curvas de escándalo, Carmen, famosa por sus experiencias multirraciales… Las mujeres más bellas y admiradas de la empresa estaban allí, fumando a escondidas el primer cigarrillo del día y hablando, cómo no, de lo guapo que había llegado Richard esa mañana.

—Te juro que me lo follaba en este baño —dijo una de ellas.

—Pues yo me conformo con que me dé un beso con lengua… Tiene que besar como un Dios… Esos labios…

Percibí cómo él se acercaba a mi oído y susurrando decía…

—Ellas me quieren a mí… Pero yo estoy contigo…

Entonces, cogió mi mano y la llevó hasta su sexo. Nunca había imaginado una verga tan enorme y tan dura. Ni siquiera me había imaginado diciendo estas palabras. Pero, en aquel hombre, todo era inmenso, y en ese instante mi deseo también.

Fuera, mis compañeras continuaban con los comentarios subidos de tono y las risas nerviosas. Noté como mis piernas dejaron de temblar cuando él me subió la falda hasta la cintura. Fue un movimiento preciso, tajante, el mismo que utilizó para bajarme las bragas y sacarse la polla, entonces pude notar como buscaba el sexo entre mis nalgas hasta encontrarlo. Y comenzó a empujar suavemente, en absoluto silencio, solo yo podía escuchar su respiración ahogada. Una y otra vez, sentí dentro de mí su enorme pene imparable mientras fuera de aquel minúsculo baño unas mujeres suspiraban por lo que yo tenía.

—Ayer pasó por mi mesa y me guiñó un ojo… —escuché vagamente desde el placer. Él continuaba tapando mi boca con fuerza, mientras con la otra mano me pellizcaba los pezones. Yo estaba a punto de gritar.

—¿Te gusta, Mónica?, dime que te vas a correr…

Las palabras del dueño de la empresa en mis oídos eran como latigazos que me recorrían todo el cuerpo. Implacables. Sus testículos me golpeaban con furia silenciosa, a veces lento y otras más rápido. Faltaba muy poco para que llegara al clímax y aquel grito no podría reprimirlo Richard tapándome la boca.

—Sí, te vas a correr ahora…

Comenzó a golpearme por detrás con el miembro, deslizándose entre mi vulva húmeda. Hasta que no pude soportar más el placer y comencé a gritar. Él retiró la mano de mi boca y dejó que todo mi éxtasis se propagara por el baño. Fuera, las voces se apagaron, sorprendidas. Los espasmos de mi cuerpo al llegar al clímax provocaron rápidamente que él me siguiera y también se corriera emitiendo un sonido indescriptible, casi animal. Sí, era un hecho: nos habíamos corrido.

—Bien, Mónica, muy bien —dijo al terminar posando su cabeza en mi hombro y sin salir aún de mí. No es que yo tuviera el premio a los orgasmos más alucinantes de la provincia, pero estaba segura que aquel sería uno de los mejores de mi vida…

Richard salió de mí, me colocó las bragas y, con la misma precisión con la que me había subido la falda, la volvió a bajar.

—Regreso mañana a Londres —dijo subiéndose la bragueta— y no creo que vuelva por aquí… —Me miró y, tras un beso húmedo que volvió a estremecerme, abrió el cerrojo y salió colocándose la corbata ante la atónita mirada de mis compañeras—. Buenos días, señoritas. En el baño no se fuma.

Le seguí. Y, curiosamente, en mí no hubo atisbo de vergüenza. Levanté la cabeza ante aquellas mujeres, orgullosa de mi hazaña y, de nuevo, sentí algo muy parecido al orgasmo.

—No. En el baño no se fuma… —repetí.

No, jamás ocurrió nada de lo escrito en este relato, de hecho Richard nunca supo de mi existencia, pero yo aún sigo fantaseando con aquel maravilloso encuentro en el baño de señoras.

Pues sí, se dan muchos factores en este relato dignos de comentar y no solo hablamos de que se practique sexo en el baño de señoras, situación excitante por lo inusitada. Existen otros detalles que hacen de esta historia una intensa «multifantasía». En primer lugar, aparece el hombre poderoso, atractivo, digno de admiración. Y enseguida conocemos la visión que ella tiene de sí misma: es insignificante, no llama la atención, su perfil es tan bajo que sus compañeras apenas se percatan de que existe. Y él se fija exclusivamente en ella. Tras el apasionado encuentro en el retrete, cuando Mónica sale del baño tras él, la satisfacción es extrema. En este punto no solo aparece la revancha, también es un ejercicio de exhibicionismo, no esperan a que las mujeres se ausenten para abandonar el baño: él lo ha hecho de forma premeditada, buscando el momento en el que estarían en los servicios. Así, en el instante preciso, al terminar, sale y se muestra.

