Acabamos de decir que el instinto erótico del siglo y la epifanía de la materia vienen a encontrarse en el arte de nuestro tiempo. Este encuentro tiene vivencia muy personal en Pablo Neruda, poeta que mucho antes de conocer el marxismo ya es un poeta de la materia. Lo es de nacimiento, de una manera espontánea, por dictado y fascinación de la geografía americana en que nace, por su propia receptividad para la oferta permanente del mundo y por el carácter plástico, táctil, que tiene desde los comienzos su palabra.

El materialismo lírico de Neruda es un tanto desordenado y errante hasta que Neruda encuentra el materialismo marxista. El marxismo ordena y cambia de signo la poesía de Neruda. Y no me estoy refiriendo, naturalmente, a su poesía política, tan controvertida, sino precisamente a la que no lo es. A la que, por no serlo, recibe hondos y purificados los mensajes del marxismo. En otro momento del libro tengo dicho que el lirismo de Neruda, siempre de abierto sentido erótico hacia el mundo (aparte la temática expresamente erótica de muchos de sus poemas), es un lirismo negativo, es una visión erótica del universo que alterna exaltación/pesimismo. A partir de su negatividad, Miller tiene momentos de felicidad. A partir de su alegría casi salvaje, Neruda tiene numerosos momentos sombríos (descontado, por supuesto, el desconsuelo romántico y adolescente de sus primeros libros, siempre un poco literario y ficticio)

Pero el marxismo viene a ser, en este sentido, la salvación poética de Pablo Neruda. Se ha debatido mucho la influencia de una doctrina política en una obra literaria. Aparte el signo de la doctrina, su influencia en lo literario puede ser buena o mala según que llegue a formar cuerpo y sustancia —o no llegue— con lo que el escritor escribe. Puede ocurrir que el escritor acoja un credo político de buena fe, entusiasta, convencido, e incluso que este credo resuelva su vida, le salve o le justifique como hombre, y sin embargo, es posible que lo político nunca tenga encaje perfecto en la literatura de ese hombre. A la inversa, puede ocurrir que una doctrina política aceptada por oportunismo, frivolidad o error, venga a potenciar la obra literaria del interesado, porque doctrina y obra llegan a formar un cuerpo, un todo. La vida es irónica y no siempre ocurren las cosas como debieran ocurrir. Hay soles que nos hermosean por fuera y nos matan por dentro.

Respecto del caso concreto de Pablo Neruda, se ha debatido mucho si su compromiso político fue bueno o malo para su obra. Empecemos por respetar profundamente ese compromiso como elegido libremente, como compromiso que es con una de las aventuras colectivas e ideológicas más interesantes de la humanidad. En cuanto a que el compromiso comunista le vaya o no le vaya a la obra de Neruda, hay que decir que le va como a nadie. Y esto no tiene que ver demasiado con que Neruda haya hecho malos o buenos poemas políticos. En su obra los hay muy buenos y bastante malos. Lo que quiero decir es algo más general y más perdurable, creo. Y es que la vocación abierta y erótica por la materia que tiene Pablo Neruda, encuentra de pronto su ordenamiento, su clave, su sentido, en el materialismo marxista.

Neruda había tenido exaltaciones de la materia y caídas lamentables (humanamente) en la materia. A partir del marxismo, la materia es ya optimista eternamente para Neruda y «las estrellas están llenas de leche para los pobres». No es que el poeta caiga en ninguna clase de beatitud, sino que la materia, su único mundo posible, ya que él vive en una red espesa de metáforas, de pronto se le aparece reordenada y con sentido. El caos a que parece condenado en Residencia en la tierra, de pronto se ilumina y cobra sistema. Residencia en la tierra, por supuesto, sigue siendo el mejor libro de Pablo Neruda, pero el poeta —y no hablo aquí del hombre— se ha salvado para siempre de la confusión.

Residencia en la tierra es un libro de juventud, hecho con la desesperanza juvenil y el contagio surrealista. Pero el propio André Bretón, que empieza entregado a todos los automatismos, acaba por buscar coherencia asimismo en la doctrina marxista, y cuando rompe con el marxismo ortodoxo sigue luchando hasta la muerte por la coherencia interna y lúcida del surrealismo. El hombre tiende hacia un ordenamiento del mundo por mero terror al caos. No se puede vivir peligrosamente toda la vida. Llega un momento en que, cuando menos, hay que darle un nombre al caos para conjurar un poco el miedo a la muerte.

