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AMAS Y SIERVAS

Amas y siervas, dominar y ser dominadas. Pero ¿qué significan realmente estos conceptos? En el caso de las fantasías de esclava, hemos de recalcar que no tienen su base obligatoriamente en la sumisión como actitud vital, como podría parecer en un primer momento. En algunos casos sí, pero, en otros, se da en personas con caracteres dominantes o que en su vida real tienen muchas responsabilidades; abandonarse a las órdenes de otro puede suponer un alivio de esa carga. Por un momento no es una persona que tenga que decidir, sino solo acatar órdenes.

Rebeca. Cuarenta y tres años. Abogada

A los veintinueve años me embarqué en un gran proyecto: crear mi propio bufete de abogados. Con el tiempo y mucho trabajo he conseguido tener un importante despacho. Supongo que mi carácter enérgico ha sido fundamental para poder dirigir este barco que al principio iba sin rumbo. Joven, inexperta y con un préstamo que había hipotecado a toda mi familia. Fueron años muy duros hasta llegar a estar donde estoy, pero todo el mundo confiaba en mi fortaleza, en mi espíritu de decisión, en mi capacidad de liderazgo. Y es cierto, soy una mujer exigente, disciplinada, responsable y muy rígida, sé lo que quiero y lo que deseo que me den mis colaboradores: cada caso perdido son cien clientes perdidos, por eso trabajo duro y mi don de mando es implacable, no tolero las incompetencias ni el fracaso.

Esta dedicación plena al trabajo me ha impedido tener una vida sentimental estable; aunque sexualmente siempre he encontrado hombres dispuestos, en el resto de los planos de la pareja soy una inexperta y tampoco siento necesidad de mantener una relación seria, estoy bien como estoy.

Sexualmente sí me he podido conocer a mí misma: en realidad, la masturbación es el único modo en el que no siento tener que implicarme con nada ni con nadie. Y, en esta exploración, he descubierto que me excito imaginando escenas en las que me dominan, en las que alguien me ordena. Al principio me bastaba pensar en un hombre que me violaba, luego en hombres que me ataban… Ahora suelo tener fantasías más «sofisticadas». Suelo verme a cuatro patas, con una correa y cumpliendo órdenes, cualquier cosa que me ordenen. A veces puede ser lamer unos zapatos, otras me dejo azotar… Un placer indescriptible es cuando pienso que me escupe, una y otra vez… También me excita mucho pensar en que me pegan en el culo, en que me insultan. Que alguien me manda una cosa u otra… Con todos estos pensamientos tengo orgasmos increíbles.

No he puesto en práctica estas fantasías y dudo mucho que deje a nadie que me someta; ni durante el momento más intenso del sexo podría dejarme llevar, pero en mi soledad es lo que más me estimula.

Otra mujer que siente una «liberación» al deshacerse de su rol vital, ese mando que ostenta en su entorno laboral y que, como cuenta, rige toda su vida. Imaginar que alguien la domina le resta cierto sentimiento de «responsabilidad» y, al ser descargada de ese papel, siente placer. No solo eso, encuentra satisfacción en la humillación, algo muy lejano de lo que permitiría en su día a día. Se convierte en sumisa, algo que obviamente no es, y si no que se lo pregunten a sus empleados…

Además, se excita pensando en que es violada, una fantasía muy llamativa que se da con relativa frecuencia. Evidentemente, la mujer no desea que le suceda eso… Lo que la excita es la situación de sexo feroz.

Volviendo a la sumisión, no nos confundamos: el rol sumiso tiene tanto o más poder que el dominante en el juego sexual. Es la persona sumisa la que pone los límites del juego y la persona ama debe acatarlos y moverse únicamente en el margen que le han concedido. Dado que Rebeca utiliza estas fantasías para la masturbación, no ha de establecer reglas con el otro; si fuera así, el juego iría hasta donde ambos consideren y la comunicación sería sustancial para conseguir el placer deseado. Como ya hemos señalado, este tipo de perfiles acostumbran a darse entre mujeres con grandes responsabilidades, como una jefa de sección, por ejemplo. No estaría de más que lo hicieran público, seguro que hay muchos trabajadores dispuestos a dejar que les limpie los zapatos con la lengua.

