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VOYEURISMO Y EXHIBICIONISMO

Dos armas infalibles para alentar el deseo y la fantasía de algunas mujeres. Existen las que obtienen excitación sexual mientras piensan en contemplar situaciones eróticas, y aquellas que se excitan imaginando que son observadas. Curiosamente, volvemos a tratar dos aficiones que se dan mucho más entre los hombres que entre las mujeres… ¿O quizá es que las mujeres no verbalizan esta inclinación?

Comencemos por el voyeurismo. Esta palabra de origen francés significa «mirón» y las formas de practicar ese «mirondismo» son muy diferentes de un caso a otro: nada tiene que ver esconderse tras unos árboles clandestinamente para espiar los encuentros amorosos de unos jóvenes que permanecer sentada en una silla observando cómo tu pareja se lo hace con otra. El primer caso podría incluso estar penado por ley, ya que es posible que se considere una violación de la intimidad. Cuidado, la línea que separa lo imaginativo de la infracción podría ser muy delgada… Existen casos de voyeurs que incluso han llegado al extremo de colocar cámaras para poder observar a sus objetos de deseo. Como es obvio, esos casos no son de los que trataremos.

Hay que decir que para analizar esta práctica existen teorías muy diversas: mientras unos expertos apuntan a que la persona verdaderamente voyeur solo se estimula mirando a través de una mirilla, una cámara, catalejos o una cortina, otros abren el campo e incluyen en esta filia a las que sienten excitación presenciando sexo con previo consentimiento del otro o disfrutando de la pornografía.

Fina. Treinta y cinco años. Editora gráfica

Durante un año estuve saliendo con un hombre que me resultaba muy atractivo. Él era de los pocos que habían despertado mi instinto sexual. Los juegos de todo tipo se daban con total naturalidad y cosas a las que yo jamás habría accedido las hacía con él, y sin pensarlo entraba en su juego, guiada por la excitación que me producía y que antes jamás había experimentado.

Él tenía una amiga, una especie de exnovia con la que se llevaba muy bien. Yo siempre tuve la sensación de que se veían ocasionalmente y, cuando me propuso hacer un trío con ella, mis sospechas se confirmaron. Por supuesto, no accedí con tanta rapidez como en sus anteriores propuestas: en este caso se trataba de añadir una tercera persona en la cama, algo que no entraba ni jamás había entrado en mis planes. Tras sopesarlo mucho e incitada una vez más por el «desorden» que la relación con él me provocaba, accedí.

Pedí que nos citáramos en un hotel, un lugar neutro del que no quedara ni rastro. ¿Y si salía mal? No quería que en mi habitación quedara ni un solo recuerdo, ni por supuesto en la casa de mi pareja.

He de decir que la mujer era todo lo contrario a lo que yo me esperaba: tenía la idea de que alguien que practica estas cosas va vestida con unos enormes aros dorados y un mono de leopardo. Ni mucho menos. Según dijo, había tenido un problema en el despacho y llegaba directamente de allí vestida con una preciosa blusa blanca y una falda de corte sencillo. Era lo que se podría decir una mujer estilosa y de exquisita educación. Nos saludamos y durante una hora aproximadamente estuvimos hablando de cosas banales, mientras mi chico ponía unas copas. Yo me tomé tres. Estaba nerviosa, extrañada, pero también existía en mí una excitación desconocida que me empujaba a investigar… «Pero ¿y si sale mal?», volvía a repetirme.

Pronto comenzaron las caricias entre ellos, primero en el sofá. Empezaron a besarse ante mis narices, yo contemplaba cómo se metían mano y se excitaban. Yo estaba tan fuera de onda que al principio sentí ganas de escapar corriendo del hotel y dejarles que follaran tranquilos. Él era mío y allí estaba, comiéndole el morro a otra mientras yo me tomaba un whisky con Coca-Cola. No sabía muy bien qué hacer, si unirme a ellos, si quedarme sentada mirando hacia otro lado o si poner la tele. O irme lo más lejos posible. A Uganda, por ejemplo.

Quizá el alcohol me ayudó a relajarme, pero, cuando se fueron a la cama que estaba frente al sofá, yo no moví ni un dedo. Seguí allí sentada y poco a poco aquella imagen que despertaba mis celos se fue transformando en algo que me producía gran excitación. Comencé a masturbarme mientras miraba cómo follaban, supongo que se produjo un descubrimiento. La sensación de incomodidad, de celos, de extrañeza desapareció por completo y, aunque desde fuera, yo estaba participando en aquel juego de a tres. Los observaba, miraba cómo él penetraba a la señora de la blusa blanca una y otra vez, masturbándome. Cuando me invitaron a unirme, me negué educadamente y ellos continuaron con su faena hasta que los tres llegamos al orgasmo.

