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Y YO CON ESTOS PELOS…

El vello es una poderosa arma de seducción y un gran estimulante, ya sea por exceso o por defecto. Muchas mujeres ven el punto en esos hombres velludos a los que les asoma una mullida pelambrera por la camisa, pero también las hay que pierden el oremus al presenciar un cuerpo lampiño, carente de pelo. Para gustos, los varones…

Matilde. Cuarenta y cinco años. Modista

Llevo saliendo con tíos desde los catorce años y todavía no he encontrado a ninguno que realmente me llene. Yo solo salgo con buenorros y supongo que eso me está pasando factura porque, a mi edad, los guaperas que están solteros o son gilipollas, o desequilibrados mentales, o tienen una mujer y dos hijos en el instituto. Pues bueno, tras salir con toda la plantilla del Anormales Fútbol Club decidí apuntarme a una web de contactos que me cobraba la friolera de 60 euros al mes. Por esa pasta o encontraba al hombre de mi vida o me entregaba a Dios y me hacía monja.

A las pocas semanas conocí a Tomás, un profesor de educación física muy majo, que además tenía un cuerpo 10. Pronto quedamos para conocernos y, todo hay que decirlo, el chaval, aparte de saberse de memoria todas las ofertas del Decathlon, no es que tuviera muchos más temas de conversación. Enseguida le invité a mi casa, no fuera que me quedara profundamente dormida en el restaurante. Nunca imaginé que aquel hombre iba a descubrir algo de mí que yo misma desconocía.

Llegamos a mi apartamento, nos dimos unos morreos y yo empecé a tocarle el paquete. Primero lo acaricié por fuera del pantalón; realmente tenía un buen aparato. Tras un magreo importante le bajé la bragueta e introduje mi mano dentro de los calzoncillos. Allí estaba su pene pero… era distinto. Sí, distinto a todos los penes que había tocado hasta entonces, y puedo asegurar que habían sido muchos.

Cuando se quitó los pantalones, ya muy excitado, me fijé en sus partes: estaba totalmente depilado. Al pasar mi mano por su polla había notado algo distinto, y era eso. Pero, además, me di cuenta de que la visión de aquel paquete erecto y sin un solo pelo me excitaba sobremanera… Entre susurros le pregunté el porqué de aquella depilación y con parcas palabras me dijo que el sexo era mucho más placentero sin pelo. Y para mí así fue. La sola visión de aquel pene calvo en su totalidad era motivo suficiente de excitación, pero además en la cama funcionábamos a las mil maravillas. Hasta que unos cuantos revolcones después me confesó que se casaba con su novia de toda la vida y que no podía seguir con los encuentros.

Esta aventura me dejó un extraño sabor de boca: por un lado el tío me importaba un carajo, pero por otro había descubierto algo sorprendente: me excitaba muchísimo viendo genitales depilados. Por supuesto, soy una mujer de mundo y sabía que muchos hombres se los depilaban, pero jamás me había encontrado con uno en la cama.

Desde ese momento, además de que estuvieran buenos, tenían que llevar el pito depilado íntegramente.

En mis posteriores devaneos por la red encontré a Paco, un poli guapísimo con el que quedé el mismo día de conocernos en el chat. Era simpático, gracioso, atractivo… Si ya se depilaba el paquete era el marido perfecto. Evidentemente no fue así, sino todo lo contrario: Paco tenía una mata de pelo como para poder hacer implantes en toda Suecia.

Consideré que el primer día no era cuestión de pasarle la Epilady, así que esperé unas semanas de encuentros sexuales para comentarle el tema. Incluso a mí misma me sorprendían las ganas que tenía de ver aquel miembro rasurado…

—¿Sabes qué me pone mogollón? —le dije insinuante tras un polvazo—. Los hombres con los genitales totalmente depilados…

Tras unas cuantas frases como «¡Qué asco!» o «¡Puaj, un tío sin pelo en la polla parece un eunuco!», deduje que no tenía ninguna intención de rasurarse.

Volví a insinuárselo en varias ocasiones, incluso le expliqué que se gozaba mucho más, pero su respuesta siempre era la misma: NO. Por supuesto, yo no voy a dejar de salir con él. Para un chulazo que no me sale rana sería absurdo dejarle porque no se quita el pelo del pubis, pero sí es cierto que pienso mucho en ello… Incluso cuando estamos follando me imagino que no tiene pelo y me caliento muchísimo. Quién me iba a decir a mí que aquel aburridísimo experto en ofertas de Decathlon iba a ser el descubridor de mi fantasía.

Este gusto por los genitales carentes de vello se denomina «acomoclitismo» y no es tan inusual como parece, sobre todo porque se da en muchos hombres. Ya sea por moda o por gusto personal, a gran cantidad de varones les suelen resultar más atractivas las vaginas rasuradas que aquellas que no lo están. Gracias a estos señores, los centros de depilación láser y fotodepilación están consiguiendo pingües beneficios. Aunque, si nos remitimos a la historia, no podemos olvidar que hasta hace poco lo que se llevaba era un buen «felpudo», como se decía en las películas más atrevidas de los setenta. Es de suponer que las casas de postizos estarán frotándose las manos pensando en ese revival velludo que retomará la moda del pelo… Ya nos imaginamos a las que se han hecho la depilación definitiva pidiendo hora para ponerse implantes, extensiones y postizos.

