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SWINGERS

Lo que toda la vida se ha llamado «intercambio de parejas» ahora se denomina swinging. Reconozcamos que decir «Soy swinger» suena más cool y es menos llamativo. Si le comentas a tu madre que practicas swinging piensa que vas a clases de natación y se queda tan ancha. Pero ¿qué ocurriría si le dijeras que te mola el intercambio de parejas? Pues que le daría una angina de pecho.

Swinging es una palabra inglesa que significa cambiar, oscilar, balancear… Y las parejas swingers (a veces llamadas parejas liberales) son aquellas que practican este estilo de vida. Hacen reuniones y, entre otros juegos, se intercambian unas parejas con otras, ya sea en fiestas privadas o en locales dedicados a tal menester. Otras de las vivarachas actividades que se incluyen en estas reuniones son el voyeurismo y el exhibicionismo, conductas que trataremos más adelante. Pero no todos los asistentes a estos encuentros sexuales desean el mismo nivel de participación, por eso existen diferentes grados:

  • Soft swinging (balanceo suave) o soft swap (intercambio suave): besos, caricias, masturbación, sexo oral… Este es un grado suave de acercamiento y placer sexual que acostumbra a practicarse en intercambio, tríos e incluso en grupo. Suele darse en la iniciación, aunque también hay personas que no necesitan llegar a más.
  • Full swap (intercambio completo): es la relación sexual completa con alguien que no es tu pareja. Este grado es el más empleado entre los practicantes de swinging.

Este «estilo de vida» tiene todos los ingredientes para ser estudiado: conocer nuevos placeres, explorar el misterio de lo desconocido, visitar un lugar extraño, ver y ser visto… Perfecto para la más aventurada fantasía… A estas exploradoras ávidas de nuevas experiencias las llamaremos fantasy swingers…

Emma. Cuarenta años. Fotógrafa

Tengo relaciones sexuales esporádicamente con un amigo, conectamos muy bien y solemos disfrutar mucho del sexo, algo que me resultó bastante difícil de encontrar. Tenemos la misma conexión, sabemos lo que quiere el otro en el instante en el que lo quiere, y sobre todo es muy generoso. Yo reconozco ser una mujer muy sexual y me gusta experimentar, jugar a cosas nuevas. Me he acostado con una mujer, he hecho un trío con dos hombres, he probado el sexo más joven y el más anciano, he jugado duro… Digamos que no me corto un pelo a la hora de probar. Hace un tiempo, hablando de sexo con una amiga, me comentó con toda naturalidad que ella practicaba intercambio de parejas. La verdad es que no le pegaba nada: ella y su marido son economistas de los de traje de chaqueta y no me los imaginaba dándolo todo en un club. Después de contarme lo bien que se lo pasan cada domingo por la tarde follando con otras parejas, se despidió con un: «A ver si un día Pep y tú os animáis»… Yo no soy idiota, aquella conversación no había sido casual y su despedida fue una proposición en toda regla.

Yo jamás había dado vueltas a esa posibilidad, entre otras cosas porque no suelo tener parejas estables. Pero Pep se acercaba bastante a ese concepto. Entre nosotros se habla de sexo con total libertad, y de ese modo se lo planteé. Me sorprendió su respuesta: él no estaba dispuesto a ver cómo me follaba a otro tío. Aquello me extrañó, pero, sobre todo, me excitó mucho. Me gustó escuchar esa frase, nunca pensé que un hombre que se demuestra posesivo conmigo pudiera llegar a estimularme, pero así fue.

No solo eso, desde entonces me excitaba mucho imaginando cómo participábamos en un intercambio y, mientras un desconocido me follaba, él me observaba muerto de celos. En realidad, en la fantasía, a mí me importaba un carajo con quién estuviera Pep, lo que me gustaba eran sus celos en aquella escena que yo misma representaba en mi cabeza. Poco a poco, los pensamientos se fueron haciendo más sofisticados, en ocasiones él solo miraba mientras yo practicaba sexo oral con otro, o incluso nos mezclábamos en un gran grupo de parejas en las que yo terminaba teniendo relaciones con casi todos menos con él. Durante unos meses deseé conocer esos lugares de intercambio y probar a pesar de la negativa de Pep, pero al final me convencí de que en ocasiones es mejor dejar que la fantasía no se rompa al conocer la realidad. ¿Me gustaría el ambiente de un club de intercambio? ¿Cómo me sentiría después de tirarme al marido de mi amiga? ¿Cómo se sentiría Pep? Las dudas se apoderaron de mí y dejé pasar aquella idea. Quizá en otro tiempo sí, pero ahora me siento cansada para aventuras y mi amigo no quiere jugar a ese juego… Descartado. Pero sigo imaginándome cómo él me observa mientras estoy con otros hombres. Me encanta.

Ya decíamos que el exhibicionismo es una práctica habitual dentro del swinging y, por lo que parece, a nuestra querida Emma le encanta que la vea su amigo con otro señor. Le excita que él experimente celos, sentirse única, el centro de atención. Para ella, el intercambio es en realidad una escenificación para despertar los celos de Pep, y esto es lo que le provoca su respuesta sexual, el punto. Este tipo de estímulos responden a lo que podría ser una falta de autoestima y, a pesar de la relación idílica que plantea la protagonista, quizá necesite más atención por parte del otro, de ahí que la reclame manteniendo relaciones con otra persona, una fórmula que ha descubierto y le colma de placer.