Thais. Veintinueve años. Empleada de banca

Tengo pareja desde hace años y le quiero mucho; nuestras relaciones sexuales son buenas y solemos pasarlo bastante bien. Pero siento que, después de tantos años como novios, necesito llevar a cabo fantasías que antes consideraba íntimas y que ahora me apetece hacer. Mi novio es un chico muy bueno y cariñoso, mucho más que yo, la verdad, y siempre me está dando besitos, diciendo cosas bonitas y llamándome con nombres que a veces preferiría que no utilizara en público. «Bichito», «cosita», «princesita», «pirulina» o «cuqui» son solo algunos de los apodos con los que se dirige a mí. Por supuesto que yo le he dicho en muchas ocasiones que no me gusta que me llame así, pero no lo puede evitar y siempre termina buscando un nombre de esos, generalmente mucho peor que el anterior. Si esto solo sucediera cuando me llama por teléfono, la cosa sería un coñazo en su justa medida, pero poco a poco se ha ido convirtiendo en un problema en la cama.

Cuando me dice cosas como «Bichito, cómo me gustas», me dan ganas de levantarme y ponerme a limpiar el polvo. ¡Se me baja todo! La palabra bichito está muy lejos de las palabras que a mí me ponen: puta, zorra, guarra… Los términos más salvajes me ponen a cien y, aunque es algo con lo que me pongo cachonda desde hace mucho, no se lo he dicho jamás a mi chico. Para ser sincera, tampoco le veo diciéndome esas cosas: creo que si él me llamara putazorra en medio de un polvo, inconscientemente le daría una hostia… Además, que no va con él esa actitud, no creo que me excitara… Por eso, antes de hacerle partícipe de mi fantasía, prefiero ir por pasos: hoy día me conformo con que deje de llamarme «fresita» cuando me voy a correr.

Las «palabras intensas» son un buen instrumento para la excitación y, como sucede en muchas otras prácticas, bastante más habituales de lo que creemos. El detonante de Thais podría ser el cambio de roles. Por lo que cuenta, su novio es un hombre complaciente y «bueno», algo que se podría traducir en «hombre dócil»… Si el carácter de ella es más fuerte, quizá desee descargarse con la sensación de ser dominada, aunque resulta evidente que su pareja se sorprendería ante tal instinto de sumisión, tan acostumbrado a los «pichipichis» y los «cuchicuchis». Tampoco es fácil cambiar esa imagen del otro: para ella, que su novio le diga «Voy a follarte, zorra» seguro que sería tan poco natural como ver a Vin Diesel recitando a Pablo Neruda y, por lo tanto, resultaría difícil que llegara a ser una práctica satisfactoria.

Con respecto al tema de las palabras «cuchicuchis», hay que tener en cuenta que se da en infinidad de parejas y, por miedo a desautorizar la forma de demostrar cariño del otro, una se puede pasar media vida con el sobrenombre de «migorda», apodo que si se usa la talla 68 queda poco elegante como demostración de cariño. Si no se comulga con el sobrenombre, es mejor hacérselo saber a la pareja y que demuestre su amor de otro modo; con diamantes, por ejemplo.

Blanca. Cuarenta y nueve años. Comerciante

Todo comenzó una tarde, cuando iba de camino al fisioterapeuta. Caminaba por la acera y, de pronto, un coche de alta gama fue desacelerando la velocidad hasta que se puso a mi altura. Desde dentro, un hombre atractivo, vestido con traje, asomó la cabeza y me preguntó algo que yo no comprendí bien. Seguí caminando, esta vez más rápido, algo me decía que aquel hombre no me preguntaba por una calle. Mientras, varios coches le increpaban por el tapón que estaba montando.

—¿Eres ama?

Escuché entonces con total nitidez. «Eres ama»… Me debí de quedar con tal cara de idiota que el hombre se tuvo que explicar:

—Lo digo por tus sandalias… Dime, ¿eres ama?

Las miré sin comprender, le dije algo así como que me dejara en paz y caminé apresuradamente hasta llegar a la consulta sin que dejara de seguirme con aquella cola que estaba formando en medio de la carretera. «Mis sandalias…» En la sala de espera me fijé en ellas, ¿qué tenían de especial para llamar tanto la atención de aquel hombre?… Eran de una nueva colección que me había llegado a la tienda: muy abiertas, negras, de cuero, con tiras que rodeaban el tobillo y unos detalles en tachuelas en la parte de los dedos. Para mí, aquel diseño no significaba nada, una simple tendencia veraniega que me había gustado, pero entonces me di cuenta de que para aquel hombre, podía ser un señuelo. No le di más importancia, hasta que abandoné la consulta. El hombre me esperaba fuera fumando un cigarro. Me asaltó el miedo y le pregunté qué quería.

—Ser tu esclavo —me respondió—. Haré lo que me pidas, me someteré a ti totalmente. ¿Quieres ser mi ama?