Si fuéramos más allá, podríamos incluso atisbar cierto aroma a voyeurismo, mientras escuchan los comentarios de las compañeras.

Aprovechemos este relato para insistir sobre un tema que trataremos después: el concepto que tenemos de nosotras mismas y de nuestro cuerpo. Mónica se define como una mujer poco agraciada, que no sigue las modas y que, en apariencia, no cuida de su aspecto físico. Lo tiene tan asumido que para ella es imposible que un hombre de las características del inglés se fije en ella. No es extraño, tiene tan claro ese papel que probablemente es lo que proyecta. Y este es uno de los principales motivos por los que no se consiguen los objetivos y se tira la toalla. Es la causa que nos impide verbalizar y compartir con nuestra pareja fantasías que quizá darían un vuelco a nuestra vida sexual. Si somos demasiado delgadas, con kilos de más o arrastramos cualquier otro complejo tan asimilado que nos impide ver nuestro cuerpo como algo atractivo, es difícil que confesemos a nuestra pareja lo que realmente nos gusta. Mucho menos si lo que nos pone es que nos aten todo el cuerpo con el cable de la batería del móvil. La imagen que crearemos en nuestra mente de ese juego está más cerca de un rosbif que de una sensual mujer aficionada al bondage. En estos casos, con que la mujer en cuestión practique sexo sin sujetador, ya suele ser un triunfo.

Otra fantasía de escenario que se suele dar mucho es la que se realiza en lugares con presencia de agua. Se suele empezar por la ducha… y al final se acaba teniendo sexo en la piscina municipal de Jerez de la Frontera. Lo llamaremos «fantasía acuática»…

Marisol. Veintiocho años. Teleoperadora

Yo no soy una mujer muy pasional, no puedo decir que soy de esas a las que les da el siroco y se bajan las bragas. Para nada. Digamos que me tienen que insistir un poquito… Y no es que no me guste mi novio, que luego me pongo y me pongo y me lo paso como Dios. Pero me cuesta entrar en faena, vamos…

Antes pensaba que era por vaguería, pero la verdad es que he descubierto que no. Yo no sé si será normal o no, pero he descubierto que me pongo a mil por hora cuando lo hacemos en la ducha. Y fue por casualidad, eso de que estás dentro y entra tu novio a hacer el chorra y de pronto te ves ahí, dale que te pego… Lo curioso del tema es que al día siguiente yo quería más. Y es que, allí en la ducha, me pareció como… distinto. No sé, pero, vamos, que me lancé y ahora soy «la tigresa de la bañera». Casi todos los días, cuando vuelvo del curro, hale, a hacer la ducha. Y me encanta. Lo malo, yo no sé si es malo o no, es que ahora pienso todo el rato en cómo sería hacerlo en otros sitios parecidos… En el jacuzzi del gimnasio, en la piscina, en la playa… Me vienen a la cabeza esas burbujas del jacuzzi acariciándonos mientras lo hacemos… ¡Y me pongo a tope! Y pensar en un día de playa… Todo lleno de gente, con sus mesas y sus sombrillas y sus tortillas de patata y mi novio y yo nos vamos para dentro del mar hasta los sobacos… Y él me retira la braga del bikini y me mete todo lo gordo… ¡Y nadie se da cuenta! Y, encima, sales de lo más curiosito y con una relajación… ¿Y hacerlo en la piscina de mi cuñado? También lo he pensado y eso sí me ha preocupado un poco, porque allí se bañan mis pobres sobrinos y no es plan… Pero, ahora, cuando voy a la paella del domingo pienso: «¡Menudo polvo echaba yo aquí con mi novio!». Que, por cierto, él está encantado con esta nueva afición mía, pero a veces pienso que está como… celoso. Sí, le extraña que yo pueda tener estas fantasías… Mientras tanto, yo disfruto de lo lindo con mis fantasías en el agua…

Vamos, ¡que solo me falta imaginarme que lo hago en la fuente del ayuntamiento! Al tiempo…

