Connie Wilson

Todo avanzaba hacia el terror que se avecinaba. Lo presentía. Era inevitable, como cuando la tierra está seca y yerma, los árboles grises y quebradizos, la hierba marrón y llena de claros… Algo tenía que cambiar. Creía que todos los que vivían en Arcadia lo intuían, aunque nadie sabía con exactitud qué era lo que sentían. Trató de ignorar sus miedos, de enterrarlos en el día a día de cuidar de su marido y mantener a los niños limpios y bien alimentados, pero estaba preocupada por la señora Lucille. Desde que habían llegado a ese lugar, se habían tropezado con su marido Harold en una ocasión, y Connie había tratado de permanecer con él y con Jacob con el fin de seguirles la pista por la señora Lucille.

Pero, después, las cosas se le habían ido de las manos y ahora no sabía dónde se encontraba ninguno de los dos.

Todo irá bien —solía decir.

Los Regresados eran aún prisioneros del pequeño pueblo, prisioneros de la Oficina y de un mundo inseguro. Y los Auténticos Vivos de Arcadia eran víctimas por derecho propio, pues les habían robado el pueblo entero, cuya mismísima identidad había huido.

Nada de esto irá bien —dijo entonces Connie, viendo lo que tenía ante sus ojos.

Cogió a sus hijos en brazos pero, aun así, no logró librarse del miedo que la atenazaba.