Pero modas capilares aparte, el hecho de que Matilde encuentre la excitación en una zona sexual depilada puede deberse a la imagen absoluta de lo que le otorga placer. No solo se referiría a la diferencia táctil y al aumento de goce, también señala una magnificación del miembro, del objeto que la estimula.

El caso de Matilde deja claro que nunca nos conocemos lo suficiente. ¿Quién le iba a decir a ella que a esas alturas y después de cepillarse a toda la población de más de dieciocho años conocería un nuevo punto instigador del deseo? Nadie, y menos el pobre hombre experto en Decathlon, que lo mismo estaba rasurado por algo relacionado con las ladillas.

Otra de estas «filias» referida al cabello y que se aleja bastante de los gustos de nuestra amiga Matilde es la tricofilia. Esta definición trata de la atracción por el pelo humano, más concretamente el de la cabeza. En este caso también se le puede añadir el gusto por el vello facial, el púbico (pubefilia o ginelofilia), el pectoral e incluso el axilar. Sin duda nos viene «al pelo» la siguiente historia…

Arancha. Treinta y seis años. Camarera

Desde que tengo uso de razón me han atraído los hombres con barba, con enormes patillas, incluso con un gran bigote. Me excitan los tipos con pelo en la cara. Me dan sensación de…, ¿cómo lo diría?…, ¿semental? Sí, supongo que, para mí, el vello en la cara de un hombre es un signo de masculinidad, de gran vigor sexual. Y cuanto más, mejor. Y eso no tiene nada que ver con el resto del cuerpo: no me excitan especialmente esos tipos con pelos en el pecho y en la espalda; en realidad, me da igual el vello repartido por su cuerpo, es en el rostro donde yo encuentro el atractivo. No me gustan los que llevan la barba perfectamente arreglada, una perilla raquítica o esas patillas rasuradas por el peluquero gay. Cuando me refiero a pelo en la cara soy explícita: nada de aderezos ni de bigotitos dibujados con escuadra y cartabón. Quiero pelo.

Si veo a un tío con una espesa y larga barba, siento que es alguien diferente y eso me provoca bastante; verdaderamente es lo único que me empuja a insinuarme a un hombre sin ningún pudor.

Me pregunto de dónde me viene esta afición y a veces pienso que se trata de un deseo no resuelto. Hace muchos años, apenas era yo una adolescente, conocí a un escocés. Probablemente fuera el hombre más guapo que jamás he visto, me quedaba absorta mirándole. Solía llevar unas fantásticas patillas rubias, unas patillas extensas que le cubrían el rostro a ambos lados y que eran tan grandes que se podrían confundir con una barba. Él jamás supo que yo existía, pero aún hoy sigo recordando su rostro de grandes ojos claros y espesa barba dorada… Haber tenido algo con aquel hombre es una historia con la que aún fantaseo. Pienso en cómo me rozaría la cara con su pelo mientras follamos, pero sobre todo, me excita pensar en su rostro mientras lo hacemos, mirarle fijamente cuando me folla.

Actualmente suelo tener pareja de forma esporádica y siempre llevan barba o pronto se la dejan para darme el gusto. De momento ninguno se ha negado, pero, si ocurriera, estoy segura de que me imaginaría al susodicho con su barba de dos años, por eso me gusta más que vengan ya hechos de fábrica.

La misma Arancha nos ha dado la clave para saber dónde subyace su amor por las patillas y el pelo facial: de su juventud, del periodo de crecimiento y de búsqueda del placer. Aquel hombre que tanto le atraía marcó en cierto modo sus gustos para el futuro. La barba, concretamente, mostraría un hombre masculino, y en muchos casos maduro. ¿Se trataría entonces de la búsqueda de un protector, de una figura paterna? Podría ser. Lo que sí ha de saber Arancha es que no resulta una filia fuera de lo normal, muchas mujeres se sienten atraídas por el vello en los hombres, ya sea en la cara, en el pecho o en otras zonas, y fantasean con ello.

Con respecto al pelaje, el señor con pelo en la espalda suele ser el menos atrayente para ellas, aunque ese vello pueda venir bien para agarrarse a sus lomos en caso de huida al trote. Y aquellos que consideran antiestético tener el cuerpo cubierto suelen entregarse a la crema depilatoria; es entonces cuando a las féminas nos surge una pregunta existencial: ¿qué es más excitante a la hora de retozar: un hombre cubierto de pelo o el que se depila y cuando le está creciendo raspa tanto que te hace un exfoliado corporal completo? Efectivamente, este tipo de caballeros confunden el «vamos a follar» con el «vamos a exfoliar», experiencia harto desagradable. Partiendo de esa base, puede ser más placentero sexualmente un revolcón con un hombre velludo que un decapado a la lija…

Por otro lado, la fantasía del pelo abundante es muy cómoda y fácil de llevar a cabo: la mayoría de los hombres son casi tan felices sin tener que pasarse la Gillette que con un Porsche Cayenne. Casi.