Jim Wilson

Jim no entendía nada. Ni la llegada de los soldados, ni el papel que Fred Green había desempeñado en todo aquello. Tal como él lo recordaba, Fred Green había sido siempre un tipo bastante agradable. No habían sido amigos per se, pero sólo porque nunca habían trabajado juntos y pasaban el tiempo en círculos distintos. Simplemente nunca habían tenido tiempo de hacerse amigos, pensó Jim. Pero ¿cómo había podido aquello provocar la actual situación?, se preguntó.

Ahora estaba preso. Los soldados habían ido a buscarlo y se los habían llevado a él y a su familia a punta de pistola y, por algún motivo, Fred Green estaba allí, mirando. Apareció detrás de los soldados, en su camioneta, y permaneció en la cabina mientras lo sacaban a él, a Connie y a los niños esposados de la casa.

¿Qué había cambiado en Fred? La pregunta no le permitió a Jim conciliar el sueño por la noche. Si se le hubiera ocurrido contestarla mucho antes, quizá ahora no estarían todos encarcelados.

Jim se hallaba de pie en la escuela abarrotada con su familia apiñada a su alrededor, todos esperando en fila la comida que no los saciaría, como siempre.

—¿Qué le ha pasado? —le preguntó a su mujer. Era una pregunta que ya le había hecho con anterioridad, pero ninguna de las respuestas que le había dado hasta el momento había contribuido gran cosa a solucionar el acertijo. Y Jim se había percatado de que un acertijo, incluso uno lúgubre como Fred Green, era una buena manera de no pensar en lo que le estaba sucediendo a su familia—. Antes no era así.

—¿A quién? —replicó Connie. Le limpió la boca a Hannah, que desde que los habían arrestado…, detenido…, o cualquiera que fuera la palabra oportuna, estaba perpetuamente masticando cosas. Sabía que el miedo se manifestaba de formas extrañas—. Eres demasiado mayor para portarte como una niña de dos años —la reprendió.

Por suerte, Tommy no daba tantos problemas. Seguía asustado por el modo en que se los habían llevado de la casa de los Hargrave, por lo que no tenía la energía suficiente para portarse mal. La mayor parte del tiempo permanecía en silencio, sin hablar mucho, y con aire de estar muy lejos de allí.

Creo que antes no era así —insistió Jim—. ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Ha sido él quien ha cambiado? ¿Hemos sido nosotros? Parece peligroso.

Pero ¿de quién estás hablando? —preguntó Connie, frustrada.

De Fred. De Fred Green.

Me dijeron que su mujer había muerto —señaló Connie en tono inexpresivo—. Tengo entendido que después de eso no volvió a ser el mismo.

Jim hizo una pausa. Esforzándose por pensar, logró encontrar un puñado de recuerdos sobre la mujer de Fred. Era cantante, y muy buena. La recordaba alta y delgada, como un ave bella y majestuosa.

Luego consideró a su familia. Los miró con atención, repentinamente consciente de todo lo que eran, repentinamente consciente de todo lo que significaban, de todo lo que una persona podía significar para otra.

Me imagino que eso es posible —replicó. Luego se inclinó hacia su mujer y la besó, reteniendo el aliento como si pudiera retener también el instante, como si ese beso pudiera proteger para siempre a su mujer y a su familia y a todo lo que amaba de todo peligro, como si pudiera evitar que lo dejaran solo.

—¿Y eso por qué? —inquirió Connie cuando sus labios se separaron por fin. Se había sonrojado y se sentía un poco aturdida, como cuando eran jóvenes y besarse era aún nuevo para ellos.

Por todo lo que no sé expresar con palabras.