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HOMBRES PERFECTOS

En la mayoría de las novelas que han provocado esta explosión masiva del deseo, hay denominadores comunes y, generalmente, el poder del hombre es un factor fundamental. Y cuando hablamos de poder no solo hay que referirse a un hombre rico e influyente; hablamos de todos los tipos de «poder» que pueden atraer de un señor. Si analizamos el personaje de Grey, no cabe la menor duda de que ser rico y poderoso es un valor importante. Para la mayoría de las mujeres consultadas, si Grey trabajara como guardia jurado en El Corte Inglés, quizá perdiera parte de su atractivo. Fantaseamos con lo que no tenemos, con aquello a lo que aspiramos. Socialmente se da mucho valor al dinero, el poder económico tiene un gran atractivo. Todo el mundo desea tener una situación desahogada en este terreno, sin preocupaciones, y disfrutar de los placeres de la vida…, y en nuestra sociedad eso se relaciona con el dinero, algo que Grey posee.

De la misma forma que su carácter atormentado, también le rodea un halo de seducción irresistible. Nadie se imagina a este personaje contando chistes el día de Nochevieja ni gritando «Hala Madrid» con una bufanda atada a la cabeza. Christian es un hombre misterioso y seductor, pero también poderoso, factores claves para hechizar a algunas mujeres.

Existen más tipos de hombres «perfectos» que poseen ese «poder», del mismo modo que esa perfección varía con la edad. El atractivo que seduce a una mujer de veinte años no es el mismo que el que lo hace con una de cincuenta: el tiempo es un poderoso factor para modificar los comportamientos, y también las atracciones. Además, cada una de nosotras alberga en su interior un ideal de perfección diferente. Nada tiene que ver el atractivo que Frida Kahlo encontró en Diego Rivera con el que pudo hallar María Callas en Onassis o, retrocediendo al siglo XVIII, el que Josefina Beauharnais pudo ver en Napoleón Bonaparte. Las atracciones son tan amplias como perfiles de hombres y mujeres hay en el mundo. El castigador, el ser angustiado, el hombre culto, el que tiene un físico extraordinario, el artista… Estos perfiles y muchos más son los que atrapan a la mujer y ponen en marcha la maquinaria de su erótica. Comienza la «preparación»…

EL AUSENTE

La historia de Andrea muestra un claro ejemplo de «poder» que nada tiene que ver con los altos ejecutivos y las mansiones en Gstaad. Para cada fémina, el hombre perfecto es diferente. Y es que las pasiones y los atractivos se dibujan con formas infinitas.

Andrea. Veintitrés años. Estudiante de Bellas Artes

Tengo veintitrés años y llevo enganchada sexualmente a un hombre desde hace bastante tiempo, el suficiente para preocuparme. Y cuando digo «enganchada» me refiero a que solo tiene que chasquear los dedos para que me presente en su piso dispuesta a ser follada. Generalmente, tras el encuentro, exige que me vaya y tarda semanas en volver a llamar. Si lo hace. Por lo general soy yo la que le busca desesperadamente.

La primera vez que nos encontramos fue en una fiesta de la Facultad de Bellas Artes. Él llegó con una compañera a la que se estaba tirando y que ese mismo día dejó tirada por mí. Pero esa noche no tuvimos sexo, él estaba bastante borracho. Solo me llevó a su taller y me enseñó algunas escenografías que estaba preparando para una obra de teatro. Habló de los años que había pasado en Estocolmo y de la vida allí. Me mostró sus extravagantes discos de música experimental y me sacó fotos medio desnuda, como si yo fuera su musa. Y, de pronto, me pidió que me fuera, que quería estar solo.

Por supuesto, el que Pablo hubiera dejado en la estacada a mi compañera en medio de la fiesta y se fuera conmigo levantó toda una serie de comentarios que, muy al contrario de alejarme, me atrajeron más a ese hombre descorazonado y extraño. Que si era un cabrón que usaba a las chicas; que si abandonó en Suecia a mujer y dos hijos; que si era bisexual y putero… Toda leyenda era poca para alimentar mi deseo por él. Y comencé a buscarle.

Le envié mensajes que jamás contestó con la excusa de un trabajo para clase, e incluso le telefoneé al móvil en un par de ocasiones sin obtener respuesta. Al final, me presenté en su taller.

Según llegué me ordenó que me quitara la ropa y me tumbara en el sofá. Yo me quedé atónita.

—Era lo que querías, ¿no?