El artista, el creador, el escritor, que suele nacer en la exaltación del caos, también encuentra un día que el caos, más que enriquecerle, le ahoga. «He descubierto que mi caos es sagrado», dice Rimbaud. Bueno, es una manera de instalarse en el caos, de sacralizarlo, de petrificarlo. De hacer que deje de ser caos. Lo racional —quizá lo irracional, puesto que nace del miedo a la muerte (y, en el creador, del miedo a la dispersión de la propia obra)— es huir del caos, buscarle una coherencia a la libertad salvaje de la materia y de la vida.

Pablo Neruda, con un poder creador más fecundo que lúcido, necesitaba como nadie encontrar fuera de él la coherencia que quizás él no habría podido dar a su obra.

De ahí que, aparte el sentido moral que tiene su compromiso marxista, aparte de cómo el marxismo viene a estructurar su vida (tendente siempre a un hedonismo inconexo), aparte de todas estas cosas, el marxismo haya que estudiarlo en Neruda como estilismo, como sintaxis nueva que se impone —desde dentro— a su escritura.

A la poesía de Neruda no la seca una doctrina política, no sólo porque él sea gran poeta, sino precisamente porque su poesía estaba necesitando esa doctrina. Él, un poeta nato de la materia, ve edificarse la materia ante sus ojos, salvada del caos, gracias al marxismo. El erotismo cósmico de Neruda se corrige así con su marxismo ortodoxo, y no diremos que se empobrece, sino que se clarifica. Porque, de otra parte, Neruda fue siempre tan vitalmente libre que supo seguir viviendo en la contradicción estética, literaria y humana, y de esas contradicciones le nacen los mejores poemas.

No creo que el marxismo haya encontrado jamás otro poeta tan capaz de seguir siéndolo dentro de la ortodoxia. Capaz de seguir siendo poeta y de seguir siendo libre, pues la libertad respira por cada uno de sus versos en todo lo que escribe (en todo lo que escribe con voluntad poética, quiero decir, y no con voluntad política). Gracias a la doctrina marxista, Neruda se salva para siempre en el optimismo, se libera de sus crepuscularios. En otro caso ¿hubiera sido ya siempre el poeta «maldito» de Residencia en la tierra? Es posible que sí, pero yo creo que Neruda encontró el optimismo marxista porque llevaba un optimismo cósmico dentro de sí. «No me buscarías si no me hubieras encontrado.» Y todo esto, aparte opciones morales, naturalmente, que no vamos a negar ni discutir, y que no se desmienten con lo que venimos diciendo, sino que se confirman.

Eso es, en suma, la poesía de Pablo Neruda: un erotismo cósmico corregido por un marxismo optimista.

Neruda, otro escritor/vector del erotismo universal y, sobre todo, del erotismo de nuestro tiempo, que nos ha descubierto los más submarinos paisajes de su apetito (Neruda también es un ser devorador y devorante), para luego ir iluminándolos con la claridad de una luz nueva y fuerte.

Entre Miller y Neruda, el nihilismo y la utopía, las dos grandes fuerzas de nuestro tiempo. Nihilismo milleriano y utopía nerudiana que tienen en común el alimentarse de la materia terrestre, el ser obstinadas residencias en la tierra. Desde un mismo impulso erótico hacia el mundo, llega el hombre de hoy, desacralizado, al nihilismo sexual o a la utopía social.

El Neruda juvenil, todavía neomodernista, decía así:

Que si no son pomposas, que si no son fragantes,

son las primeras rosas —hermano caminante—

de mi desconsolado jardín adolescente.

Cuando el poeta pasa de su neomodernismo pueril al espléndido ejercicio surrealista de Residencia en la tierra, los desconsolados jardines adolescentes siguen en el fondo de todo lo que dice. Está viviendo todavía la materia como légamo. Sólo el sexo, ya, le salva de esta tristeza prematura:

Comba del vientre, escondida,

y abierta como una fruta

o una herida.

Sexo y melancolía distenderán toda su obra hasta la aparición de una tercera fuerza inesperada y definitiva: la utopía.