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CÁMARA…, ¡¡ACCIÓN!!

La pornografía es uno de los estimulantes más corrientes que se utilizan en el seno de la pareja; de hecho, podríamos decir que es un importante «sostén» sexual, al menos en la fase de calentamiento. Entre este grupo de aficionados no es extraño encontrar el menú especial «Viernes sin niños», consistente en pizza de primero, peli porno de segundo y polvete de postre.

En realidad, este tipo de impulso es muy cómodo, barato, rápido y no conlleva tener que adentrarse en mundos complejos. Siempre resultará más descansado ver una peli porno en el sofá que llamar a unos travestis para que animen el cotarro.

Para no agotar al receptor, las tramas de estas obras del séptimo arte suelen ser de fácil comprensión y, aunque acostumbra a empaquetarse de diversas formas, en esencia, son las siguientes:

Trama 1: una chica está supercachonda en su casa metiéndose un vibrador. De pronto llega un señor y se la tira en unas posturas que solo pueden hacer ella y Nadia Comaneci.

Trama 2: dos chicas están supercachondas metiéndose un vibrador. De pronto llega un señor y se las tira en unas posturas que solo pueden hacer ella y Nadia Comaneci.

Trama 3: una chica está supercachonda metiéndose un vibrador. De pronto llegan treinta señores y se la tiran por turnos en unas posturas que solo pueden hacer ella y Nadia Comaneci.

Por suerte y gracias a la imaginación de muchos y muy buenos directores, los argumentos han ido evolucionando y podemos encontrarnos verdaderas joyas del género. Pero hay personas que no se conforman con ser meros espectadores de este cine, dan un paso más y buscan la excitación grabándose mientras realizan actos sexuales. Seguramente no ganarían ningún premio en el festival porno de Las Vegas, pero sí cumplen su función inductora. Aunque hay parejas que lo practican y les resulta muy edificante para su vida sexual, existen muchas otras a las que el pudor se lo impide. Ahí es donde nace la fantasía, donde la imaginación se pone la lencería fina y juega un importante papel clasificado X.

Lali. Cuarenta y dos años. Teleoperadora

A mi marido le encanta el cine porno, y no es de ahora, cuando le conocí allá por el 93 ya era un auténtico experto. Que si Ginger Lynn, que si Traci Lords, que si ahora Jenna Jameson… Conozco mejor la trayectoria de las reinas del cine porno que la mía propia.

Al principio ese hobby me parecía una guarrada y hubiera preferido que hiciera escalada o algo similar, pero cuando nos fuimos a vivir juntos me acostumbré a sus colecciones de películas, hasta el punto de engancharme tanto como él. En poco tiempo terminé considerándolo parte de nuestra vida sexual, para nosotros era una afición como a quien le gusta hacer puzles de sesenta mil piezas.

El tema es que, en la actualidad, mientras mi marido sigue entusiasmado comprando nuevas películas y encontrando talentosos actores, yo he pasado a otra «fase»… Ya no me pone nada ver a las mismas rubias con uñas de porcelana haciendo como que se corren con un vibrador, y mucho menos al señor que llega para tirárselas recién salido del solárium… No, ya no les veo la gracia.

Así que he buscado mi propia forma de excitarme… De un tiempo a esta parte imagino que yo soy la protagonista de esas películas X, que mi marido y yo nos grabamos mientras tenemos sexo… ¡Eso me excita muchísimo! Un día, convencida de que se pondría como loco con la idea de hacerlo, se lo propuse. Su respuesta fue contundente:

—¿Tú estás pirada? ¿Y si nos lo pillan los niños? Ni de coña.

Y entonces imaginé el momento en el que mi hijo mayor enseña a sus amigos el viaje a Disney y aparecemos mi marido y yo follando a cuatro patas. Esa visión tan gráfica me borró la idea de un plumazo, jamás se ha vuelto a hablar al respecto. Aunque me sorprendió su reacción, en parte tenía razón: los niños son muy curiosos y podrían llevarse una inesperada sorpresa si encontraran una cinta extraviada, mi marido se cuida mucho de tener su colección de cochinerías a buen recaudo…

Pero a estas alturas de la película, y tan hartita de esas chonis californianas con las marcas de bikini y de sus penetradores metrosexuales, me pongo más cachonda viendo un episodio de Verano azul… Así que, mientras él se traga la peli, yo pienso en la lista de la compra y después, cuando follamos, fantaseo con que me están grabando, que todo lo que hacemos es recogido por una cámara. Imagino los planos, me animo a ser más activa y hasta planteo posturitas más sofisticadas… Me excita y eso le excita a él.

Por supuesto, me gustaría probarlo un día y no descarto que durante una escapada los dos solos podamos llevar a cabo la fantasía… Eso sí, después nos desharemos de la cinta sin dejar rastro.

Hay algo evidente en la historia de Lali: lo que le excita a su marido no es lo mismo que le motiva a ella. Mientras a él le pone la Barbie Extensiones, Lali ha llegado a un punto en el que le atrae algo más real, más «casero». No hay que obviar que el porno casero tiene gran éxito entre los aficionados, sobre todo por lo auténtico de sus grabaciones. Por lo común, el contenido de esos vídeos domésticos se aleja bastante de la sofisticación del porno profesional, en el que algunos orgasmos son menos realistas que La guerra de las galaxias. Quizá eso es lo que le excita a Lali: lo verdadero. Aunque en su caso también podríamos apuntar hacia cierta tendencia exhibicionista: le estimula practicar sexo mientras es grabada… Sentirse protagonista.

Por otro lado, es lógico que exista cierto temor a que la cinta se extravíe y cause un imprevisto, pero también es posible que el marido de Lali no sienta el menor deseo de grabar cómo su mujer le hace cositas en el pene, entre otras cosas porque, según se deduce del relato, lo que provoca su excitación son las chicas recauchutadas de enormes pechos falsos y pearcings en el clítoris. Es probable que para él sea más excitante cambiar una rueda que grabar un vídeo porno con la parienta. Mientras Lali desea ser la protagonista, para su marido las protagonistas son las reinas del porno; quizá por ese motivo Lali quiere convertirse en una de ellas y captar la atención de él.

Pero en el hipotético caso de que un día graben su filme, estamos seguros de que la cinta desaparecerá gracias a un complejo sistema de destrucción de pruebas llamado «Pasa con el coche por encima de la puta cinta, quémala y tírala al fondo del barranco».