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SEXO ENTRE MUJERES

Fantasear con sexo entre dos mujeres no es patrimonio exclusivo de los hombres. En un estudio que Durex realizó sobre las fantasías en el año 2008, se desprendía algo realmente significativo: el 31 por ciento de las mujeres preguntadas fantaseaban con relaciones homosexuales para excitarse… Efectivamente, la admiración por alguien del mismo sexo provoca intensas fantasías en algunas féminas. De hecho, existen mujeres que únicamente se excitan con personas de su mismo sexo, aunque la vida sexual con su pareja (hombre) sea del todo satisfactoria. No obstante, es cierto que en la mayoría de los casos hay bastantes reservas a la hora de verbalizar esta fantasía por miedo a ser catalogadas. Este tipo de pensamientos pueden aparecer por varios factores: la belleza subjetiva de una mujer, la belleza objetiva, su poder, la complicidad…

Sonia. Cuarenta y dos años. Agente de viajes

Me llamo Sonia, tengo cuarenta y dos años y llevo con mi marido catorce. Desde que tengo uso de razón me he masturbado pensando en mujeres, pero jamás llevaría esta fantasía a la práctica, porque, sinceramente, no creo que me gustara comer un coño. No es por una cuestión de prejuicios, soy una mujer liberal que habla de sexo sin problema, e incluso mi marido conoce esta afición mía, algo que por cierto le excita bastante. Es, simplemente, que no me atraen las señoras. Pero, cuando veo una mujer con algo que me cautiva, la convierto en objeto de mis fantasías. Por su físico, por su inteligencia, por algo que llama mi atención… Cuando conozco a alguien así, se produce en mí un clic que no puedo controlar. Esto no quiere decir que la mire y desee tener relaciones sexuales con ella, ni que le mande mensajes obscenos al móvil; de hecho, puedo pasar un mes de vacaciones con esta persona y jamás pensar en el tema. Es algo más complejo.

Hace unos meses, una compañera cogió una baja por embarazo en la agencia de viajes donde trabajo. La persona que trajeron para sustituirla resultó un absoluto descubrimiento. Su forma de andar, de hablar… Quizá fuera la inocencia que me transmitía… No lo sé, pero pronto entró en mi intimidad. Era muy joven, recién salida de la Facultad de Turismo, y yo comencé a fantasear con encuentros sexuales en la agencia, después de bajar la persiana. Me imaginaba acariciando su sexo, todo muy lento, nada de chicas desenfrenadas de esas que salen en las películas porno. Mis partenaires imaginarias no han que tener ninguna tendencia lésbica, ellas siempre son heterosexuales… Podríamos decir que son «mis vírgenes» y yo soy la que las arrastro a la perdición. Y una norma inquebrantable: no pueden tocarme, ni besarme, solo yo les doy placer. Eso es lo que más me excita, que ellas gocen mientras yo las masturbo hasta que pierden el control. Y, cuando se corren, me corro yo también. Estos «idilios» pueden durar semanas, pero generalmente duran un par de sesiones o tres, hasta que encuentro sustituta.

Mi marido siempre dice en tono de broma que deberíamos probar, pero lo cierto es que jamás me acostaría con una mujer. Me da como repelús…

Parece que Sonia tiene muy claro que no le atraen las mujeres, al menos eso se deduce de la contundente frase «No creo que me gustara comer un coño». Sin embargo, en sus fantasías las hace absolutas protagonistas; no solo eso, ella no es un sujeto pasivo, sino todo lo contrario, es la que lleva la batuta de la fantasía, la que se acerca y la que maneja el encuentro sexual.

Podrían existir muchas teorías al respecto. La más compleja apuntaría a que «la otra» en realidad es un reflejo de ella misma. También se podría traducir en un dominio sexual de las mujeres por una cuestión de complejo de inferioridad, que en las mujeres encuentra la complicidad suficiente para liberar del todo sus instintos o, simplemente, que es lesbiana y le tiran más dos tetas que dos carretas, pero que se niega a salir del armario. Dado que este no es un tratado psicológico, no ahondaremos más en lo que le lleva a este tipo de fantasías pero sí habrá que hacer una breve parada en la actitud de su pareja.

