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No le resultó fácil regresar a la normalidad. Aquellos días junto a Eulogio le habían instalado en una tristeza que no era capaz de sacudirse. Había buscado desesperadamente cualquier signo de vida en los ojos de su amigo, pero el vacío de su mirada parecía infinito.

Intentó que la rutina de la librería y el trabajo editorial le salvaran. Pero no lo logró. Si le había costado aceptar que Eulogio fuera homosexual, más le costaba encajar las palabras de Piedad asegurándole que su hijo había estado enamorado de él.

Se preguntaba cómo había sido incapaz de darse cuenta, pero concluyó que precisamente porque Eulogio le quería jamás se permitió incomodarle. Era su mejor amigo, nunca tendría otro como él.

Sara le sorprendió entregándole una nuevo poemario de Marvin.

—Es muy breve, tan sólo quince poemas, pero a pesar de eso lo editaremos. El Poeta del Dolor, así lo llaman. Marvin se siente identificado con esta definición.

No lo discutió. Marvin era el autor principal de la editorial Rosent. Y Sara publicaría lo que fuera que el americano escribiera. De manera que le preguntó cuándo quería que estuviese lista la edición y acordaron que diciembre sería una buena fecha. Sara también le sorprendió preguntándole por Catalina.

—Está bien —respondió él con sequedad.

—Sí, eso parece, ya que se ha permitido asistir a una conferencia de Marvin en Harvard. La entrada era libre —comentó ella con severidad.

De manera que sabía que estaba en Boston. Fernando no se lo había comunicado a los Wilson, pero no lo consideraba ninguna deslealtad. A su modo de ver, Catalina tenía derecho a hacer lo que creyera conveniente aunque eso supusiera importunar a Marvin. Él no lograba empatizar con el americano y se lo reprochaba íntimamente puesto que era su editor. Vivía en un equilibrio imposible entre su compromiso de protección a Catalina y sus deberes como editor. Pero no había engañado ni a Sara ni tampoco a Benjamin: si ese equilibrio se rompía, sería siempre a favor de Catalina.

—Tuvieron que echarla de la sala. Cuando Marvin terminó su intervención y el ilustre profesor que le acompañaba animó al público a preguntar, ella levantó la mano, se puso en pie y, señalando a su hija, dijo: «Hola, Marvin, ésta es Adela. Hemos venido a verte. ¿Cuándo hablarás conmigo?».

»Afortunadamente, el profesor de la jornada literaria creyó que aquella chica y Marvin eran amigos y ella le estaba dando una sorpresa. La interrumpió diciendo: “Señorita, seguro que el señor Brian está encantado de verla, pero esta tarde estamos aquí para hablar de poesía. Para nuestra universidad es un gran honor contar entre nosotros con el Poeta del Dolor. Más tarde podrá hablar con él”. Catalina intentó tomar de nuevo la palabra, pero el profesor se lo impidió. El acto no duró mucho. Marvin empezó a sentirse mal, de manera que respondió a cinco o seis preguntas y luego salió de la sala. Catalina intentó seguirle, pero cuando quiso darse cuenta él ya se había ido.

—Ya lo hemos discutido, Sara, ya sabe mi opinión: Catalina tiene una hija a la que defender. Lo menos que él podría hacer es escucharla. Ella no se rendirá, le seguirá a donde quiera que vaya. Es muy fácil terminar con esta situación: que hable con ella, que le diga lo que le tenga que decir, pero ese empeño ridículo de esquivarla no conduce a ninguna parte.

—Es Catalina la que incurre en el ridículo poniéndose en evidencia.

—Siempre la apoyaré, ya lo sabe —respondió cansado.

—Sí, imagino que has sido tú quien se ha hecho cargo de los gastos de su viaje a Boston. ¿La harás volver?

—Yo no decido por ella, me conformo con que sepa que siempre puede contar conmigo.

Sara apretó los labios. A ella también le incomodaba la conversación, pero Benjamin le había insistido en que hablara con Fernando.

—Tenemos que encontrar una solución…

—La única solución es que yo deje de ser el editor de Marvin… En realidad no tiene mucho sentido que lo sea. Nos relacionamos por carta o a través de usted. Tampoco entiendo por qué editamos aquí las ediciones en inglés. Resultaría más rentable hacerlo en Nueva York.

—La editorial Rosent es francesa y Marvin es nuestro autor. De aquí saldrán editados sus poemas en todos los idiomas necesarios. Sobre eso no hay discusión. Creía que te gustaba tu trabajo…

—No hay nada que haya querido más que ser editor, era mi sueño desde niño, parecerme a mi padre y hacer lo mismo que él. Sé que se lo debo todo, Sara, y que sin usted habría caído en el vacío, pero no me pida que abandone a Catalina porque eso nunca lo haré aunque me suponga tener que dejar esta casa. Nunca le he engañado, mi primera lealtad es con Catalina.

Ella cambió sutilmente la conversación. Ya se las arreglaría con su marido. Benjamin le decía que había «adoptado» a Fernando y que le trataba como a un hijo díscolo al que le consentía demasiado. Quizá tuviera razón, y se recordó a sí misma aquella frase de Pascal de que el corazón tiene razones que la razón no entiende.