Nuestro tiempo se caracteriza por una serie de sucesivos descensos al fondo desceñido y erótico de la naturaleza y de la Historia. El marxismo supone un descenso hacia la realidad de la clase proletaria. El psicoanálisis, un descenso a la sexualidad profunda del ser. El surrealismo, un descenso a los subtextos de la cultura. Ahora mismo, con la droga, el orientalismo, la investigación sexual, la comuna y la liberación femenina se opera otro gran descenso colectivo hacia los orígenes.

El descenso del marxismo hacia el proletariado queda en parte congelado por el stalinismo, pero sigue actuante fuera de Rusia. El descenso freudiano hacia la sexualidad queda petrificado por el propio doctrinarismo ortodoxo de Freud. El descenso cultural del surrealismo se bloquea, igualmente, por la dictadura intelectual de Bretón. Cada uno de estos grandes libertadores, cada una de estas aventuras o inmersiones (coincidentes con las de Picard en su batiscafo, al fondo de los mares), han quedado bloqueadas en parte por el dogmatismo de sus iniciadores, tan semejante al dogmatismo del que venían a liberarnos. De donde se infiere la ley general de que el hombre y la Historia tienden a fosilizarse en dogma e iglesia, paralizando una y otra vez, a mitad de camino, el descenso desceñido y placentero del ser hacia sus propias profundidades.

Pero hay un movimiento reiterado de la humanidad, más frecuente en nuestro tiempo, que tiende a desceñir normas, preceptos, convenciones, represiones culturales, para dejar que el ser se hunda libremente en su magma. El principio de placer y el principio de realidad, tan lúcidamente definidos por Freud (y tan represivamente utilizados por él mismo) establecen una y otra vez su dialéctica. Estos descensos son eminentemente eróticos, no hay necesidad de decirlo, y revelan una añoranza apremiante de la humanidad por sus orígenes. Todos queremos escapar de la Historia, individual o colectivamente, en algún momento de nuestra vida. De pronto, un dictador, un pensador, un artista, un científico, plantean esa huida colectiva.

Y todos los tránsfugas solitarios se alistan a ella. Claro que hay falsos profetas, falsos libertadores, como Hitler, que sin duda maneja un fuerte excipiente erótico en sus discursos, un incentivo racial, sensual, panteísta, orgiástico. Hay, sí, falsos profetas, y profetas libertadores, y profetas suicidas y profetas utópicos y profetas realistas. La utopía de Marx es, digamos, una utopía realista (sólo la contradicción de términos puede expresar y resumir a veces lo inexpresable). La utopía de Nietzsche no es realista. Es la utopía utópica. La de Freud se corrige a sí misma. Freud es un conservador.

Heredero de las grandes utopías de nuestro siglo y precursor de las venideras (que están ya viniendo) es André Bretón, quien, con su hallazgo de la escritura automática, consigue desceñir a la literatura de sus ropajes culturalistas e identificar el acto literario con el erotismo en cuanto a espontaneidad y libertad. El surrealismo, así, genera, con Bretón, y antes y después de Bretón, una rica, profunda y variada corriente de creación erótica, en todas las artes, a pesar del propio Bretón, que llega a constituirse, por afán del dogmatismo, en el más importante obstáculo para la libertad surrealista.

La tentación de huir de la Historia es, sí, la gran tentación erótica. Huida hacia el sexo, hacia la cultura, hacia el pasado, hacia la naturaleza, hacia el sueño, hacia el subconsciente. No diremos que esta huida es negativa o escapista, sino que forma parte de la dinámica de los tiempos. «Huidas al mar», tituló un poeta mediterráneo uno de sus libros. Sin estas huidas al mar profundo de la especie, a los mares de la imaginación o la locura, la Historia no se refrescaría periódicamente como se refresca. Todos estamos escapándonos siempre un poco hacia la utopía, y los grandes utopistas de derechas o de izquierdas, los líderes, los dictadores, los soñadores, los poetas, arrastran grandes contingentes cronológicos tras de sí, hasta que aquella tribu lejana y trashumante se fosiliza a su vez en Historia. Las huidas de la Historia quedan fatalmente como históricas.

