NOTA DEL AUTOR

Doce años después de la muerte de mi madre apenas recuerdo el sonido de su voz. Seis años después de la muerte de mi padre, las únicas imágenes suyas que consigo recordar son las de los meses anteriores a su último suspiro. Se trata de recuerdos que quisiera poder olvidar.

Éstas son las normas que rigen el recuerdo, el hecho de perder a alguien. Algunas cosas permanecen mientras que otras acaban desapareciendo por completo.

Pero la ficción es algo distinto.

En julio de 2010, un par de semanas después del aniversario de la muerte de mi madre, soñé con ella. Era un sueño sencillo: yo llegaba a casa de trabajar y ella estaba ahí, sentada a la mesa del comedor, esperándome. Durante todo el sueño no hicimos más que hablar. Le hablé de los estudios de postgrado y de la vida en general después de que ella murió. Me preguntó por qué no había sentado aún cabeza y formado una familia. Incluso después de morir, mi madre intentaba casarme.

Compartimos algo que, para mí, sólo es posible en el mundo onírico: una conversación entre una madre y un hijo.

Ese sueño permaneció conmigo durante meses. Algunas noches, mientras me quedaba dormido, tenía la esperanza de repetirlo, pero eso nunca sucedió. Poco después, acorralé a un amigo durante la comida y le hablé de mi agitación emocional. La conversación transcurrió como es habitual con los viejos amigos: serpenteante, burlona a veces pero, básicamente, fortalecedora. Algo más tarde durante la comida, mientras la conversación se iba extinguiendo, mi amigo me preguntó: «¿Te imaginas si hubiera vuelto de verdad, sólo por una noche? ¿Y si no sólo le pasara a ella? ¿Y si también les sucediera a otras personas?».

Vuelven nació ese día.

Lo que Vuelven llegó a representar para mí es difícil de explicar. Trabajaba en el manuscrito todos los días, luchaba por resolver ciertas cuestiones. Cuestiones de física general, cuestiones de detalles insignificantes y resultados finales. Batallé incluso con los puntos más básicos: ¿de dónde provenían los Regresados? ¿Qué eran? ¿Eran reales siquiera? Algunas de esas preguntas eran fáciles de responder, pero otras eran terriblemente esquivas, y llegó un punto del proceso en el que casi tiré la toalla y dejé de escribir.

Lo que me hizo continuar fue el personaje del agente Bellamy. Empecé a verme a mí mismo en él. La historia de la muerte de su madre —el ataque, la enfermedad que siguió a continuación— es la historia de la muerte de mi madre. Su deseo constante de distanciarse de ella es mi propio intento de huir de algunos de los dolorosos recuerdos de sus días finales. Y, al final, su reconciliación se convirtió en la mía propia.

Vuelven acabó siendo mucho más que un manuscrito para mí. Fue también una oportunidad. Una oportunidad de volver a estar con mi madre. Una oportunidad de verla sonreír, de oír su voz, una oportunidad de estar con ella durante esos últimos días de su vida en lugar de esconderme de ella como lo hice en el mundo real.

Al final me di cuenta de lo que quería que fuera, de lo que podía ser esta novela. Quería que fuera una oportunidad para que mis lectores sintieran lo que yo sentí en aquel sueño allá en 2010, para que encontraran aquí sus propias historias. Quería que fuera un lugar donde —gracias a unos métodos y a una magia desconocidos incluso para mí— las duras e indiferentes reglas de la vida y de la muerte no existen, y donde la gente puede volver a estar con sus seres queridos. Un lugar donde un padre o una madre pueden volver a abrazar a sus hijos. Un lugar donde los amantes pueden encontrarse el uno al otro después de perderse. Un lugar donde un niño puede, por fin, despedirse de su madre.

Un buen amigo describió una vez Vuelven como «tiempo desincronizado», y creo que la descripción le va como anillo al dedo. Tengo la esperanza de que los lectores puedan entrar en este mundo y encontrar las palabras nunca pronunciadas y las emociones irreconciliadas de sus propias vidas representadas dentro de estas páginas. Tal vez encontrar incluso sus propias deudas perdonadas. Las preocupaciones olvidadas por fin.