John Hamilton

John permaneció esposado entre un par de imponentes soldados todo el tiempo que los dos hombres que había en la oficina estuvieron discutiendo.

El hombre negro del traje elegante —Bellamy, se llamaba, recordó de pronto— estaba terminando su entrevista cuando el coronel Willis entró en la estancia con los dos corpulentos soldados, que esposaron a John de inmediato. Luego el grupo atravesó a buen paso el edificio de camino a la oficina del coronel, como si acabaran de pillar a alguien copiando en el examen de matemáticas.

—¿Qué pasa? —le preguntó John a uno de los soldados. Ellos lo ignoraron cortésmente.

Bellamy entró entonces en la oficina del coronel andando deprisa y sacando mucho pecho.

Suéltenlo —les gritó a los soldados, quienes se miraron el uno al otro—. De inmediato —añadió.

Hagan lo que dice —les indicó el coronel.

Cuando le hubieron quitado a John las esposas, Bellamy lo ayudó a ponerse en pie y lo condujo fuera de la oficina.

Asegúrese de que nos entendemos —advirtió el coronel antes de que volvieran la esquina.

Bellamy dijo algo en voz baja.

—¿He hecho algo malo? —inquirió John.

No. Venga conmigo.

Abandonaron el edificio y salieron a la luz del sol. La gente iba y venía como hormigas bajo las nubes y el viento.

—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho? —preguntó John.

Al cabo de poco tiempo llegaron hasta un soldado alto y desgarbado con el cabello rojo y pecas.

—¡No! —prorrumpió el hombre con voz dura y ronca al ver a Bellamy y a John acercarse.

El último —dijo Bellamy—. Tienes mi palabra, Harris.

Su palabra no me importa una mierda —replicó el soldado—. No podemos seguir haciendo esto. Nos van a pillar.

Ya lo han hecho.

—¿Qué?

Nos han pillado, pero no pueden probar nada. Así que éste es el último —dijo Bellamy señalando a John.

—¿Puedo preguntar de qué están hablando? —inquirió éste.

Vaya con Harris —contestó el agente Bellamy—. Él lo sacará de aquí.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó un montón de billetes doblados.

Es todo lo que me queda, de todos modos —señaló—. Éste es el último, me guste o no.

Mierda —dijo Harris. Era evidente que no quería hacerlo, pero obviamente tampoco quería rechazar el sudado montón de dinero. Miró a John—. ¿El último?

El último —repuso Bellamy, embutiendo el dinero en la mano del soldado. Luego le dio una palmadita a John en el hombro—. Vaya con él —le dijo—. Habría hecho más si hubiera tenido más tiempo —añadió—. Por ahora, todo cuanto puedo hacer es sacarlo de aquí. Trate de ir a Kentucky. Es más seguro que la mayoría de los lugares. —Entonces se fue, y la luz del sol veraniego lo envolvió.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó John a Harris.

Probablemente acabe de salvarle la vida —respondió el soldado—. El coronel cree que estaban a punto de proponerle un trato.

—¿Quién iba a proponerme un trato? ¿Para hacer qué?

Al menos, de este modo —replicó Harris mientras contaba el fajo de billetes que tenía en la mano—, no estará usted aquí, pero seguirá con vida.