10

PLACERES DOMÉSTICOS

¿Quién no se ha llevado una sorpresa cuando al recibir al operario de Gas Natural aparece por la puerta un robusto hombre recién llegado de Chequia que seguro que en su país es Mister Tríceps Bonitos?… Yo nunca. En mi caso suelen bajar directamente de Los Andes. Pero he de reconocer que me he encontrado con ejemplos muy significativos.

Los chistes sobre butaneros son todo un clásico: siempre ha existido en la memoria colectiva el mito del profesional que frecuenta la casa familiar y acaba la faena teniendo un affaire con la díscola esposa. El cine de los setenta y ochenta elaboró verdaderas tesis al respecto, sobre todo en países como Italia y España. El panadero que te «sube la barra», el fontanero que te va «a desatascar», el jardinero que «riega» tus plantas… Pero estos perfiles de antaño han cambiado mucho. Ahora los profesionales son otros muy distintos, triunfa la tecnología y las grandes superficies y no es frecuente que el señor de la panadería del Eroski abandone el mostrador para subirte una chapata. En la actualidad, los que se acercan a las casas son otro tipo de trabajadores, acordes con los tiempos que corren.

  • El del Gas Natural: nada que ver con el butanero de otra época. No suele oler a O’ de Tuffo, va perfectamente uniformado y, por lo general, moriría en el segundo piso si tuviera que subir una bombona. Aunque también moriría si tuviera que subir una bolsa de Doritos… Su frase preferida es: «Señora, esta instalación está mal hecha, creo que tendrá que tirar la casa para que podamos meter tubos nuevos». Descartado. Con ese panorama, preferirías tener una fantasía sexual con el oso Yogui.
  • El técnico de Canal de TV: al abrir la puerta se puede encontrar una con un hombre educado, atractivo, incluso simpático. Podría ser un buen partido para nuestra fantasía, pero luego llega la parte en la que la máxima «Te ponemos el decodificador rápidamente» se convierte en un «Tengo que hacer unos agujeros en la pared de la fachada para poder meter un cable que te recorra toda la casa desde allí hasta la televisión, pasando por el pasillo y el cuarto de los niños. No hay otra forma»… La traducción de esta frase es: «Mira, te voy a joder todo el piso con este taladro». Tras unas cuantas horas de lucha para lograr que tu casa no parezca un colador, ya no te quedan ganas para fantasear con ese hombre. Mejor te vas al Zara y te compras algo.
  • El informático: no se puede decir que todos los informáticos destaquen por su físico apolíneo y férreos músculos. Pero quizá haya uno o dos en el mundo que, casualmente, se pasan por tu casa para solucionar un problemilla con el PC. En realidad, estos individuos podrían hablar en guineano; dado el lenguaje técnico que utilizan, se les entendería igual. Son como los mecánicos del automóvil pero en el hogar: ya te pueden decir que al ordenador le falla la junta de la trócola, que tú te lo vas a tragar. En la mayoría de los casos, cuando llegan al domicilio a arreglarte el ordenador, suelen apagarlo, lo vuelven a encender y se marchan cobrándote 40 euros y 20 por la salida. Con ese presupuesto, en lugar de tener una fantasía, deberían llevarte a cenar una mariscada.
  • El de la fibra óptica: como en el caso del Gas Natural, las nuevas tecnologías para facilitar la vida de los ciudadanos lo que consiguen a veces es que acabes pidiendo ansiolíticos al médico de cabecera. No compensa. Las fases que hay que pasar para que el instalador llegue al domicilio son un largo proceso que se ha de tener en cuenta. Ejemplo: enero. Llamas para saber si tu zona residencial tiene instalada la fibra óptica. Una vez chequeado, telefonean para tomar unos datos que ya diste anteriormente. Tras 127 llamadas en las que señores de muy diferentes nacionalidades te formulan las mismas preguntas una y otra vez, te vuelven a llamar, en esta ocasión para cambiar el contrato. Una vez cambiado, se dan cuenta de que hay un error: a tu zona aún no ha llegado la fibra óptica. Días después rectifican: a tu barrio ha llegado la fibra óptica.
       Después de un elaborado plan, telefonean para cerrar la cita y enviar al instalador: primero lo hace la central y a continuación la empresa de instaladores subcontratada. El operario llegará sobre las doce del mediodía a tu casa. Por supuesto no es así y, tras un largo proceso, el señor de la fibra óptica aparece a las 21.30 del 18 de octubre. Después de tanto tiempo para conseguir que llegara hasta tu casa, ya no quieres tener una fantasía sexual con él, lo que quieres es casarte.
  • Los obreros de la construcción: este grupo suele ser una sorpresa, como los huevos Kinder. Tú llamas a una empresa de reformas y en el grupo te puede tocar de todo: desde un exmodelo de calzoncillos lituano hasta el abuelo del palillo en la boca. Aun así, es probablemente en el gremio de la construcción donde se encuentran las mejores inspiraciones para desatar la imaginación. Bueno, y con los bomberos de Bilbao, pero no creo que ninguna estemos dispuestas a prender fuego a la casa para que vengan a rescatarnos.
  • El vecino: se acabó el mito del vecino pidiendo sal con el torso desnudo… Ahora te pide que le prestes 2000 euros para ponerse al día con la hipoteca. Esta estrategia no suele excitar demasiado, pero remueve conciencias, algo que tampoco está de más en este periodo de crisis.
  • El portero: no existe. A no ser que tu fantasía consista en hacértelo con un aparato automático que solo sabe decir «puerta abierta». Una pena que cada día sean más escasos.

