Lewis y Suzanne Holt

Él despertó en Ontario. Ella, a las afueras de Phoenix. Él había sido contable. Ella enseñaba piano.

El mundo era distinto, pero seguía siendo el mismo. Los coches hacían menos ruido. Los edificios eran más altos y parecían brillar en la noche más que antes. Todo el mundo parecía estar más ocupado. Pero eso era todo. Y no tenía ninguna importancia.

Él se dirigió hacia el sur, saltando de un tren a otro como no se había hecho en años. Evitó a la Oficina sólo por suerte o por azares del destino. Ella había puesto rumbo al nordeste —nada más que una idea que tenía la obsesión de seguir—, pero eso fue poco antes de que la recogieran y la trasladaran a las afueras de Salt Lake City, a lo que se estaba convirtiendo en un importante centro de procesamiento para la región. Fue poco después de que a él lo encontraron en algún lugar en la frontera entre Nebraska y Wyoming.

Noventa años después de morir, volvían a estar juntos.

Ella no había cambiado nada. Él estaba un pelín más delgado que antes, pero sólo a causa de su largo viaje. Tras las vallas y la incertidumbre, no tenían tanto miedo como otros.

Hay una música que surge a veces de la unión de dos personas. Una cadencia inevitable que continúa.