No volvimos a reunirnos más y tras unos meses la relación se terminó, supongo que estaba basada potencialmente en el sexo, y cuando dejé de desear a mi pareja no quedaba nada que nos mantuviera unidos. Pero el recuerdo de aquel descubrimiento sigue conmigo. No he vuelto a practicarlo, aunque sí me gusta imaginar a personas manteniendo sexo mientras yo miro. Fue una experiencia que no creo que vuelva a suceder más que en mi cabeza, pero me alegro de haberla descubierto.

Fina se ha quedado prendada de aquel encuentro al que acudió sin muchas expectativas. Para alguien que no está acostumbrado a los juegos liberales no suele ser muy apetecible tener sexo con tu pareja y su exnovia, pero al final encontró un interesante punto para su excitación: mirar. Ahora sabe que guarda un arma muy eficiente para excitarse y, aunque parece haber decidido no practicarlo, es algo que conserva en la memoria y de lo que hace buen uso. Esto pone de nuevo de manifiesto que a veces nos negamos a acceder a una nueva aventura por miedos y prejuicios, y nunca se sabrá si, una vez llevada a la práctica, supone algo satisfactorio o digno de ser olvidado.

Existe una práctica sexual llamada «candaulismo» en la que hay implicadas tres personas, pero una de ellas solo observa. Aunque el relato de Fina y su gusto por observar podría englobarse en esta práctica, no es así. El candaulismo o candalagnia está más ligado al exhibicionismo. Por lo general, el miembro de la pareja que se excita con esta práctica es exhibicionista y lo que desea es mostrarse manteniendo relaciones sexuales con otra persona ante ella, demostrar su talento. También se denomina así cuando uno de los miembros de dicha pareja se estimula mostrando a su media naranja a otras personas, como si fuera un trofeo.

Abordemos entonces esa pasión por mostrarse: el exhibicionismo. Volvemos a recalcar que una persona que se abre la gabardina en un parque mostrando sus genitales no solo tiene un problema serio que ha de resolver, sino que está cometiendo un delito. De ninguna manera hablaremos de estos casos, sino de aquellos en los que todas las partes aceptan las reglas y participan del placer. Como en el conjunto de estas prácticas, existen teorías de todos los colores para explicar la tendencia exhibicionista: algunas apuntan a una falta de madurez, a la necesidad de seguir siendo ese centro de atención que eran cuando niños. Con la edad cambian estas actitudes, pero hay personas que no lo logran y se refugian en el exhibicionismo. Otras teorías hablan de individuos en los que, paradójicamente, el exhibicionismo nace debido a un complejo de inferioridad y a ciertos problemas para las relaciones interpersonales.

Malena. Veintiocho años. Informática

Soy una mujer muy tímida. Supongo que, por mi educación y forma de ser, nunca he sobresalido del resto, y tampoco es algo que me haga sentir cómoda. Tengo una buena voz, toco bien el piano y sin embargo no suelo mostrar mis dotes, ni siquiera en los eventos familiares. Es algo que guardo celosamente y que practico casi siempre en soledad. No me gusta sentirme observada, tengo la sensación de que me están juzgando y no lo puedo soportar. Supongo que por eso elegí una profesión en la que mi labor es muy compleja y necesaria, en mi empresa soy indispensable pero absolutamente invisible. Mi madre siempre ha dicho que soy demasiado vergonzosa para triunfar en la vida, y tiene razón.

Pero hay una parcela en la que ese pudor desaparece totalmente, el sexo. Me excito imaginando que me están observando mientras me acaricio los genitales. Es una liberación para mí. En ese momento el deseo se apodera de mi retraimiento y se produce una explosión que me lleva al orgasmo. Nunca lo he puesto en práctica, pero sí he visto muchos vídeos caseros en Internet en los que chicas se masturban ante la cámara y después lo cuelgan para enseñarlo. Eso me atrae muchísimo, incluso pienso en hacerlo algún día. Buscar un rincón de la habitación que sea neutro, colocar la cámara de tal modo que solo enfoque mi coño y enseñar cómo me acaricio hasta llegar a correrme. Mostrar mi sexo, propagar el placer que soy capaz de darme a mí misma. No creo que lo haga jamás, el miedo a que me descubran es mucho más poderoso que los deseos que tengo de hacerlo, pero sí pienso en llevarlo a cabo. Creo que sería una experiencia positiva. Aunque sospecho que adictiva para mí.

Malena habla de exhibirse, pero, si profundizamos en sus palabras, en ningún instante se refiere a hombres o mujeres, a individuos que la observan. Ella se expone y su excitación la provoca esa exhibición, no un sujeto que la observa mientras juega con su sexo. Y menos aún un sujeto concreto. Su deseo le pertenece y no se intuye que le vaya a ser fácil compartirlo de forma física; al menos por lo que se desprende de su historia, Malena no parece la alegría de la huerta, es de imaginar que relacionarse con los hombres no le es del todo fácil. Ahora solo queda confiar en que encuentre un teleco al que le excite mucho mirar chicas que se tocan los genitales. Sin duda serán la pareja perfecta: softwares y sexo. Una mezcla explosiva para los informáticos.