Cierto, mucho han cambiado los tiempos, y los operarios no tienen el encanto de aquel varonil señor de pelo en pecho que cargaba con una lavadora en sus propias manos hasta el sexto piso. Pero seguro que aún queda alguno capaz de poner en funcionamiento la respuesta sexual…

Laura. Cuarenta y nueve años. Coreógrafa

Hace varios meses me compré un pequeño apartamento en la zona antigua de la ciudad. Estaba destartalado y necesitaba una buena reforma. A través de una amiga contacté con Filip, un polaco que tenía una pequeña empresa, y en pocas semanas nos citamos para comenzar.

Primero llegó él y más tarde los demás. Apenas me fijé en aquellos hombres que se cambiaban en la habitación contigua, yo estaba con Filip hablando sobre la obra y poco me importaba el resto. Una vez tratados los pormenores, me acerqué al baño. Al abrir la puerta le vi. Alto, rubio. Estaba casi desnudo, de espaldas, cambiándose para trabajar. Su cuerpo, su miembro, se reflejaba en el espejo que había frente a él. Cerré rápidamente la puerta sin que se diera cuenta y me fui de la casa.

Aquella imagen del hombre desnudo no se me quitaba de la mente. Recordaba vagamente su rostro, su pelo rubio… Su cabeza estaba agachada intentando deshacerse de unos pantalones y no pude verlo bien, pero sí tenía grabado su cuerpo, un cuerpo magnífico, unas nalgas redondas y prietas. El pene más perfecto que había visto nunca.

Hacía mucho que no sentía ningún impulso sexual tan inmediato, quizá me había ocurrido en la juventud, pero hacía años que ver a un hombre desnudo no significaba nada para mí. Por mi profesión, he visto a tantos en los camerinos que contemplar un simple cuerpo no me produce ninguna excitación. Esta vez era distinto. Aquella misma noche me imaginé besando aquel miembro, clavando mis manos en sus nalgas, dándole placer a aquel hombre…

Aunque me habían dicho que no habría nada que ver en la casa hasta pasada una semana, tres días después yo ya estaba allí. Necesitaba poner cara a aquel hombre. Y enseguida supe quién era. Debajo de unos pantalones blancos manchados de pintura estaban aquellas nalgas perfectas. Aquellas piernas fuertes, aquel hombre formidable. Recé para que se diera la vuelta y su rostro fuera tan bello como el resto del envoltorio. Estaba convencida de que sería insuperable. Y no me equivoqué.

Bajó con decisión de la escalera donde estaba, se llevó la mano al bolsillo, sacó un cigarro y girándose se apoyó en una caja. Sí, su rostro superaba con creces aquel cuerpo que me había despertado la libido. Tenía unos treinta y tantos años, unos ojos profundamente azules. Su nariz era recta, sus labios perfilados. Y la mandíbula, ancha y fuerte, le aportaba una masculinidad que borraba cualquier atisbo de dulzura imberbe en su rostro. Me preguntaba si él era consciente de su belleza. No lo parecía. Salí de aquella casa y no volví a aparecer hasta terminada la obra. El impulso era tremendamente poderoso, creo que jamás había sentido aquella avalancha sexual en mí.

Después de aquello, me he preguntado muchas veces qué sería de aquel hombre de pantalones blancos y pene perfecto. ¿Qué habría pasado si yo me hubiera insinuado a él, si en medio de aquel apartamento destrozado por las obras me hubiera arrodillado ante él y hubiese llevado a mi boca su miembro?… ¿Cómo habría reaccionado? No creo que vuelva a verle jamás, pero me queda la fantasía de pensar en el hombre más bello que jamás encontré.

No está nada mal que el señor que te quita el gotelé de las paredes sea el hombre más guapo que jamás hayas visto. En ese caso, no creo que importe pagar un poco más, ya que, además de la obra, tienes el espectáculo asegurado. Pero Laura no solo ha visto en él la belleza. Se ha reencontrado con su propia juventud, se ha visto reflejada en el joven operario y ha recuperado sus años pasados repletos de belleza y vitalidad. Ha rescatado sensaciones de su propia experiencia. Con el paso del tiempo, no es extraño encontrar sensaciones en lugares, momentos y personas, y esa es una de las cosas que le podrían haber sucedido para reaccionar ante el operario de ese modo.

O quizá esa hermosura no la había encontrado antes en nadie, al menos tan completa. Laura halló en ese obrero el punto necesario para revitalizar su libido.

