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VAYAMOS POR PARTES…

Muchos expertos denominan «parcialismo» a la excitación sexual provocada por una determinada zona del cuerpo. Y se llama «parcialismo fetichista» cuando las partes que despiertan el deseo son zonas consideradas no erógenas. No es extraño que un hombre se vuelva loco con unos pechos enormes, o que una señora lo haga al ver un pene sobresaliente, pero sí resulta chocante que la respuesta sexual aparezca provocada por una rodilla o unos pies. ¿De dónde nace esta afición? Para algunos expertos podría deberse a una personalidad inmadura y narcisista que basa su deseo en una región de la persona y no en la totalidad de esta: no es lo mismo excitarse con un pie que con una persona que tiene unos pies bonitos. Es como si la relación se tuviera unilateralmente con la zona en cuestión, obviando el resto. Entonces, vayamos por partes…

Mariví. Cuarenta y ocho años. Cocinera

No soy una mujer que se fije demasiado en los hombres, quizá por eso no he tenido demasiado éxito con ellos. Excepto mi marido y un par de ligues allá por el siglo pasado, mi currículum amoroso es más bien escaso. Pero sí hay algo de ellos que me llama la atención… Las venas de sus brazos. No me refiero a las de los culturistas, para mí esas son verdaderamente repugnantes, hablo de brazos fibrosos a los que de pronto les sobresale una vena discretamente. Por la zona del antebrazo, o en el bíceps. Por supuesto, esta tontería mía no es algo que me preocupe, ni la voy contando por ahí, pero sí reconozco que es algo que me atrae, que me excita. Ver a un hombre con las mangas recogidas a la altura de los codos y esa vena deslizándose por el antebrazo incita mi fantasía. Acariciar esos brazos, pasar mis manos por esa vena marcada… Mi marido es más bien gordito, y si tiene venas están escondidas debajo de unos cuantos kilos de más, pero disfruto viendo a alguno de mis compañeros de cocina, mientras suben cajas, friegan o hacen algo que les supone ejercicio físico… Es un bonito paisaje que despierta en mí sensaciones que me resultan muy placenteras y que estaban dormidas…

Mariví dice no dar importancia a su afición. Pero quizá sí la tenga. Aunque no afecte a su vida cotidiana y se conforme con fantasear observando los brazos de sus compañeros de cocina, es posible que en la última frase de su historia encontremos un dato sustancial: «Es un bonito paisaje que despierta en mí sensaciones que me resultan muy placenteras y que estaban dormidas…». Que estaban dormidas… Ella ha encontrado el punto en esos brazos que tanto admira, pero sin duda detrás hay algo más complejo que un señor con las mangas remangadas limpiando loza. Puede ser un recuerdo del pasado que ve reflejado en esos brazos, una idea que conserva de su infancia, o la representación de algo que para ella resulta excitante y que no tiene en su matrimonio.

El parcialismo fetichista más conocido es el que se refiere a la pasión que desatan en algunas personas los pies. A esta atracción, los entendidos en la materia la denominan «podofilia». Los podólatras se suelen excitar a través de gran variedad de actividades relacionadas con los pies: chupando, oliendo, lamiendo, acariciando, besando… La simple acción de contemplar un pie también sirve para desatar su instinto. Existen muchos juegos que rodean el increíble mundo del fetichismo podal:

  • Footjob: sexo que se realiza con los pies. En esta disciplina pueden participar tanto las plantas como los dedos y las formas de provocar el placer solo dependen de la imaginación de los usuarios.
  • Tickling: juego también conocido como knismolagnia y que habla de la respuesta sexual que se obtiene al hacer cosquillas en los pies. Con las manos, con delicadas plumas, con la lengua… Otro juego sujeto a la fantasía de quien lo utiliza. Cuando se inmoviliza a la otra persona para practicarle dichas cosquillas estaríamos hablando de tickle bondage o tickle torture.
  • Heeljob: practicar el sexo con zapatos de tacón. Muchas personas ven muy excitante contemplar a una mujer en unos altos tacones, pero mucho más si con ellos se entrega al placer. En esta modalidad suele ser la mujer la que lleva los zapatos, pero hay muchos hombres fetichistas que también se estimulan llevándolos.

