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EL TRABAJO HONRA A LOS HOMBRES… Y A LAS MUJERES

El trabajo resulta un entorno ideal para provocar la respuesta sexual, pero, dado el estado actual del mercado laboral, las aficionadas a tal estilo tendrán que reciclarse y buscar su inspiración en la oficina del paro… Por desgracia, mantener relaciones en el puesto laboral es una fantasía en vía de extinción. Pero hasta que esto suceda y el trabajo desaparezca totalmente como ocurrió con los dinosaurios, las mujeres que tengan el privilegio de conservarlo, aunque sea por 120 euros al mes, están de suerte. Podrán seguir disfrutando de fantasías como estas…

Maricarmen. Treinta y seis años. Secretaria

Mi jefa es una hija de puta. Si se hicieran campeonatos de jefes hijos de puta a nivel mundial, ella sería Lady Hijaputa Universal. Lo tiene todo: mala, egoísta, despiadada y sobre todo una histérica obsesionada con el orden y la limpieza. Tanto que no soporta que haya basura en las papeleras. Como lo cuento. Eso obliga a que las trabajadoras vayamos con bolsas de plástico en el bolso para llevarnos la basura a casa. Incluso vuelve a pasar la aspiradora por su despacho cuando sale la chica de la limpieza. Eso por no hablar del orden en su mesa… La almohadilla de cuero repujado heredada de su padre tiene que estar siempre en el centro, milimétricamente colocada junto al portalápices, las gomas en orden, los subrayadores por colores… Pero ojalá solo fuera eso, en una ocasión despidió a una comercial porque no le gustaban sus zapatos. «Tacones demasiado finos, estropean el parqué», dijo. Supongo que, en otro tiempo, la mayoría le hubiéramos mandado a freír churros, pero en la actualidad hay que soportar cualquier trabajo, aunque tu jefa sea una mutación entre Hannibal Lecter y una escoba eléctrica. Es lo que hay. Una vez me dio los buenos días, pero por lo general las frases suelen ser del tipo: «¡Eres una incompetente! ¿Por qué este café está frío? ¡No te despido porque me das pena, pero de buena gana te mandaba a los comedores sociales!».

Cuando viene cruzada y me suelta alguno de estos improperios, entonces… ¡pienso en que me encantaría echar un polvo muy guarro encima de su puñetera mesa! Plantar mi culo en ella mientras un tío me folla allí mismo, ¡sobre su almohadilla de cuero repujado de los huevos! Tirando todas sus gomas y sus subrayadores ¡a tomar por culo! Y después lo hacemos en su silla, y en el sofá en el que no se puede sentar nadie más que los clientes importantes y allí me gustaría correrme. Pero lo que más me pone es pensar que mi pareja se limpia el pito y tira el papel en la papelera… Sería el mejor polvo de mi vida, ¡seguro! Si algún día puedo hacerlo, desearía despedirme de mi puesto y marcharme de allí diciéndole:

—¡Antes de irme me encantaría que supieras que he follado muchas veces sobre tu almohadilla de cuero repujado. No te asustes si encuentras algún pelo, es de mi coño.

Esta fantasía no solo me produce un gran placer, además me libera de todas las tensiones. Mientras no pueda mandar a la mierda a esta señora, seguiré follando sobre su almohadilla de cuero repujado cuantas veces quiera…

Esta fantasía tiene mucho que ver con la venganza, ese famoso plato que se sirve frío. Maricarmen se siente totalmente reprimida ante la figura de su superior y encuentra el placer liberándose de ese yugo y profanando aquellos símbolos que para su jefa son sagrados: la almohadilla, la papelera… Resulta bastante gráfica la expresión que utiliza nuestra protagonista para imaginar el momento de la vendetta: «No te asustes si encuentras algún pelo, es de mi coño». Su deseo se amplifica al pisotear los fundamentos más importantes de la que considera una enemiga y ahí, en esa liberación, radica el goce. En muchos casos, la venganza tiene un alto poder afrodisíaco, excitante, incluso podría estar relacionada con el dominio: «Ahora mando yo y te devuelvo la jugada». Las vendettas más frecuentes son las de mujeres que se desquitan de una infidelidad manteniendo relaciones con otro hombre, nada que ver con el caso que nos ocupa. Subrayar que, en el caso del ajuste de cuentas por infidelidad, no siempre suele resultar gratificante y es probable un sentimiento de frustración posterior que nada tiene que ver con el placer.

