Ordenando un poco estas últimas páginas tenemos que:

hay una dimensión ahistórica del individuo: Joyce escribiendo el Ulysses en plena guerra europea («Por favor, no me hablen de la guerra, sólo me interesa el estilo»);

hay una dimensión ahistórica de cada época de la Historia: en los años cincuenta, en la guerra fría y el equilibrio del terror atómico, nace el arte abstracto;

hay momentos, fechas en que ese ahistoricismo latente se hace manifiesto y populoso: Alemania, en lugar de enfrentarse a sus problemas históricos —ruina económica, oligocracia, mala política, viejo capitalismo, crisis social—, se arracima en torno de Hitler y huye de la Historia, extrapolando el mal a los judíos y forjando la utopía aria del dominio, la guerra y la raza.

Estas huidas de la Historia, en nuestro tiempo, ya lo hemos dicho, han tomado la forma de descensos al fondo erótico de la especie: el psicoanálisis huye de la Historia para refugiarse en el individuo y el surrealismo huye de la cultura para refugiarse en el irracionalismo.

Hoy estamos viviendo una forma general de desbandada, de huida de la Historia, con los movimientos juveniles (que no sólo afectan interiormente a los jóvenes) de inhibición social, hippismo, ruptura generacional, drogas, sexualidad, arte, ensueño y ocio. Y esta desbandada toma la forma concreta de un descenso mediante la vuelta al sexo primario, el femenino. Hay una renuncia a los atributos de la masculinidad (racionalismo, agresividad cultural, creatividad técnica) y un descenso a los paraísos femeninos de la sensualidad, las flores, la pasividad y, en suma, el erotismo.

La dimensión ahistórica del individuo es en buena medida su dimensión erótica. (Ya hemos visto cómo se desarrolla esto en el plano colectivo.) El erotismo, reconvertido por la cultura, o por sí mismo, en fuerza social, esconde en lo más íntimo esta dimensión ahistórica, de huida y rebeldía. Ya hemos explicado cómo incluso esa huida ahistórica puede acabar integrándose en la dialéctica de la Historia, puede ser provechosa o aprovechable históricamente. Pero ha habido individuos, épocas, obras que se han quedado para siempre en actitud de huida. Huidas que nunca han retornado: Baudelaire, ya citado, es un ejemplo de huida fecunda. La Alemania de Hitler es un ejemplo de huida funesta. Toda la obra de Proust, tan utilizada por mí en los trasfondos de este libro, es el más alto caso, quizá, de obra perpetuada en huida hacia el tiempo perdido o recobrado, pero ejemplarmente indiferente a la actualidad.

La mística de la huida también tiene sus catedrales: la obra de Proust es una de las más hermosas. Los grandes frutos ahistóricos de la Historia suelen ser los frutos del erotismo.