¿Por qué el agua como elemento principal de esta fantasía? El agua suele representar un elemento «purificador», la limpieza, lo pulcro. No parece que la protagonista sea una mujer muy compleja, pero en esa «apatía», en ese «entrar en faena» que tanto le cuesta, se podría hallar una especie de freno que le impide desinhibirse sexualmente. Y, al entrar el sexo en contacto con el agua, para ella supondría una especie de «depuración». Sea por la razón que sea, resulta evidente que Marisol ha encontrado el punto que necesitaba para abandonar esa desidia que dominaba sus relaciones sexuales. Tras un encuentro en la ducha, ha descubierto todo un mundo de sensaciones y, aunque aún no las lleve a la práctica, las ha compartido con su pareja y las utiliza para su propia excitación, algo muy positivo. Las fantasías son arriesgadas: en su caso, la piscina de su cuñado supone un freno que le hace autocensurarse por respeto a sus sobrinos, pero eso es tan fácil como incluir en la fantasía a un señor que después del acto deje la piscina como la patena… Es lo bueno que tienen las fantasías: si ella quisiera, incluso podría ser penetrada a cuatro patas en el Parque Acuático de Madrid…

Sole. Treinta y ocho años. Decoradora

Mi fantasía sexual siempre ha sido hacérmelo con un camionero. Con uno de esos armarios roperos que te pitan desde el tráiler. La de testosterona que tiene que ir acumulada en esas cabinas.

Me gustaría llegar a un motel de carretera con aparcamiento para camiones. Una explanada llena de grandes camiones, cuanto más grandes mejor, nada de furgonetillas de repartidor, NO. Tráileres de los que llevan detrás «veículo longo» o el cartel de «sustancias peligrosas»… Me pasearía delante de ellos con muy poca ropa, para ponerles bien cachondos, como si yo fuera una fulana, provocándolos. Y, de los que estén dispuestos, invitaría al más corpulento y me lo llevaría hasta el motel para que me hiciera lo que le diera la gana. Allí, en una pequeña habitación me destrozaría. Te puedes equivocar, pero me imagino a estos tíos como auténticas bestias en la cama, dispuestos a partirte la columna a empujones, sin medida, sin control y con muchas ganas de sexo.

Otras veces la fantasía cambia y estoy en una carretera haciendo autostop, es una larga carretera de las que salen en las películas americanas, con desiertos a uno y otro lado y apenas tráfico. Llega un enorme tráiler tuneado, con grandes tubos por donde suena una bocina ensordecedora. Para a la altura de donde estoy yo y un hombre robusto, con gafas oscuras y masticando chicle, abre la puerta y me invita a subir. Lo hago y le pido que me lleve a la ciudad más próxima. Tiene los brazos completamente tatuados y una camisa de cuadros recogida hasta el codo, son unos brazos enormes, sus manos lo son. El gran volante parece pequeño entre ellas. La cabina está repleta de fotos de grupos de rock duro y de mujeres muy exuberantes que posan provocativamente enseñando su cuerpo. Pregunto si ese tipo de mujeres son las que se la ponen dura y él, muy sereno, sonríe, me mira y me dice que no, que le gustan más putas, como yo. Entonces me coge la cabeza y me la lleva hasta su sexo, no me siento violentada, todo lo contrario, me gusta que actúe así, aquel lugar me excita tremendamente: y, sí, quiero chupársela y lo hago. Cuando siente que va a llegar al orgasmo se aparta de la carretera y para en el arcén. Durante unos segundos jadea y después de limpiarse con un trozo de papel higiénico pone el CD a máxima potencia. No volvemos a hablar ni una sola palabra, me deja en la ciudad y desaparece con su enorme camión.

Este tipo de fantasías suelen ayudarme bastante en mi vida en pareja y, si a mi marido le gustan las películas porno, a mí las fantasías con camioneros. Jamás llevaré a la práctica esta fantasía, solo espero que mi marido no se convierta en el nuevo Rocco Siffredi.

Esta es una fantasía de lugar muy interesante. Imaginamos que, siendo decoradora, tendrá un bonito hogar; sin embargo, Sole cambia radicalmente su entorno por un motel de carretera y una cabina de camión. En esa variación de escenario, reside el punto que busca. Pero además explora en otro tipo de hombre que suponemos nada tiene que ver con su marido: un camionero de tráiler. Si probamos a buscar en Google la palabra camionero aparecen curiosas y muy interesantes instantáneas, aunque me temo que pocas tienen que ver con la idea que Sole se ha formado de su imaginario amante.

En este ideal que tiene del camionero hay bastante de fetichismo. Es un personaje muy concreto, con unas características muy marcadas para ella: el camionero de sus fantasías es un macho dominante, una grande y poderosa máquina sexual, como su enorme tráiler.