En el caso de Maricarmen y hasta que pueda desquitarse, deberá soportar el mal tiempo con esta fantasía de oficina que tan gratificante resulta para ella…

Loli. Cuarenta años. Fisioterapeuta

Trabajo como fisioterapeuta en una prestigiosa clínica donde los pacientes son en su mayoría altos ejecutivos y personas importantes. Por ello, para desempeñar el puesto, exigen que los trabajadores cumplamos con unas rígidas normas de conducta: nada de familiaridades, absoluta discreción y el contacto justo con el paciente.

Desde hace unos meses acude con frecuencia a mi consulta un empresario con una seria lesión en un aductor. Al principio no me fijé en él; como es norma, no suelo hacerlo, pero trabajar sobre un cuerpo así no es lo más habitual. No es como el resto de pacientes: señores entrados en carnes o ejecutivos inflados a base de hormonas. Se notaba que aquel hombre venía así de fábrica, que como mucho practicaba el golf, deporte que le había llevado hasta allí debido a un mal paso.

Cada vez que viene a la clínica, es como si se me acabara el tiempo, como si esa fuera la última vez. Soy una mujer abierta sexualmente y, en otra situación, no tendría problema en insinuarme a él. Pero, si lo hiciera ahora y me rechazara o lo pusiera en conocimiento de mis superiores, sería el fin de mi carrera y perdería un trabajo muy bien remunerado.

Y eso me empuja a fantasear con la situación, con esa cuenta atrás imposible. Como es costumbre, primero manipulo su espalda y luego comienzo a masajear sus ingles, pero entonces cambio el ritmo. Rebajo el tono y voy poco a poco, con mis manos cada vez más cerca de su sexo. La fuerza de mis dedos y el dolor que sufre en la zona impiden que piense en nada cercano al placer, pero yo sé cómo hacerlo. Sabría cómo hacerlo… Masajearía suavemente alrededor de sus aductores, mis manos resbalarían entre sus músculos, metiéndome en la parte interior de su muslo para luego volver a salir, relajaría la zona y poco a poco bajaría hasta la rodilla para volver a subir pausadamente por la ingle una vez más. Su piel entraría en una especie de trance indoloro y empezaría a sentirme… Me acercaría a sus testículos; desde el escroto hasta el perineo, mis manos recorrerían su sexo pausadamente, hasta concentrar toda mi energía en el miembro, en agitar su miembro. Solo quisiera ver su cara llegando al placer, acabar la consulta con un dulce final, hasta la próxima visita.

Sé que jamás llevaré a cabo mi fantasía, que las sesiones llegarán a su fin y no volveré a ver a este hombre que me enciende como nadie, pero mientras tanto…

Interesante fantasía en la que, una vez más, la prohibición es uno de los factores que consigue desatar el deseo. Ella no puede hacerlo, lo tiene prohibido… Pero además ha fijado su fantasía en un hombre concreto, «intocable» por decirlo de algún modo… Si sumamos ambas características, nos encontramos un claro inductor a la respuesta sexual y siempre tiene que ver con aquello que está vetado.

No sabemos de la naturaleza del ejecutivo, pero, si hiciéramos una consulta entre todos los señores heterosexuales del hemisferio norte, es probable que el 95 por ciento de los consultados dieran su beneplácito para que Loli les tocara el miembro. Pero entendemos que la joven tenga sus reservas y no lo intente… En la actualidad, tener un trabajo bien remunerado es como levantarte una mañana convertida en Bar Refaeli.