Estas huidas las determina, sin duda, el instinto erótico, el principio de placer, la nostalgia del paraíso perdido, que no está en el pasado ni en el futuro, en la geografía ni en el tiempo, sino en la imaginación del hombre iluminada por el sexo. Así, si yo fuese historiador —qué infinitamente lejos me encuentro de ello—, historiaría los momentos ahistóricos, esas periódicas huidas de la humanidad —de un jirón de humanidad— hacia no se sabe dónde.

Huidas o descensos gracias a los cuales no perdemos del todo el contacto con los orígenes, y seguimos recibiendo algún alimento de las raíces. Casi todas estas huidas, en definitiva, ayudan a mover la Historia, la empujan hacia adelante.

Pero ya está dicho o sugerido que también las huidas regresivas (hacia el pasado, hacia el instinto, como el Romanticismo y el Surrealismo) acaban proyectando y proyectándose en futuro. El instinto erótico de la especie, tan extenso y profundo, colabora así en lo que llamaríamos hegeliana y solemnemente el Espíritu de la Historia, pero que preferimos dejar en la marcha de los tiempos.

Mientras unos hombres —los científicos, los políticos, etc.— trabajan en la Historia, otros hombres —los poetas, los artistas, etc.— trabajan fuera de la Historia, pues me parece un tópico dulzón ése de que el arte va con su época y el artista refleja su tiempo. Más bien, lo que hace es reflejar o tejer el revés de esa época y ese tiempo, fraguar lentamente la fuga del tiempo. Cada generación tiene su modo peculiar de huir, y en eso sí que los creadores imaginativos son fieles a su momento. Este sentido de huida es lo que hace unos años se trivializó como escapismo o evasión, en la literatura, el teatro, el cine. El arte escapista o de evasión no era, no es sino una simulación comercial de la gran evasión que realmente se proyecta en cada época. Mientras la burguesía de los años veinte se evadía de la Historia con las novelas cosmopolitas de Paul Morand, los poetas se evadían mediante el surrealismo y la escritura automática. Ésta era la gran evasión. Lo de Paul Morand no era sino el mediocre escapismo burgués de todos los tiempos.

Los surrealistas —Bretón el primero— tratan en seguida de volver a reconciliarse con la Historia (con el marxismo) y algunos lo consiguen en cierta medida como hombres, pero difícilmente como escritores. Y no por traidores a nada, sino porque su misión última y desconocida, en ese momento, era la de orquestar un nuevo descenso a los infiernos irracionales de la especie.

Bretón, en último extremo, es un surrealista con mala conciencia marxista, y un marxista con mala conciencia surrealista. El compromiso con la Historia no se ha resuelto nunca en ningún creador, no por las banales razones de estética que suelen aportarse en esta vieja y letárgica polémica, sino porque el creador es el escotillón por el cual una época huye de sí misma, y esta huida es tan dialéctica, dinámica y necesaria como el compromiso.

Todo lo que venimos diciendo puede confundirse fácilmente con una innecesaria coartada para la evasión, pero es ésa una polémica en la que ni siquiera quisiéramos entrar, por superada y por resuelta, tanto individual como colectivamente.

Lo que se suele traer de esas huidas masivas es un fragmento más de los que van completando la imagen de la humanidad, de modo que la escapada vale la pena. Y, sea como fuere, ahí está el hecho, fijo, periódico, inevitable, repetido, significativo: cada época construye simultáneamente su retal de Historia y su utopía. Escribe su página y fragua su huida. La crónica de estos descensos o huidas colectivos y periódicos está escrita, naturalmente, pero está escrita desde la Historia, no desde la huida. Desde la huida escribe Baudelaire. Claudel escribe desde la Historia.

Dice Heidegger que el hombre es un ser de lejanías y dice Ortega que sólo nos movemos por razones líricas. Son dos claves que seguramente hemos utilizado ya en este libro. La lejanía, el lirismo, el sueño pictórico, poético, imaginativo, de cada época, es nada menos que el erotismo actuando en el tiempo.