Alicia Hulme

«Lo que le sucedió al muchacho no fue más que una casualidad. No padecía ninguna enfermedad. Pero ha habido desapariciones». —Mientras trasladaba el mensaje al hombre de piel oscura con el traje elegante sentado al otro lado del escritorio, la joven se sentía nerviosa—. No entiendo nada de esto —declaró—, pero no tiene buena pinta, ¿verdad?

No pasa nada —replicó el agente Bellamy—. Es una situación extraña.

—¿Y qué sucederá ahora? No deseo estar aquí más de lo que quería estar en Utah.

No permanecerás aquí mucho tiempo —repuso Bellamy—. Me ocuparé de ello, tal como te prometió la agente Mitchell.

Ella sonrió al recordar a la agente Mitchell.

Es una buena mujer —dijo.

Martin Bellamy se levantó y rodeó el escritorio. Colocó una silla junto a la de ella y se sentó. Acto seguido se metió la mano en la manga y sacó un sobre.

Su dirección —señaló tendiéndole el sobre a Alicia—. No saben nada de ti, pero por lo que he podido averiguar, desean saber. Desean fervientemente saber de ti.

Alicia cogió el sobre y lo abrió con manos temblorosas. Era una dirección de Kentucky.

Papá es de Kentucky —dijo con la voz repentinamente quebrada—. Siempre detestó Boston, pero mamá no quería marcharse. Supongo que al final la venció por cansancio. —Le dio un abrazo al agente del bonito traje y lo besó en la mejilla—. Gracias —dijo.

Fuera hay un soldado que se llama Harris. Es joven, tendrá quizá dieciocho o diecinueve años, no mucho más joven que tú. No te apartes de él cuando abandones mi oficina. Haz lo que él te diga. Ve a donde él te diga que vayas. Él te sacará de aquí. —Le dio unas palmaditas en la mano—. Está bien que se fueran a Kentucky. La Oficina está ocupada en las zonas más pobladas. Allí hay muchos sitios donde esconderte.

—¿Y la agente Mitchell? —inquirió ella—. ¿Va a mandarme usted de vuelta con otro mensaje?

No —respondió Bellamy—. No sería seguro ni para ti ni para ella. No olvides que no debes separarte de Harris, haz lo que él te diga. Él te llevará con tus padres.

De acuerdo —repuso la chica poniéndose en pie. Al llegar a la puerta, titubeó, vencida por la curiosidad—. Las desapariciones… —dijo—. ¿Qué quería decir la agente Mitchell con eso?

El agente del traje elegante suspiró.

Francamente —contestó—, no sé si es el principio o el fin.