Gou Jun Pei

Los soldados lo ayudaron a salir de la parte posterior de la camioneta y lo condujeron en silencio al alto edificio color alabastro con profundas ventanas cuadradas que trasladaba una impresión general de seriedad. Les preguntó adónde lo llevaban, pero no le contestaron, así que al cabo de poco tiempo dejó de hacer preguntas.

Una vez en el interior del edificio, los soldados lo dejaron en un pequeño cuarto con lo que parecía una cama de hospital en el centro. Anduvo por la habitación, aún cansado por haber estado tanto tiempo sentado durante el viaje hasta dondequiera que ahora se encontrara.

Entonces entraron los médicos.

Eran dos.

Le pidieron que se sentara sobre la mesa y, cuando se hubo sentado, se turnaron para explorarlo y pincharlo. Le tomaron la tensión y le examinaron los ojos para lo que fuera que los médicos le examinaban a uno los ojos. Comprobaron sus reflejos y le sacaron sangre, y le hicieron una prueba tras otra, negándose desde el principio a contestar cuando les hacía preguntas: «¿Dónde estoy?» «¿Quiénes son ustedes?» «¿Por qué quieren mi sangre?» «¿Dónde está mi mujer?»

Pasaron horas antes de que terminaran de hacerle pruebas sin que le hubieran respondido todavía ni confirmado siquiera nada de lo que él había dicho. Al final, se encontró desnudo, frío, cansado y dolorido, y con la impresión de ser más una cosa que una persona.

Hemos terminadodijo uno de los médicos. Luego se marcharon.

Permaneció allí, desnudo, aterido y asustado, viendo cómo la puerta se cerraba y lo dejaban confinado en un cuarto cuya ubicación ignoraba por orden de unas personas a las que no conocía.

—¿Qué es lo que he hecho? —le preguntó a nadie.

Pero la única respuesta que obtuvo fue el sonido de la celda vacía en la que ahora lo habían dejado solo. Era una soledad parecida de la de la tumba.