Le obedecí. Entonces empezamos a follar y estuvimos sin salir de aquel cuartucho durante dos días. Sí, era lo que yo quería. Su experiencia en la cama me atrapó, me manejaba como si yo apenas pesara cien gramos… Me hizo literalmente suya.

No sabría decir qué es lo que me atrapa de Pablo. Su seguridad a la hora de conseguir lo que se propone, imagino. Su morbosa leyenda, su forma de follar, el no saber absolutamente nada de él… Lo desconozco, pero siempre tiene lo que quiere en el momento que lo desea, y, cuando me desea a mí, me siento afortunada y pierdo toda coherencia. Siempre estoy dispuesta. Aunque sé que esta relación no va a ningún sitio, no puedo evitar esta espera sin fin.

El poder que Pablo ejerce sobre Andrea es incontrolable… ¿Qué es lo que origina realmente esta dependencia sexual? La ausencia de él en la relación podría ser un elemento esencial, algo paradójico y que se da con mucha frecuencia. ¿Por qué existen mujeres adictas a este tipo de relaciones?… Andrea dice que no sabe «absolutamente nada de él». Esto, si para muchas de nosotras resulta inquietante, para otras es un atrayente misterio que colma su naturaleza curiosa. Ir poco a poco atando cabos, despejando incógnitas, montando el puzle de su vida…

Esta ardua labor de exploración es para estas mujeres una meta que conseguir y que mantiene encendido su deseo; es justo el punto que buscan. Generalmente basta con unos meses de convivencia para que esa búsqueda acabe dentro de un camión de mudanza con el señor dentro. Una vez hallado el ausente y desvelado el misterio, pierde interés, y más si descubres que antes de dormir se aplica siete cremas hidratantes distintas.

EL ATORMENTADO

Otro tipo de hombre perfecto para algunas es el individuo atormentado, todo un clásico. Este perfil se puede encontrar en cualquier estrato social, desde el endodoncista de tu hijo hasta el que te sella el paro, pasando por el multimillonario que enseña su colección de caniches gigantes en las revistas. En este perfil no hay distinción de clase ni condición y su carácter tortuoso resulta un verdadero entretenimiento para muchas féminas. ¿De dónde nace esa desazón vital de estos hombres tan desgraciados? En la empresa de averiguarlo nace el apasionamiento.

El cine y la literatura son importantes potenciadores del mito, esa idea de amor romántico que todo lo puede, que todo lo supera, dificultades que hacen más sólida la relación. Desgraciadamente es algo que durante mucho tiempo se ha inculcado a las mujeres como ideal de relación: sacrificarnos por un hombre incluso a costa del bienestar. El amor parece que es más pleno si vence dificultades. Un típico argumento de toda comedia romántica…

Karen. Treinta y siete años. Ama de casa

Hasta encontrar a mi marido, la relación con Josu fue la más larga que había tenido. Durante seis años, soporté sus rarezas y extravagancias. En ocasiones, hasta sus malos modos. Pero no me importaba.

Nos conocimos y un mes y medio después nos fuimos a vivir juntos. Yo sabía que no era un hombre fácil y que sería complicado que accediera a mi sueño de casarnos y ser padres, pero no me molestaba. Estaba convencida de que, con el tiempo y mi abnegación, conseguiría que cambiara de parecer. Mi entrega era total.

No me importaba llevar a cabo sus fantasías sexuales (le volvían loco los travestis), ni su frialdad para conmigo. Detrás de ese muro, se escondía un pasado difícil que solo yo conocía y que explicaba su carácter complicado.

Josu, proveniente de una familia adinerada, se había educado en colegios de Europa y Estados Unidos. Si ese hecho le reportó grandes conocimientos y un inmejorable estatus en su profesión, en lo personal devino en un gran vacío y una absoluta incapacidad para la entrega. Se bastaba por sí solo y así me lo hacía saber, sin temor a herirme. Miles de veces le pregunté por qué estaba conmigo y miles de veces me respondió que no lo sabía.

Y eso era lo que me mantenía ligada a él. Yo estaba plenamente convencida de que, gracias a mí, superaría los miedos a esa entrega y el fantasma de sus noches en soledad. En este convencimiento radicaba el pilar de mi deseo.