Un loco. Eso es lo que me pareció. Le pedí que no me siguiera, que yo no sabía nada de ese mundillo y que tampoco quería saber, que desapareciera. Muy educadamente me pidió disculpas y se alejó con su coche. Era un hombre muy atractivo y educado, parecía fuerte y por el traje no creo que se dedicara a despiezar coches. Era todo tan extraño que durante varios días no me lo quité de la cabeza. ¿Por qué me dijo aquello, solo por las sandalias? ¿A tal excitación había llegado solo por un calzado? Nunca me las volví a poner.

Semanas después, volví al fisioterapeuta y, al llegar, la recepcionista me sorprendió entregándome una carta que alguien había dejado para mí. Era el misterioso señor de las sandalias. Al leerla y percatarme de que era él, a punto estuve de tirarla a la papelera. No lo hice. En la carta me explicaba el porqué de su reacción y me daba su teléfono para que me pusiera en contacto con él, quería que habláramos. Aquello era inaudito. No me deshice de la carta. Me mataba la curiosidad, el saber por qué ese hombre se había fijado en mí y más en esos términos. Pasados unos días, me decidí a telefonearle y quedar.

La cita fue en un restaurante francés de colores azules y luz escueta. Le reconocí nada más verle. Era un hombre guapo con un cuerpo fibroso y muy bien vestido. A simple vista era el hombre ideal para cualquier mujer, y yo no era precisamente perfecta, ¿por qué se había fijado en una pringada como yo? Tras unos minutos de charla, centré la conversación en lo que nos había llevado hasta allí, en el insólito encuentro que teníamos.

Me explicó que era un hombre casado al que no le iba muy bien el matrimonio, que trabajaba como productor ejecutivo de una empresa de comunicación y que su vida era un continuo ir y venir por el mundo. Que desde hacía unos años practicaba la sumisión y que yo le interesaba como ama. Me explicó que no solo fueron las sandalias, que mi forma de hablarle le atrajo mucho y que yo le parecía una mujer muy guapa. Me sorprendieron esas palabras, yo nunca me consideré «guapa»… Le gustaba que le pegaran, que le ataran, que le insultaran y hacer todo lo que su ama ordenara. TODO, en cualquier momento del día y a cualquier hora. Me quedé sin habla ante aquel hombre tan ideal al que solo le ponía cachondo que le dieran patadas en los huevos.

Por supuesto, me negué a aceptar su propuesta y cortésmente me despedí. He de decir que durante bastante tiempo tuve tentaciones de llamarle por teléfono y probar, me consumía la idea de perder de vista a un hombre tan maravilloso cuya única pega era que le gustaba que le ordenaran. Pero yo sabía que su petición iba más allá de mandarle a sacar la basura: lo que él quería era algo prohibido para mí. Al menos en la práctica, por mi educación, por lo que fuera, no lo podía admitir, no me podía abandonar a ese juego, porque temía que me gustara demasiado. Por supuesto, imaginé muchas veces cómo podía haber sido y he de reconocer que la sensación de poder, de control y de tener a aquel pedazo de hombre sometido habría hecho de mí una verdadera ama. No fueron pocas las ocasiones en las que me excité pensando en atarle, ponerme sobre él y obligarle a que me hiciera lo que yo deseaba, con la boca, con el pene… Pero no, no podía ser. Para alejarme de la tentación, borré su número de mi móvil, eran demasiados los impulsos que sentía. Aún hoy me ronda la pregunta… ¿Cómo habría resultado aquella extraña relación si yo hubiera olvidado mis miedos?… Nunca lo sabré.

Exacto, siempre quedará la duda. Por eso, lo que podría haber sido una apasionante relación (o no) se ha quedado en una fantasía. Por educación, miedos, Blanca se negó a participar en el juego del otro, pero eso no quiere decir que en el fondo no le atrajera la idea; de hecho, asegura haberse excitado con la sensación de poder sobre él.

Fantasear con ser ama puede satisfacer diversos deseos: el deseo de total control de la situación sexual, tener a alguien plenamente a tus pies para satisfacer lo que quieres, la necesidad o capricho de tener poder sobre alguien. Si para el productor ejecutivo las sandalias, el carácter y el físico de Blanca resultaron atractivos, para ella sucede algo parecido y lo que le provoca es el «tener a aquel pedazo de hombre sometido», algo que suele ser objeto de estimulación para muchas mujeres. Sí, un hombre inalcanzable que es dominado es un gran potenciador. Y, para algunas, si lleva un coche de cien mil euros, mucho más.