Elizabeth Pinch

Sabía que volvería. Todo cuanto tenía que hacer era esperar y creer. Siempre había sido mejor de lo que él mismo creía, más disciplinado, más inteligente. Era todas las cosas que nunca se había dicho a sí mismo que era.

Elizabeth había estado cerca de encontrarlo. Había logrado llegar muy al este, hasta Colorado, antes de que la pillaran. Un sheriff de la policía local la había visto en un área de descanso de la autopista. Había estado viajando con un camionero que estaba fascinado con los Regresados y que no paraba de hacerle preguntas sobre la muerte. Y, al ver que no le contestaba, la había dejado en el área de descanso, donde todos los que la veían la trataban con incertidumbre.

Primero la trasladaron a Texas, donde les preguntó sin cesar a los entrevistadores de la Oficina: «¿Pueden ayudarme a encontrar a Robert Peters?». Después de retenerla en Texas durante algún tiempo, la mandaron a Mississippi, donde originariamente había vivido, y la alojaron en un edificio con otros como ella y los rodearon de hombres armados.

Tengo que encontrar a Robert Peters —les decía a cada oportunidad.

«No está aquí» fue lo más parecido a una respuesta que obtuvo jamás, y se la dieron burlándose de ella.

Pero sabía que él iría en su busca. Lo sabía, aunque no sabía por qué.

La encontraría y todo sería como debería haber sido siempre.