Su cada vez más frecuente rechazo era secundario, y accedí a todas sus proposiciones: tríos con travestis, con prostitutas, con lesbianas. Yo me entregaba a sus deseos convencida de que era su forma de huir del dolor. En una ocasión, una de aquellas exuberantes mujeres con pene me dijo al salir de la habitación del hotel: «No lo salvarás». Tenía razón. Poco a poco fui despertando y comprendiendo que no podía salvarlo de nada y que era yo la que me estaba hundiendo con él. Yo no quería aquello. No deseaba abrir la puerta cada sábado a una nueva y desconcertante aventura sexual. Yo era de esas que solo quieren casarse y ser madres. Tan simple como tener una familia.

No sé de qué forma, pero pude salir de aquella oscura relación a pesar de la insistencia de Josu por volver. Quizá me necesitaba más que yo a él, pero el precio de su tormento era demasiado alto…

En este ejemplo, la protagonista tiene muy claros sus objetivos: casarse y tener hijos. Independientemente de los juegos sexuales que luego compartieran como pareja, parece poco probable que este sueño se fuera a hacer realidad junto al tal Josu, más que nada por el trajín de travestis en la casa los fines de semana. Pero ella estaba casi segura de que podría rescatarle del tormento. Ese era su «hombre perfecto» y el poder estaba en el arrastre de una angustiosa vida o hechos pasados que le obligaban a ser así y que cegaban a nuestra protagonista. Según el relato de Karen, él no mintió nunca. Es ella misma la que toma la decisión de estar a su lado, aun sin compartir el mismo deseo. ¿Por qué? Digamos que este perfil pertenecería al de «la mujer salvadora», que posteriormente trataremos y que se da con demasiada asiduidad. Este tipo de poder atormentado resulta infalible para captar el deseo de dicho grupo de mujeres.

EL INTELIGENTE EMOCIONAL

Los hombres cultos e incluso los que manejan la inteligencia emocional con maestría también son grandes «poderosos» para algunas féminas. Con el término culto no solo me refiero al profesor de literatura con cociente intelectual de 225; hay un amplio abanico de culturas e inteligencias diferentes por las que podemos navegar: desde el filósofo, hasta el que domina el manejo de las artes escénicas o tiene un don especial para la seducción. La inteligencia emocional es algo que muchos hombres usan para conseguir objetivos y no solo a la hora de cerrar un negocio… No olvidemos que los humoristas, por ejemplo, son unos grandes seductores que utilizan su particular inteligencia (el humor) para cautivar…

Isabel. Cuarenta y dos años. Bailarina

Hará unos quince años que me sucedió. Ahora soy profesora de yoga, pero por aquel tiempo estudiaba danza en Inglaterra. Para sacarme unas libras me presenté al casting de un programa de humor y, sorprendentemente, me contrataron para formar parte del elenco de bailarinas. Allí le conocí a él. En realidad, era uno de los figurantes del programa, pero su amistad con el presentador le hacía muy popular en el equipo. Mis compañeras estaban embelesadas con él, y él, encantado de ser el centro de atención de aquellas bellas mujeres. A pesar de ser un tipo muy poco agraciado físicamente, confieso que me cautivó su buen humor y, con el tiempo, comenzamos una relación.

No puedo decir que el sexo entre nosotros fuera para nombrarle Mister Polvo y tampoco era el hombre más dotado que había conocido, pero en realidad causaba en mí un efecto sorprendente: me hacía reír sin parar. Si no se le levantaba, soltaba la frase más ingeniosa; si se corría muy pronto, inventaba el mejor chiste; y si yo llevaba tres meses sin llegar al orgasmo, me dedicaba un monólogo. De verdad conseguía que me olvidara de nuestra nefasta vida sexual y pusiera siempre una sonrisa. Además, gracias a él, mejoré una barbaridad a la hora de darme placer a mí misma descubriendo mil formas nuevas de masturbarme. Sí, me enamoré de él y todo fue maravillosamente divertido. Hasta que llegó Linda.

Linda era una mujer espectacular, tal vez la bailarina más guapa que había pasado por aquel programa. Los hombres del equipo enseguida pusieron sus motores en marcha. Mi novio incluido. Ya sus chistes conmigo eran menos frecuentes, y el sexo… Resultaba más gratificante poner una lavadora de ropa de color que echar un polvo… En menos de dos semanas, mi adorado y gracioso novio estaba saliendo con la escultural Linda y sus risas se escuchaban hasta en Polonia.

Más tarde me enteré de que mi ya expareja llevaba contando chistes a las bailarinas desde que firmó su primer contrato laboral. Yo era, aproximadamente, la número doce mil de su larga lista de affaires.