Según relata, le confió estos pensamientos íntimos y él no solo no se mostró molesto, sino que los recibió con gran agrado. No es un descubrimiento que a muchos hombres les excita la visión de dos mujeres practicando sexo y se imaginan saciando la sed sexual de las pobrecitas necesitadas de hombre… Quizá sería muy distinto si las fantasías de Sonia las protagonizara otro hombre.

Otro tipo de fantasía femenina es la que se inspira en el sexo con mujeres muy masculinas. Mujeres que, por su físico y actitud, se asimilan bastante a un hombre, excepto por «ese pequeño detalle»…

Analía. Veintiséis años. Recepcionista

Desde hace un tiempo acudo asiduamente al gimnasio. Es uno de esos lugares enormes con docenas de aparatos en los que te ponen una tabla de ejercicios y te asesora un monitor. En mi caso, el monitor en cuestión es una mujer. Pero no una chica con enormes pechos y cuerpo torneado. No. Mi monitora es lo más parecido a un hombre en trescientos kilómetros a la redonda. Pelo muy corto, mandíbula pronunciada… Su cuerpo es pura fibra, sin atisbo de feminidad por ningún lado. Podría afirmar que hasta mi novio tiene unas caderas más sensuales que ella. Se mueve, actúa y se expresa como un hombre y, aunque no es algo de lo que hablemos abiertamente mientras endurecemos glúteos, su tendencia sexual es obvia. Incluso a veces pienso que coquetea conmigo, y eso es algo que me provoca gran excitación. Ella lo sabe, y eso también me pone a cien. En realidad, ella es un chico malo que «te va a dar lo tuyo», pero con la «pequeña» diferencia de que ella no tiene pene. Lo de pensar en ella más allá de la tabla de abdominales suele aparecer cuando estoy sola en mi apartamento. Jamás utilizo este pensamiento para ayudarme en mis relaciones sexuales, por otro lado muy placenteras.

Entonces, en soledad, imagino situaciones cotidianas con ella: entrenando en el gimnasio, en el vestuario, en la piscina… Estamos estirando abductores y comienza a acariciar mi sexo. O en el vestuario, mientras me cambio de ropa, aparece por detrás y me roza los pechos, y luego comienza a bajar por el estómago hasta terminar en mi vagina. Me excita palpar sus brazos musculosos, su piel suave y sin vello. Es realmente un hombre, pero… Me gusta imaginar que me toca, que entra hasta lo más profundo de mí con sus dedos, que hace que me corra. En otras ocasiones me lleva en su moto hasta un lugar oscuro y me lo hace allí, en cualquier parte. Me penetra como un hombre, con la masculinidad y el vigor de un hombre, pero sin serlo.

Supongo que nunca cumpliré esta fantasía, creo que me vería obligada a cambiar de gimnasio y el más cercano está a cuarenta kilómetros. Mejor que no.

Cabría preguntarnos por qué Analía, una mujer heterosexual y con pareja, se excita con una mujer que parece Chuck Norris. Y en eso radica el misterio de las fantasías sexuales: ella no esperaba que le sucediera nunca algo así, pero ha sucedido.

Muy al contrario de lo que pueda parecer, este tipo de atracciones no es inusual, sobre todo entre mujeres heterosexuales. Pero probablemente, si esta monitora fuera un señor llamado José Fernando, no le atraería en lo más mínimo. En esta atracción existe un efluvio de curiosidad, por eso Analía se entrega a esas fantasías: ella es un sujeto pasivo, que deja que la monitora la lleve al orgasmo, le excita el descubrimiento.

Llama la atención el hecho de que la protagonista únicamente haga uso de esta fantasía cuando está sola. ¿Por qué? Probablemente sienta cierto pudor por ese deseo y no solo no lo comparte con su pareja, ni siquiera lo utiliza en secreto cuando mantiene relaciones con él.

En cualquier caso, si hacer realidad esta fantasía supone tener que viajar cuarenta kilómetros para hacer el pino en las espalderas, mejor que la cosa se quede como está.