Como estos, existen infinidad de designios para definir los juegos que se practican dentro de la podofilia: sandaljob es el sexo con sandalias; el sockjob, con medias; el trampling es la excitación a través de las pisadas sobre el cuerpo… Generalmente estos términos se emplean en la industria del sexo para diferenciar la diversidad de prácticas existentes.

Rocío. Veintitrés años. Esteticista

Descubrí mi pasión por los pies en la academia de estética. Yo siempre había sentido devoción por los pies cuidados y bonitos que llevan algunas mujeres, pero jamás me hubiera imaginado que en ese gusto podría residir una auténtica atracción sexual. Mientras hago una pedicura o quito los callos de un pie, no suelo sentir nada, pero el día en el que la profesora nos mostró cómo hacer masajes relajantes en los pies, me puse muy nerviosa. Yo no soy lesbiana, y si lo fuera puedo asegurar que la compañera con la que me tocó hacer el ejercicio sería la última persona sobre la tierra con la que tendría relaciones. Ni siquiera sus pies eran bonitos, eso por no hablar de que no los llevaba precisamente limpios. De sentir una repulsión total por tener que tocar aquellos pies sin darme la antitetánica, pasé a una sensación alucinante. Primero apliqué una crema hidratante sobre el pie y después dejé que mis manos se deslizaran por él. Desde el tobillo hasta el empeine, pasando por los dedos, entrando y saliendo de ellos, volviendo a subir hasta el talón para bajar de nuevo hasta el dedo gordo, la planta… Sin darme cuenta, la que estaba disfrutando del masaje era yo, seguramente muchísimo más que ella. Por unos minutos, me abstraje de la clase y me quedé inmersa en aquel pie… Cuando todas mis compañeras habían terminado el ejercicio, yo seguía acariciándolo. Hasta que mi compañera me sacó del trance con uno de sus bufidos y volví a la realidad.

Ese día salí de la escuela convencida de que yo no solo era lesbiana, sino que me ponían las señoras con mostacho, pelo grasiento y pies sucios.

Pasó un tiempo hasta que esa ridícula idea desapareciera de mi cabeza: ayudada por algunos libros sobre el fetichismo y probando con otras compañeras, me di cuenta de que no me ocurría con una persona concreta, ni con un pie concreto; mi excitación aparecía con cualquier persona y con cualquier pie que me resultara atractivo en ese momento. Incluso daba igual el sexo de mi pareja. No se trataba de tocarlos ni olernos, el detonante aparecía cuando lo masajeaba.

En la actualidad tengo novio y está encantado de mi afición por los masajes, aunque sí he de reconocer que, cuando veo pies interesantes caminando por la calle, pienso en poner mis manos sobre ellos y darles placer… Me da morbo pensar en cómo haría esto o lo otro… Pero la tentación real surge en el trabajo: si viene una clienta con un pie bonito o un olor especial, suelo regalar un masaje extra que suele resultar muy «satisfactorio» para ambas…

A Rocío le gusta masajear un pie desnudo, algo que viene muy bien a la sociedad en general, no olvidemos que un buen masaje en los pies es un gran placer.

Existen muchas teorías en torno a este amor por los pies. Por supuesto, una de ellas es la que habla del pie como un símbolo fálico, del pie como una referencia sexual… Más complejo sería averiguar de dónde nace este instrumento para Rocío, pero es posible que en su actuación exista cierta parte de narcisismo: ella se excita haciendo masajes, demostrando su maestría en algo tan placentero, haciéndose notar. Otra teoría podría ser que Rocío tiene bloqueos en cuanto a las zonas consideradas erógenas, como los genitales, y utiliza una parte distinta del cuerpo para desatar su deseo y liberar la libido. En cualquier caso, lo ha incluido en su vida de forma natural, pero si sintiera esta práctica como un problema sería recomendable tratarlo con un especialista. Mientras eso no suceda…, pies ¿para qué os quiero?