Tras un tiempo, superé la ruptura y hoy salgo con un registrador de la propiedad que es la bomba en la cama. Y ahora sí que me parto de risa, sobre todo pensando en la pobre bailarina que esté saliendo con aquel humorista de siete centímetros.

Como queda claro en esta ocasión, el poder que ostenta este individuo es el humor, algo que parece haber heredado Isabel de aquella relación. Con su arte singular, este tipo de hombre perfecto logra cautivar a esas jóvenes que ven en él a alguien en quien confiar, alguien que no genera «peligro», aunque es evidente que, al final, una u otra cae en las garras de su «don» especial. El análisis de este señor en concreto creo que es más complejo, pero por las características del individuo resulta evidente que se trata de un posible complejo de inferioridad: él quiere demostrar (y demostrarse) que, a pesar de su físico y sus deficiencias sexuales, es capaz de lograr su premio: una mujer muy bella, a ser posible la más bella de su entorno. Para él, esta es una espiral que no cesa, así que, una vez logra el objetivo, se marca otro de más dificultad.

EL GUAPO

Este perfil es el que menos «preparación» necesita para la mujer, ya que lo que comienza a activar su instinto es la belleza que ve en el otro. Esto no quiere decir que la mujer que se siente atraída por el físico de un individuo se lance en plancha sobre él empujada por un instinto desaforado, pero sí es cierto que este tipo de hombre perfecto no precisa de demasiada parafernalia para seducir. Luego desarrollaremos de manera más exhaustiva el modelo de mujer que no necesita preliminares tan sofisticados como en otros casos.

Y, por descontado, la belleza es algo muy subjetivo: hay mujeres que sienten deseo incontrolado por un joven de cuerpo musculoso con camiseta de rejilla y otras que se excitan con el atractivo hombre de sesenta y tres años con el que viajan en el AVE. Cuestión de gustos.

Maider. Treinta y cuatro años. Profesora de euskera

Yo sería incapaz de liarme con un hombre feo. Lo intenté en una ocasión, con un chico del instituto que me daba muy buen rollo, pero fue imposible, en cuanto me metió la lengua en la boca salí del coche dando un portazo. Solo me ponen los tíos buenos. Nada de señores atractivos, ni eso de que hay que conocer a la persona y chorradas por el estilo. No. Si no me entra por el ojillo al primer golpe de vista, no existe. Me gustan los tíos buenos, con su cuerpo depilado y sus abdominales marcados y sus tríceps y sus cosas. Lo que se dice un cañón. Y que de cara sea guapo; odio los gambas, no aguanto ver unos glúteos maravillosos, que el colega se dé la vuelta y tenga cara de guardaespaldas de El Padrino, que de esos hay muchos. A mí me gustan los tíos macizos y punto pelota.

Como mi monitor de surf, que me pone loca. Es una pasada. Cuando le vi aparecer el primer día con la tabla bajo el brazo casi llego al orgasmo. Un australiano alto, de ojos azules, con ese pelo rubio largo y medio rizado que no sé cómo coño se hacen los surfistas y un cuerpo con tantos músculos que yo creo que alguno aún no ha sido descubierto por la medicina. Recuerdo que llevaba el traje de neopreno a medio poner y se le marcaba la línea de la cadera. Impresionante. Aunque veo poco probable que me lo pueda tirar, entre otras cosas porque yo estoy casada y él tiene novia, mis fantasías más calientes son con él… Y hay que reconocer que mi vida sexual en pareja ha mejorado mucho. No es que mi chico esté mal, es un pedazo de tío, pero una ya lo tiene muy visto y no están de más las ayuditas. Y este rubio… ¡Es un PEDAZO de ayuda! ¡Una ONG para mujeres aburridas! ¿Cómo me puede poner tanto? Es verle aparecer y se me hace la boca agua. Y el chichi, para qué nos vamos a engañar… Con ese traje que le marca todo el paquete… Cuando se me acerca para explicar tal o cual cosa, me gustaría decirle: «Déjate de chorradas y vamos detrás de las dunas a follar…». Lo peor es que el australiano no tiene prejuicios y se despelota en cualquier sitio sin importarle quien esté delante, vamos, un espectáculo. A veces me da cosa que me pille espiándole cuando se cambia… Me siento como una pervertida, pero creo que le encanta provocar. No me extraña; si yo fuera él, iría en pelotas por la playa todo el día. Daría las clases en pelotas, aunque estuviéramos a doce bajo cero.