Susi. Treinta y un años. Auxiliar de veterinaria

Vivo en una urbanización de un barrio residencial. Tiene su jardín, sus columpios para los niños, su pista de tenis y su enorme piscina. De hecho, todos los años a mediados de junio suelen contratar a un estudiante que haga las veces de socorrista y para el mantenimiento. En los últimos veranos siempre había venido un chico que estaba tan enganchado a la Nintendo DS que ya podían estar luchando Tiburón II vs Predator dentro de la piscina, que él de poco se iba a enterar. Llegó un momento en que la comunidad de vecinos no podía más, estábamos tan hartos de su dejadez que nos bastaba con que no aparecieran cadáveres flotando en el agua. Por supuesto, y a pesar de que era hijo de una amiga de la hermana de la presidenta, logramos deshacernos de él. Y entonces llegó Matías.

¡Madre de Dios! Pasamos de tener un boniato como socorrista al hombre con todas las letras: HOMBRE. Morenazo, con pelo largo y medio rizado, ojos verdes y unas pestañas que podían barrer las hojas del jardín… Yo solía regresar del trabajo sobre las siete y media de la tarde y salía a la terraza a fumar mi cigarrito. A esa hora solía estar vestido con bermudas largas y holgada camiseta blanca, leyendo algún libro o escuchando música mientras algunos vecinos se tomaban el último baño del día. No sé si era el sol del atardecer, pero me asomaba a la ventana y le veía tan ideal, en su sillita blanca de plástico, con esa sonrisa ladeada tan pícara… Me quedaba tonta. Luego ya venía mi marido y yo volvía a la realidad mientras limpiaba la lubina de la cena.

Un día, como cada tarde, fumaba en la terraza observándole. Era encantador con los niños, con los padres, con las madres, con las tías abuelas… Siempre con esa sonrisa deslumbrante, que seguro que en tiempos de Franco habría sido ilegal. Aquel día, cuando todos se fueron, inesperadamente, se quitó la camiseta y las bermudas y se quedó con un bañador de natación mínimo. Yo, claro, con los ojos como platos. Nunca le había visto tan… tan en pelotas. Desde luego, parecía muy bien dotado. Se acercó a la ducha y se puso bajo el agua. Las gotas caían sobre aquel cuerpazo de escándalo, se deslizaban… ¡¡Parecía un anuncio de Dolce & Gabbana!! Cómo se mojaba su larga melena, cómo pasaba sus manos por aquel cuerpo de nadador… Hasta zambullirse en el agua y hacer unos cuantos largos estirando sus superbrazos.

Yo llegué hasta el sexto largo porque mi marido entró en casa y me tuve que retirar para hacer juntos la declaración de la renta.

¡Pero madre de Dios! ¡Qué pedazo de tío!… Claro, desde entonces pienso en él ¡y me suben unos calores! Fantaseo con que le pido que me ayude a subir las bolsas y una vez en casa lo hacemos en el sofá, en plan salvaje. O, cuando todos se han recogido, echamos un polvo en los vestuarios de tenis… O simplemente me pilla en el ascensor y sin decir ni mu me agarra y empieza a meterme mano por todos los lados… ¡Madre, madre, madre!

Y, la verdad, me ha dado mucho rollito el socorrista este, necesitaba yo una ilusioncilla para alegrarme la existencia, ¡y mira tú por dónde!

Ahora me pongo mona para que me vea, antes apenas tenía relación con las vecinas, pero ahora he entablado amistad con un grupito y solemos salir a cenar, bajo a la piscina a nadar todos los días que puedo… ¡Estoy encantada! Bueno, por lo menos hasta que regresa mi marido…

Pues sí, hasta que aparece el marido, Susi se lo pasa en grande. Aunque no es de extrañar: por lo que cuenta el relato, ese chico no es un socorrista, es Andrés Velencoso. Pero, aparte de la respuesta sexual, en esta fantasía ocurre algo muy significativo: el deseo que ha despertado este prodigio de la naturaleza en Susi además ha activado las ganas de resultar atractiva, de recuperarse como mujer, de volver a la feminidad. Esto no es baladí. En muchos matrimonios, la desidia provoca que ambos (marido y mujer) se abandonen a la vida cómoda. El principio de este comportamiento sería: «Como ya he pillao… Pásame ese trozo de chóped». Lo que acarrea esta instalación en la comodidad es que, a la hora de divorciarse, se gastan cantidades ingentes de dinero en dietistas, cirugía plástica y extensiones de pelo y uñas para poder volver a pillar. Error.

Ahora podemos decir que Susi se ha «recuperado» y tiene motivos para sentirse especial. Por supuesto, el detonante de esta «recuperación» podría ser el joven socorrista, un monitor de fitness o el que mira los contadores del agua. La atmósfera que se ha creado en su matrimonio ha conseguido que la relación pierda brillo, que no resulte estimulante. Aunque sea doloroso, en ocasiones hay que enfrentarse a la realidad. De momento, Susi ha preferido hacer oídos sordos al problema real, pero existe la posibilidad de que pronto la relación con su marido cambie de rumbo.

De momento, nuestra protagonista ha recuperado a tiempo esa autoestima perdida vete tú a saber en qué McDonalds. No solo eso, además baja a la piscina a nadar y ha hecho nuevas amiguitas…