Sin embargo, hay muchos matices interesantes en esta historia, sobre todo en las preguntas que ella se formula al final. Incluso utilizando el swinging únicamente como fantasía, las mujeres han de tener mucha confianza en la pareja y estar muy seguras de la relación, aún más si se lleva a la práctica. Emma también se pregunta cómo se sentiría tras el intercambio con esa amiga suya del traje de chaqueta. Puede ser que no suceda, pero es frecuente que parejas de amigos que llegan a un alto grado de intimidad rompan totalmente la relación de amistad tras el encuentro sexual. Así como parejas que atraviesan serios problemas y se refugian en estas prácticas… Generalmente, no son lo más recomendable, es mejor que la relación esté sana para participar en estos juegos.

Por otro lado, Emma plantea el interrogante de cómo será el lugar de los encuentros y su ambiente. Depende de muchos factores, si es una fiesta en Las Vegas y los componentes de la otra pareja se llaman Brad Pitt y Angelina Jolie, quizá Pep se anime y hasta termine poniéndose el tanga de Emma… Aunque lo dudo, ha dejado clara su postura: NO, algo que la protagonista del relato decide respetar.

Al final, Emma no ha cumplido su fantasía, pero sí ha encontrado un nuevo punto para la excitación que sin duda enriquece la relación con su amigo.

Merche. Treinta y cuatro años. Consultora

Durante unas vacaciones con amigas, una de ellas contó escandalizada cómo unos conocidos comunes practicaban intercambio de parejas. Eran dos parejas de amigos muy bien situadas económicamente y que se llevaban de maravilla. Tanto que, además de compartir cenas y confidencias, también compartían sexo. Para mi amiga, era del todo inconcebible y el resto puso el grito en el cielo, los tacharon de depravados y expresaron su repulsa por estas prácticas perversas. Por supuesto, yo me callé. Llevo imaginando que practico intercambio de parejas desde hace muchos años, creo que desde que descubrí mi sexualidad, y aquella historia me llenó de curiosidad. Fue un descubrimiento, nunca imaginé que unas parejas normales, de buena familia, bien situadas y conocidas practicarían algo que a mí me hacía sentir tan mal, solo por fantasear con ello. Yo tengo novio formal, pero, si la pareja de alguna conocida me gustaba, me imaginaba a los cuatro en la cama. Yo con su novio y ella con el mío: esa escena me parecía muy excitante. Pero siempre pensé que era algo obsceno, de círculos marginales. Y, por supuesto, nunca le hice partícipe a mi novio de estas fantasías. Yo no era de esas. Pero sí era, por eso necesitaba saber más, sentir que yo no era la única.

Una mañana de domingo acudí con mi novio al bar que ambas parejas solían frecuentar para el aperitivo y nos acercamos. Hablamos de la crisis, de tenis, de sus niños, de mi trabajo. Todo con absoluta normalidad, nadie en aquel lugar, nadie en el mundo, podía imaginar que aquellas dos parejas se intercambiaban sexualmente. Estar cerca de ellos, imaginármelos desnudos, besándose, tocándose, practicando sexo era algo que me fascinaba. Y excitaba. Eran personas como yo, sin taras extrañas, simplemente les atraía un estilo de vida sexual distinto. A pesar de que la relación con mi novio no era mala, sí me faltaba una pieza definitiva para sentirme plena. Hasta entonces, mis fantasías eran tabú, pero saber de la existencia de aquellas personas me ayudó a replantearme mi vida en pareja. Con el tiempo logré asumir totalmente mi deseo. Primero lo verbalicé y se lo confesé a mi novio. Por supuesto, él se negó en rotundo a participar en esa obscenidad con pervertidos sexuales y gentes de malvivir. De nada sirvió explicarle con ejemplos que muchas personas viven su sexualidad de ese modo. La relación se rompió. Ahora tengo muy claras mis preferencias, mi elección de vida sexual. Quizá me resulte muy difícil, quizá jamás logre encontrar a nadie que comparta mis gustos, pero no pienso negarme a mí misma. Esta soy yo.

Merche había decidido que su fantasía tenía que llevarse a la práctica para conseguir una vida sexual plena y cumplió su propósito, a pesar de tener que tomar decisiones difíciles. El deseo de cumplirla era más poderoso que llegar a un acuerdo y salvar su pareja. Además, es probable que la verbalización del deseo hiriera de muerte su relación. Como muestra el relato, existen muchas personas para las que este tipo de gustos sexuales resultan una depravación, una obscenidad, algo marginal.

Pero pensar en intercambio de parejas para excitarse o ser swinger forma parte de la sexualidad que elige cada individuo; solo se necesita la conformidad de la pareja para explorar ese mundo. Los porqués de la elección de estas prácticas son infinitos y en cada persona se puede deber a algo diferente: necesidad de liberar la represión, de nuevas experiencias… Quizá a Merche no le cueste tanto encontrar a un hombre que participe de sus gustos.