Y claro, con tanta exhibición, se me va la pinza y me pongo a todo gas… Imagino que salimos del agua y cuando nos vamos a cambiar a la roulotte se quita el traje, me tumba sobre el camastro y empieza a follarme. Joder, creo que no haría falta, con solo pasarle la mano por la espalda me correría… Sí, realmente hacía mucho que ningún tío me ponía como el australiano. Habla español de pena, pero… ¿quién necesita hablar con un tío como él? Yo, no.

Del relato de Maider se desprende, en primer lugar, que tiene muy claro el tipo de hombre que le atrae: el guapo conforme a los criterios actuales, aunque a muchas les ponga de los nervios un surfero a la parrilla que lleva cinco años sin peinarse. Para ella, ese hombre es solo un instrumento con el que llegar al placer y ni siquiera es importante que sepa hablar. Es una pura cuestión física la que le provoca la excitación sexual, algo que nace de forma absolutamente espontánea y que, en su caso, es muy satisfactorio.

Quizá para muchas mujeres el australiano de la historia no desprenda ninguna atracción y necesiten de otras variantes para despertar el instinto; como hemos dicho antes, la belleza es algo muy subjetivo. Obviamente, no es el caso de la protagonista, cuyo instinto está cien por cien liberado y no tendría problema para zumbarse al muchacho hasta encima de una tabla en plena tormenta. Además, Maider utiliza su excitación y la aplica en su matrimonio para mejorar las relaciones sexuales, algo que puede ser muy positivo, sobre todo en los casos de mujeres que se duermen profundamente cuando sus maridos les practican un cunnilingus.

EL PASIVO

«Lo que tú digas, mi vida.» Si hay mujeres que ante esta frase cogerían un fusil y se cargarían a su pretendiente, hay otras que en esa sumisión encuentran un atractivo arrollador. Aunque, no nos engañemos, este «poder» suele ir casi siempre ligado al «Luego ya haré lo que a mí me dé la gana». Mientras la fémina no se entere de este particular, es posible que la relación vaya como la seda. El poder de este hombre pasivo reside básicamente en que ella cree que lleva las riendas de la relación y hace y deshace a su antojo. A algunas, ese rol las estimula sobremanera, hasta el punto de ver en ellos el marido perfecto.

Coral. Treinta y cuatro años. Zapatera

Mi novio Germán me gusta por una sencilla razón: su carácter tolerante. No solo eso: es generoso, da su brazo a torcer, escucha, comparte, es caballeroso, dulce, tranquilo, jamás dice una palabra más alta que otra, nunca lleva la contraria, no se enfada por nada, es servicial, entregado, discreto, callado, respetuoso, educado, sereno, dócil, entrañable, comprensivo, atento… ¡Es el hombre perfecto! Bueno…, solo tiene un defectillo… A veces se pone pantalón vaquero, pero esa manía se la quito yo en un santiamén… Ya verás.

Antes de pararnos en la apasionante personalidad de Germán, estudiemos la figura de Coral, una mujer cuyos estímulos se generan a través de un perfil de los denominados «bajos». Para que una mujer reaccione ante tal caballero, su perfil suele responder al de alguien que necesita tener poder sobre la otra persona, la sensación total de dominio, la necesidad de llevar las riendas. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, el «orden» que instauran en la vida de pareja nada tiene que ver con el «desorden» íntimo que quizá esconden…

Por otro lado y ya ocupándonos de Germán: o lleva muerto desde 1919 o es un auténtico calzonazos. Cuando se registran tantos adjetivos de ese tipo en tan pocas líneas, solo cabe rezar para que el susodicho no sea en sus ratos libres un asesino en serie especialista en tapizar sofás con piel humana.

Estos son solo algunos ejemplos de esos «hombres perfectos» que despiertan la admiración de las mujeres y revolucionan su deseo. Todas tenemos en nuestra mente a ese ser perfecto que nos excita y provoca, ahora solo falta encontrarlo. Aunque en esta empresa debemos tener en cuenta si realmente ese que nos atrae es el hombre adecuado. ¿Encontraremos la felicidad en lo que buscamos? Habrá que analizarlo detenidamente, pararse y recapacitar. «Desintoxicarse» de las malas experiencias y así evitar relaciones tóxicas que, en un futuro, podrían crear dependencia. Estudiemos lo que nos conviene para una vida sexual plena y totalmente libres de lastres, encontremos el punto que buscamos.