Esta es una época oscura, una época de demonios y brujería. Es una época de batallas y muertes, y del fin del mundo. En medio de todo el fuego, las llamas y la furia, también es una época de poderosos héroes, de osadas hazañas y de grandiosa valentía.

En el centro del Viejo Mundo se encuentran las tierras de los hombres, gobernadas por belicosos caciques tribales.

Se trata de una tierra dividida. En el norte, el rey Artur de los teutógenos contempla a sus rivales desde la cima de la imponente roca Fauschlag, mientras los reyes berserker de los turingios sólo conocen la guerra y el derramamiento de sangre.

Es al sur adonde los hombres deben mirar en busca de socorro. En Reikdorf moran los umberógenos, a los que guían el poderoso rey Björn y su hijo predestinado, Sigmar. Los umberógenos persiguen una visión, una visión de unidad.

Los enemigos de los hombres son numerosos, y si los hombres no son capaces de superar sus diferencias y unirse, su desaparición está garantizada.

En el norte helado, los asaltantes norses, bárbaros y adoradores de los Dioses Oscuros, queman, asesinan y saquean. Siniestros espectros rondan los pantanos y las bestias se congregan en los bosques. Sin embargo, es en el este donde las fuerzas oscuras se mueven y donde reside la mayor amenaza.

Los pieles verdes siempre han asolado la tierra y ahora marchan sobre la raza de los hombres con sus innumerables hordas con un único propósito: erradicar a sus enemigos para siempre.

Los reyes humanos no están solos en este momento de dificultad. Los enanos de las montañas, grandes herreros y maquinistas, son sus aliados en este combate.

Todos deben mantenerse unidos, enanos y hombres, pues su supervivencia mutua depende de ello.